En el verano de 1956, yo acababa de graduarme de la Universidad de Brandeis. Judy y yo vivíamos en un pequeño departamento arriba de un ruidoso bar en Waltham, Massachusetts. Yo iba a diario al acervo reservado de la Biblioteca de Harvard a leer viejos ejemplares del Daily Worker, haciendo investigación para la historia (no necesito decirles que era una historia crítica) del Partido Comunista Estadounidense que preparaban Irving Howe y Lewis Coser. En algún momento de aquel verano, Irving me pidió escribir un artículo para Dissent acerca de la respuesta de CPUSA (Partido Comunista de los Estados Unidos) al famoso discurso de Khrushchev.
Me hizo el día, aquel día, y creo que también me hizo una parte significativa del resto de mi vida: escribí aquella nota y unas cien más durante los años siguientes; probablemente habrá unas cuantas más. Todavía no es el momento de decir adiós, pero sí de dar las gracias, a la gente que está aquí y a algunos que no están aquí con nosotros esta noche.
Irving y Lew, Stanley Plastrik, Manny Geltman y Bernie Rosenberg, ellos eran Dissent para mí en aquellos primeros años; pronto se les unió Michael Harrington. Hubo otros, por supuesto, pero esos seis fueron el grupo central; habían huido de las sectas trotskystas (“shachmanitas”) y estaban en busca de, o mejor aun, estaban comenzando a crear, una nueva izquierda democrática. No me percaté hasta después de la muerte de Irving en 1993, cuando la carga de trabajo de la revista recayó en Mitchell Cohen y en mí, de lo crucial que era Simone Plastrik para ese grupo, para dar fuerza a los compromisos y para la sobrevivencia (la continuidad) de la revista. Mientras Mitchell y yo formábamos nuestro propio grupo central, Maxine Phillips sucedió a Simone y se volvió nuestro centro, nuestra camarada indispensable. Mark Levinson ha sido editor de libros por varias décadas, se mantiene fuerte, y en años recientes se le unió David Marcus. No puedo mencionar a todos los demás, al consejo editorial y los miembros del comité ejecutivo y a los escritores también, de todo el mundo, quienes han trabajado con Mitchell, Mark, Maxine y conmigo a lo largo de los años, quienes vinieron a juntas, escribieron artículos, nos dijeron lo que estábamos haciendo mal y, ocasionalmente, lo que estábamos haciendo bien. Cuatro de esos colegas y camaradas deberían estar aquí pero murieron el año pasado: Pat Sexton, Horst Brand, Murray Hausknecht y Marshall Berman. También estoy de luto por la muerte de Norman Geras, que ocurrió tan solo hace unos días. Él era un inglés de izquierda, siempre cercano a Dissent. Michael Kazin se volvió coeditor hace unos años y sus muchas virtudes hicieron posible que yo me hiciera a un lado, tal como necesitaba hacerlo. Junto con Maxine, Michael, hemos reclutado a un magnífico equipo de escritores y editores: Nick Serpe, Sarah Leonard y Tim Barker. Grace Goldfarb trabajó muy duro y con gran habilidad para organizar este evento y continuará trabajando para la revista, consiguiendo el dinero que necesitamos para seguir; espero que su contacto con ella sea continuo y productivo.
Éste es el momento de agradecer a Barney Frank, Leon Wieseltier y Charlie (C. K.) Williams. Tengo una larga historia con Barney y Leon; Charlie es un descubrimiento más reciente. Intento ahora vivir lo suficiente para leer todos sus poemas. Nuestros co-anfitriones Randi Weingarten y Jules Bernstein hicieron este evento posible y también hicieron que fuera un éxito, Jules y yo fuimos niños juntos en Brandeis y sesenta años después, somos viejos juntos.
Sesenta años es también el tiempo que he conocido y amado a Judith Borodovko Walzer: nos unimos el año en que se fundó Dissent. Ella es mi camarada más cercana y mi crítica más inteligente. Mis hijos y mis nietos, casi todos ellos, están aquí esta noche, disidentes y futuros disidentes. Una de mis hijas tiene más de una razón para estar aquí, ya que ella es miembro de la UFT (United Federation of Teachers). De hecho, si han leído Dissent en los últimos años, sabrán que cuando los maestros están siendo atacados, todos somos miembros de la UFT.
Estoy agradecido con todos y cada uno de ustedes. Después de sesenta años, los principios que afirmaron los primeros disidentes son todavía nuestros principios. Nuestros compromisos compartidos han sobrevivido a severos desacuerdos internos. Juntos hemos sostenido un compañerismo político, sin los rompimientos ni peleas de facciones que son tan comunes en la izquierda.
