Una tristeza insoportable

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I. “La vida es de una tristeza insoportable”

“La vida es de una tristeza insoportable”, es lo que repite Fate en 2666. En realidad lo repiten muchos de los personajes, con distintas palabras y con distintos pretextos, en los libros de B. (hablo de B., y no de Bolaรฑo, por aceptar la confusiรณn entre autor y narrador con la que a B. le gustaba jugar). Esa tristeza la repiten tanto sus personajes que puede llegar a dar vergรผenza ajena. Pรกgina por medio nos encontramos con machos corajudos que en situaciones inesperadas sienten deseos de llorar, o lloran, sencillamente. Los crรญticos Pelletier y Espinoza se pasean por Hamburgo contรกndose amores: “La conversaciรณn y el paseo sรณlo sirviรณ para sumirlos aรบn mรกs en ese estado melancรณlico, a tal grado que al cabo de dos horas ambos sintieron que se estaban ahogando.”

Casi todos los libros de B. son ferozmente melancรณlicos (ferocidad y melancolรญa, a un tiempo). Tanto que bordean peligrosamente el sentimentalismo –todo lo bordea peligrosamente B.– y luego entran de lleno en รฉl. Y luego se “ahogan” en esa melancolรญa y luego salen mรกs bien fortalecidos, casi invulnerables. ¿Cรณmo diablos lo hacรญa B.?

Primera hipรณtesis: esa aguda melancolรญa, que a primera vista parece romรกntica (en el contemporรกneo sentido de “sentimental”), adopta en B. una forma diferente, mucho mรกs antigua. Una forma que el romanticismo mรกs bien enmascarรณ y negรณ pรบblicamente, haciรฉndolo sinรณnimo, como en Werther, de languidez y apatรญa (un depresivo sin fases manรญacas, dirรญamos, en la jerga de estos dรญas).

La melancolรญa de B. no es de ese tipo. Sino que se acerca mรกs a la etimologรญa griega de la palabra. Melancolรญa viene de “mela-cholรฉ”: la bilis negra. Uno de los cuatro humores de la medicina de Galeno e Hipรณcrates. A saber: la sangre, la saliva (en la cual se comprenden las lรกgrimas), la bilis blanca o pus (la de las heridas supurantes) y la bilis negra (la bilis de las heridas interiores, dijรฉramos). La mela cholรฉ.

Cuando esa bilis negra, antiguamente llamada tambiรฉn “atrabilis”, se agolpa y estalla, estamos en presencia de lo atrabiliario. Muchos personajes creados por B., junto con querer llorar a gritos, sufren de esos ataques de ira –el estallido de la atrabilis– que les hace desear, como dice alguien en Estrella distante, “quemar el mundo”.

 

II. La poesรญa como vida peligrosa

Hay otra manera de la melancolรญa, en la obra de B., cuyo parentesco serรญa hipocresรญa omitir. Es la estรฉtica fascista aludida de mil maneras en su obra, pero sobre todo en ese contubernio, ese matrimonio del cielo y el infierno, que habrรญa dicho Blake, entre la belleza y la violencia. Un cierto dandismo cuya elegancia favorita y radical es la muerte. Para el que quiera ver no debieran hacer falta muchas pruebas.

Desde La literatura nazi en Amรฉrica las ficciones de B. abundan en escritores a la vez vanguardistas y fascistas, abiertos o secretos,conscientes, o crรญpticos que no lo saben. Escritores nazis de tan vanguardistas, de tan dandis, justamente. Por cierto, hay muchos otros personajes, en esta obra torrencial, que no lo son; y mรกs naturalmente aรบn, porque B. era un artista, los personajes afectados por esa estรฉtica fascista no son de una pieza sino que conviven con su propia humanidad y su delicadeza; y a veces hasta con lo que mรกs desprecian: su normalidad burguesa.

Esa “รฉtica de la resistencia”, que a veces se atribuye a B., parece un nombre demasiado elรญptico y posmoderno para llamar a lo que es una vieja estรฉtica, en realidad. Esa que querrรญa convertir a la vida en obra de arte, en poesรญa, mediante el dramรกtico recurso del vivere pericolosamente.

Querer vivir peligrosamente, y sรณlo poder imaginarlo.

Se dirรญa que es un pesimismo luciferino. Pero del Lucifer reciรฉn expulsado de la presencia de Dios. Ferozmente triste, a la vez que ardiendo en deseos de actuar, de comunicar su melancolรญa al mundo; y hacerlo matando o escribiendo, que en tantos personajes de B. es lo mismo. Una belleza terrible.

