El jueves 3 de marzo de este año, ante la invasión de Rusia a Ucrania, convocamos a una reunión en la plataforma Space de Twitter para escuchar a poetas ucranianos traducidos al español. “Escuchemos a Ucrania” tuvo una audiencia de casi 400 personas simultáneamente durante la emisión, 4,000 a lo largo del programa y más de 10,000 hasta el día de hoy. Participaron, con sus versiones o las versiones de otros poetas, Aurelio Asiain, María Baranda, Ernesto Hernández Busto, Ana García Bergua, Jacqueline Goldberg, Tanya Huntington, Ernesto Lumbreras, Laura Emilia Pacheco, Pedro Poitevin, María Rivera, Alberto Ruy Sánchez, Karen Villeda y Petronella Zetterlund.
Hemos reunido las versiones que se realizaron específicamente para esta lectura de poesía contra la barbarie, idea de Aurelio Asiain. Damos las gracias a quienes participaron y a nuestros escuchas.
Malva Flores
“Escuchemos a Ucrania” puede escucharse aquí.
No se puede cubrir el abismo del mar con un puño de polvo.
No se puede apagar un incendio con una pobre gota.
Y en una cueva oscura, ¿podrá un águila alzar el vuelo?
¿Podrá volar de aquí a los celestes reinos?
Y el espíritu no será saciado por la carne.
El espíritu es un abismo en nosotros
más vasto que las aguas y los cielos.
No podría saciarte ni en una eternidad
aquello que cautiva la visión de tus ojos.
De aquí surgen el tedio, la interna quebrazón,
de aquí la languidez y la tristeza.
De aquí la saciedad que nunca llega. Cada gota
hace peor el calor.
Al espíritu —sábelo— no lo sacia la carne.
¡Oh raza de la carne! ¡Oh raza de razón!
¿Cuánto tiempo tendrás pesado el corazón?
¡Levántale los párpados! Observa el firmamento.
¿Por qué no tratas de saber a qué se llama Dios?
¿Por qué no intentas comprender para que puedas verlo?
El abismo reclama de repente al abismo.
Versión de Aurelio Asiain
Filósofo mendicante, políglota erudito, autor de diálogos socráticos sobre temas bíblicos, Hryhorii (o Grigory) Skovoroda (1722–1794) fue también compositor de música litúrgica y, según Joseph Brodsky, el primer gran poeta eslavo. Escribió en el dialecto ucraniano sloboda de la lengua rusa, pero cruzado de construcciones y términos griegos y latinos, y salpicado de hebreo. Como la de Dante, una lengua que solo existe en su obra. El Jardín de las canciones divinas es una secuencia de treinta poemas metafísicos barrocos que despliegan un tratado teológico y a la vez un catálogo exhaustivo de los metros y formas estróficas de la poesía ukraniana de su tiempo. Cada una de las canciones encierra citas o alusiones de la Biblia, que Skovoroda sabía de memoria en hebreo, griego, latín, eslavo antiguo y otras lenguas. Utilicé la versión inglesa de Michael M. Naydan, revisada por Olha Tytarenko.
Cuando yo muera,
déjenme descansar, déjenme yacer
en medio de las grandes estepas de Ucrania.
Déjenme ver
los campos sin fin y las laderas empinadas
que tanto atesoro.
Déjenme escuchar
el rugido enorme del Dnipro.
Cuando la sangre
de los enemigos de Ucrania
fluya en las aguas azules del mar,
será cuando yo olvide
los campos y las colinas
y dejaré todo
y rezaré a Dios.
Hasta entonces no conoceré a Dios.
Así que entiérrenme, levántenme,
para romper mis cadenas.
Que se riegue la libertad
con la sangre de los opresores.
Entonces acuérdense de mí,
con sutiles susurros
y palabras amables
en esta gran familia
de los recién liberados.
