El conflicto religioso no fue un simple conflicto de poder entre las grandes potencias europeas o una disputa cortesana entre nobles ambiciosos: tuvo un fuerte impacto en todas las clases sociales โno se extirpan mil aรฑos de catolicismo en tres generaciones sin provocar graves problemas de conciencia ni socavar, quizรก fatalmente, ciertas jerarquรญasโ y estimulรณ la creaciรณn de un sentimiento nacionalista que aรบn alienta, por ejemplo โsi bien muy degradadoโ, en el jingoรญsmo del Partido de la Independencia del Reino Unido (ukip). El Shakespeare de la era Tudor, el autor de los dramas histรณricos que revivieron para el pรบblico los horrores de la guerra civil de las Dos Rosas, no fue ajeno a esta labor de propaganda. La imagen de Inglaterra como isla-fortaleza asediada por las fuerzas malignas del continente aparece codificada en la profecรญa memorable de John de Gaunt en Ricardo II (c. 1595): โEste augusto trono de reyes, esta isla sometida por un cetro […] esta fortaleza construida por la propia Natura, contra la mano infectada de la guerra.โ Pero los dramas histรณricos servรญan tambiรฉn para advertir de otro peligro: el de la ruptura intestina y la desuniรณn. Por supuesto, nada es tan sencillo en Shakespeare: bajo la tapa de las arengas y los finales concluyentes bulle un caldo de ambigรผedades y tensiรณn irresuelta que encarna los conflictos de la รฉpoca. El carรกcter del teatro como espectรกculo popular dirigido por igual al vulgo y a la nobleza lo convirtiรณ muy pronto โlos primeros teatros londinenses se inauguraron cuando Shakespeare tenรญa doce aรฑosโ en algo mรกs que una diversiรณn. La escena era el lugar donde el pueblo accedรญa a una imagen de sรญ mismo; sus respuestas eran una โvรกlvula de escapeโ (Hughes), pero tambiรฉn un modo de influir en esa imagen y tomar conciencia de su espesor: social, religioso, histรณrico. Shakespeare fue un maestro en este arte: sus grandes tragedias, de Hamlet en adelante, no dudan en dejar cabos sueltos y zonas grises que atraen e incluso exigen la identificaciรณn imaginativa del pรบblico, forzado a ponerse en la piel de los personajes y sondear sus pensamientos y sus motivaciones secretas. Stephen Greenblatt, en su biografรญa, lo llama โprincipio de opacidadโ y le atribuye la capacidad de convertir el teatro en โel espacio equรญvoco en el que se desmoronan las explicaciones convencionales, en el que una persona puede meterse en la mente de otra, y en el que lo fantรกstico y lo carnal se tocanโ. En cierto modo, Shakespeare replica en la estructura de su obra la pรกtina de moderaciรณn que la reina Isabel habรญa dado a la herencia de su hermanastra: las obras ofrecen un marco mรกs o menos estable para el surgimiento de fuerzas violentas que luchan y se contraponen hasta equilibrarse (no siempre de manera satisfactoria, como en Rey Lear o en las llamadas โcomedias problemรกticasโ).
He citado la frase de Greenblatt porque es un comentario muy certero de su propio esfuerzo como biรณgrafo en El espejo de un hombre. Casi todo el libro es un intento, a veces exasperado, de โmeterse en la menteโ del bardo. Ciertamente, las circunstancias no juegan a su favor. Casi toda la informaciรณn documental de que disponemos โrecopilada por Samuel Schoenbaum en 1975โ consta de escrituras de propiedad y mandatos legales; no disponemos de un retrato fidedigno โla autenticidad del famoso retrato Chandos sigue sin confirmarseโ, no constan manuscritos suyos aparte de seis firmas en documentos legales y las tres pรกginas del drama Sir Thomas More que se le atribuyen, y nadie sabe quรฉ hizo ni cuรกl fue su paradero durante los llamados โaรฑos perdidosโ entre 1585 y 1592, aunque se piensa que llegรณ a Londres en algรบn momento de la segunda mitad de la dรฉcada de 1580. Fuera de estas evidencias, todo lo que se ha dicho de la vida de Shakespeare es de segunda mano, empezando por John Aubrey, el ingenioso autor de Vidas breves, al que se deben leyendas como que Shakespeare era hijo de un carnicero que acostumbraba lanzar grandes discursos cuando sacrificaba una vaca, o que Shakespeare habรญa trabajado como maestro rural antes de dedicarse al teatro. En verdad, los hechos son mucho mรกs prosaicos y a la vez, cuando se ponen en relaciรณn con la obra de su autor, mucho mรกs enigmรกticos.
