Finalmente, he ahí los poemas. Finalmente, con Jeta de santo, la antología realizada por Rebeca López y Mario Raúl Guzmán, ya es posible encontrar en las librerías un volumen con los versos de Mario Santiago Papasquiaro. Finalmente, a diez años de su muerte (un minuto de silencio bastante prolongado), podemos comenzar por el principio: por leerlo.
Marginal de tiempo completo, Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998) vivió una vida dedicada a los excesos y a la poesía. Autor de culto para unos cuantos iniciados, escribió más de dos mil poemas en los márgenes de libros ajenos, servilletas y otros papeles perdedizos, aunque en vida sólo publicó un libro, Aullido de cisne (1996), así como una pequeña plaquette titulada Beso eterno (1995), ambos de escasa circulación.
A mediados de la década de los setenta, fundó, junto con Roberto Bolaño, el movimiento infrarrealista: asunto que, años más tarde, serviría de punto de arranque y corazón de Los detectives salvajes (1997), donde Bolaño transfigura a Mario Santiago en el entrañable personaje de Ulises Lima. La importancia y popularidad que la novela de Bolaño ha ido adquiriendo con el paso del tiempo ha contribuido al proceso de mitificación de Santiago Papasquiaro, a la vez que el poder de la figura de Ulises Lima amenaza ya con devorar a su propio referente. Y todo esto al grado de que Mario Raúl Guzmán, en su introducción a Jeta de santo, se siente en la necesidad de advertir: “Esta antología se alza contra la alevosía de sus ninguneadores y asimismo contra los intentos de mitificar su trayectoria. Nadie hallará en este volumen los poemas de Ulises Lima, sino los que Mario Santiago Papasquiaro suscribió con su vida y con su muerte.”
Poética y declaración de principios, el título de la antología es afortunadísimo; Jeta de santo, como ya bien ha observado Orlando Guillén, es un modo de decir “cara de Santiago”. Una identificación entre obra y autor más que justificada en el caso de alguien que, como Mario Santiago, intentó suscribir el proyecto romántico, vanguardias mediante, de la fusión arte-vida. Jeta de santo también lleva implícito un gesto: no es el rostro de un santo, sino alguien que pone cara de. Y por lo tanto estamos frente a una pose, una actuación, una máscara: otra vez el asunto del personaje. Una máscara: la negra aureola del maldito. Habría que decir que Mario Santiago Papasquiaro es una construcción de la autoría de José Alfredo Zendejas (así se llamaba en realidad) que se asumió obra al momento de cambiar de nombre. Cambiar de nombre: Mario Santiago Papasquiaro es hijo de sus palabras. No es de extrañar entonces que el que probablemente sea su último poema (publicado en La Jornada Semanal y que echo en falta en esta antología) lleve por título sus iniciales: “Eme Ese Pe”: bellísimo texto fechado el 3 de enero de 1998 en el que anunciaba su ya muy próxima muerte.
Desde la violenta sonoridad del título casi insultante, el libro reta al lector. Por una parte, Jeta de santo implica una canonización de palabra, dada la beatitud de su nombre (aunque paródica al acusarse máscara), y de facto, dado el reconocimiento “oficial” que supone para la obra de un autor que se quiso underground (en parte ostracismo, en parte automarginación complacida) ser publicada por una editorial como el Fondo de Cultura Económica. El libro desafía al lector a realizar un ejercicio desacralizador. Se trata del fin de un culto basado en la fe: ya no se trata de creer, sino de leer. Finalmente, he ahí los poemas.
Mario Santiago Papasquiaro es constructor de un poderoso lenguaje poético nutrido por igual de recursos vanguardistas que de giros locales. Es una suerte de lenguaje fusión templado por un tono sumamente personal. A veces este lenguaje cristaliza en poemas o momentos deslumbrantes, a veces se regodea en la autocomplacencia y se precipita en estrepitosas caídas. Su obra dibuja un personaje que oscila entre un santo que obra maravillas y un merolico que en su inagotable flujo verbal intenta dar gato por liebre. Tal vez el emblema donde podría cifrarse toda la poesía de Mario Santiago podamos encontrarlo en una estrofa del largo poema “Consejos de 1 discípulo de Marx a 1 fanático de Heidegger”:
En cualquier momento acontece
[1 poema
por ejemplo
ese aleteo de moscas afónicas
sobre 1 envoltorio que nadie
[acierta a descifrar
cuánto tiene de basura & cuánto
[de milagro
Y ahora una pregunta atroz, una pregunta que sería injusta y ociosa si no fuera porque Mario Santiago insistió en inscribir su obra en el linaje de las vanguardias: ¿la poesía de Mario Santiago es renovadora? Su poesía es aire fresco en el ámbito de la literatura mexicana y su presencia en algo la transforma. Sin embargo, más que como una renovación, su obra se erige como un ejercicio de resistencia frente a las poéticas que rechaza y como un homenaje a los artistas que admira. No es casual que en ella abunden los intertextos, las paráfrasis y los poemas tributo. Algo hay de fan en su escritura, algo de cuaderno adolescente donde se pegan con devoción y ternura los recortes de los artistas preferidos. Mucho de rebeldía juvenil (con todo y los lugares comunes que implica) tiene esta escritura y sorprende que haya cambiado tan poco con el paso de los años. Una obra que rinde culto y que ha devenido, a su vez, en objeto de culto, y que con la publicación de Jeta de santo irá ganando detractores y devotos. Tal vez no sea el gran renovador, pero Mario Santiago Papasquiaro es ya un referente obligado para aquellos que quieran suscribir un linaje alterno, trazar una tradición “otra” de la poesía mexicana. Y eso no es poca cosa. ~