La posverdad y la crisis de la democracia liberal

En su nuevo libro, Manuel Arias Maldonado examina cuánto hay de verdad en las actuales discusiones acerca de la posverdad así como sus intrincadas relaciones con el auge del iliberalismo y la degradación de las democracias liberales.
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Que la posverdad se ha convertido en uno de los temas centrales de nuestro tiempo no es cosa que requiera mucha discusión. Como recordarán, fue elegida “palabra del año” por el Oxford English Dictionary en 2016, que no por casualidad fue el año del Brexit y de la primera victoria electoral de Donald Trump. Ambos eventos fueron una conmoción política, pues vinieron a poner de manifiesto que dos democracias tan sólidas y arraigadas como la británica o la estadounidense tampoco eran inmunes a las turbulencias que atravesaban las democracias liberales tras la gran crisis económica y el auge del populismo. Desde entonces se ha convertido en un lugar común asociar el fenómeno de la posverdad con las patologías que aquejan a la democracia liberal, de la degradación de la conversación pública al debilitamiento del sistema institucional de controles y contrapesos, la crisis del Estado de derecho o el surgimiento de líderes y partidos que defienden o llevan a cabo políticas abiertamente iliberales.

Lo acabamos de comprobar una vez más con los diagnósticos apresurados de quienes atribuyen a los bulos y a la desinformación la segunda victoria de Trump en las presidenciales norteamericanas. Aquí en España ni les cuento. Basta asomarse a las redes sociales, a las páginas de los periódicos o a las sesiones de control al Gobierno para ver que andamos todo el día a la gresca a cuenta de la verdad, las mentiras y los bulos. Por poner un ejemplo entre muchos: recientemente el ministro de Justicia salía a defender al Fiscal General del Estado, investigado por el Tribunal Supremo por un delito de revelación de secretos, alegando que no hizo otra cosa que desmentir un bulo; los portavoces de la oposición y articulistas denunciaron a su vez que es el propio ministro quien está difundiendo un bulo. El Gobierno además se muestra tan preocupado por el asunto que ha propuesto un plan de regeneración democrática para poner coto a la desinformación rampante. No deja de ser llamativo a la vista de la trayectoria del ejecutivo y sus socios en este terreno, pues parecería que les molesta más la competencia que otra cosa, como ha apuntado con ironía Daniel Gascón.

En su definición más conocida, la posverdad describe “aquellas circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones o las creencias personales”. Sirve, por tanto, para resaltar la creciente preocupación social por la erosión del papel de la verdad en la opinión pública de las democracias liberales, lo que significa preguntarse, al fin y al cabo, por la (mala) salud epistémica de nuestras sociedades, pomposamente llamadas “del conocimiento”. Parecería que tales asuntos epistémicos, como la naturaleza y el valor de la verdad, han dejado de ser de interés exclusivo de filósofos para convertirse en motivo de preocupación de todos los ciudadanos. Como botón de muestra, basta rastrear el nuevo vocabulario con el que nos hemos ido familiarizando en tiempos recientes: fake news, hechos alternativos, teorías de la conspiración, burbujas epistémicas, cascadas informativas, y un largo etcétera.

De ahí la indudable oportunidad y relevancia del nuevo libro de Manuel Arias Maldonado, (Pos)verdad y democracia, donde se propone examinar cuánto hay de verdad en las actuales discusiones acerca de la posverdad así como sus intrincadas relaciones con el auge del iliberalismo y la degradación de las democracias liberales. Les adelanto que el resultado es un ensayo espléndido, bien meditado y sólidamente argumentado, con la solvencia intelectual que es marca acreditada del autor. Encontrarán aquí las cualidades a las que nos tiene acostumbrados: el tratamiento riguroso y bien documentado, siempre templado, donde el uso de la literatura especializada no es óbice para que la lectura sea agradable y accesible al lector curioso. Todo ello servido en un estilo ágil y una prosa limpia, vigorosa y elegante. Nada de lo cual sorprenderá a quienes hayan leído sus libros anteriores o sigan las entradas que publica regularmente en Casa Rorty, el blog que mantiene en Letras Libres.