William Shakespeare naciรณ en 1564 en Stratford, hijo de John Shakespeare, un guantero que traficaba con lana en el mercado negro. A mediados de la dรฉcada de 1570, John, que habรญa llegado a ser un alto dignatario de la villa, empezรณ a endeudarse y descendiรณ socialmente. En 1582, a los dieciocho aรฑos, William contrajo matrimonio con Anne Hathaway, ocho aรฑos mayor que รฉl. Diez aรฑos despuรฉs aparece la primera menciรณn a su trabajo como dramaturgo en Londres, y hacia finales del decenio de 1590 era ya socio accionista de los Hombres de Lord Chamberlain, que se convertirรญan en los Hombres del Rey con el ascenso de Jacobo I al trono. Retomรณ la vieja solicitud de su padre de un escudo de armas para su familia, y le fue aceptada. El รฉxito comercial despertรณ su vena de hombre de negocios, en los que demostrรณ astucia y firmeza: en 1597 adquiriรณ New Place, una de las mejores casas de Stratford, y a comienzos del nuevo siglo comprรณ tierras de labor en la vecindad y โpagรณ la sustanciosa suma de cuatrocientas cuarenta libras por la mitad del interรฉs de un arriendo de โdiezmos de grano, cereal y pajaโ en Stratford y sus alrededoresโ, arriendo que le producรญa sesenta libras anuales y aseguraba el futuro de su familia… y su propia jubilaciรณn. No tuvo reparos en demandar a su vecino Philip Rogers por una deuda โrelativamente pequeรฑaโ de 35 chelines y diez peniques. Y se dice que durante las dos dรฉcadas que residiรณ en Londres tuvo la costumbre de viajar a Stratford al menos una vez al aรฑo, aunque no hay pruebas que lo avalen. La tempestad fue su despedida de la escena, pero aรบn escribiรณ tres obras mรกs en colaboraciรณn con el joven John Fletcher, una de ellas (ahora perdida) sobre la historia de Cardenio que se cuenta en el Quijote. Y si bien pasรณ los รบltimos tres o cuatro aรฑos de su vida en Stratford, bajรณ con frecuencia a Londres, entre otras cosas para adquirir โโuna casa o viviendaโ construida sobre una de las grandes porterรญas del antiguo priorato de Blackfriarsโ. Los escasos documentos que han conseguido exhumarse sobre su vida en la capital indican que llegรณ a deber dinero al fisco, que vivรญa frugalmente y en alojamientos modestos, y que casi todo el dinero obtenido con su actividad teatral se invirtiรณ en Stratford y su familia, con la cual (salvedad hecha de Susanna, su primogรฉnita) no parece haberse llevado muy bien. Como resume el crรญtico Colin Burrow, โel registro legal de su vida hace pensar en una persona con un afรกn adquisitivo mayor que la media, y considerablemente mรกs exitoso que el hombre comรบnโ. Hace pensar tambiรฉn en un hombre paciente y reservado, con buen ojo para los tratos inmobiliarios y atento a las cuestiones de estatus, rasgo que hereda de su padre.
Greenblatt ordena con diligencia estos datos y otros muchos que ha ido reuniendo a lo largo de una vida de estudio dedicada a Shakespeare y los reviste con indudable talento narrativo, pero no puede evitar โen realidad, ni siquiera lo intentaโ que su relato sea un maratรณn de conjeturas. El โimaginemosโ con que abre el primer capรญtulo no llama a engaรฑo y establece la clave argumental del libro, en especial de su primera mitad, donde los datos son lรณgicamente mรกs escasos. Se recuperan aquรญ viejas historias, como que Shakespeare se vio obligado a huir a Londres despuรฉs de que le sorprendieran cazando furtivamente en tierras de Thomas Lucy, el hacendado local. O nuevas hipรณtesis, aรบn por demostrar, como que su padre fue un recusante catรณlico y William โconvertido en Shakeshafte por obra y gracia de una ortografรญa caprichosaโ pasรณ los โaรฑos perdidosโ en Lancashire, educรกndose en las mansiones de nobles papistas y hasta relacionรกndose con figuras relevantes del catolicismo inglรฉs, como el jesuita Edmund Campion.