Versión de María Baranda
a partir de una versión al inglés de Alexander J. Motyl
Tarás Shevchenko es considerado uno de los fundadores de la literatura moderna de Ucrania. Poeta, pintor y escultor, quedó huérfano de madre y padre muy niño. Su condición social —era un siervo— le impedía ingresar a la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo, sin embargo sus maestros pagaron por su libertad y a los 24 años se convirtió en un hombre libre. En 1896 obtuvo permiso para volver a Ucrania, pero fue arrestado por blasfemia y exiliado de su tierra natal.Su obra literaria abarca tanto la poesía como la prosa.
La capital del mundo, mercado de teorías.
En museos y pórticos y callejas sombrías
lamentables discípulos de alejandrinos astros
pululaban zumbando: poetas, poetastros,
con los giros oscuros de las líricas modas
para el rey sin cesar tejían vanas odas
y alegaban, cedían, alegaban bobadas.
Pero en cierto rincón sus voces impostadas
sin remedio callaban: la habitación escueta
donde el sabio Aristarco, filólogo y esteta,
del ruido al porvenir vengaba con esmero,
absorto en rescatar las rapsodias de Homero.
Versión de Aurelio Asiain
En Aristarco de Samotracia, el director de la biblioteca de Alejandría a quien se debe la primera edición crítica relevante de los poemas homéricos, el autor se retrata a sí mismo. Mykola Zerov (1890-1937), líder de los neoclasicistas, persistió en su devoción grecolatina, se negó a militar en las filas literarias del stalinismo. En 1935 fue detenido y condenado a diez años de prisión en el exilio, pero un nuevo juicio determinó que lo fusilaran en octubre de 1937. Utilicé las versiones divergentes de Yar Slavutych, C.H. Andrusyshen y Watson Kirkconnell, y diversos diccionarios en línea, para esta versión.
Sobre el espeso soto sin sendero,
entre brotes grotescamente hilados,
un calmo claro azul se abre en el cielo
como un ojo. A través del tenue ocaso,
el zumbido de pinos, cual de Furias,
arañazos de linces, el martillo
de un viejo pícido. Qué gran fortuna
para alguien triste entrar en este sitio.
El translúcido aspecto de la calma,
donde a través del denso cambio, a veces
pequeñas nubes hilan plata y humo.
Arte, así tú, entre tempestades varias,
brillas por los pesares de la gente,
un ojo lúcido en un mar oscuro.
Versión de Pedro Poitevin
a partir de una versión al inglés de Michael M. Naydan
Poeta y traductor ucraniano, Rylsky fue asiduo al soneto y al poema narrativo y trabajó como profesor de filología durante muchos años. Desde 1944 hasta el final de su vida fue director del Instituto de Bellas Artes, Folclore y Etnografía de la Academia de Ciencias de su país.
Vivieran donde vivieran, soñaban ese sueño:
la casera invisible cuya voz
aceleraba el aire con una llama oscura
de palabras que saben desde siempre y siempre han de saber:
“¡Nadie los quiere aquí! ¡Váyanse!”
Y cuando construyeron una mansión y la amueblaron con arte
Con amor y con música, con las flores autóctonas,
Siempre ocurrió, siempre lo mismo,
El salón se angostaba en una tumba,
Y la voz de un sirviente, o de un candelabro,
“Nada tienen que hacer aquí”.
Y cuando se marchaban a una isla remota para volverse el ídolo
De las tribus indígenas
Y eran acariciados, admirados y cobijados… entonces
¿Qué voz los condenó?
Que llegó cuando asumieron las guirnaldas, esa voz que sabían,
Diciendo: “Esto no es para ti, todo esto es falso”.
Y los domingos en los parques con las niñeras, los amantes, las flores,
Y las bandas tocando y las fuentes elevándose
En horas líquidas de plata,
¿De quién era el enemigo? ¿De quién era la culpa?
Si de repente las sombras observadoras arrancan
Y gritan “¡Váyanse! Váyanse!”
