David Rousset (1912-1997)

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“En 1947 leía yo”, cuenta Octavio Paz, “con frío en el alma la obra de David Rousset sobre los campos de concentración de Hitler:·Los días de nuestra muerte. El libro de Rousset me impresionó doblemente: era el relato de una víctima de los nazis pero asimismo era un lúcido análisis social y psicológico de ese universo aparte que son los campos de concentración del siglo XX. Dos años después Rousset publicó en la prensa francesa otra denuncia: la industria homicida prosperaba tambilén en la Unión Sovilética. Muchos recibieron las revelaciones de Rousset con el mismo horror e incredulidad de aquel que de pronto descubre una lepra secreta en Venus Afrodita.” 

Rousset fue denunciado por los comunistas. Pierre Daix, otra víctima de los campos nazis, no sólo se negó a seguir el llamamiento de Rousset (Le Figaro, 12 de noviembre de 1949), donde invitaba a los antiguos prisioneros de los alemanes a sumarse a la denuncia del otro totalitarismo. Daix afirmó que “los campos de Stalin eran el remate de la supresión completa de la explotación del hombre por el hombre.” Sartre y Merleau-Ponty (Les temps modernes, enero y junio de 1950) realizaron una oprobiosa pirueta: admitieron la veracidad de las denuncias de Rousset -conocidas por tantos intelectuales desde los años treinta- pero las justificaron en nombre de la Historia. Más tarde, Pierre Daix y Merleau­Ponty rectificaron con honradez y vergüenza. Sartre tardó todavía otros treinta años, tras coquetear con Castro y los maoístas, para admitir lo que hoy es una realidad inconteatable y estremecedora: llámese como se le llame, el sistema soviético fue el universo concentracionario más perverso y duradero de fa historia. Entre quienes respondieron de inmediato y con hechos el grito solitario de David Rousset estuvo Octavio Paz, entonces un poeta de 37 años que había llegado a París tras la Segunda Guerra. Desde allí envió una nota a la revista Sur (marzo de 1951) que reunía una selección documental de los testimonios de Romset, quien ya entonces había denunciado por difamación al semanario Les Lettres Françaises, donde Daix y su patrón (el poeta Louia Aragon) lo acusaban de falsario y agente del imperialismo norteamericano. 

Seguiría escribir la crónica de aquellos que en plena guerra fría atendieron a la súplica de Rousset y siendo muchos de ellos comunistas, documentaron su doble estancia en los infiernos de Hitler y Stalin. Ambos tiranos durante la vigencia del pacto germano soviético (1939-1941), intercambiaban pesos políticos como una muestra de macabra cortesía. No pocos de quienes habían encontrado asilo en la U.R.S.S. fueron devueltos a la Gestapo. 

David Rousset murió en París el pasado 13 de diciembre de 1997, reuniendo el honor de haber combatido con idéntico valor intelectual y congruencia a los nazis y a los soviéticos: no hay tribunal de la Historia que valga ante la doble moral que condena un infierno para Justificar otro. Rousset militó desde Joven en la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO), donde contactó con el trotskismo. Sobreviviente de Buchenwald, participó en la Resistencia, y tras la guerra ganó el Premio Renaudot con El Universo concentracionario. Acaso con ese título bautizó al siglo XX. Fueron pocos, como Arthur Koestler u Octavio Paz, quienes se atrevieron a recibir esa agua helada como una purificación. Desde 1951, el poeta mexicano no ha cesado de denunciar y analizar una tragedia que apenas después de 1989 ha entrado en los libros de texto y en las asignaturas académicas: la correspondencia histórica, política y moral entre ambos sistemas, que siguen gozando de simpatías tanto en las calles de Leipzig como en las ergástulas revolucionarlas de América Latina. 

Octavio Paz recuerda que su denuncia en Sur, publicada gracias a la entera moral de Victoria Ocampo, fue recibida con el silencio público, pero que se “recrudeció la campaña de insinuaciones y alusiones torcidas comenzada unos años antes por Neruda y sus amigos mexicanos.”

Hoy, cuando el siglo concluye, es necesario recordar a David Rousset, quien todavía en 1948 había Intentado, en compañía de Sar­tre, Camus y Breton, fundar una tercera vía, democrática y socialista, entre el capitalismo y el sistema soviético, el “Rassemblement” Democrático Revolucionario (RDR). El fracaso de esa experiencia, casi siempre políticamente inviable y casi siempre moralmente intachable, no desanimó a David Rousset, quien en mayo de 1968 aprobó la revuelta, a pesar de pertenecer al partido gaullista, al que renunció (conservando su escaño de diputado) tras la muerte del general De Gaulle. David Rousset ejemplificó lo que años después Octavio Paz escribió en su honor: “La misión del intelectual es, precisamente, tratar de saber.”

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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