Con todo, el uso y abuso de los verbos condicionales y del modo subjuntivo no serรญan preocupantes si Greenblatt no quisiera blindar sus conclusiones con tan frรกgil armadura. Ejemplo de esto es la escena en la que, reciรฉn llegado a Londres, Shakespeare entra en contacto con la obra de Christopher Marlowe โdescrito como una especie de Lord Byron isabelinoโ, cuyo Tamerlรกn el Grande causa furor por su poderรญo verbal y la representaciรณn fidedigna de un ansia de poder que no se detiene ante nada ni nadie. Segรบn Greenblatt
Shakespeare vio casi con toda seguridad la obra y probablemente volviera al teatro a verla una y otra vez. Puede de hecho que fuera una de las primeras representaciones que viera en un corral de comedias โquizรก incluso la primeraโ y, por el efecto que tuvo en sus obras iniciales, da la impresiรณn de que causรณ en รฉl un impacto intenso, visceral; capaz, de hecho, de cambiarle la vida. […] Aquello fue una experiencia trascendental.
Es evidente que la lectura o la asistencia a una funciรณn de Tamerlรกn influyรณ de manera decisiva en Shakespeare: la mera lectura de sus primeros dramas asรญ lo prueba, y Greenblatt defiende con brillantez el caso al analizar las tres partes de Enrique VI. Ademรกs se sabe que fueron colegas y rivales, y que Marlowe detectรณ muy pronto el talento innato del joven aspirante. Pero no hacรญa falta engordar este vรญnculo con una serie de conjeturas superpuestas que, para colmo, se rematan con dos frases dignas de un manual de autoayuda. ยฟCambiarle la vida? Shakespeare, en efecto, adoptรณ un modus vivendi para el que nada en su juventud parece haberlo preparado, pero Marlowe es aquรญ menos un ejemplo vital que un modelo literario del que se puede aprender y sacar rรฉdito: como cualquier aspirante, Shakespeare llega a Londres, mira a su alrededor, descubre que Marlowe estรก en boca de todos y decide que el รฉxito teatral pasa por la imitaciรณn y emulaciรณn de su trabajo.
Abundan los pasajes en que esta plantilla convierte el mundo competitivo y nada sentimental de la escena isabelina en una especie de movimiento romรกntico avant la lettre. Quizรก el error mรกs reiterado sea convertir las grandes tragedias en reflejos mรกs o menos filtrados de la subjetividad del poeta. Greenblatt estudia con brรญo el marco histรณrico y los precedentes literarios de la escritura de Hamlet, Macbeth o Rey Lear, y el libro alcanza ahรญ momentos de gran altura, pero quedan difuminados por una curiosa pobreza hermenรฉutica que insiste en remitir la clave emocional a momentos significativos de la biografรญa de Shakespeare. Asรญ, Falstaff serรญa el medio con el que el poeta se vengรณ de Robert Greene, uno de los โingenios universitariosโ con quienes se midiรณ a su llegada a Londres. Y Hamlet (eje de un largo capรญtulo, โHablar con los muertosโ) serรญa una meditaciรณn sobre la muerte de su รบnico hijo varรณn Hamnet y una anticipaciรณn de la muerte de su padre catรณlico, a quien el dogma puritano, al suprimir la nociรณn de purgatorio, habrรญa negado la posibilidad de activar la comunicaciรณn con el reino de los vivos: tal serรญa, en definitiva, el sentido de la apariciรณn del fantasma Hamlet Sr. al comienzo de la obra.
El planteamiento no es solo reduccionista: tiene el inconveniente de proyectar una concepciรณn romรกntica de la creatividad sobre una serie de obras que, como sugiere James Shapiro en su libro 1606, surgen de un crisol de estรญmulos: polรญticos, literarios y espirituales, pero tambiรฉn por necesidad econรณmica, sentido de la oportunidad o afรกn competitivo. Lo personal alimentรณ sin duda la obra del poeta, pero como parte de un coctel muy complejo creado por intuiciรณn y experiencia, perspicacia compositiva y una comprensiรณn casi telepรกtica de las exigencias sociopolรญticas del momento. Sin descontar el beneficio que Shakespeare derivรณ de su pertenencia a una compaรฑรญa que supo fortalecerse con los aรฑos y en la que actuaron intรฉrpretes memorables, empezando por el gran Richard Burbage, figura carismรกtica que encabezรณ el reparto de las grandes tragedias (Macbeth, Lear, Otelo, etc.) y contribuyรณ sin duda a su fama. El saber que podรญa contar con un elenco de actores experimentados cuyas virtudes conocรญa al dedillo era un estรญmulo aรฑadido.