Ahora han elegido el exilio, han encontrado una casa aislada
En la ciudad más pequeña, en el refugio más tranquilo,
Y sólo hablan con los heridos, los perseguidos, los cojos,
Largas tardes, mañanas más largas, los más largos mediodías,
Y esperan a que suene la campana, a que aparezca la casera.
¿Aquí también los buscan?
Versión de Aurelio Asiain
Marya Alexandrovna Zaturenska emigró con sus padres a Nueva York a los 8 años. Abandonó la escuela pública a los 14, pero escribió poesía mientras trabajaba durante el día en librerías, como redactora de artículos de prensa y como costurera en una fábrica, y al cabo se graduó en una escuela de biblioteconomía. Su primer libro obtuvo inmediato reconocimiento y recibió numerosos premios por los ocho que publicó, entre ellos el Pulitzer, pero hoy es difícil encontrar alguno. “The Castaways” fue un poema muy apreciado por W. H. Auden.
Fosa de arcilla verde, hueco de óxido,
barranco de basura putrefacta.
Un ominoso viento en los pulmones
de las tierras baldías oxidadas.
No palidezcas y no tiembles; quédate,
firme como ante el juez o el pelotón.
No hay maldición bastante a su maldad.
No hay insulto capaz de su abyección.
Sólo un barranco abrupto, flor de caos.
Tiemblan las ramas de dos blancos álamos.
Pero aquí entre los muertos no hay silencio:
hay cien mil corazones que se quejan.
Hay ceniza plateada de los huesos.
Hay un cráneo en pedazos agrietados.
Los muros del barranco caen al fondo
donde una trenza delicada brilla
que aún no fue tragada por el fango.
Las gafas destrozadas de un anciano.
Un zapato de niño ensangrentado.
Y enterrados debajo de los restos,
en pedazos también, descabezados,
son cien mil los cadáveres humanos.
Aqui silban las lenguas iracundas,
aquí corren arroyos de alquitrán
y abyectos gambusinos hurgan ropas
en busca del botín de los cadáveres.
La nociva humareda, oscura y densa,
se eleva por encima del barranco,
exhalación de muerte y pesadilla,
monstruo que repta sordo por las calles
y se cuela callado en los hogares.
Vagaban llamas negras y escarlatas
sobre la tierra en el horror pasmada,
la luz sangraba en los tejados sucios
y en las agujas sucias de Kyiv.
Resguardad en sus casas vio la gente
más allá de las cúpulas cirílicas,
y de los álamos del cementerio,
llamas que chamuscaban carne y sangre.
Una ráfaga trae desde el barranco
el hollín de las piras de la muerte
el humo del carbón de los cadáveres.
Y Kyiv, roja de ira, mira cómo
Babyi Yar es envuelta por las llamas.
Ningún remordimiento apaga el fuego.
Nada puede vengar la desmesura.
Malditos los que piden el olvido.
Malditos los que piden el perdón.
Versión de Aurelio Asiain
Mykola Bazhan fue uno de los grandes poetas ucranianos del siglo XX. Destacó en una vanguardia influida por el futurismo, el constructivismo y el expresionismo, y desarrolló un verso enérgico y sintácticamente complejo, con arcaísmos y neologismos entre imágenes sorprendentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, obligado a escribir poesía patriótica y testimonial, debió omitir referencias específicas al Holocausto. Por eso el poema que escribió sobre Babyn Yar no menciona la matanza de más de 33,000 judíos que ocurrió ahí en los últimos días de septiembre de 1941. La cifra de 100,000 es la del total de cadáveres de judíos y no judíos ahí acumulados durante la guerra. Esta versión está hecha sobre cuatro inglesas: las de Roman Turovsky, Amelia Blazer, Peter Tempest y Boris Ralyuk; todas difieren en más de un punto.
Me moriré en París un jueves por la noche.