La รฉtica bestial del fascismo y el esteticismo angelical de las vanguardias se tocan. Lo sabemos demasiado y B. no lo ignoraba. Hay que recordar, en 2666, el placer sexual de esos crรญticos que se sacuden de todo su pretencioso humanismo, pateando hasta casi matarlo a un taxista paquistanรญ en Londres. Recordar el placer furibundo de esos estetas, de esos dandis.

Querer vivir peligrosamente, y sรณlo poder imaginarlo, o leerlo o escribirlo. Melancolรญa, mela-cholรฉ, bilis negra.

 

III. La muerte de la melancolรญa.

La melancolรญa personal de B. no importa nada. Lo que importa aquรญ es esta melancolรญa como hipรณtesis de una estรฉtica nihilista: la literatura, al igual que nosotros, al igual que el mundo, va derecho hacia ese matadero en el desierto que es Santa Teresa.

¿Quรฉ hay de nuevo en esto? ¿Quรฉ, que no hubiera podido escribir un poeta barroco del memento mori? O mรกs atrรกs, hasta el origen. ¿Quรฉ, que no hubiera escrito ya el profeta Isaรญas, verdadero autor de la imagen “manriqueana” aquella que hace menos a nuestras vidas que “verduras de las eras”? Nada nuevo.

Salvo que entendamos, o sospechemos, que en las novelas de B. no sรณlo somos nosotros como individuos, y la literatura y el arte, los que vamos al matadero. Sino que es la misma melancolรญa la que estรก en extinciรณn (una manifestaciรณn mรกs de la muerte de la tragedia; agonรญa lentรญsima que se arrastra desde Sรณcrates, mรกs o menos, si hemos de creer a Nietzsche).

Ahora la melancolรญa ha dejado de ser poรฉtica y se ha vuelto prosaica, pero en el sentido de Prozac, el antidepresivo. Vivimos en la era del Prozac. A la melancolรญa ahora se le llama depresiรณn, y se le trata masivamente. Se le receta una pรญldora y entretenimientos, diversiรณn, literatura. Sรญ, literatura como distracciรณn. Nada nuevo tampoco, salvo que hoy es masivo. “Leed y os distraerรฉis”, le recomendaba el mรฉdico al gran comediante Garrik para curarle su esplรญn romรกntico. “Tanto he leรญdo”, le contestaba el actor meneando la cabeza. Doscientos aรฑos despuรฉs Ophrah Winfrey nos recomienda lo mismo. Y casi podemos ver las cenizas de B. encendiรฉndose de nuevo, ardiendo de rabia: ¡la lectura como medicamento, adormidera, ansiolรญtico!

De ahรญ, sospechemos, el cuidado amoroso con el que B. amamantaba su rabia (hartรกndola de ella misma, de bilis negra, precisamente). Amamantaba su mela-cholรฉ para que esa energรญa furiosa, luciferina, no sucumbiera al hechizo de su gemelo maldito: ese pesimismo esencial que a veces llamamos desidia (y que en tiempos medievales se llamaba acedia: la enfermedad de los monjes que un dรญa perdรญan las ganas de vivir, la peor tentaciรณn de San Antonio). Esa desidia sospecha secretamente que toda acciรณn es inรบtil, ya que la literatura –y con ella los escritores– estรก destinada solamente a los desiertos (que es como decir a los osarios) de Sonora, es decir al matadero. Olvido, extinciรณn, desapariciรณn en vida por la falta de lectores –como no sean los lectores otros escritores (mรกs sobre esto, luego).

Es la melancolรญa de Amalfitano en Santa Teresa, o la de Duchamp, poniendo a colgar un libro de geometrรญa. La geometrรญa, precisamente, que ha sido desde la antigรผedad una metรกfora de la melancolรญa de la razรณn; o sea, de la inutilidad del esfuerzo intelectual por medir el misterio del mundo.

Lo valiente en la obra de B. tiene poco que ver con los desplantes de sus poetas malditos –que adoran los bolaรฑistas adolescentes– y mucho mรกs con su coraje para practicar una literatura que se atreve a esa melancolรญa radical, en la era prozaica; la era ferozmente anti-melancรณlica y prosaica del Prozac.