Es imposible llenar quinientas pรกginas con los datos de que disponemos y las anรฉcdotas que han llegado hasta nosotros, ni siquiera estirando como chicle las conjeturas o dando pรกbulo a hipรณtesis poco probadas. En los mejores pasajes del libro de Shapiro, Shakespeare es menos el asunto central que el objetivo con el que vemos y exploramos con detalle el mundo circundante, el paisaje urbano de la Londres isabelina y jacobea, las interioridades de la escena, la relaciรณn no exenta de riesgo entre los cรณmicos y la nobleza, los usos y costumbres de la รฉpoca. Se cumple asรญ, extraรฑamente, aquella capacidad negativa que Keats asociaba a Shakespeare: siendo nadie o casi nadie, carente de corporeidad, nos permite sin embargo asomarnos a la realidad interna de los reinados de Isabel y Jacobo y pasearnos con lujo de detalles por esos aรฑos de transiciรณn en los que la violencia y la brutalidad del orden medieval conviven con los primeros brotes de la conciencia moderna.
En el esplรฉndido estudio que James Shapiro dedica a 1606, el aรฑo de la escritura y representaciรณn de Rey Lear, Antonio y Cleopatra y Macbeth, el objetivo se estrecha y afina para ofrecernos el equivalente histรณrico de un corte en el terreno. Esta limitaciรณn le ofrece la posibilidad de recrear el mundo โinterior y exteriorโ de Shakespeare atenuando en lo posible las conjeturas. Es un mรฉtodo que ya habรญa ensayado con รฉxito en 1599, definido ahรญ como el aรฑo de Hamlet. El talento narrativo de Shapiro no es menor que el de Greenblatt, pero con una ventaja: lo que pierde en amplitud lo gana en intensidad y concreciรณn, de manera que el aรฑo 1606 se convierte en un pivote sobre el que basculan, hacia atrรกs, una revisiรณn de las tensiones sociopolรญticas que conllevรณ el ascenso (1603) de Jacobo al trono y, hacia delante, un estudio de las formas en que Shakespeare supo adaptarse y responder a las nuevas demandas de la corte. La crรณnica de Greenblatt da todo el tiempo cierta impresiรณn de tenuidad, de estar construida a partir del trabajo previo de informantes. Conjeturas aparte, esto da la medida de su honestidad: en todo momento respeta ante nosotros, sus lectores, la distancia que le/nos separa de aquel tiempo. Shapiro logra algo aรบn mรกs difรญcil: respetar esa distancia y a la vez situarnos de cuajo en el campo de batalla de los aรฑos iniciales del reinado de Jacobo. Y lo hace sin esfuerzo aparente, dosificando los datos y ordenando los argumentos en una secuencia razonable. No he podido evitar leer algunas de sus afirmaciones como reproches al mรฉtodo biogrรกfico de Greenblatt: โLos biรณgrafos modernos que sin embargo especulan sobre estos asuntos, o que, en ausencia de pruebas de archivo, leen los poemas y las obras de teatro como material transparentemente autobiogrรกfico, terminan revelando, de manera inevitable, mรกs de sรญ mismos que de Shakespeare.โ Tambiรฉn corrige afirmaciones que me sorprendiรณ encontrar en El espejo de un hombre, como que Shakespeare seguรญa siendo un hombre relativamente joven en 1606, cuando escribe Rey Lear. A sus 42 aรฑos no era un anciano, desde luego, pero la mayorรญa de sus colegas no morรญan mucho mรกs tarde, y llegar a los cincuenta solo era posible si uno tenรญa buena salud y habรญa conseguido evitar el contagio de la plaga o de alguna enfermedad venรฉrea, o escapar de la cรกrcel y la represiรณn de los powers that be.
Shapiro no hace ascos a ciertas suposiciones, como cuando sitรบa al poeta en el estreno en la corte de Hymenaei, mascarada escrita por Ben Jonson para celebrar la alianza en matrimonio de las casas rivales de Essex y Howard, lo que a su vez permitรญa a Jacobo impulsar su proyecto de uniรณn de las coronas de Inglaterra y Escocia, y asume que Shakespeare nunca habrรญa aceptado un encargo semejante. Pero en general su narrativa se atiene a los hechos y deja que el lector establezca los vรญnculos. El grueso del relato concierne al impacto que la โConspiraciรณn de la pรณlvoraโ tuvo en la psique nacional y en la reorientaciรณn de la polรญtica que Jacobo y sus colaboradores mรกs estrechos seguรญan con el sector catรณlico del paรญs.