César Vallejo
Olvidamos olores ruidos colores líneas
Perdemos el oído la vista y la alegría
Alzas la cara y buscas con las manos tu alma
Pero vuela muy alto no puedes alcanzarla
Queda una estación una última parada
Gira la espuma gris de los adioses, sube
Y está lavando ya mis impotentes palmas
Me corre por la boca un sucio calor dulce
Sólo el amor perdura, mejor no hubiera sido
Lloré en sábanas míseras hasta más no poder
Por la ventana vagas lilas de un rojo enfermo
Corría el tren qué lánguidos miraban los amantes
La estantería sucia que aguantaba tu cuerpo
La primavera afuera se asentaba prosaica
No moriremos en París, lo sé de cierto
Sino en míseras sábanas sudadas y lloradas
Nadie nos servirá nuestro coñac lo sé
No habrá besos tampoco que nos salven
Ni sombríos anillos bajo el Pont Mirabeau
No es de Dios la amargura de más con que lloramos
Amamos en exceso qué vergüenza de amantes
Demasiados poemas sin rubor escribimos
No podremos morir en París los convoyes
Nos vedarán las aguas bajo el Pont Mirabeau
Versión de Aurelio Asiain
Natalka Bilotserkivets, poeta, traductora, ensayista, editora, es una de las poetas más conocidas de Ucrania actualmente. “No moriremos en París” se convirtió en el himno de la generación de jóvenes ucranianos posterior a Chernóbil que ayudó a derrocar a la Unión Soviética. Dos versiones son el puente de esta: la de Michael M. Naydan y la de Dzvinia Orlowsky.
Una navaja
para cortar el pan.
Una navaja
para hacer una flauta.
Una navaja
para acabar con el cordero
herido por el lobo.
Tan
desnuda, seca y limpia queda
la superficie del caldo
del día del Señor, que tiembla
cuando lo toca el sudor
del pescado.
Un signo de piedad y de lágrimas.
No la toques
si no hay buenas señales:
es una navaja,
es música que mata.
No son solo palabras:
es poesía sin
palabras,
donde la hierba lava
la cuchilla del cielo.
Versión de Aurelio Asiain
Cuatro versiones inglesas están detrás de esta: las de Olena Jennings, Michael M. Naydan, Andrew Sorokowski, y Virlana Tkacz y Wanda Phipps.
Una definición de la poesía
Sé que voy a morir una muerte difícil…
como cualquiera que ama la música precisa de su cuerpo,
y sabe forzarlo por los huecos del miedo
como por el ojo de la aguja,
que baila toda una vida con el cuerpo —cada movimiento
de los hombros, la espalda y los muslos
brillando con misterio, como un término sánscrito,
músculos que juegan bajo la piel
como peces en una piscina nocturna.
Gracias, Señor, por darnos cuerpos.
Cuando muera, di a los techadores
que bajen las vigas y el techo
(mi bisabuelo, que era brujo, dicen que así se fue).
Cuando mi cuerpo se ablande por la humedad,
el alma hinchada, oscura y abultada,
se tensará
como una vena azul en una clara de huevo hervida,
y el cuerpo ondulará en espasmos,
como la manta que se quita un enfermo
porque tiene calor,
y el alma se alzará para atravesar
la presión de la carne, la maldición de la gravedad…
El Cosmos
sobre el pozo negro de la habitación
chupará su tubo galáctico
rompiendo el cielo en una cascada de estrellas,
y arrastrará el alma hacia arriba, temblando como una hoja de papel,
mi joven alma
—del color de la hierba mojada—
a la libertad —entonces
“¡Detente!” grita, escapando,
en la frontera deslumbrante
entre dos mundos…
Detente, espera.
Dios mío. Por fin.
Mira, de aquí viene la poesía.
Dedos crispados por el bolígrafo,
enfriándose, volviéndose no míos.
***
Como sea te amé
te amé
te amé
y no pasa: se asienta, nada más, en el fondo…
Te rompí en mí como una jarra preciosa
y mi alma se manchó, como de vino amargo un mantel blanco,
Coloreaste mis pensamientos, les diste cuerpo a mis imágenes.
y no eres ahora sino ruido, como el mar de una concha en el oído. . .
Queda cómo fue todo, pero ¡Dios! ¿a quién le importa eso?
