Las mejores escenas del género de horror (I)

La primera de dos listas que recopilan los momentos más aterradores en la historia del cine.
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AN AMERICAN WEREWOLF IN LONDON

Dos jóvenes de Long Island, más judíos que una Challah, empiezan su recorrido por Europa en el páramo inglés. Después de caminar y cotorrear por largo rato, ambos van a dar al Slaughtered Lamb Pub, la antítesis del bar de Cheers: un lugar que huele a cerveza rancia, en el que no hay nada para comer, y donde los comensales –todos aparentemente estreñidos- se divierten jugando dardos y contando muy, pero muy malos chistes. Uno de los chicos, Jack, decide hacer una pregunta impertinente y, un segundo después, ambos se encuentran afuera del Slaughtered Lamb, de vuelta en el páramo, sin rumbo claro. En el cine de horror, nunca una pregunta fuera de lugar ha tenido consecuencias más desastrosas.

Tras alejarse del camino, los chicos zigzaguean entre la maleza. Todavía bromean y cantan, como si estuvieran caminando en su suburbio y no en este lugar inhóspito. De repente se escucha un aullido. Jack y David lo saben, y nosotros los espectadores también: el aullido no provino de un lobo, un perro o de algún otro animal. Algo inhumano los acecha en la oscuridad.

Llueve en el páramo. Los chicos deciden dar la vuelta y regresar al Slaughtered Lamb. Pero es demasiado tarde. La bestia los ronda (escuchamos sus gruñidos guturales y hondos; presentimos que está cerca). Y en un santiamén, cuando menos lo esperamos, ataca a Jack. No, no lo ataca. Lo despedaza, lo hace trizas: confeti. El tono cómico de An American Werewolf in London se disipa y nosotros, frente a la televisión, jamás volveremos a estar cómodos.

¿Los mejores primeros quince minutos de una película de horror?

 

THE OMEN

Atmosférica, exasperante y tétrica como pocas de su género, The Omen está llena de momentos aterradores. El suicidio de la niñera en una fiesta infantil, arrojándose desde lo más alto de la mansión de los Thorn; el ataque de los perros en el cementerio; esa famosísima decapitación y, por supuesto, cada una de las secuencias en las que sale la magnífica Billie Whitelaw como la Sra. Baylock, acólita del diablo y protectora de Damien, el Anticristo. No obstante, quizás el mejor momento de la cinta de Richard Donner sea aquel en el que Robert Thorn, padre adoptivo del niño más malo en la historia del cine, por primera vez escucha, con calma, lo que el Padre Brennan le tiene que decir acerca de su criaturita. Tal vez es ese “dulcísisimo” verso (“when the jews return to zion… then you and I must die…”) y la grisura del Támesis en conjunción con el helado otoño londinense. O simplemente es el hecho de que creemos cada palabra que dice Brennan. No hemos visto a Damien hacer nada malo (todavía), pero hay algo en el rostro de este hombre –todo arrepentimiento y urgencia- que nos asegura: el niño es la maldad reencarnada. Eso por no hablar de lo que ocurre después, cuando el mal inasible (nunca una película de terror ha tenido un villano menos tangible) acaba con la vida de Brennan, al compás de la música de Jerry Goldsmith: quizás la partitura más estremecedora jamás compuesta.

 

THE RING

Estamos en un sepelio, pero no frente a un féretro abierto o en el cuarto donde murió la niña o en el ático. No. Estamos en la cocina. Dos hermanas –una la madre de la niña muerta, la otra una reportera- platican sobre la reciente tragedia. La madre asegura que la niña no murió de un ataque cardiaco, como aseguró la autopsia. La reportera se mantiene escéptica hasta que su hermana le confiesa, con los ojos llenos de lágrimas, por qué no pudo ser un paro cardiaco.

“I saw her face”.

Y entonces nosotros, también, vemos la cara de la niña muerta, adentro de su closet. Sí, es un flashback tramposo, un corte con mala leche, un susto barato. ¿Y qué importa? Funciona perfecto. No hay un solo par de nalgas que no hayan brincado hasta el techo, y se entiende: el rostro de la difunta es lo más feo en la historia de la humanidad: cadavérico, inexplicablemente húmedo, y distorsionado como una alma en pena, de aquellas que expiden los fuegos del infierno.

 

THE EXORCIST

La siguiente secuencia empezó como leyenda: la más famosa deleted scene de la más famosa película de horror. En la original, que quedó fuera del corte final porque incluirla implicaba contar con dos finales distintos en una misma secuencia, veíamos a Regan bajar las escaleras como nadie nunca ha bajado unas escaleras: cual araña, pero de espaldas, casi flotando sobre los escalones, para después dar la vuelta y exhibir una desagradable lengua tamaño dragón de Komodo. En la versión remasterizada, William Friedkin prescindió de la lengua gigante y nos dejó solamente con cuatro cosas: un score chillante, Regan descendiendo, su madre observándola bajar más allá del asombro y un último cuadro, como remate: la boca de la niña, babeando sangre, muy cerca de la cámara. En una sola palabra: brutal.

 

SUSPIRIA

Un hombre ciego camina con su perro por una plaza, acompañado por la magnífica música de la cinta, cuando presiente que las brujas lo acechan. Argento nos pone al mismo nivel que el ciego, impidiéndonos ver gran cosa y limitando nuestro campo de visión a sombras, gritos y sonidos tétricos. Lo que sucede después forma parte del canon del género de horror: una sorpresa digna de un maestro. Ver para creer.