Que el intento de Guy Fawkes de volar el Parlamento y descabezar el reino โmatando no solo al rey sino a toda la aristocracia legislativaโ hizo mella en la conciencia del pueblo lo demuestra el hecho de que hasta hace muy poco el 5 de noviembre (Remember, remember, / the Fifth of November) se considerรณ festivo y la oportunidad para demostraciones de fervor nacionalista que incluรญan el prendimiento de hogueras y la quema de efigies del papa y del propio Guy. Segรบn Shapiro, lo crucial de la conspiraciรณn es que no ocurriรณ: โEn ausencia de daรฑos fรญsicos, el terrible resultado debรญa ser imaginado.โ Y el relato oficial se encargรณ de alimentar la hoguera de la imaginaciรณn โignorando el porquรฉ y subrayando en cambio lo que podrรญa haber sido […] Lo que suponรญa que, como en uno de esos grandes dramas jacobeos, su impacto y sus secuelas no dependieron de ningรบn acto de violencia concreta, sino mรกs bien de hacer que la gente imaginara una tragedia inolvidable, como las que parecen tan reales en Lear o Macbethโ. Se establece aquรญ un vรญnculo a tres bandas entre las estrategias del poder, las del teatro y esa curiosa opacidad (la negativa a explicitar del todo las causas que desencadenan el horror) que Greenblatt detecta al fondo de las tragedias mayores de Shakespeare.
Guy Fawkes no actuรณ por su cuenta. No solo tenรญa cรณmplices en Londres, sino que mรกs al norte, en Warwickshire, el condado natal de Shakespeare, estallรณ una fugaz insurrecciรณn que implicรณ a mucha gente conocida por el poeta (โen este nivel socioeconรณmico, el condado de Warwick era un mundo muy pequeรฑoโ). La revuelta era mรกs que una rรฉplica del acto terrorista de Fawkes: pretendรญa secuestrar a la hija del rey, hospedada con una familia vecina, e instaurar un nuevo reinado que corrigiera los abusos de Jacobo. La revuelta no pasรณ a mayores y fue sofocada con rapidez, pero dejรณ en claro que existรญa un fuerte sentimiento catรณlico en Stratford y alrededores y que Shakespeare tuvo por fuerza que tener noticias de la presencia en uno y otro bandos de personas para รฉl familiares. Una de las escenas mรกs fascinantes del libro muestra a unos vecinos de Stratford tasando los objetos prohibidos que habรญan encontrado entre las posesiones de los rebeldes: rosarios, cรกlices, ropas talares, libros devocionales… Como dice Shapiro, โhasta quienes los hallaban perturbadores sabรญan que para los abuelos de todos los presentes en la sala, y seguramente tambiรฉn para sus padres, aquellos objetos habรญan sido sagradosโ. Imposible evocar de manera mรกs sucinta y a la vez mรกs conmovedora la naturaleza del trauma social y espiritual de la Inglaterra posisabelina.
Shapiro desecha la hipรณtesis de un joven Shakeshafte catรณlico contemplada por Greenblatt, pero expone sin ambages la intimidad que el poeta debรญa tener con la revuelta catรณlica de Warwickshire y el modo โoblicuo, indirectoโ en que tales sucesos se plasmaron en su trabajo. Su lectura no cae en reduccionismos biogrรกficos, pero es evidente que Shakespeare estuvo en el epicentro de los sucesos del invierno de 1605-1606: ademรกs de ser el autor seรฑero de la compaรฑรญa real, conocรญa bien la intrincada red de clanes y lealtades familiares del condado insurrecto. Su escritura (en especial en Lear y Macbeth) no tuvo mรกs remedio que hacer lugar a la onda expansiva provocada por la โConspiraciรณn de la pรณlvoraโ.