Cómo será es lo que importa.
Y así lo escribiré.
Versión de Aurelio Asiain
Oksana Zabuzhko es una de las poetas y narradoras más destacadas de Ucrania pero también una de sus intelectuales más prominentes. Estas versiones utilizaron las inglesas de Michael M. Naydan y Askold Melnyczuk.
Para Vitalis Haida
El océano de Saint-John Perse es intención de líneas oscuras
entretejidas en el jeroglífico del nombre
del río que fluye hacia el foso de la soledad
el delgado cuerno de la luna se ha cuarteado con las olas
para formar agujas color plata, para tomar escamas de peces centelleantes
con luz dolorosa que semeja el brillo del papel de estaño
las hojas del otoño se adhieren al cuerpo de una culebra barrada
y reptan con ella hacia la madriguera de la memoria
abandonando al árbol de la madre patria y a la hermana hormiga a las
rachas de viento
en el aire –lacerante locura como una incisión–
sangran humo amargo y luz húmeda
las telarañas tañen con un agudo sonido a vidrio roto
donde fluye luz oscura –y en las profundidades
en un punto de oro– el aterciopelado pergamino del agua cae en cascadas
y los esqueletos de los peces cubren este fortuito bordado
este es el misterio del bulbo de algas cercenado del corazón
un erizo de mar blanco –arbusto cuando se le toca–
olfatea tímidamente la oscuridad y va hacia ella
y el azúcar quebradizo de la niebla se adhiere como cal
a la costa y la sangre asiática recuerda
una extensión que el ojo no puede englobar
palabras que la lengua no puede echar a la danza
el grosor de su tela translúcida y las olivas negras
ornamento de la avispa que no se puede reproducir ni recordar
oscura luz de noche iluminada por conchas y estrellas de mar
refulje con perlas y desaparece en el aire aquiltranado
se engrosa como la piel de una zebra en olas que parecen surcos
la quietud envuelve las líneas en la dorada lámina de un capullo
la forma del tiempo circular trazada con tinta
una órbita de conciencia –blanca como el hilo de la tela de araña-
las arañas del tiempo y los ratones del tiempo –signos de existencia
cubiertos por el musgo de ninguno–al ser
resplandecen con la mirada de su ojo verde
engullen nuestros pensamientos y salivan sobre nuestra sombra
nos rodea el océano con su jeroglífico
¿quién será el primero en remojar los pies, en caminar sobre el agua?
y sólo una vela extinta, como un dedo, muestra la dirección del viento.
Versión del inglés de Laura Emilia Pacheco
a partir de las versiones de Richard Burns y Vitaly Chernetsky
Vasyl Makhno es poeta, ensayista y traductor. Nació en Chortkiv y actualmente vive en Nueva York. Es autor, entre otros, de los siguientes libros de poesía: Liutnevi elehii ta inshi virshi (February elegies and other poems), Lviv, Kameniar 1998; Plavnyk ryby (The fish’s fin), Ivano-Frankivsk, Lileya-NV 2002, 38 virshiv pro N’iu-Iork i deshcho inshe (38 poems about New York and something else), Kiev, Krytyka 2004 y I want to be Jazz and Rock’n’Roll, Ternopil, Krok, 2013.
El vecino rapado de tu infancia
El vecino rapado de tu infancia
nunca creció,
desobediente al tiempo
que nos llevara lejos y más lejos de las costas fraternas.
Sus suaves y castaños rizos, afeitados para el verano
con la navaja de antes de la guerra, nunca volvieron a crecer.
No, no se ahogó,
no había,
con la excepción del fluir del tiempo, río profundo cerca erosionando costas.
Su madre se olvidaba y a veces desde el porche
le ordenaba volver de los alegres juegos
de los que era difícil volver a casa a tiempo,
y él no volvía.
Ni siquiera en la noche.
Ni siquiera en invierno.
Ni cuando tú, mayor, te diste cuenta
de que le habías dado a tu hijo el nombre suyo.
