Foto: Daniela Tarazona Velutini

Semanario simiesco #1: Sexo recreativo

La primera entrega de una serie que, a lo largo de un mes, darรก testimonio de lo que se ve en los ojos de Toto, el orangutรกn del Zoolรณgico de Chapultepec.
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Jueves 8 de febrero de 2018. 14:15 pm. El cielo de la ciudad estรก nublado. No hay viento. Me adentro al Bosque de Chapultepec con el recuerdo de la รบltima vez que estuve de visita en el zoolรณgico. He vuelto para buscar al orangutรกn del que me enamorรฉ en aquel entonces; apenas cruzamos las miradas y yo no puedo olvidarlo. Voy a encontrarme con รฉl.

Presento al lector el primer registro de una bitรกcora de las visitas que realizarรฉ para ver a Toto una vez por semana, a lo largo de un mes. Quiero dar un testimonio de lo que veo en รฉl o mediante sus ojos, siendo ambiciosa, sรญ.

Atravieso la entrada del zoolรณgico. Leo los carteles. Me pierdo. Los caminos que me llevan hacia donde estรก tienen el tono del cielo, son grises y opacos. El sol asoma, de cuando en cuando, y hace triรกngulos amarillos sobre el cemento. Hay pocos visitantes: padres con hijos, sobre todo, bebรฉs a bordo de carriolas y niรฑos que acuden curiosos hacia los habitรกculos de los animales.

Veo a los monos araรฑa, son tres, uno estรก sentado sobre un columpio, otro va y viene entusiasmado, trepรกndose por la malla ciclรณnica que envuelve la jaula, y el tercero da la espalda al pรบblico, en una posiciรณn semejante al Pensador de Rodin. Un niรฑo dice que el mono del columpio โ€œestรก en su camitaโ€.

Sigo de frente, ansiosa por encontrarme al orangutรกn. Acabo de saber, al tener una entrevista con el doctor Constantino Macรญas, director del Instituto de Ecologรญa de la UNAM, que los orangutanes tienen sexo recreativo, sin que intervengan sus periodos reproductivos, y que, ademรกs, emplean distintas posiciones para hacerlo. En la siguiente jaula, veo al mandril en la parte baja del bosquecillo. โ€œSu nariz estรก muy extraรฑaโ€, dice un niรฑo.

Mientras sigo de pie allรญ y pienso que el mandril tiene cierto diseรฑo punk, escucho los gritos del siamang y no tengo alternativa: voy a verlo, como si fuera a atender una llamada de auxilio. Estรก aullando y va de un lado a otro de la jaula presumiendo una bolsa bajo el hocico que infla y desinfla tras cada alarido: un globo de pellejo gris que, ademรกs, emite una vibraciรณn cuando el grito cesa.

Me encuentro, luego, frente a la jaula de las martuchas. Una de ellas juega con un limรณn que cayรณ sobre la reja y de pronto recibo un limonazo en la muรฑeca que me impide seguir tomando apuntes.

Sigo mi camino. En la infografรญa que acompaรฑa al letrero del mono patas, leo: โ€œgracias a รฉl existe una vacuna contra la polioโ€.

Me detengo en seco frente a la jaula del tigre de Bengala que parece disecado detrรกs del cristal. Y escucho a un hijo que le dice a su padre:

    โ€”Solo hay uno.
    โ€”Es que estรกn extinguiรฉndose las especies.

El รบltimo animal que observo antes de toparme con el orangutรกn es al perezoso. El pelo que le rodea el rostro tiene un color que se degrada hacia las puntas, como si llevara mechas californianas.

Finalmente, llego a ver a Toto. Segรบn mis indagaciones naciรณ en 1991, lo que aรบn no consigo averiguar es en dรณnde. ร‰l tiene 27 aรฑos y yo 42. Lo encuentro cubierto de la cabeza a las patas con una cobija. No entiendo si se debe al frรญo o al fastidio de estar expuesto. Lo indagarรฉ. Transcurren unos minutos y se destapa el rostro y nos mira de reojo, lleva entre los labios una vara de paja que mastica de cuando en cuando. El pelambre de su cuerpo forma largas rastas que sobresalen bajo la tela. Al final del tronco del รกrbol falso hay una caca de buen tamaรฑo y consistencia. En la pared del fondo a alguien le pareciรณ importante dibujar las ramas de un รกrbol y un poco de follaje mรกs abajo, pero la imagen carece de profundidad. Es una selva que no deja imaginar lo que estรก lejos. Creo que Toto, bajo la cobija, se rasca.

