Una doble agente en Mazorra

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En esa isla de largos reinos que es Cuba a Bernabรฉ Ordaz, director del hospital psiquiรกtrico de la capital, solo dos lo superaron en longevidad: Fidel Castro y la eterna Alicia Alonso. El extenso dominio de Castro generรณ no pocos feudos, pero ninguno, a excepciรณn del de la Alonso, tan largo ni indiscutible como el de Ordaz sobre su ciudad de perturbados.

Su leyenda contaba haber convertido un โ€œalmacรฉn de locosโ€ en โ€œmodelo para la psiquiatrรญa mundialโ€, revolucionรกndolo como el Mรกximo Lรญder al resto del paรญs. Y de paso materializaba sus caprichos. Fanรกtico del bรฉisbol, incluyรณ en la plantilla del hospital a algunos de los mejores jugadores de la capital convirtiendo a su equipo en el mรกs fuerte del campeonato provincial.

La Wikipedia local lo describe recorriendo el hospital โ€œen un caballo moro que le obsequiara un amigoโ€. Su estilo dio lugar a analogรญas fรกciles con Castro que oscurecen una realidad elemental: Mazorra funcionaba bastante mejor que el resto del paรญs. No por gusto el Mรกximo Lรญder incluรญa al psiquiรกtrico en el itinerario que ofrecรญa a los mandatarios de visita. No obstante, la leyenda del hospital incluรญa un lado siniestro: allรญ se torturaba a disidentes, leyenda demostrada a travรฉs de numerosos testimonios.

Cuando la fotรณgrafa Damaris Betancourt visitรณ Mazorra en 1998 este todavรญa estaba bajo la fรฉrula bonachona de Ordaz. Betancourt habรญa viajado a La Habana con el encargo de un periรณdico suizo de cubrir la visita de Juan Pablo II al รบltimo reducto de ateรญsmo en Occidente. Al denegarle la acreditaciรณn por cubana buscรณ un plan alternativo: fotografiar el manicomio famoso. Con la autorizaciรณn de Ordaz tuvo la posibilidad de fotografiar todo lo que le permitiera el guรญa asignado. La doble condiciรณn de local y โ€œextranjeraโ€ le dio a Betancourt una ventaja: acceder adonde los locales no podรญan y captar lo que un extranjero pasarรญa por alto. Eso explica la tensa ambigรผedad del centenar de fotos de Diez dรญas en Mazorra. La fotรณgrafa rechaza la comparaciรณn con Roland Schneider y su libro Zwischenzeit, que compuso con su experiencia como paciente. En Diez dรญas en Mazorra no se retrata la experiencia hospitalaria desde la mirada del interno. El valor mรกs visible de sus fotos es โ€œsu frontalidad: hacer que un rostro โ€˜choqueโ€™ contra la cรกmara sin muchos adornos, de manera naturalโ€. Quizรก peque de modesta. Metida en la piel de la extranjera que no es, Betancourt sorprende al manicomio en lo que vale y no en lo que le representa. Diez dรญas en Mazorra recuerda las fotos de Michal Huniewicz y Philippe Chancel de sus visitas controladas a Corea del Norte. Betancourt retrata la coreografรญa norcoreana de Ordaz como si Huniewicz o Chancel fueran nativos a los que algรบn desliz burocrรกtico permitiera ejercer de extranjeros.

Diez dรญas en Mazorra es un desfile de locos bajo control. Fuera de control estรก la locura que dirige el manicomio. Esa โ€œburocracia psicรณtica y locaโ€ โ€“dice Carlos Aguileraโ€“ dictamina cuรกl es el โ€œPaciente mรกs destacado del mesโ€ o impone a los enfermos el mismo discurso doctrinario que al resto del paรญs. El totalitarismo, como cualquier fanatismo, no solo es incapaz de cambiar de idea sino de conversaciรณn.