Con este libro Arias Maldonado vuelve además a Página Indómita, donde publicó en 2016 La democracia sentimental, un selloeditorial cuya labor merece todos los elogios, especialmente por parte de quienes nos dedicamos a la filosofía y la teoría política. No cito aquel libro por casualidad, pues sin duda marcó un hito en la trayectoria intelectual del autor, siendo el ensayo con el que llegó a un público más amplio fuera de la academia. Del interés que suscitó aquella obra da buena cuenta que el propio sintagma del título haya circulado con éxito por la conversación pública. Pues La democracia sentimental tenía el propósito de captar el espíritu de los tiempos, ofreciendo un diagnóstico ambicioso de los problemas por los que atraviesan las democracias actuales.

No me detengo en La democracia sentimental por casualidad, pues el nuevo ensayo recoge temas y preguntas que allí estaban apuntados o esbozados, profundizando en algunos aspectos relevantes del diagnóstico de nuestras “democracias liberales tardías”, como sugiere llamarlas. La definición de posverdad antes citada pone de relieve la línea de continuidad entre ambas obras. De hecho, son dos libros que se complementan perfectamente, a modo de un díptico: si en el libro de 2016 el foco de atención estaba puesto en el papel de las emociones en la vida pública, dando voz a lo que se ha denominado el “giro afectivo” en las ciencias sociales y la teoría política, en el nuevo libro la reflexión se dirige al plano epistémico y gira en torno a una cuestión no menos urgente como la posverdad. Pues aquilatar dicho fenómeno, indagando con atención en sus manifestaciones, causas y efectos, supone preguntarse al fin y al cabo por las complicadas relaciones entre verdad y democracia, un asunto apasionante con muchas aristas, que exige adentrarse en aguas filosóficamente procelosas, si se pretende ir más allá de los tópicos al uso, como es el caso.

Pensemos que la democracia es ante todo un régimen de opinión pública, pues es en el foro público donde los ciudadanos y sus representantes debaten acerca de los asuntos públicos y las decisiones colectivas que a todos afectan; por lo mismo, es ante el conjunto de los ciudadanos, o sus representantes en sede parlamentaria, donde los gobernantes han de rendir cuentas públicamente, dando razones de las decisiones adoptadas. Es el gobierno a través de la discusión, que decía el clásico. Entendida como el intercambio de razones pro et contra, la discusión carecería por completo de sentido si no existiera la posibilidad de acertar o equivocarse, tanto en cuestiones fácticas como valorativas; entre las cuales, por cierto, existe un continuo y no un salto o frontera tajante. En realidad, la verdad objetiva (¡perdón por la redundancia!) está presupuesta por la ignorancia y el error, que constituyen el mejor testimonio de por qué la verdad resulta indispensable.

Pocas dudas, por tanto, caben acerca de la trascendencia del libro: ahí están la desinformación, la circulación de bulos y noticias falsas, o el recurso masivo a las mentiras en política. A lo que sumaría por cierto el bullshit, del que se habla menos que de la mentira, pero que representa un peligro mayor para la verdad, si hacemos caso a Harry Frankfurt. Si agrupamos todo eso bajo el rótulo de la posverdad, podríamos preguntarnos si es verdad, como denuncian tantos, que representa una amenaza para la democracia. ¿Cómo se reconcilia, por ejemplo, con la afirmación más o menos cínica de que “la mentira es consustancial a la política”, como tantos afirman? Nihil novum sub sole entonces. Tampoco hay que descartar que para ciertos sectores de opinión, o de la academia, la cuestión no sea el qué, sino el quién. No hace mucho circulaba por las redes el vídeo de un conocido politólogo y tertuliano exhortando a los jóvenes a mentir (y jugar sucio) por el bien de la democracia. En qué quedamos entonces: ¿es la mentira un peligro para la democracia o un medio necesario para salvarla de los malos? Los menciono simplemente para ilustrar la confusión reinante sobre la verdad y la mentira en política.

