Las correcciones, de Jonathan Franzen

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Jonathan Franzen, Las correcciones, traducción de Ramón Buenaventura, Seix Barral, Barcelona, 2002, 736 pp.

NOVELACrimen y castigo y Rock and Roll

Es imposible leer de forma inocente Las correcciones de Jonathan Franzen, a no ser que hayas pasado los últimos meses concursando en la casa de Gran Hermano. El éxito en Estados Unidos (un millón de ejemplares vendidos, el National Book Award) y los elogios de Don DeLillo y de David Foster Wallace han llegado de una manera que no se puede llamar eco. Foster Wallace ha escrito que Las correcciones es una novela "divertida y profundamente triste". Don DeLillo ha escrito que es "una poderosa novela". Se ha comparado a los Lambert, la familia protagonista, con los Buddenbrook de Thomas Mann y los Wapshot de John Cheever; se ha comparado la novela con Ruido blanco de Don DeLillo y las ficciones de John Updike. Jonathan Franzen ha dicho que quería escribir una novela en la tradición decimonónica, Balzac o Dickens, que le gustaría parecerse a Proust, a Kafka, a Faulkner y a Conrad, que su deseo era escribir una novela rusa (y Dostoyevski es más que una referencia recurrente).
     Quizá se hayan dado todas las respuestas a Las correcciones y ya sólo quede plantearse las preguntas. ¿Es posible que en la narrativa norteamericana solamente pueda haber ficción de lobos solitarios, de héroes y antihéroes, y ficción de familia, sobre el american way of life y la América destrozada? La novela de Franzen quiere ser al mismo tiempo ficción de héroes (realmente sus capítulos funcionan como retratos autónomos) y ficción de familia (como un larguísimo capítulo de una comedia de situación: un episodio de Enredo, por ejemplo, pero sin la chispa de Billy Cristal).
     ¿Hay tantos profesores universitarios en el mundo con problemas? En Las correcciones es Chip, uno de los hijos de los Lambert, un profesor al que se le acusa y expulsa de su universidad por acoso sexual a una alumna, como le sucedía a David Lurie, protagonista de Desgracia (Mondadori) de J. M. Coetzee (aunque en la novela del americano la expulsión forma parte de una farsa sexual de campus y en la novela del sudafricano es el origen de una verdadera tragedia). A la lista de profesores universitarios en apuros se pueden incorporar Malik Solanka, el protagonista de Furia (Areté) de Salman Rushdie, y Coleman Silk, el protagonista de La mancha humana (Alfaguara) de Philip Roth. (Incluso los exitosos ensayos de Harold Bloom tienen como protagonistas a profesores universitarios, a su juicio maniatados por lo políticamente correcto.) ¿Qué resumen del mundo se encierra en el comportamiento de los profesores universitarios, de la comunidad universitaria?
     ¿Por qué la enfermedad se enseñorea de las novelas de los últimos narradores norteamericanos? En Las correcciones es el Parkinson que sufre Alfred, el padre de la familia Lambert, y que le destroza por completo. Y también el permanente cuestionamiento de su salud mental que lleva a cabo Gary, el hijo banquero de los Lambert y el personaje más interesante de la novela. Es el síndrome de Tourette en Huérfanos de Brooklyn (Mondadori) de Jonathan Lethem o las patologías sexuales, y un catálogo completo de otras enfermedades, en Asfixia (Mondadori) de Chuck Palahniuk, quien ya había recurrido a mostrar pacientes bajo terapia en El club de la lucha (Muchnik). Quizá fueran pioneros David Leavitt, con el sida, y Bret Easton Ellis, con la esquizofrenia. Puede que la enfermedad en las novelas de los narradores jóvenes americanos sea como la "letra escarlata": referencia a un mal social extendido pero que no se puede nombrar.
     ¿Por qué la ficción norteamericana es tan fácilmente comparable con las series de televisión? A esta pregunta ha respondido con mucho talento David Foster Wallace en "E unibus pluram: televisión y narrativa americana" (incluido en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, Mondadori). Dice Foster Wallace: "a) todos reconocemos esas referencias, y b) todos nos sentimos un poco incómodos por reconocer esas referencias". Quizá por eso, al leer Las correcciones se recuerda más Vacaciones en el mar (que ahora se puede ver de madrugada en tve, en su adaptación años 90) que El corazón de las tinieblas de Conrad; se recuerda más Matrimonio con hijos que La comedia humana de Balzac; se recuerdan más todos los episodios navideños de todas las series de televisión, desde Urgencias hasta Los Simpson, que Canción de Navidad de Dickens, con la que tal vez comparte más de un vínculo…
     También ha escrito David Foster Wallace: "los próximos 'rebeldes' literarios verdaderos de ee.uu. [quizá sean aquellos que se atrevan a tratar] los viejos problemas y emociones pasados de moda de la vida americana con reverencia y convicción". Puede que Jonathan Franzen, que en buena medida ha renunciado a sus dos novelas anteriores, escritas según un modelo posmodernista, sea uno de esos "rebeldes". Pero, incluso si aceptamos ese punto de vista rebelde, ¿no son más interesantes las ficciones de John Updike o Philip Roth?
     Quizá para abordar Las correcciones sólo sean pertinentes las preguntas, porque la clave no tan oculta de la novela gira en torno a "la pregunta importante", la que debe enunciar Alfred Lambert y debe ser respondida por sus hijos, por Gary y Denise, la hija secuestrada por el Amor, y que a lo mejor Chip, el intelectual, sabrá contestar. Pero no hay respuestas porque no hay pregunta: la amnesia de Alfred impide su formulación.
     Jonathan Franzen escribe: "Y la pregunta era. La pregunta era:", y lo que sigue es un espacio en blanco. ~

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(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.


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