Yo, Daniel Blake y el cine de la empatía

La sintonía de Yo, Daniel Blake con los tiempos no sería un valor per se. La película es notable por la efectividad de su guion, la autenticidad de su tono y el desempeño de sus actores.
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Hubo cierta decepción cuando, el año pasado, la Palma de Oro del Festival de Cannes fue concedida a Yo, Daniel Blake del inglés Ken Loach. La crítica apostaba por el thriller erótico Elle, de Paul Verhoeven; la road movie con adolescentes Dulzura americana, de Andrea Arnold o, la favorita de todos, la comedia negra Toni Erdmann, de Maren Ade. Al lado de estas películas, el drama de Loach sobre un carpintero desempleado parecía no tener lustre. (Y el realismo social, por definición, es un género no glamoroso.) Loach, por su lado, era un director “visto”: con más de veinte largometrajes en cinco décadas de carrera es autor de las películas más notables de esta escuela (y en 2006 ya había ganado en Cannes con The wind that shakes the barley). Así, el premio a Yo, Daniel Blake se consideró simplemente correcto: libre de polémicas, pero también de interés.

Luego el mundo dio un giro. La llegada de Trump al poder –causa y consecuencia de cismas sociales– generó un sentimiento extendido de colapso moral. A la par, creció el interés por historias que muestran empatía hacia aquellos alienados por estructuras que favorecen el enriquecimiento de pocos. Unos ven estos relatos como espejo de sus vidas y otros simplemente agradecen su brújula ética. En pleno siglo XXI –y casi de manera abrupta– repunta el realismo social. En este nuevo escenario, Yo, Daniel Blake se revela como una película poderosa y urgente –lo opuesto a como se percibió en Cannes.

La sintonía de Yo, Daniel Blake con los tiempos no sería un valor per se. La película es notable por la efectividad de su guion, la autenticidad de su tono y el desempeño de sus actores. Se diría que estos atributos son lo mínimo que se espera del cine de Loach, pero habría que considerar sus ochenta años cumplidos. La edad no es un problema, pero sí un desafío si se piensa en las demandas de un género como el realismo social. Para ser verosímil, un cine de la calle sobre ciudadanos comunes en situaciones cotidianas exige un director con ojos y oídos atentos a los inmediato. Yo, Daniel Blake no solo cumple con ello, sino que está a la altura de los mejores documentales y películas de Loach.

La cinta transcurre en Newcastle, al norte de Inglaterra. En la primera secuencia, un hombre de 59 años llamado Daniel (Dave Johns) responde las preguntas robotizadas de una mujer que se hace llamar “profesional de la salud”. Recién recuperado de un infarto, Daniel recibió órdenes médicas de no volver de inmediato al trabajo. Su opción para sobrevivir es obtener beneficios del Estado –que solo le serán dados si aprueba el test de incapacidad suministrado por la señorita burócrata–. El cuestionario solo acepta respuestas de “sí” y “no”, ninguna relacionada con padecimientos cardiacos. El test determina que Daniel no está lo suficientemente enfermo y no es candidato a recibir una pensión. Él puede apelar el resultado, pero antes debe esperar una llamada del “tomador de decisiones” del Departamento de Trabajo y Pensiones. Como esto puede llevar semanas, la misma oficina recomienda a Daniel pedir las prestaciones de quienes buscan trabajo –que solo le serán dadas si pasa los días repartiendo copias de su CV–. (No perdamos de vista que su problema no es el desempleo, sino un corazón todavía delicado.) A esta colección de absurdos se suma la exigencia de hacer trámites en línea –Daniel solo escribe a lápiz– en computadoras prestadas y programas que se congelan en la última etapa de la solicitud. En una de sus visitas frustrantes al Departamento de Trabajo y Pensiones, Daniel conoce a Katie (Hayley Squires), una madre soltera afectada por la crisis de vivienda social. A propósito de la vigencia renovada de Loach, Katie podría ser una descendiente de Cathy, la chica que lo pierde todo en el drama para televisión Cathy come home, de 1966, sobre las deficiencias en el sistema de alojamiento inglés.

La amistad entre Daniel y Katie colorea el relato con detalles sobre sus vidas y da lugar a momentos de humor, también propios del cine de Loach. El guion de Paul Laverty, colaborador del director en sus últimas doce películas, evita que los personajes sean víctimas a priori, o que su desventaja económica sea el rasgo que los defina. Más aún, el atisbo a su ámbito privado es lo que da dimensión a su drama. La escena más dolorosa de la película –la que toca la médula del asunto– ocurre en un dispensario al que acuden Daniel y Katie para que ella se surta de artículos básicos. A medio recorrido, la chica busca un rincón. De espaldas a todos, incluso a la cámara, devora el contenido de una lata de frijoles cocidos. El acto la avergüenza, pero el hambre pudo más que todo. Su quiebre deja el punto claro: el cine de Loach no habla de “pobres”, sino de seres despojados de su sentido de dignidad.

Escenas como estas son incómodas por honestas. No se esconden tras la ironía o la metáfora, y no dan espacio a lecturas que distraigan del problema real. La denuncia de un sistema injusto puede hacerse en varios registros, pero no cuando el denunciante es de los pocos cineastas vivos abiertamente comprometidos con la defensa de los desprotegidos. El cine de Loach rechaza eufemismos y, hasta hace poco, esto lo hacía parecer superado –o demasiado local–. La cloaca social que ha quedado al descubierto en los últimos meses prueba que temas como el que plantea Yo, Daniel Blake son todo menos caducos, mucho menos circunscritos a una sola región del mundo. La cinta es específica en su denuncia del sistema británico de beneficencia social, pero podría extrapolarse a cualquier escenario donde un individuo esté a merced de trámites laberínticos y terminología del diablo, diseñados para alejarlo de los beneficios que le corresponden.

En su enésima visita al Departamento de Trabajo y Pensiones, Daniel le reclama a una empleada que ambos sean parte de una farsa: “Usted es una mujer que trae un gafete con una frase amable, sentada frente a un hombre enfermo en busca de empleos inexistentes que de cualquier forma no podría aceptar.” Sólida representante del nuevo realismo social, Yo, Daniel Blake tiene premisa orwelliana –lo que apunta a la habilidad de Loach para anticipar el momento–. Al final, Daniel es un hombre enfrentado a los hechos alternativos de la beneficencia social. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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