Guácala

Una breve introducción a la antropología de los sentidos.
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Dice mi mamá que esta era mi palabra favorita cuando era chico. La usaba cuando alguna comida no me gustaba y para mostrar mí disgusto con las opciones presentes. No solo el brócoli era guácala, también lo era la gente que olía a tabaco y/o alcohol. En quechua significa asqueroso, y en casi toda Latinoamérica esta palabra fue popularizada por la Chilindrina, que la repetía constantemente en el programa del Chavo del Ocho.

Ahora, ya ninguna comida me parece guácala, y de hecho me gustan muchas cosas que a tantos les dan nausea solo de pensar en comerlas. Entre esas están los huevos de mil años chinos, el erizo marino japonés, los muchos hongos que comemos en México, y hasta el queso de cabra. Lo que aún me hace fruncir la nariz y respirar por la boca es el olor a encierro del metro. Y es que los olores conjuntos de perfumes, sudores, humedad, caucho y metal me producen verdaderamente un mareo terrible.

La antropología cultural a últimas se ha empezado a ocupar de nuestras percepciones sensoriales, creando una nueva sub disciplina conocida como la antropología de los sentidos. Esta retoma ya varias décadas de investigaciones filosóficas sobre la percepción del mundo físico y cómo los humanos mediamos nuestras experiencias a través de nuestros cuerpos. Por nuestra parte, los politólogos estamos interesados en nuestro comportamiento político con base en nuestras percepciones sensoriales y como estas forman parte de los impulsos que nos hacen actuar políticamente.

Así la política visual, del gusto, olfativa, auditiva y sensitiva se empiezan a considerar como parte de las variables que debemos incluir en estudios complejos de acción política. El ejemplo más avanzado es el de la percepción visual, donde ahora es común escuchar y leer estudios sobre las representaciones del cuerpo femenino para usos de mercadeo. Estos estudios se han concentrado en como las imágenes afectan nuestras costumbres y percepciones para hacernos consumir nuevos productos y servicios. Un ejemplo clarísimo son las cremas blanqueadoras tan de moda en México y la India, donde grandes anuncios promueven pieles más pálidas para vendernos productos faciales para aclararnos la cara. De la política auditiva tenemos ejemplos sobre los problemas de la traducción de idiomas y el crecimiento del spanglish y portuñol entre los jóvenes que están acostumbrados a incorporar términos en otros idiomas.  

Ahora lo desagradable, lo gourmet, lo sibarita y lo verdaderamente asqueroso se incorporan en estudios sobre la política del olor y sabor. Estamos investigando por qué aunque su olor nos debería prevenir de comer quesos con mohos, el queso azul es una delicia de la que siempre queremos más; o por qué aunque son en verdad un deleite lleno de proteínas, los chapulines, gusanos de maguey y otros bichos son vistos por muchos con asco y desprecio.

Aunque el asco en sí no es más que una reacción física a un aroma que nuestro cuerpo entiende como nocivo, es nuestra reacción de disgusto la que está definida por nuestra posición social. Los estudios más recientes están concentrados en la localización de los olores que identificamos como malos o bueno, y cómo reaccionamos a esos lugares primero frecuentándolos o evitándolos y luego políticamente en decisiones de eliminarlos o crear más espacios como estos. Un ejemplo es los albergues para indigentes o los sanatorios para personas con capacidades diferentes. Muchas veces estos lugares por los servicios que dan y por las poblaciones que los frecuentan desarrollan aromas distintivos que ahora identificamos como aquellos de la demencia, el descuido y la mala fortuna.

Pero lo más complicado es explicar cómo ciertos olores nos pueden hacer actuar políticamente sin darnos cuenta; cómo nuestras memorias olfativas nos dan una pauta de las cosas que nos gustan y no, de las personas que apreciamos o detestamos, de los lugares que frecuentamos o no, de los estereotipos que tenemos sobre culturas extranjeras y personas de etnias diferentes. Así,  he escuchado tantas veces que los chinos huelen a pollo o que los africanos apestan a pies, pero lo peor es que esas mismas personas inmediatamente dicen, “yo por eso nunca querría ir a la China” o “yo nunca viviría en la misma casa que ellos.” El origen de la discriminación, entonces, debe también entenderse como repugnancia a nuestra asociación de olores específicos con grupos de personas que al parecer son nocivos por su diferencia de nuestros propios aromas. Los aromas de las diferentes culturas no son lo que discriminamos, sino la asociación que estos olores tienen con estereotipos de donde estos están localizados o por quienes son emanados.

Al mismo tiempo, los olores nos hacen reaccionar de maneras positivas y nos pueden motivar a comer o a relajarnos. Políticamente esto es importante porque cada vez hay más empresas que diseñan aromas específicos para sus tiendas y hoteles para despertar un deseo en específico.[1] Así por ejemplo ahora varias cadenas de hoteles alrededor del mundo utilizan aromas de pepino, limón, y/o menta en sus lobbies para crear un aura de elegancia normalmente asociada con estos olores. Mientras tiendas de lencería, ropa para jóvenes, o de equipo deportivo usan aromas identificados como masculinos o femeninos para atraer clientes y animarlos a comprar. Esto no es un fenómeno nuevo, ya que desde los ochentas durante el boom del marketing, panaderías y supermercados usan olores de vainilla, chocolate, mantequilla para abrir el apetito de sus clientes.

En lo que se refiere al asco que senitmos y precisamente a ese momento en el que solo podemos decir guácala, es posible concluir que aunque nos creemos amos de nuestros sentidos, los sentidos siempre tienen su propia explicación y más en específico están formados por un sistema complejo de entendimientos, anécdotas, memorias y asunciones de que es lo que estamos oliendo o probando basados en experiencias personales.

Por eso la próxima vez que pensemos que algo es asqueroso, también es importante pensar que es lo que nos desagrada y si en verdad es que es algo nocivo o solamente una reacción a algo más que no es obvio a la primera olida o probada.

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[1] ScentAir en los Estados Unidos es una de estas compañías promocionando aromas para negocios. 

(Fuente de la imagen)

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Carlos Yescas es candidato a doctor en política por la New School for Social Research. Es juez internacional catador de queso y fundador de Lactography.


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