La locura institucional es retratada en el director que posa con barba, sombrero tejano y bata negra, en su oficina cubierta de diplomas. O en otra pared con gallardetes que proclaman al hospital โ€œVanguardia de la productividad en saludo al xi Festivalโ€. O en una puerta asediada por las fotos de Fidel y Raรบl Castro y Celia Sรกnchez. Que la de Fidel estรฉ justo encima del letrero de โ€œPsiquiatraโ€ sugiere quiรฉn era el Psiquiatra en Jefe de la Naciรณn. Pero ninguna imagen representa mejor el impacto del adoctrinamiento en el cerebro de los pacientes que un dibujo del Che Guevara que aรฑade a la cabeza icรณnica del retrato de Korda un esqueleto que sostiene un fusil Winchester. Lo acompaรฑan dos frases: โ€œTu ejenplo [sic] vive tus ideas perduranโ€, โ€œTus restos son inmortalesโ€.

Pero ยฟquรฉ son estos detalles ante la grandeza de la revoluciรณn? Publicar las fotos le pudo parecer a Betancourt mera maledicencia. Hasta que en el invierno de 2010 Mazorra matรณ a veintisรฉis pacientes. La prensa oficial tratรณ el tema con la discreciรณn habitual: lo ignorรณ hasta que fue un escรกndalo internacional. Al fin un comunicado del Ministerio de Salud Pรบblica (MINSAP) explicรณ las muertes por โ€œlas bajas temperaturas de carรกcter prolongado que se han presentadoโ€ y por โ€œfactores de riesgo propios de los pacientes con enfermedades psiquiรกtricasโ€. No obstante, las contrabandeadas fotos de los muertos eran obvias: mรกs que del cobarde frรญo habanero parecรญan haber muerto de hambre. Las sentencias de entre cinco y quince aรฑos de prisiรณn emitidas un aรฑo despuรฉs contra las autoridades del hospital parecรญan darle razรณn a la prensa extranjera antes que al sobrio comunicado del MINSAP. Entonces Betancourt vio confirmadas sus sospechas โ€œde que Mazorra era un lugar tenebrosoโ€. La debacle parecรญa confirmar la idea de que solo la personalidad y el poder de Ordaz pudieron conjurar el desastre por tanto tiempo. Tambiรฉn servรญa para suponer lo contrario: que el poder absoluto de Ordaz y su opacidad permitieron abusos cuyo punto mรกs visible era la hecatombe de 2010.

Pero lo que examina con mรกs cuidado Diez dรญas en Mazorra no es el legado de Ordaz. El libro revisa uno de los รบltimos bastiones del fidelismo funcional, rara variante del experimento que ha sido Cuba durante seis dรฉcadas. Mazorra era la vitrina del hombre nuevo guevarista, versiรณn demente. Los รบnicos cubanos que se atrevรญan a desafiar pรบblicamente al Estado (como para confirmar que solo a un loco podรญa ocurrรญrsele) eran domesticados en Mazorra con coros, dibujos de prรณceres y hazaรฑas productivas. Las metรกforas foucaultianas que convertรญan el caos capitalista en ordenado gulag se hacรญan carne en el socialismo caribeรฑo. Los micropoderes se sintonizaban al ritmo del Poder para desplegar el imperio del simulacro. Hacer a los enfermos mentales parte de esta simulaciรณn nos da una idea de la esquizofrenia totalitaria: un sistema econรณmicamente ineficiente que encomienda sus proyectos econรณmicos a estudiantes adolescentes, presos y locos.

No sรฉ quรฉ buscaba Betancourt en Mazorra. Posiblemente ni ella lo tuviera claro. Lo cierto es que su instinto y sensibilidad supieron atraparlo. Sus fotos tienen el mรฉrito de sorprender las bambalinas del manicomio-postal como Degas sorprendรญa a las bailarinas antes de convertirlas en entes etรฉreos para satisfacciรณn del pรบblico. La fotรณgrafa insiste en sostenerles la mirada a los pacientes: en sus miradas, tan distantes de la resignaciรณn vacuna que tantos fotรณgrafos han retratado en los cubanos, reside el valor รบltimo de este libro. En restituirles a sus modelos la dignidad que les escamotea el exhibicionismo de Estado. Miradas donde constatamos nuestra misma humanidad recordรกndonos que si ellos son los retratados y nosotros los observadores es puro accidente. ~

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(La Habana, 1967) es licenciado en historia por la Universidad de
La Habana y doctor en literatura latinoamericana por la Universidad de
Nueva York (NYU), en donde actualmente se desempeรฑa como profesor del
Departamento de Espaรฑol y Portuguรฉs.


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