Los orangutanes son arborรญcolas y la pasan mal en el suelo, me comentรณ el doctor Macรญas. Yo, que ahora soy una hembra primate, quiero treparme a lo mรกs alto de un รกrbol y esconderme entre las ramas. Toto estรก apenas a un metro del cemento cubierto de paja en el que vive.

โ€œItโ€™s funnyโ€, le dice una mujer estadounidense de unos sesenta aรฑos a su acompaรฑante, que estรก detrรกs de mรญ y masca chicle, mientras mira al orangutรกn cubierto con la cobija.

De pronto, Toto decide acercarse. Viene con el rostro descubierto y la cobija cubriรฉndole la cabeza y buena parte del inmenso cuerpo. Lleva la cobija al revรฉs, con el tejido mรกs abrigador hacia afuera. Baja del รกrbol para sentarse justo frente a mรญ. Nos separa el cristal, pero รฉl estรก a menos de un metro de distancia. Mi mirada se cruza con la suya, otra vez. Son unos segundos apenas, pero yo le sostengo la mirada, o รฉl a mรญ, no lo tengo claro todavรญa. Alguien que se va, le dice: โ€œadiรณs, jefeโ€. Veo el puรฑo de Toto. Es del tamaรฑo de la cabeza del niรฑo que estรก a mi lado.

    โ€”ยฟPor quรฉ se queda quieto? Pregunta el niรฑo a su padre.
    โ€”ยฟPor quรฉ nos estรก viendo? Vuelve a preguntar.

Toto es pelirrojo y los rayos delgados de sol le sacan brillo.

Llegan dos amigas, una le dice a la otra: โ€œTiene un parecido entre el Sergio y el Gerardoโ€. El orangutรกn detiene los ojos en la libreta que sostengo entre las manos. Es de colores. Me mira de nuevo. Tiene las pestaรฑas claras. Sus ojos son abismales, como el amor o la selva. Al verlos, casi puedo oler su piel, y algo en mi cuerpo se enciende. Me avergรผenzo.

Me percato del silencio en el que estamos unas ocho personas, observando al animal que, a su vez, nos mira a todos. Mejor que se quede quieto, pienso. Cuando se mueve da miedo: lo hace con lentitud, sin embargo, su cuerpo es demasiado grande. Los orangutanes presentan un marcado dimorfismo sexual: los machos son bastante mรกs grandes y masivos que las hembras. Mejor que sea una estatua a que estรฉ en movimiento. Pero รฉl se desplaza ahora a la otra ventana. Allรญ se detiene. Alza la vista, un chorro poco abundante de orina escurre sobre el tronco de cemento.

Una hora despuรฉs, Toto se acerca hacia el fondo y sale por una puerta. Camino a la par del cristal para ver que se fue a la vitrina contigua y desapareciรณ de nuestro horizonte, quizรกs es la hora de la comida. Quiero saber mรกs sobre รฉl y sus semejantes. Y sobre mรญ. La prรณxima bitรกcora mostrarรก mis indagaciones al respecto. Toto es un macho que me seduce. Su reclusiรณn es mi pregunta.

El doctor Macรญas me dijo que habรญa palomas que acaban fijando su vista en la esquina de la jaula, cuando no tienen a quiรฉn cortejar, y que la esquina acaba siendo su amor. Tal vez eso le pasa a Toto o a mรญ.

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(Ciudad de Mรฉxico, 1975) es autora, entre otros, de El animal sobre la piedra (Almadรญa, 2000) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2012). En 2022 obtuvo el Premio de Literatura Sor Juana Inรฉs de la Cruz por su novela mรกs reciente, Isla partida (Almadรญa, 2021).


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