Estos son nuestros compromisos: creemos en la posibilidad no de justicia perfecta, no del reino mesiánico, ni siquiera de una sociedad sin clases, sino de lo que Irving llamó “un mundo más atractivo”, más atractivo que el mundo en el que vivimos: un mejor lugar, una sociedad más igualitaria. Estamos dando continuidad al trabajo de generaciones socialistas, socialdemócratas y sindicalistas que han peleado por la redistribución de la riqueza y el poder, y también por una igualdad humana total, una igualdad que, por decirlo de alguna forma, vaya hasta el fondo. Siempre he pensado que los términos negativos describen mejor a nuestro igualitarismo: un “mejor lugar” es un lugar donde no haya reverencias, no más escalofríos atemorizados en presencia del rico y poderoso; no más arrogancia; no más deferencia; no más “alto y todopoderoso”; no más amos; no más esclavos.
La democracia es simplemente la versión política de esta igualdad y, por lo tanto somos demócratas radicales y feroces críticos de cualquier forma de autoritarismo, de toda dictadura de vanguardia, de cualquier líder máximo y cualquier general engreído, incluso de aquellos que se llaman a sí mismos de izquierda, y de cualquier fanático que proclame que gobierna en nombre de Dios. No hay izquierda decente, y hay poca probabilidad de decencia alguna, sin democracia.
También estamos comprometidos con el auto-gobierno en la economía. Hicimos las paces con el mercado hace mucho, pero no con el mercado “libre”, no con la oligarquía capitalista e inequidad radical, no con la tiranía en las fábricas, en las tiendas y en las escuelas; no con el desempleo y la pobreza. Como en tiempos antiguos, todavía es cierto que los ricos pisotean las caras de los pobres. Esta es, entonces, la descripción más simple de nuestra política: estamos en contra de cualquier pisoteo. Estamos con los pobres, no sólo para ayudarlos como si pudiéramos ser sus benefactores, sino para ayudarlos a ayudarse, ya que esto es lo que la igualdad requiere. Recordemos la máxima con la que algunos de nosotros crecimos: “La liberación de la clase trabajadora sólo puede ser obra de la clase trabajadora misma.” Esto es cierto respecto a toda liberación.
Nos oponemos al terrorismo, incluso cuando se llama a sí mismo revolucionario, y nos oponemos a todos los apologistas del terrorismo. La defensa de vidas inocentes, en casa y en el extranjero, es un valor central de la izquierda; es la forma más elemental de solidaridad y de internacionalismo. Por esa razón es que apoyamos el uso de la fuerza para detener el asesinato en masa en lugares como Rwanda y Darfur, y disentimos de la indiferencia de la mayor parte del mundo. Aquí tenemos un mandato judicial bíblico que incluso los ateos de izquierda pueden volver suyo: “No permanezcas impasible ante el derramamiento de sangre de tu vecino.” Como los demócratas y socialistas siempre han hecho o debieran hacer, nos oponemos a las guerras de agresión y conquista, a las guerras por recursos naturales, a las guerras colonialistas; nos oponemos también a las guerras revolucionarias, incluso aquellas que derivan en cierta forma de ideas de uno de nuestros progenitores distantes, León Trotsky: el Ejército Rojo marchando sobre Varsovia para llevar el comunismo a Polonia, el ejercito Estadounidense marchando sobre Bagdad para llevar la democracia a Irak. Éstas son guerras injustas; el comunismo y la democracia debe ser buscado por otros medios.
La lucha por la equidad también es una lucha por la inclusión: un estado social demócrata debe dar derechos iguales a todos sus ciudadanos para hablar, asociarse, votar y organizarse, e igual oportunidad a esos mismos ciudadano, para participar en todas las actividades de nuestra vida común. Pensemos en el Estado como en una comunidad cerrada, con grupos excluidos tocando a nuestras puertas, demandando la entrada: judíos, negros y mujeres, inmigrantes y refugiados políticos, gays y lesbianas, personas discapacitadas. Algunos de nosotros ya estamos dentro, otros no. Pero estamos todos del lado de los excluidos, una vez más, no para ayudarlos a entrar a la comunidad sino para ayudarles a construir su propio camino hasta ella, para lograr ser miembros de ella y de nuestra democracia al mismo tiempo. El estado democrático debe ser la obra de todos aquellos que quieren vivir en él.
Ahora imagínense que de hecho estamos viviendo en él, en un mejor lugar, en un mundo más atractivo, como creo que un día viviremos. Y entonces miraremos alrededor y veremos que hay formas de injusticia que persisten, también de opresión, y de esos “altos y todopoderosos”, y pensaremos que debe haber un mundo un poco más atractivo, un lugar mucho, mucho mejor. Cualesquiera que sean las victorias que ganemos, aún habrá lugar y necesidad para una revista llamada Dissent.
(Traducción de Elisa Corona)
(Publicado con permiso de la revista Dissent)