Con todo, la revuelta cobrรณ una nueva dimensiรณn cuando las autoridades encontraron entre los papeles incautados un manual jesuita, A treatise of equivocation, sobre cรณmo evitar perjurio โla mentira bajo juramentoโ recurriendo a medias verdades o, mรกs grave aรบn, la prรกctica de la llamada โreserva mentalโ. Shapiro reconstruye el trabajo subterrรกneo de los jesuitas, en especial Henry Garnet y el poeta Robert Southwell (admirado por otro escritor cercano a la corte y al complot, Ben Jonson), con el grupo de provincianos catรณlicos del que surgiรณ Fawkes. Y explica muy bien la amenaza que la prรกctica de la casuรญstica jesuita planteaba para los representantes del rey. Como escribiรณ sir John Popham, โsi esta doctrina fuera permitida, suplantarรญa toda forma de justicia, pues somos hombres y no dioses, y solo podemos juzgar de acuerdo con las acciones y las palabras de los hombres, no de acuerdo con sus intenciones internas y secretasโ. Dicho de otro modo: cuando en el mundo โfair is foul and foul is fairโ, como proclaman las brujas en Macbeth, el contrato social corre el riesgo de disolverse.
No debiรณ de ser fรกcil para nuestro poeta abstraerse de este debate, pues la nociรณn de ambigรผedad estaba en el eje de la prรกctica teatral y variantes como la โanfibologรญaโ eran vigas maestras de la retรณrica de sus monรณlogos y sonetos. Las obras no debรญan solo pasar la censura ni tener en cuenta la atmรณsfera sociopolรญtica del momento, siempre cambiante, sino enfrentarse a la hostilidad creciente con que el poder miraba la naturaleza escurridiza y equรญvoca del lenguaje. Como deduce Shapiro, โ[Shakespeare] tuvo que entender que los esfuerzos por reducir la nociรณn de โambigรผedadโ a una treta diabรณlica, algo que debรญa erradicarse y suprimirse, eran no solo peligrosa sino irremediablemente ingenuosโ. En rigor, la paradoja estriba en gran parte en que la mejor literatura inglesa de la รฉpoca, de Shakespeare a John Donne pasando por Jonson o Southwell, estaba en tratos constantes con las ideas del continente (y el Imperio espaรฑol era un generador infatigable de materiales) a la vez que se veรญa forzada a replegarse en un รกmbito intelectual acotado progresivamente por las constricciones puritanas. Lo recuerda Greenblatt en un aparte luminoso: โLas lecturas de Shakespeare y, de hecho, todo el comercio de libros de la รฉpoca isabelina eran notablemente internacionales. El pรบblico lector, comparado con los estรกndares actuales, puede que fuera pequeรฑo, pero sus intereses eran sorprendentemente cosmopolitas.โ
Imposible abarcar en estas lรญneas la cornucopia de datos y sugerencias que nos ofrece Shapiro: la fascinaciรณn de la รฉpoca, y en concreto del nuevo rey venido de Escocia, por la brujerรญa (algo que tambiรฉn expone Greenblatt y que en ambos conduce al estreno de Macbeth en la corte); las tensiones inherentes al deseo real de unir polรญticamente sus dos coronas, lo que explicarรญa โpor ejemploโ la ansiedad que despiertan las cuestiones sucesorias en Lear y Macbeth; la sombra temida y recurrente de la peste, cuyos brotes periรณdicos diezmaban a la poblaciรณn y obligaban al cierre, con frecuencia prolongado, de los corrales de comedias; etcรฉtera. Tambiรฉn a Shapiro, como a Greenblatt, le intriga la exuberancia lรฉxica y la flexibilidad sintรกctica del Shakespeare jacobeo, capaz de incorporar vocablos de los campos mรกs dispares, de hacerse entender a la vez por la plebe del gallinero y los nobles de la platea, y de sacar a la luz el flujo sincopado y confuso de la mente que monologa en el marco sombrรญo de sus inquietudes y obsesiones.
Lo que ambos estudios hacen, en รบltima instancia, es acrecentar nuestra admiraciรณn por la obra de un poeta que no dejรณ de plantearse nuevos desafรญos con los aรฑos; que supo acomodarse y responder a las circunstancias sin dejar de ser fiel a sus viejos asuntos, que reciclรณ con sutileza; que supo estar al servicio de las exigencias de la imaginaciรณn sin dejar de poner en juego (play) el sentido prรกctico que parece haber empleado en sus negocios. El enigma Shakespeare es mayor y mรกs esquivo cuando nos acercamos a รฉl; pero permite el asedio biogrรกfico, y lo menos que cabe decir es que nuestros autores han salido con vida del reto. ~
(Gijรณn, 1967) es poeta, crรญtico y traductor. Ha publicado recientemente 'Perros en la playa' (La Oficina, 2011).