 

IV. El resentimiento de Los รngeles.

Mihรกly Dรฉs afirma que B. tenรญa a la literatura como รบnica patria y tema, ya que era un desterrado proveniente de un pueblo perdido en Chile al que no lo ligaba nada. Creo que estรก en lo cierto, pero que se equivoca en un detalle. Yo dirรญa que algo ligaba a B. con su pueblo de origen. Ese pueblo se llama Los รngeles –no L.A., de California, sino Los รngeles de la frontera, en el sur lluvioso de Chile. Y acaso lo que ligaba a B. a esa provincia perdida era el resentimiento. El resentimiento de Los รngeles; en todo su doble sentido.

El re-sentir, el sentir dos veces, el sentirse, es algo muy chileno. Neruda decรญa que habรญa que tener cuidado con Chile porque era “el paรญs de los sentidos”. Pero no se referรญa a los cinco sentidos, sino a que en Chile la gente se enoja fรกcilmente, tiene la piel delicada y la memoria larga, y queda resentida; en realidad, casi como que gozรกramos de resentirnos. Y parece que cuanto mรกs al sur de Chile se nace, mayor el resentimiento (que perdonen los sureรฑos).

Naturalmente, tanto resentimiento produce melancolรญa. Una melancolรญa frecuentemente silenciosa o cuando mucho murmuradora, susurrante. El taimado, el amurrado, se dice en Chile de aquel que se queda sin voz de pura rabia. Tambiรฉn se lo podrรญa llamar “el melancรณlico”.

B. tuvo un modo genial de eludir la melancolรญa silenciosa de los รกngeles del resentimiento chileno. La convirtiรณ en estรฉtica. Podrรญa discernirse una estรฉtica especรญficamente chilena en la obra de B. Una estรฉtica del sur de Chile; una estรฉtica “penquista”, para usar el gentilicio con el que se designa a los habitantes de esa zona, en general. La investigaciรณn de esa estรฉtica conducirรญa a explorar cรณmo B. pudo elevar el chismorreo literario a la condiciรณn de รฉpica, usando los recursos que le proporcionaba el chilenรญsimo arte del “pelambre”, tambiรฉn llamado con las voces mapuches “copucheo” o “cahuineo” (creo que pocos dialectos latinoamericanos tienen mรกs palabras para denominar al chismorreo, lo que demuestra la matizada perfecciรณn que hemos alcanzado en ese campo del lenguaje).

“Nunca salรญ del horroroso Chile”, escribiรณ otro poeta chileno, Enrique Lihn. En algรบn sentido, si no se podรญa hablar mal de Mรฉxico, ni bien de Chile, con B. (conforme lo ha observado Juan Villoro), es porque algo de รฉl era muy chileno. Por muy expatriado que fuera, algo de B. nunca saliรณ de la ciudad de Los รngeles (tan lejos de los otros de California), cerca de la Araucanรญa de Chile. Nunca se librรณ de los horrorosos “รกngeles” del resentimiento chileno. Lo que hizo, en cambio, fue derrotar su silencio; darles una voz que se oyera muy lejos. Una voz como un incendio en esos bosques, envuelta en llamas.

 

V. La cortesรญa de la desesperaciรณn

El gran remedio de B. contra su propia mela-cholรฉ, y la de sus obras y personajes, es el humor.

Alguien le preguntaba a Henry de Montherlant (dandi, adorador del coraje, suicida): ¿Cรณmo es posible que usted que es tan triste pueda reรญrse y hacer reรญr tanto? Y รฉl contestaba: “Ah, es que mi humor es la cortesรญa de mi desesperaciรณn”.

 

VI. La soledad del Quijote

Mihรกly Dรฉs ha hecho un paralelo arriesgado entre la obra de B. y el Quijote de Cervantes.

Bien observado. ¿Pero dรณnde estรก Sancho en la obra de B.? Hay en ella Quijotes literarios, muchos, enloquecidos por la lectura. Aunque mรกs por las lecturas sofisticadas que por las ingenuas; y aรบn mรกs por la escritura vanguardista que por la lectura inocente; y aรบn mรกs: enloquecidos por un ideal apocalรญptico y milenarista de la literatura (no por “desfacer” los entuertos de este mundo). Pero no existe en su obra el escรฉptico, prรกctico y humanรญsimo Sancho que descree de esta cruzada ficticia de los caballeros de las letras. No hay un Sancho que llame al orden al caballero loco de poesรญa y le recuerde que los tรญteres del retablo de maese Pedro son sรณlo eso, y que la gente tambiรฉn vive y hasta es feliz, aunque ignore la existencia veraz y sagrada de la poesรญa (acaso sobre todo si la ignora).

Carencia del contrapeso sanchopancista que contribuye a la melancolรญa general en la obra de B. Sus Quijotes carecen de escuderos que los calmen cuando les dan sus pataletas de furia o pena y empiezan a descabezar muรฑecos o patear taxistas. Nadie que les ridiculice un poco su mela-cholรฉ.

