El poder de los oficiales de la Real Hacienda

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Michel Bertrand

Grandeza y miseria del oficio. Los oficiales de la Real Hacienda de la Nueva España, siglos XVII y XVIII

México, FCE, 2011, 591 pp.

 

En su libro Grandeza y miseria del oficio. Los oficiales de la Real Hacienda de la Nueva España, siglos XVII y XVIII, Michel Bertrand nos ofrece una fascinante historia social –o, mejor dicho, una historia total– de los oficiales reales de la Nueva España desde 1660 –momento en que España se encuentra sumida en una profunda crisis– hasta 1780 –vísperas de la puesta en práctica de las reformas borbónicas en la Nueva España que habrían de modificar profundamente este oficio.

Los oficiales reales no eran unos funcionarios más entre muchos otros de la burocracia hispánica, sino que constituían un engranaje esencial  que garantizaba el funcionamiento de toda la administración y que mantenía la cohesión del vasto Imperio español. En efecto, los oficiales reales eran los  responsables de recaudar todos los impuestos –sin los cuales el Imperio español no habría podido existir–, de distribuir estos ingresos entre las distintas ramas de la administración, y de pagar a los proveedores y beneficiarios de la Corona española. Aunque sus ingresos no eran tan elevados como los de otros miembros de la élite (virreyes, oidores y altos jerarcas de la Iglesia), su papel era por lo menos igual de importante para asegurar el funcionamiento diario de la administración y la estabilidad del imperio. Tenían, además, la peculiaridad de conformar una corporación muy homogénea, tanto por su origen social, como por su formación especializada, lo que en aquel entonces constituía una excepción en la administración española.

La relevancia de las funciones que desempeñaban los oficiales reales llevó a la Corona española a intentar someterlos a una cuidadosa vigilancia y una estricta disciplina que desbordaban el ámbito laboral. En efecto, había que evitar que parte de los inmensos caudales que administraban fueran a parar a sus bolsillos y que el inmenso poder que tenían en el manejo cotidiano de los fondos públicos fuera usado para beneficiar a sus familiares, amigos yclientes. Justamente con el fin de que los oficiales reales de la Nueva España no sucumbieran ante esas tentaciones, todos ellos eran reclutados en la península y estaban sujetos a diversas restricciones, incluso matrimoniales, para evitar que entraran en relación con los grupos de poder local y con la élite económica del virreinato. Aunque, claro está, como lo muestra admirablemente este libro, todas estas disposiciones fueron, en gran medida, letra muerta.

Para estudiar este sector tan peculiar e importante de la administración novohispana, Michel Bertrand recurre a una versión novedosa y enriquecida del llamado método prosopográfico, que casi nunca ha sido utilizado en la historia de México, tal vez con la única excepción del notable libro de François-Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la revolución (México, Fondo de Cultura Económica, 1992). Este método supuso un estudio, si no exhaustivo, por lo menos muy amplio, de las características del grupo de los oficiales reales (origen social, formación, carrera, patrimonios personales y familiares, actividades, etcétera). La sistematización de toda esta información le permitió al autor reconstituir el “tipo medio”de estos funcionarios y tener una visión general de este sector administrativo.

Sin embargo, este trabajo titánico no constituye para Michel Bertrand más que un prolegómeno necesario –cuyos resultados expone en breves páginas– para poder ahondar en las carreras más o menos excepcionales de algunos de estos funcionarios. Gracias a esto, el autor reconstruye con gran habilidad las redes familiares y clientelistas de los oficiales reales, lo que le permite ir mucho más alláde lo que podría haber sido una mera historia de las instituciones, para poner en evidencia algunos de los resortes más profundos del funcionamiento de la sociedad virreinal. Así, Grandeza y miseria del oficio constituye un logrado ejemplo de una historia de “carne y hueso”, en donde se da cuenta tanto del funcionamiento de las instituciones como de las vidas particulares e irreductibles de los que gravitaban en torno a ellas.