***
Psicoanálisis
Halka, mi cielo, no bloquees la luz
que de por sí escasea,
la vida es bella
pero tarde o temprano acaba
en un diván entre Lacan y Freud
Halka, la última guerra exorcizó
a mujeres, ancianos, niños de nuestros cuerpos
como las oraciones al demonio,
y lo que sucedió no fue de miedo;
fue una vacunación en contra
del patetismo cursi de la paz,
escucha, Halka,
millones muertos ha dejado el SIDA
más que la última guerra
mas tú y yo estamos vivas—
esto seguro significa algo,
después de una separación muy larga perdimos la ternura
y todo se volvió hábito ansioso, rápido
así que un buen final para la vida
como en ésta, no la pasada guerra,
es difícil de imaginar
pero te digo en serio, Halka, créeme—
la vida es bella…
Versión al español de Pedro Poitevin
a partir de una versión al inglés de Olena Jennings
Profesora de estudios literarios en la Universidad de Lviv, Halyna Kruk ha publicado cinco poemarios y ha recibido tres premios literarios en Ucrania. En el año 2003 ganó el premio internacional Step by Step de literatura infantil. En los años 2003 y 2010 recibió la beca Gaude Polonia para las artes. Sus poemas y cuentos han sido traducidos a veinte idiomas.
Hoy responderás conmovedores y afectuosos mensajes,
hojeándolos en la oscuridad, confundiendo las vocales
con las consonantes,
como la máquina de escribir en una vieja oficina de Varsovia.
Las pesadas celdillas
refulgen con el oro del que se hila el lenguaje.
No te detengas, sólo escribe,
mecanografía sobre el vacío espacio blanco, marca a través del
callado sendero negro.
En la noche inacabable nadie volverá de las divagaciones,
y en el pasto húmedo morirán los olvidados caracoles.
Europa Central está cubierta por un tejido de nieve blanca.
Siempre tuve fe en los impasibles movimientos de los gitanos,
no todos han heredado esta moneda desgastada.
Si miras sus pasaportes,
olorosos a mostaza y azafrán;
si escuchas sus decrépitos acordeones
que hieden a cuero y a especias árabes,
los oirás decir que cuando te vas –sin importar adónde
sólo agrandas la distancia, y nunca estarás más cerca
que ahora;
cuando se extinguen las canciones de los gramófonos,
se derraman restos
como los tomates
de una lata echada a perder.
Cada mañana estalla el corazón sobrecargado de la época,
pero no detrás de estas puertas, no en ciudades quemadas por el sol.
El tiempo pasa, pero pasa cerca que,
si miras detenidamente, puede verse su pesada deformación,
y murmuras oraciones que escuchaste por accidente,
y quieres que alguna vez alguien reconozca tu voz y diga:
así comenzó la era,
se volvió incómoda, pesada como un camión de municiones
que deja atrás planetas muertos y transmisores calcinados,
dispersa a los patos salvajes en el estanque
que huyen volando y su llamado es más potente
que el de los camioneros,
dios
se entromete.
Al elegir qué curso seguir, deberías averiguar,
entre otras cosas,
si la cultura de fin de siglo
se ha inscrito en el interior de las venas de tu apacible brazo,
si se ha enraizado en las espirales de tu cabello espeso,
descuidadamente revuelto por el viento,
alborotado por dedos
como corrientes de agua tibia en una palangana,
como cuentas de arcilla de colores sobre tazas y ceniceros,
como un vasto cielo de otoño
sobre un trigal.
Versión de Laura Emilia Pacheco
a partir de las versiones al inglés de Virlana Tkacz y Wanda Phipps
Serhiy Zhadan es poeta, ensayista y traductor. Vive en Járkov y es también escritor de ciencia ficción. Ha obtenido la Orden Cultural del Mérito Polaco. Entre sus obras destacan Lili Marleen (2009), Heridas de bala y cortadas (2012) y Mesopotamia (2014).