En lugar de ceder ante el alarmismo o el barullo tan habituales en estos temas, Arias Maldonado aborda el asunto con distancia y ecuanimidad: con las herramientas del teórico político que se mueve con soltura entre la filosofía y las ciencias sociales. Disecciona para el lector un fenómeno tan elusivo y embrollado, planteando las preguntas pertinentes: ¿realmente vivimos en un tiempo inédito, en el que la verdad ya no importa y, en consecuencia, los ciudadanos se muestras indiferentes o incapaces a la hora de discriminar lo verdadero de lo falso? ¿Qué papel juega la posverdad en la erosión de las instituciones democráticas y en el auge de los movimientos iliberales? ¿Qué relación guarda con la degeneración de la conversación pública y la transformación digital de esfera pública? ¿Puede la democracia, en definitiva, prescindir de la verdad y seguir llamándose democracia?

El autor traza un hilo argumental en el que va enhebrando éstas y otras preguntas para guiar y orientar al lector por un laberinto de cuestiones y discusiones en el que resulta fácil perderse. Este es el propósito principal del libro: poner orden y perspectiva en esas discusiones, introduciendo en ellas claridad y complejidad, rigor y prudencia, que buena falta nos hacen. En este sentido es recomendable el capítulo que dedica a la verdad y la mentira en Hannah Arendt, dado que esta autora se ha convertido en suerte de fetiche en estos asuntos, que se invoca habitualmente para despacharla luego con un par de citas archiconocidas. Lo mismo sucede con otras cuestiones de claro interés: el lenguaje y Orwell, el papel de los expertos en el proceso democrático, el impacto de la digitalización en la esfera pública o las tensiones entre verdad y pluralismo en el interior del liberalismo político, siendo este último seguramente el de más enjundia teórica. Son capítulos que se insertan en el desarrollo argumental del libro, pero que también tienen valor por sí mismos.

Al final, por decirlo de otro modo, Arias Maldonado utiliza el debate sobre la posverdad como una plataforma o punto de vista privilegiado desde el que otear los riesgos y amenazas que pesan sobre las democracias liberales tardías, analizando sus fortalezas y debilidades epistémicas, y reflexionando sobre patologías y posibles remedios, pues bien pudiera ser que en algunos casos el remedio fuera peor que la enfermedad. De ahí la ambición teórica del planteamiento: sin dejar de prestar atención a la actualidad, el ensayo no queda preso o pegado a ella, sino que la utiliza como trampolín para plantear cuestiones de gran calado como el papel de la verdad en la vida pública de una democracia. Como explica al principio:

“De poco sirve escudriñar el foro público en busca de mentiras y bulos si no tenemos claro cuál es la función que la verdad puede cumplir en la política democrática. Solo una vez que hayamos fijado un estándar realista, lo que quiere decir que vaya más allá de la expresión de buenos deseos, podremos empezar a hablar de desviaciones de la norma y anomalías democráticas. Solo entonces podrá plantearse la posibilidad de ajustes institucionales destinados a reducir el impacto negativo de la desinformación y la mentira” (p. 22).

Como se ve, no faltan quienes quisieran empezar la casa por el tejado. Este ensayo, por el contrario, nos invita al análisis y la discusión de problemas de fondo. Que no son tampoco de ahora, pues la pregunta por el estado epistémico de la polis se remonta hasta Platón y la reflexión sobre la verdad y la mentira en política ha acompañado el desarrollo del pensamiento político, de Hobbes a Rawls.

Por ello convendría no incurrir en cierto adanismo frecuente en este tema, un provincianismo temporal para el que nuestro presente carece de parangón o precedentes.

