Hace poco menos de dos semanas se estrenó el tráiler de Harry Potter and The Deathly Hallows, las dos cintas que compondrán el final de las aventuras del mago adolescente más famoso del mundo. Dos minutos y medio trepidantes que arrancan, descansan y cierran con el Voldemort de Ralph Fiennes –ese renacuajo de nariz amputada– hablando de la vida y la muerte.
Hay suficiente dentro del tráiler como para ir apartando un boleto desde ahora: el tono de la cinta parece ser el mismo que adoptó la serie tras la afortunada partida de Chris Columbus y el arribo de Alfonso Cuarón; las secuencias hablan de peligro, parecen prever la muerte de uno o más de los personajes principales; y los ojos de Daniel Radcliffe denotan un cansancio adecuado para su personaje, a pesar de que el agotamiento bien podría venir de que ha pasado más tiempo en los zapatos de Potter que en los suyos. “El final del fenómeno mundial… el evento de una generación entera”, avisa, en letras gigantes, una leyenda dentro del tráiler. La duda, sin embargo, queda: ¿son estas cintas el final del fenómeno de Potter?, ¿o el honor le corresponde al libro, publicado hace casi tres años?
La pregunta es pertinente porque, a diferencia de, digamos, la trilogía Bourne, Harry Potter es un fenómeno literario primero y un éxito en taquilla después. Los libros de J.K. Rowling rompieron todos los récords de ventas, hecho por demás admirable si se le mira a través del tamiz de la generación de Facebook, donde lo normal es no leer más de los 140 caracteres que ocupa un tuit. Que Rowling haya vendido lo que vendió habla maravillas, no particularmente de su pluma, sino de la historia que imaginó en ese viaje en tren hace más de veinte años. Más allá de lo que opinemos del desenlace –yo, en particular, creo que las últimas veinte cuartillas son la definición de lamentable–, el hecho es que los libros de Harry Potter son una amalgama irresistible de los misterios de Sherlock Holmes y la más inmensa enciclopedia de mitos, magia y fantasía. Poco importa que Rowling no haya inventado las escobas voladoras o los centauros o las pociones mágicas. Su mérito está en cómo recopiló todos esos elementos para urdirlos de manera orgánica en una sola narrativa coherente y entretenida.
Por lo tanto, la saga de Harry Potter puede ser considerada un hito dentro del mundo literario. Desgraciadamente, las películas no entran en ese rubro. A diferencia de la trilogía de The Lord of the Rings, las cintas de Potter no dan la impresión de continuidad o congruencia. Son mucho más episódicas de lo que sus creadores pretenden que son, y cada una desmerece frente a su versión de papel (inclusive la tercera y la cuarta, que son las más logradas). Hasta la fecha, ningún director ha logrado condensar el material de Rowling en dos horas que sean, como todas las grandes adaptaciones, fieles a su fuente y, a la vez, completamente distintas. En el mundo literario –por lo menos a nivel de ventas– hay un antes y un después de Harry Potter. En el mundo del cine no parece que habrá –ni siquiera a nivel de taquilla– un antes y un después de Harry Potter.
Por supuesto que tampoco ayuda el hecho de que las cintas se estrenen tan cerca de la publicación de los libros en los que están basadas. El referente imaginado –que siempre es el mejor– está demasiado fresco en nuestra memoria. Ir a ver Harry Potter al cine, apenas a unos años de haber leído el libro, es una sensación de dèja vu incompleto: el proyector recuerda por nosotros, pero no recuerda como nosotros. Nos da a un Harry menos interesante y más blando; a una Hermione que gana en belleza lo que pierde en dotes histriónicas; a un Dumbledore frío y adusto; a un Voldemort cuya amenaza se disuelve entre los rastros de un muy deficiente trabajo de maquillaje o un muy pobre retoque por computadora.
El estreno de Harry Potter 7 no es, por lo tanto, la culminación de ningún fenómeno. Es el eco de ese desenlace. En dos partes y en tercera dimensión, por supuesto, para que Warner Brothers –dedicado desde hace diez años a reinterpretar Hogwarts para nosotros– haga su agosto.
-Román Cabeza
Profesor adjunto de Cinema Studies en la Universidad de Edmonton. Autor de Kinesis o no Kinesis: ¡Cinema Verité!