Es como si esos escritores enloquecidos que pululan y ululan por sus libros hubieran enloquecido no sรณlo de tanto leer, sino de soledad. La soledad del Quijote abandonado por Sancho Panza. La soledad del escritor abandonado por su lector comรบn, el del sentido comรบn. El de B. es un Quijote escritor que sospecha que ya no quedan otros lectores mรกs que los propios escritores. No hay lectores corrientes, escuderos que nos aterricen con un buen refrรกn, sino sรณlo Quijotes leyรฉndose a sรญ mismos.

¿Distopรญa? No, si es que B. –el personaje, el alter ego, y acaso el autor tambiรฉn– hubiera tenido razรณn: habrรญa que ser un Quijote, hoy dรญa, para atreverse a leer un libro no por mera diversiรณn, sino por la mera belleza de su melancolรญa.

 

VII. El bolaรฑismo triste

La rabia triste, la mela-cholรฉ de B., siendo en general inofensiva para la vida real –como lo es la literatura–, no es sin embargo inocua –para la vida literaria. Su rabia atrabiliaria favoreciรณ en algo un rasgo perverso de la vida literaria latinoamericana. En Santiago, como en Lima o Montevideo, y tambiรฉn en Buenos Aires y Mรฉxico y Madrid (menos, cuanto mรกs grande es el ambiente), y sobre todo entre los practicantes del bolaรฑismo, claro, que hoy son legiรณn, oรญmos que se cita a B. –y en realidad se lo abusa– como un pretexto mรกs para practicar nuestra vieja y descorazonadora capacidad para el maniqueรญsmo, para el absolutismo intelectual hispano. O dicho al revรฉs: nuestra ancestral incapacidad para el claroscuro, para la duda, para el matiz.

Aquella teorรญa y prรกctica de la vida literaria, entendida por B. en su obra y en su existencia, como guerrilla sin cuartel, atiza esa tendencia nuestra al maniqueรญsmo devorador –que vuelve a la comunidad latinoamericana de los literatti una peligrosa tribu canรญbal. En seminarios, lanzamientos y “vinos de honor”, todos los dรญas y a todas horas, en la bรกrbara literatura hispanoamericana, no hay escritor que no monde sus dientes con un huesito afilado, un astrรกgalo, acaso, que es todo lo que quedรณ despuรฉs de que se comiรณ crudo a algรบn colega.

Serรญa obtuso tomar demasiado en serio aquella contribuciรณn de B. al canibalismo literario hispanoamericano. Se trata mรกs bien de una manifestaciรณn de humor que le sobrevive, una broma prรกctica a costa de nuestro penosรญsimo gremio.

Hay otro aspecto del culto de B. que puede ser mรกs serio. Es el bolaรฑismo triste. O sea, aquel que da un poco de pena y rabia –o sea, ese que nos produce una legรญtima y bolaรฑรญsima mela-cholรฉ. Sus epรญgonos repercuten hoy la tonada de su maestro con devociรณn y hasta genuflexiรณn. El asunto es un poco triste porque no es la primera vez que una gran influencia literaria aplasta, agosta, frustra a una generaciรณn de admiradores incautos. Y el estilo de B., peculiarmente rรญtmico, pegajoso, hipnรณtico, parece especialmente diseรฑado para ser imitado sin que el copiรณn lo note. Y no digamos nada de sus temas, de su manera de presentar a jรณvenes escritores como hรฉroes, รบltimos caballeros cruzados en pos de un ideal poรฉtico perdido. Es comprensible el atractivo que esta supuesta soledad apocalรญptica puede ejercer, sobre todo entre plumรญferos nuevos, ya que tiene –como dijera Borges de una moda anterior– el “encanto de lo patรฉtico”.

Se ve esta escena en la pelรญcula Patton. El general Patton (George C. Scott) estรก en lo alto de una colina, en el desierto de Libia, dirigiendo una batalla entre sus tanques y los de Rommel. Cuando Patton ve que sus Sherman derrotan por primera vez a los Panzer de Rommel (y aquรญ B. es Rommel, el zorro del desierto de Sonora), entonces el general yanqui, sin despegarse de sus binoculares, lanza o mรกs bien muerde, este grito de triunfo: “¡Leรญ tu libro, hijo de puta, leรญ tu libro!”.