Ahí tenemos, por referirnos a un caso más reciente, el libro de Jean-François Revel, El conocimiento inútil (también editado por Página Indómita), que se abría con una frase rotunda: “La primera de las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. Todavía no había internet ni redes sociales, pero allí el pensador francés decía dos cosas que siguen siendo validas hoy. Primero, en un mundo como el nuestro, caracterizado no por la escasez, sino por la abundancia de información, el problema ya no es la ignorancia o la falta de conocimiento, sino la ocultación y la tergiversación de la verdad por motivos ideológicos. Hoy hablaríamos de posverdad. La segunda no es menos importante: solo en una sociedad liberal democrática podemos discutir sin trabas sobre el papel de la verdad y la mentira en política. Pues solo en ella se pueden denunciar las falsedades o las manipulaciones del poder sin cortapisas ni coacciones en una discusión libre y abierta. Al menos en teoría, pues lo que seguramente hemos perdido, cabría añadir, es la vieja seguridad o la confianza en que la verdad (las verdades en realidad) se abrirán paso por sí solas en el mercado de las ideas. Cito a Revel porque su planteamiento conecta directamente con la línea argumental central de Posverdad y democracia:

“Solo en las sociedades abiertas es posible observar y medir el auténtico celo de los hombres en decir la verdad y aceptarla, ya que el gobierno de dicha verdad no se ve obstaculizado más que por ellos mismos”.

Por eso la discusión sobre la posverdad nos pone un espejo por delante a los ciudadanos y la imagen que aparece no es precisamente favorecedora. Arias Maldonado lo deja bien claro: líderes y gobiernos no son los únicos responsables de la deriva iliberal y la erosión democrática que presenciamos: “el tango de la regresión siempre lo bailan dos” (p. 38). Sencillamente, “muchos ciudadanos actúan más como partisanos antes que como demócratas”, incluso cuando nos jugamos el Estado de derecho, la separación de poderes o el respeto por la verdad. A lo que se añade la hipocresía de quienes justifican las prácticas iliberales de los suyos, aún a riesgo de socavar las instituciones democráticas, con el pretexto de que son los rivales quienes representan una amenaza para la democracia, acusándoles de que pretenden lo que su partido ya está haciendo.

El diagnóstico está ampliamente tratado en el libro, que resume lo que nos han enseñado las ciencias sociales al respecto: que los ciudadanos no saben en realidad gran cosa acerca de los asuntos públicos y sus convicciones son las más de las veces superficiales e inconsistentes; de modo que las etiquetas ideológicas funcionan como banderías o señas de identidad y muchos votantes se asemejan más a hinchas deportivos que al ciudadano racional que nos pintaban. De ahí la enorme responsabilidad de líderes y partidos en un mercado como el político donde la oferta dirige a la demanda; o la importancia de las instituciones que limitan y controlan el poder, incluso de las mayorías democráticas. Son preocupaciones del autor que reconocerán quienes siguen sus columnas de opinión en torno a la actualidad.

Sin duda, esta nota de desencanto o de sano escepticismo entronca con lo mejor de la tradición liberal, en la que se encuadra Manuel Arias Maldonado. No es casualidad por eso, sino intencionado, que este libro concluya con un guiño premeditado al lector entendido y a La democracia sentimental. Pues Arias Maldonado cierra (Pos)verdad y democracia con una mención expresa en sus últimas líneas al ironista melancólico, el modesto héroe que nos presentó en su obra de 2016 y que encandiló a no pocos de sus lectores.  Al ironista melancólico lo vemos con más claridad si cabe en este nuevo libro, o cargado con más tareas, como lidiar con la compleja tensión entre verdad y pluralismo de valores. Me perdonarán el único spoiler de esta reseña:

“Al ironista melancólico, hijo natural de la democracia liberal tardía que ha aprendido a tomar distancias sin por ello abandonar la escena, solo le queda seguir intentándolo. Y es su deber hacerlo”

Igual que la conciencia de la falibilidad no es un impedimento para la búsqueda de la verdad, sino un acicate para ello, tampoco el desprenderse de falsas ilusiones acerca del funcionamiento efectivo de las democracias liberales puede ser una excusa para abandonar nuestras responsabilidades cívicas. La primera de las cuales seguramente es tratar de contemplar la realidad política con sobriedad y juzgarla de forma ecuánime, por difícil que sea el empeño. No es una lección desdeñable de este libro.

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Es doctor en filosofía y profesor de filosofía moral en la Universidad de Málaga.


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