Mira:
los ciudadanos de Vasenka no saben que son evidencia de felicidad
en tiempo de guerra,
cada uno es un documento arrancado a la risa.
Dios,
ese sordo, tiene algo que decir
que ni siquiera ellos pueden escuchar–
Me encontrarás, Dios,
como el pico de una paloma muda
picoteando
todas las maneras del asombro.
Si te
subes a un techo en la Plaza Central de una ciudad bombardeada, nos verás
a mi gente y a mí:
un vecino roba un cigarrillo
otro regala un perro
el sol ilumina una pinta de cerveza.
Versión del inglés de Ernesto Hernández Busto
Ilya Kaminsky nació en Odessa, parte aún de la Unión Soviética, y emigró a los Estados Unidos en 1993. Es autor, entre otros, de Deaf Republic (Graywolf Press) y Dancing In Odessa (Tupelo Press). Ha obtenido varios premios, entre ellos, el Neustadt International Literature Prize y el T.S. Eliot Prize .
Este ataúd es para ti, niño, no tengas miedo, acuéstate
Una bala llamada vida firmemente agarrada en tu puño,
No creíamos en la muerte: mira, las cruces son de papel aluminio.
¿Escuchas? ¿Todos los campanarios se arrancaron las lenguas?
No te olvidaremos, confía en eso, confía en eso, con…
La confianza corre como sangre por la costura de tu manga
Cantos, oraciones, salmos se hinchan como un bulto en tu garganta
En medio de este inverno condenado, que se viste de kaki,
Y febrero, agarra la tinta y solloza.
Y las velas gotean sobre la mesa, en llamas, en llamas…
(2014)
***
y cuando a mí me tocó ser asesinada
todos empezaron a hablar lituano
todos empezaron a llamarme Janucá
y me convocaron aquí en su patria
mi dios, dije, no soy lituano
mi dios, les expliqué, lo dije en yiddish
mi dios, les expliqué, lo dije en ruso
mi dios, les dije, en ucraniano
allí donde el río Kalmius desemboca en el Niemen
un niño llora en una iglesia
(2016)
***
sostener una aguja de silencio en tu boca
coser tus palabras con hilo blanco
gimotear al ahogarte en saliva
no gritar al escupir sangre
sostener el agua del habla en tu lengua
que gotea como una cubeta oxidada
remendar las cosas que todavía sirven
coser cruces en las partes más debilitadas
como vendas en los heridos en un hospital
aprender a buscar las raíces de una vida
que aún no conoce su propio nombre
(2019)
Versiones al español de Petronella Zetterlund
de las versiones al inglés de Amelia Glaser y Yuliya Ilchuk
Iya Kiva es poeta, traductora y periodista, residente en Kiev, Ucrania. Es autora de dos libros de poemas: Podal’she ot raya (2018, ‘Cada vez más lejos del cielo’) y Persha storinka zimy (2019, ‘La primera página del invierno). Ha recibido varios premios por sus poemas y sus traducciones.
Aquí el amor ha sido encantado. Aquí la salvia
se siembra a sí misma en la tierra. Y las noches tormentosas
y tristes, como la salvia, crujen bajo los vientos del otoño.
Aquí, en los ríos, el agua, tan imprevisible en invierno, se vuelve cielo azul
y los árboles susurran por encima de los ríos —sus voces son pacíficas,
con ecos de rosa mosqueta, sedosos y lánguidos.
Aquí la estepa se cubre con un cielo oscuro, como un océano
cubre doradas e invalorables arenas;
y la tierra, aunque sangre, espesa y marrón, es tibia al tacto.
Aquí incluso las oscuridades extraviadas se convierten en niebla cierta,
con una neblina sanadora se asienta en las curvas y grietas
de los campos heridos, exhaustos, congelados en el sueño.
Aquí la vida ha sido encantada, y la vida, sorprendentemente,
anida en casas con risas de niños, como zorros en madrigueras,
con los tempranos cerezos en flor cubre jardines donde los misiles han torcido las raíces,
con pequeñas nubes azuladas que marcan el aliento humano en el aire frío.