¿Quiรฉn les dirรก a los bolaรฑitos que, en vez de venerar el libro de B., hay que estudiarlo, deshojarlo, desmenuzarlo, abusarlo y hasta torturarlo, hasta que cante, hasta que suelte –o no– el secreto de cรณmo lo hacรญa ese gran “hijo de puta” para escribir tan bien?

 

VIII. El Otoรฑo de Arcimboldo

Hay una prodigiosa clave escondida en ese bello รกngel y bestia que es su personaje final, su Benno von Arcimboldi, de 2666. Estรก el nombre de Benno –“Benito, como Mussolini, no te das cuenta”, le advierte su editor. Y estรก el apellido tomado del pintor milanรฉs del siglo xvi cuyas obras, esos retratos alegรณricos compuestos por frutos y cosas que en sรญ son otras cosas pero que, observadas con cierta distancia y acostumbrado el ojo, dejan aparecer una figura de conjunto. Como las digresiones y las historias intercaladas en los libros mayores de B. sugieren, observadas con cierta distancia (una distancia que a veces parece estratosfรฉrica o lunar) un diseรฑo de conjunto.

Semejantes a las pinturas de Arcimboldo (diseรฑador de vitrales, ilusionista, manierista, es decir, dandi), las novelas de B., compuestas de parcialidades y digresiones, de silencios e infinitos, sugieren tambiรฉn una morbidez del vacรญo. Una melancolรญa, de nuevo, en fin. Pero รฉsta es una melancolรญa final: no hay un sentido, no hay una suma, sรณlo hay una agregaciรณn de partes, que se montan sin jamรกs fundirse del todo. Para que no se olvide que si se desmontan no queda nada. El arte es un juego de ilusiones, al fin. Como dice B. que dice Benno: “estaban sus propios libros y sus proyectos de libros futuros, que veรญa como un juego…”

En el cuadro de Arcimboldo donde รฉste retrata al Otoรฑo –mostrado hace poco en Berlรญn, en una exposiciรณn precisamente acerca de la melancolรญa– vemos el busto de un hombre hecho sรณlo de frutos maduros. La parte superior del crรกneo, si no recuerdo mal, estรก formada por un apetitoso racimo de uvas pintonas. La nariz es un pepino dulce. En fin, es una naturaleza muerta, pero viva, montada con las cosechas de lo que madurรณ en el verano. Hay flores tambiรฉn pero ya pรกlidas. Porque, claro, se aproxima el invierno. Y en efecto, los ojos, que fueron pintados como unas castaรฑas, miran tristes hacia la derecha divisando los frรญos que se aproximan. (¿Que cรณmo es la mirada de unas castaรฑas tristes? Nos harรญa falta B. para describirlo.) El caso es que ese hombre hecho de fragmentos ha cosechado todo, cuando ya es demasiado tarde y el invierno se aproxima. Siempre se cosecha cuando es demasiado tarde, parece decirnos.

En una de las tres ocasiones en que nos vimos le preguntรฉ a Bolaรฑo –no a B., porque esto sรญ va con el hombre y no con el personaje– cรณmo se sentรญa con el รฉxito y el triunfo que le estaban llegando. Levantรณ la cabeza de la sopa que cuchareaba en el restaurante Venecia de Santiago (pero por su gesto de amargura tanto podrรญa haber estado en la crujรญa comedor de un presidio en Los รngeles de la frontera) y me espetรณ: “Me llegรณ demasiado tarde”.

Ay, de la melancolรญa del Otoรฑo. Ay, de la melancolรญa que se esconde tras los juegos de manos y las ilusiones de Arcimboldo: todo estรก maduro, por fin, cuando ya no queda tiempo para nada.

Los libros que lo imitarรกn, las tesis que se cernirรกn sobre su obra, las cรกtedras que lo “deconstruirรกn”, y hasta –pobre de B.– los dibujitos expoliados del fondo de los discos duros mรกs duros y el triste bolaรฑismo epigonal, serรกn –ya son– esos frutos tardรญos que no recogerรก. Las uvas y el pepino dulce y las castaรฑas tristes que, cuando los desmontamos y separamos, dejan de ser un retrato vivo, lleno de tristeza y rabia y deseo, como es la vida, y vuelven a ser una naturaleza muerta. Si nos acercamos demasiado al cuadro o al libro, la imagen se desvanece, las letras se borronean.

Donde hubo un rostro queda solamente la monstruosa mela-cholรฉ del vacรญo. ~

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Es escritor. Si te vieras con mis ojos (Alfaguara, 2016), la novela con la que obtuvo el premio Mario Vargas Llosa, es su libro mรกs reciente.


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