 

LOST HIGHWAY

Alegre música en una fiesta. Fred Madison (Bill Pullman) se sirve un trago. Un hombre, que a pesar de su inquebrantable sonrisa inspira menos confianza que un niño al volante, se acerca a él. La música cesa, reemplazada por un sonido similar al de una lejana turbina de avión. “Nos conocemos, ¿cierto?”, pregunta el hombre espectro. Pullman le asegura que jamás lo ha visto en su vida, mientras que su interlocutor, amenazante, le pide que llame a su casa y que él le contestará.

“Call me”, conmina el hombre. “Dial your number”.

Madison toma un celular y obedece. Suena el tono. Y la misma voz contesta:

“I told you I was here”.

 

ICHABOD CRANE

Pocos miedos como los de la infancia. Los monstruos de nuestras viejas cintas favoritas se sienten como amenazas reales, como enemigos íntimos. Sus apariciones suelen ser breves, casi inconsecuentes. La bruja de Blancanieves solo hace acto de presencia en el último trecho de la cinta, y le basta con envenenar una manzana para quedarse en nuestro inconsciente por muchas, muchas noches de insomnio. El Gmork de The Neverending Story, mezcla de lobo y humano, con ojos color esmeralda y voz de Pavarotti después de treinta whiskies, aparece menos de cinco minutos y con eso es suficiente: lo odiamos más de lo que odiamos a “La Nada”, ese enemigo inasible y, por lo tanto, menos amenazador (el Gmork es Saruman y La Nada es Sauron). Quizás el más terrorífico de estos monstruos infantiles es el Jinete Sin Cabeza, de la breve caricatura The Adventures of Ichabod and Mr. Toad, producida por Disney en 1949. Solo lo vemos al final. Escuchamos su risa. Lo vemos montado en su caballo negro. Y luego desaparece, como un invento de nuestra precoz imaginación.

http://www.youtube.com/watch?v=E05wECPWWbo

 

SALEM´S LOT

Poco se habla de la adaptación que hizo Tobe Hooper de Salem´s Lot, extraordinaria novela de vampiros escrita por Stephen King. Aunque recorta la historia del libro y convierte a Barlow, el chupasangre central, en una especie de Conde Orlok animal en vez de mantenerlo como un aristócrata europeo, la miniserie de Hooper es auténticamente buena, repleta de instantes memorables. Sus vampiros son creaturas de piel lívida y ojos refulgentes, más bestias que humanos, de apetito insaciable. Y el escenario en el que transcurre su adaptación es atinadísimo: un pequeño poblado de Nueva Inglaterra, soleado pero casi yermo, con la famosa mansión de los Marsten observando todo a lo lejos, como un tótem siempre alerta.

El momento más famoso de la miniserie –hasta lo parodiaron en The Simpsons– es también el mejor. Un chico, cuyo hermano menor fue dado por muerto días antes, duerme en su cuarto. Se escuchan uñas rasgando la ventana que da a la calle. El sonido es insistente y molesto como el de un gis arrastrado por un pizarrón. El niño abre los ojos, ve a la ventana y ahí, entre la neblina, levitando, aparece el que era su hermano menor, ahora transformado en vampiro. Hooper lo filma de tal suerte que parezca una pesadilla. Y no es hasta que el chico se levanta de su cama, abre la ventana y recibe a su hermano (¡sonriendo!) que caemos en la cuenta de que no es un sueño sino el inicio del fin para los habitantes de Salem´s Lot.

 

THE AMYTIVILLE HORROR

Esta lista no estaría completa sin una escena extraordinaria de una película mediocre. Porque eso es The Amytiville Horror: una cinta amateur, con efectos de quinta, narrada con brocha gorda y con un final paupérrimo. Pero la secuencia magistral, que está casi al principio de la película, queda para la historia.

Ya se la saben: un cura entra a bendecir la casa. Una nueva familia se acaba de mudar y es tradición que el sacerdote haga lo suyo, así que papá y mamá lo dejan solo, y el pobre hombre se mete en una recámara y empieza a rezar. Lenta, casi imperceptiblemente, las cosas se ponen color de hormiga. La cinta tiene el tino de situar la secuencia de día, para que el espectador no espere nada terrible… y vaya sorpresa que le da. El rostro del sacerdote se llena de moscas, el audio se satura con su zumbido y después: silencio. Silencio abrupto. Total.

Una puerta se abre y la casa susurra:

Out.

Cuando el sacerdote no obedece, la casa repite, esta vez con una voz demoniaca, estremecedora, que no nos dejará dormir por días:

Get out!

El cura huye. La mitad de la sala, sabiamente, lo sigue.

 

POLTERGEIST

Zelda Rubinstein podría cantarnos una canción de Cri-Cri y aún así temblaríamos de miedo. Es su físico, extraño como pocos, pero sobre todo es la voz: el tono de una niña salpicado de la cadencia de un adulto y el acento de Blanche DuBois. Es ella la que tiene el momento memorable dentro de Poltergeist, esa cinta de horror pasada a través del tamiz suburbano de E.T. de Steven Spielberg. La secuencia es un discurso. El personaje de Zelda –médium y exorcista- intenta explicarles a los Freeling que su hija no está sola en la otra dimensión en la que se ha extraviado. La acompaña un ente malévolo. “La Bestia”, le llama. Y esta Bestia, a la que (inteligentemente) nunca veremos con claridad, sabe comunicarse con la niña, sabe hablarle en su idioma y sabe cómo convencerla de que se quede con él. ¡Brrrrr!

 

Casi, pero no: el enano andrógino de Don´t Look Now; los soldados de Aliens encuentran a un colonizador con un extraño caso de indigestión; “the blackest eyes… the devil´s eyes…” en Halloween.

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