Aquí el amor ha sido encantado,
por amor —escucha, no fuego y pólvora— aquí ha sido encantado:
muerte, no te muevas, no permitas que este encantamiento acabe.
Versión del inglés de Jacqueline Goldberg y Euro Montero
Kateryna Babkina nació en Ivano-Frankivsk, Ucrania, en 1985. Es poeta, prosista, columnista, guionista, dramaturga y autora de populares libros infantiles. Sus textos han sido traducidos al inglés, sueco, polaco, alemán, hebreo, francés, rumano, checo y ruso. Sus obras se han representado en Kiev, Viena y Ginebra. Varios cortometrajes están basados en sus historias y en 2016 uno de ellos se presentó en el Festival de Cine de Cannes. En 2021 ganó el premio Angelus de Literatura Centroeuropea.
A partir del artículo de marzo del 2014 en The New York Times de Steven Lee Myers y Alison Smale, “Tropas de Rusia se amasan en la frontera con Ucrania”
Usar solo lenguaje
formulaico: la crisis
entre el Kremlin y Occidente.
Usar palabras cuantitativas —excesivo,
a gran escala, masivo, masa— con una urgencia
que, igual que a un caballo o un perro, sabrás domesticar.
Usar metáforas que emplean la temperatura
—erupción, calientes, incendiario—
o fuentes de calor sencillas, como el aceite o la llama,
que remiten a ese invierno nombrado, ese frío
que no ha terminado.
Construir la potencial gravedad
como se jala un asteroide
hacia algo que lo va a quemar
y reducir a polvo, la amenaza
de una ruptura profunda—a prueba
de la rabia y la irrupción,
el chernozem partido
a la mitad y salvajemente y
de manera extendida. Luego,
debatir la integridad
territorial de aquello. Interrogar
su cuerpo, introducir alfileres:
un país lógico que avienta hombres
o una okraina llena de histeria,
una frontera hembra.
Introducir alfileres, restringirlo
—inmutable—
para luego desmontarlo
con tal de afirmar que comprendes
la maquinaria de esta tierra,
el lugar donde los huesos-río
se juntan con la piel de carbón-tierra. Llamarlo
una catástrofe
para Ucrania y fingir
que la omisión carece de intención. El artículo
ausente en el eslavo
no se notará, pero cuando
crece—como todo silencio debe crecer—
y revienta el hielo del río Dnepr,
ese aullido formará una cuña entre
la mezcla entre aire y agua:
un montón de pelaje y huesos-sangre congelados,
que vuelven a la superficie como una camada de gatitos
que se ahogó aquel verano.
Versión del inglés de Tanya Huntington
Julia Kolchinsky Dasbach llegó a los Estados Unidos desde Dnepropetrovsk, Ucrania, en 1993, como refugiada judía. Investiga la poesía contemporánea sobre el Holocausto, con un enfoque especial en las atrocidades cometidas en los antiguos territorios soviéticos. Es la autora de The many names for mother (Premio Stan and Tom Wick Poetry Prize, 2018) y Don’t touch the bones, ganador del Idaho Poetry Prize en 2019.
La madre de dios –una zorra
sostiene al pelirrojo hijo de dios entre sus patas suaves
él mira
como si acabara de descubrir una mariposa
revoloteando sobre el musgo
y un zorro macho de seis dedos quiere decir algo
señala algo
y otra zorra Joven santa bárbara
observa a dos cachorros alados
de pelaje rojo brillante
Y Rafael ríe
con una sonrisa zorruna
y te mira a los ojos
a tus
astutos ojos
Versión de Ana García Bergua y Julia Piastro
a partir de la versión en inglés de Alan Zhukovski
Myroslav Laiuk nació en Smodna, pero desde los dieciocho años vive en Kiev. Su poesía ha sido influida por el dialecto hutsul y por las tradiciones locales. Entre sus libros se encuentra Agenda online broadsheet (2014), de donde proviene este poema