El libro se presta, también, a otra lectura no solo de gran interés, sino incluso de enorme actualidad. En efecto, los esfuerzos de la Corona por controlar los negocios y la vida de los oficiales no son sino una página de la larga lucha de la Corona española por acotar la corrupción y los abusos de poder que paradójicamente el mismo sistema propiciaba. En efecto, la Corona española no se propuso nunca terminar de tajo con la corrupción, sino tan solo que sus funcionarios no rebasaran ciertos límites que se negociaban constantemente –al igual que hoy en día el obispo de Ecatepec eleva sus plegarias para que nuestro próximo presidente no robe demasiado. Michel Bertrand muestra así cómo la corrupción, que al mismo tiempo minaba desde dentro al aparato administrativo, era vista con gran naturalidad, tanto por los propios funcionarios, como por los habitantes de la Nueva España, en especial por aquellos que pertenecían a la élite económica. La corrupción no solo permitía que los funcionarios suplieran la  estrechez de sus salarios y pudieran llevar un tren de vida acorde al papel que ocupaban en la jerarquía social, sino que también creaba vínculos entre grupos en principio contrapuestos tales como peninsulares y criollos, funcionarios, mineros, hacendados y comerciantes. Por ello, las repetidas medidas decretadas por la Corona para poner fin a la corrupción tenían poco efecto: su aplicación a rajatabla hubiera amenazado la cohesión misma del Imperio español.

En el caso de los oficiales reales, sobre los cuales pesaban múltiples controles, la brecha por la que se infiltraba el clientelismo era paradójicamente la crónica escasez de fondos públicos. Dado que el Estado no era capaz de cumplir con sus compromisos y de pagar a sus proveedores y beneficiarios, los oficiales reales disponían de un importante margen de discrecionalidad para decidir quiénes eran los que merecían ser retribuidos antes que los demás. Huelga decir que los favorecidos solían ser los miembros de sus amplias redes familiares y clientelistas.

En efecto, a pesar de todas las disposiciones legales que buscaban evitar que estos funcionarios se relacionaran con los círculos locales, los oficiales reales inevitablemente solían terminar casados con hijas de familias criollas prominentes e integrados a las vastas redes sociales que estructuraban la Nueva España y todo el Imperio español. Atinadamente, Michel Bertrand señala que solo cuando –a partir de 1780– la Corona se decidió a asumir los altos costos financieros que suponía aumentar el control sobre sus funcionarios (profesionalización, mejoras de sus emolumentos, aumento considerable del número de funcionarios, etcétera), las medidas reformistas lograron tener algún impacto en el funcionamiento de la administración española y en la sociedad novohispana.

Finalmente, señalemos que este libro arroja esclarecedoras luces sobre la lógica social no solo de la Nueva España, sino incluso del Imperio español en su conjunto. Muestra, entre otras cosas, la poca pertinencia de la oposición entre peninsulares y criollos, que fue magnificada por los historiadores del siglo XIX y, en buena medida, también del XX. En su lugar, Michel Bertrand propone comprender al mundo hispano de los siglos XVII y XVIII a través de la competencia entre amplias redes sociales que tenían sus raíces locales, pero que también se enlazaban con otras de lugares más o menos distantes, atravesando incluso a menudo el océano Atlántico. Estas amplias redes sociales mantenían además sorprendentes y variadas relaciones con la administración española –que no era sino una red social más institucionalizada–: en ocasiones, entraban en franca competencia con la Corona española que buscaba expandir y fortalecer su poder entre los súbditos, pero otras veces también le permitían reproducir el orden y la cohesión sociales en un territorio extensísimo, mal comunicado y atravesado por brutales desigualdades económicas.

El libro Grandeza y miseria del oficio constituye, pues, una aportación original y profunda al conocimiento de la historia novohispana, que sin duda habrá de renovar significativamente los estudios sobre el funcionamiento de las instituciones y de suscitar fructíferas polémicas sobre el papel de las redes sociales en el Imperio español. ~

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(ciudad de México, 1954), historiador, es autor, entre otras obras, de Encrucijadas chiapanecas. Economía, religión e identidades (Tusquets/El Colegio de México, 2002).


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