El techo de la deuda norteamericana: ¡No sean gallinas!

El gobierno de Estados Unidos alcanzó el límite de su endeudamientio, ¿qué sigue para ellos? 
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Este lunes 16 de mayo se alcanzó formalmente el límite del endeudamiento del gobierno norteamericano ($14.3 billones de dólares). Lo anterior implica que el gobierno de Estados Unidos no podrá emitir más deuda mientras el Congreso de ese país no autorice un aumento a dicho límite y, por ende, el gobierno debería ajustar sus gastos al tamaño de sus ingresos, los cuales son aproximadamente 40% inferiores a los primeros. A pesar de que formalmente ya se ha alcanzado el límite de endeudamiento, el gobierno norteamericano anunció recientemente que está en posibilidades de realizar algunas maniobras contables que le permitirían seguir operando en forma casi normal y que pospondrían el momento crítico hasta el 2 de agosto de este año.

Las versiones que se han ofrecido sobre lo que esto implica son múltiples, contradictorias y, sobre todo, bastante confusas. Para las autoridades económicas norteamericanas, así como para algunos analistas económicos independientes (Paul Krugman, por ejemplo), una situación como la anterior podría ser el inicio de una gran catástrofe económica y social, en la cual el gobierno norteamericano se declararía en moratoria de algunos de sus compromisos tales como el pago de los cheques de la seguridad social, el pago a empleados públicos (doctores y maestros, por ejemplo), o el pago de intereses de la deuda pública. Por supuesto, esto solo sería el principio de la catástrofe, ya que como resultado de este incumplimiento, el riesgo de prestarle al gobierno aumentaría, lo que a su vez conduciría a un aumento de la tasa de interés, a un mayor costo de la deuda pública, a una reducción en la inversión y en el consumo privados y, eventualmente, a una nueva recesión. Todo lo anterior es, por supuesto, indeseable, particularmente teniendo en cuenta que la actividad económica y el empleo en Estados Unidos aún no se han logrado recuperar por completo de la reciente crisis económica. 

Por otro lado, un grupo de políticos del ala más conservadora del Partido Republicano, así como varios de los analistas más críticos de la actual administración demócrata (los del Wall Street Journal, por ejemplo), se han encargado de difundir la idea de que esta situación no tendría ninguno de los efectos descritos ya que, según sus análisis, los inversionistas serían capaces de distinguir un problema de falta de liquidez (es decir, temporal) de un problema de solvencia y, por ello, esta situación no necesariamente se traduciría en un mayor riesgo de default o en una mayor tasa de interés. Más aún, dado que ellos consideran que el principal problema del gobierno es el elevado tamaño del déficit fiscal, también aseguran que un aumento del techo de endeudamiento sería contraproducente porque pondría en riesgo la viabilidad financiera y la solvencia del gobierno norteamericano, lo cual, en su caso, sí podría tener los efectos catastróficos antes mencionados.

¿Quién tiene la razón? En sentido estricto, ninguno. Es claro que ambos lados de la discusión están sobre o subestimando los costos reales de una situación de esta naturaleza. Lo más factible es que en efecto hubiera costos importantes, aunque estos muy probablemente serían de menor magnitud a lo anticipado por las autoridades o se presentarían en un plazo más largo. Sin embargo, el escenario planteado por los conservadores tampoco parece ser el más probable, ya que es claro que una situación de esta naturaleza tarde o temprano se traduciría en una mayor desconfianza hacia los bonos emitidos por el Gobierno norteamericano, lo que sin duda resultaría eventualmente en costos importantes en el mediano y largo plazo, además de que el ajuste en el gasto podría tener implicaciones importantes para el bienestar social de algunos segmentos de la población.

Así pues, debe tenerse en cuenta que lo que está verdaderamente en disputa entre las partes involucradas –el gobierno demócrata y el Congreso republicano–, es el diseño no solo de la política fiscal sino de la toma de decisiones económicas en general. Por ello, el ala conservadora de los republicanos trata de imponer al gobierno del presidente Obama una serie de recortes al gasto público a cambio de aumentarle el techo de la deuda, mientras que el gobierno trata de resistirse a dichos recortes al tiempo que demanda el aumento del techo de endeudamiento. Se trata, por supuesto, de un típico problema de estira y afloja entre dos posiciones antagónicas, cada una de las cuáles le trata de subir a la otra el costo de tomar o no cierta decisión. Es, en ese sentido, una recreación del “juego de la gallina” que hiciera famoso James Dean en la película Rebelde Sin Causa

¿Quién ganará? Como es sabido, este tipo de situaciones tienden a resolverse sin necesidad de llegar al desenlace fatal. Considere, por ejemplo, lo que ocurriría en los siguientes escenarios negativos:

a) Se alcanza el límite de endeudamiento y sobreviene una crisis económica (grande o pequeña). En este caso, ambos habrían perdido: los demócratas deben administrar la crisis y los republicanos serían vistos como los principales responsables de esta situación. Los dos perdieron.

b) Se alcanza el límite de endeudamiento, pero a diferencia de lo que han alertado las autoridades, esto no se traduce en un aumento en la tasa de interés. Aun en este caso a nadie le habría convenido llegar a esta situación: el gobierno debe reducir los gastos (que es lo que no quería) y algunos sectores de la sociedad se verían afectados por ello. Los responsables de estos costos sociales serían nuevamente los republicanos, quienes se habrían obstinado en no aumentar el techo de la deuda. Una vez más, las dos partes habrían perdido.

Debido a lo anterior, lo más probable es que eventualmente se logre un acuerdo para aumentar el techo del endeudamiento antes de la próxima fecha fatídica (2 de agosto). ¿Quién cederá? Esto es sin duda más difícil de pronosticar, aunque si tuviera que hacer un vaticinio me inclinaría por creer que los que van a ceder más son los republicanos, ya que son ellos los que cargarían con el mayor costo político en caso de no hacerlo. Además de ello, también creo que jugará en favor de los demócratas el hecho de que dentro de mismo partido republicano hay grupos menos radicales (comparados con los fundamentalistas del Tea Party) que ya han empezado a dar señales de estar dispuestos a aumentar el límite del endeudamiento. Finalmente, los republicanos tradicionales no son ni tontos ni suicidas y ni ellos ni los demócratas quisieran jugar al “juego de la gallina” con los fundamentalistas del Tea Party. Y es que, aunque al final a los que terminen cediendo éstos les dirán que se comportan como gallinas, la verdad es que casi todos los participantes en el proceso de negociación preferirán sobrevivir y ser el James Dean de la película, papá. 

 

 

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Economista. Profesor-Investigador de El Colegio de México y Profesor Visitante en la Universidad de Chicago.


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