Una obra como Vidas de Pitágoras, de David Hernández de la Fuente, nos permite acceder a las fuentes de lo que se sabe sobre esa gran figura histórica y, al hacerlo, desplazar en alguna medida su perfil de científico centrándolo algo más en su faceta religiosa y metafísica. Además del trabajo de relectura e investigación, este libro nos ofrece las traducciones de las vidas más conocidas de Pitágoras debidas a Porfirio de Tiro, Jámblico de Calcis, Diógenes Laercio, ya conocidas, pero también los retratos que hicieran Diodoro de Sicilia, Focio de Constantinopla y el epítome de la biografía de Pitágoras contenido en la enciclopedia bizantina Suda. Pitágoras, persona real y figura en parte inventada desde su propio tiempo, encarna al sabio matemático y a una suerte de hombre-Dios. De él deriva la idea de que, fundamentalmente a través del Timeo de Platón, hay una armonía universal, musical y matemática, lógica o analógica. Desde el autor de la República, a Plotino, Hermes Trismegisto y toda la tradición hermética, en sus dos ramas, la esotérica-mística y la poética (que en la modernidad desembocan en Swedenborg y Fabre d’Olivet por lo primero y en Baudelaire y el surrealismo por lo segundo), no ha dejado de alimentar la intuición de lo Uno. Como ciencia (pensemos en Kepler o Newton) o como poética: visión de las semejanzas apoyadas en una identidad no reductiva, un acuerdo que nos lleva siempre hacia lo otro (Breton). No es este el tema de este valioso libro, pero no creo que esté de más señalarlo.
Pitágoras es un espacio favorable, porque en él se unen la tradición chamánica (de origen tracio y escita), donde la realidad transcurre entre dos mundos y el hombre de ciencia que basa su conocimiento en la lógica de la identidad (matemáticas). Hombre divino o profético, intermediario entre los hombres y los dioses a través de los dáimones, Pitágoras dice más sobre la configuración religiosa y formación intelectual de su tiempo que sobre él mismo, ya que se trata de alguien que se desvanece en sus predicados (apoyados en la leyenda o no): cuanto más atributos, menos real la persona y más significativas las plurales implicaciones históricas. Hernández de la Fuente señala la importancia en Pitágoras de los patrones chamánicos propios de Apolo y Dioniso, a saber: la curación por la palabra, la música y el sueño como revelador de profecías. Curación de la enfermedad pero también (Zalmoxis, o el mítico Orfeo) de la muerte. Nuestro autor nos lleva a través de ciertos ritos mánticos, como la katabásis, o descenso al otro mundo, los viajes espirituales y otras ceremonias presentes en Pitágoras y conformadoras de la espiritualidad de la Magna Grecia.
Las biografías de Pitágoras fueron compiladas y confeccionadas en época cristiana, y llevan la impronta de la tradición judeocristiana del concepto del hombre santo. No obstante, hay dos facetas que son estudiadas en esta meticulosa obra: la del santo u hombre divino y las implicaciones políticas de su actitud religiosa, vinculadas a la ley y el oráculo. Pitágoras vivió entre 570 y 490 a. de C., desarrollándose su vida entre la isla de Samos, en Asia Menor y Crotona, al sur de Italia. Como Sócrates, no escribió nada y en su origen su fama se debió a sus ideas relativas a la vida después de la muerte, la concepción de la inmortalidad del alma (la noción de reencarnación), las curaciones y adivinaciones, además de a una severa ascesis como vía de acceso a lo divino. El sanador, iatrómantis, está vinculado con los fundamentos religiosos de la medicina griega (que, por otro lado, son comunes a los orígenes de toda medicina). Escasas son las menciones en su tiempo aunque se sabe que, posteriormente, para Jenófanes y Heráclito era aún una figura conocida. A pesar de la ambigüedad, se le atribuyen aportaciones científicas tales como el avance de las matemáticas (el teorema que lleva su nombre) y de la música: el cosmos es una suerte de armonía numérica, una proporción, música matemática. La armonía celestial emite una música que Pitágoras percibe, no con los sentidos, con el alma. Ni Platón ni Aristóteles situaron a Pitágoras en la tradición filosófica sino como hombre religioso y carismático. Sin embargo, Aristóteles escribió un libro, que no ha llegado a nosotros, sobre el gran hombre de Samos.
David Hernández de la Fuente incide en que en el mundo antiguo “Pitágoras aparece como un dios encarnado entre los hombres, o una criatura de mediación, ni humana ni divina, tal como reza el conocido enigma sobre Pitágoras: ‘Bípedos son el hombre, el ave y otro tercer ser…’” Sin embargo, su nombre ha quedado relacionado con el saber científico, aunque no tanto por él mismo como por los pitagóricos, descubridores, por ejemplo, de la proporción de los triángulos rectángulos. Según Hernández de la Fuente –que recoge eruditamente el resultado de numerosos estudios– no hay criterios suficientes para atribuir ningún texto a Pitágoras, pero hay una literatura pseudopitagórica compuesta en la época helenística que, a su juicio, es uno de los “fenómenos más interesantes de la historia literaria de la Antigüedad”.
No cabe duda respecto al éxito del pitagorismo, porque las sociedades pitagóricas, formadas por gente noble, alcanzaron importancia no solo en Crotona sino en otros lugares y sobrevivió hasta la llegada de Platón y Aristóteles, con un curso, ya transformado, disfrazado en ocasiones, en la religiosidad y en la filosofía posterior al pensamiento helénico.
Como conclusión muy sintética, esta notable investigación nos ofrece lo siguiente: hasta los siglos v-iv el pitagorismo fue sobre todo un saber religioso relacionado con el chamanismo y los misterios griegos (es lo que pensó Burkert) y a partir de Platón es una tradición matemática y astronómica (Aristóteles, Sexto Empírico), aunque la paternidad de estas ideas se deba a Filolao de Crotona y Arquitas de Tarento. A Filolao se debe la frase que supone la matemática como fundamento de los saberes: “Todas las cosas que son conocidas poseen número; pues nada puede ser conocido ni comprendido sin número.” Frente a esta tradición lógica (matemática), en su tiempo y después se dio la que se conoce como acusmática, apoyada en elementos más irracionales y místicos. Sin duda el hombre Pitágoras tuvo una sola vida, pero lo que inspiró constituye una plurali-dad que David Hernández de la Fuente ha sabido mostrarnos con sabiduría de filólogo y de historiador. ~
(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)