En mi tierra sembraré pájaros: la trayectoria fotográfica de Graciela Iturbide

Frente al sentido documental de la fotografía, Graciela Iturbide ha propuesto a lo largo de su carrera un enfoque personal y poético.
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Lo íntimo es el encuadre, centrar el ojo, mirar desde el cuerpo: “una mujer creadora es un universo de intimidad”, escribe Brenda Ríos en el libro Raras. Frente al sentido documental de la fotografía, Graciela Iturbide ha propuesto a lo largo de su carrera un enfoque personal y poético. Sin tripié, ni flash, solo con su cámara análoga, la artista ha retratado a las comunidades originarias, las fiestas populares y la naturaleza; haciendo visible la gran diversidad de México.

Con 81 años de edad, Graciela Iturbide ha expuesto en muchos de los museos más importantes del mundo convirtiéndose en un referente fundamental de la fotografía latinoamericana. Su lente ha conformado íconos de la cultura popular como Nuestra señora de las Iguanas, imagen imitada y transformada en pósters, murales y cómics como Iguana Lady.

A propósito de sus recientes exposiciones en el Museo de Arte Moderno y el Museo Archivo de la Fotografía, presentamos una breve revisión de su trayectoria.

Graciela Iturbide nació en la Ciudad de México en 1942 en un ambiente burgués conservador. Se casó a los diecinueve años y tuvo tres hijos. Cuando cumplió veintisiete, decidió estudiar cinematografía en el CUEC, donde conoció al “padre de la fotografía mexicana”: Manuel Álvarez Bravo. Este la invitó a trabajar como su asistente dándole con ello la oportunidad de viajar por el México rural que se convertirá en motivo de su obra.

Su divorcio y el fallecimiento de su hija de seis años llevaron a la artista a refugiarse en la fotografía. En el libro editado por Phaidon dedicado a Iturbide, Cuauhtémoc Medina comenta cómo la artista usó la cámara para transformar su dolor.

Aunque el reconocimiento en el arte suele ser tardío para las mujeres, en el caso de Iturbide no se hizo esperar. En 1980 resultó ganadora de la primera Bienal de Fotografía del INBA y en 1982 presentó una exhibición individual en el Museo Georges Pompidou, máximo espacio del arte en París.

De ahí en adelante la lista de museos donde ha expuesto es muy amplia: el Museo de Arte Moderno de San Francisco (1990), el Paul Getty Museum (2007), la Fundación MAPFRE en Madrid (2009), la Barbican Art Gallery (2012) y la Fundación Cartier (2022), por mencionar algunos. Además de haber recibido premios importantes como el W. Eugene Smith (1987), el Gran Premio Internacional del Museo de la Fotografía de Japón (1990), el Premio PHotoEspaña (2010) y el Premio de la Fundación Hasselblad (2008) al que se le conoce como el Nobel de la fotografía, además de haber recibido la Medalla Bellas Artes por sus 45 años de trayectoria en 2014.

Para Graciela Iturbide el rostro es territorio. En 1978 la artista fue comisionada por el Instituto Nacional Indigenista para realizar la documentación de la comunidad seri, autodenominada comca’ac. Sus fotos muestran mujeres y hombres en toda su contemporaneidad: con lentes oscuros y trajes a la moda. El desierto es casa, pero Arizona es vecina; localizados geográficamente cerca de Estados Unidos, ellos reelaboran su identidad a partir de los viajes realizados para vender sus artesanías.

Sobre esta serie Carlos Monsiváis comenta: “los indígenas de las fotos de Graciela están más que acostumbrados a las cámaras, pero es tan usual considerar a lo indígena como ‘lo otro’ que la ‘extrañeza’ es añadido del lector. Así, los indígenas son o dejan de ser tan naturales al posar como los mestizos, pero el hábito de sentirlos lejanos les confiere un semblante de siglos”. Esta mirada que confronta expectativas ha sido un sello de la autora.

Frente a lo instantáneo de la fotografía, Iturbide opone el largo aliento de sus proyectos. “Hay tiempo, Graciela, hay tiempo” era un consejo de Manuel Álvarez Bravo. La artista lo retoma y vive durante varios meses con cada comunidad: “sin complicidad no hay retrato”, dice Graciela. Su serie Juchitán de las mujeres inició en 1979 y continuó hasta 1988. En 1989 se publicó con textos de Elena Poniatowska. En ellos narra algunas de las costumbres de esta localidad donde las mujeres han adquirido un reconocimiento y un poder bastante peculiar: dirigen la economía, los negocios, cantan, bailan y beben sin consultar a nadie. El investigador norteamericano David William Foster vio en este libro un manifiesto en defensa de la mujer donde coincidían los anhelos del movimiento feminista en que militaba por entonces.

Graciela Iturbide ha mantenido un ojo atento a comunidades subrepresentadas. En Estados Unidos retrató la vida de una familia de cholos sordomudos con los que entabló amistad. La confección de esas imágenes fue rito social y festejo pues ellos mismos decidieron cómo ser fotografiados. Esa mirada cómplice es otro rasgo de Iturbide.

Los árboles de Graciela Iturbide no son paisaje, sino sujetos. Retratados uno a uno, sus extensos y rugosos troncos se convierten en rostros. No es raro que sus imágenes nos hablen en lenguaje poético, Graciela cuenta haber soñado a un hombre diciéndole: “en mi tierra sembraré pájaros”; un tema recurrente en su obra, donde parvadas intempestivas sobrevuelan recordándonos un pacto roto. Sus piedras, como ellos, son compañeras voluptuosas de lenguajes ocultos. Cuando Graciela Iturbide vio la erupción del volcán de La Palma en 2021, quedó maravillada y se identificó profundamente con él: “con esa fuerza telúrica, volcánica, arribo a mis ochenta años”, pensó.

Una bicicleta con pollos interrumpe la tarde, un traje colgado de un árbol baila con el viento, las varillas de una construcción cuidan el cielo reflejado en el techo de una casa. Son imágenes que la artista ha encontrado en sus numerosos viajes por lugares como la India, Madagascar, Alemania, Italia, España, Japón, Ecuador, Argentina o Panamá. Las fotografías de Iturbide son enigmáticas y seductoras; el escritor Juan Villoro utilizó algunas de ellas para componer el cuento “Forward Kioto”.

“¿Qué quieren de nosotros las imágenes de Iturbide?”, pregunta la investigadora Deborah Dorotinsky. Pienso que sus imágenes nos piden no solo ser recordadas sino volverse lenguaje en nuestra mirada.

Tapar su boca con un pescado, mirar con ojos de pájaro, ponerse caracoles en el cuerpo; son algunos de los motivos de sus autorretratos. Un rebuscarse hacia dentro y hallar premoniciones. Un despertar el deseo y volverlo fotografía. La exposición Retratos para un ritual se presentó de abril a agosto de 2023 en el Museo de Arte Moderno enlazando autorretratos de la autora con imágenes del acervo del MAM, un pequeño homenaje a la poesía de Iturbide.

Los que viven en la arena. Graciela Iturbide y el pueblo comca’ac se presenta actualmente en el Museo Archivo de la Fotografía. Además de la serie de 1978, la exposición incluye imágenes tomadas en 2018. La muestra podrá visitarse hasta el 8 de octubre de 2023. ~

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Es escritora, crítica de arte y académica. Su libro más reciente es Todo retrato es pornográfico (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015)


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