Hay una contundente afirmación de David Hume, el gran filósofo escocés, citada con frecuencia por los deterministas: “La razón es y solo debe ser la esclava de las pasiones.” Hume, en su Tratado de 1740, rechaza una teoría de la libertad que no acepte los principios básicos de la causalidad y de la necesidad, pues cree que si los removemos entonces la libertad queda liquidada por el azar. En este contexto establece que la razón por sí sola no es el motivo de ninguna acción, pues para que ello ocurra debe ir acompañada de las pasiones. Ocho años después, en su Investigación sobre el entendimiento humano, de 1748, volvió a insistir en el tema determinista: “Es universalmente aceptado que nada existe sin una causa para su existencia, y que el azar, cuando es examinado exhaustivamente, es una mera palabra negativa y no significa ningún poder real que posea en ninguna parte un ser en la naturaleza.” Y un poco más adelante aclara que la libertad, cuando es opuesta a la necesidad, es idéntica al azar, el cual no existe, pues el azar es entendido por Hume como una situación que no es producida por ninguna causa. Sin embargo, en este contexto científico y empirista, Hume nos dejó una definición de la libertad: “Por libertad, pues, solo podemos entender el poder de actuar o no actuar, de acuerdo a las determinaciones de la voluntad, es decir, si escogemos permanecer quietos, lo podemos hacer; si escogemos movernos, también podemos.” Esta libertad –que no significa azar– es universalmente aceptada como propia de todos aquellos que no son prisioneros, que no están encadenados.
En su Tratado ya Hume había usado el tétrico ejemplo de un prisionero para mostrar la interrelación de actos voluntarios con causas naturales. Se refiere a un preso condenado a muerte que carece de dinero o de apoyos, y que descubre que es imposible escapar: está atrapado en una cadena causal que incluye tanto la voluntad de sus carceleros como el hierro de las rejas y la piedra de los muros que lo mantienen cautivo. Cuando el prisionero llega al cadalso puede prever con certeza su muerte y su mente recorre la cadena causal: “El rechazo de los soldados a permitir que escape, la acción del verdugo, la separación de la cabeza y el cuerpo, el sangrado, los movimientos convulsivos”. Esta macabra descripción le sirve a Hume para concluir que “hay una cadena que conecta causas naturales y acciones voluntarias, pero la mente no siente ninguna diferencia entre ellas al pasar de un eslabón a otro”. El hierro de las rejas es tan inflexible como la voluntad de los guardianes. Las causas físicas en la cadena causal tienen el mismo efecto que los actos volitivos. No obstante, Hume reconoció que la libertad de actuar puede cambiar el curso de un proceso, pero no debido a que ella se encuentre fuera del encadenamiento de causas y efectos. Por el contrario, si se entiende la libertad como una muestra de las “determinaciones de la voluntad”, ella es precisamente lo que permite definir la responsabilidad de los actos punibles o premiables de los hombres. Un acto fruto del mero azar, sea maligno o benigno, no permite atribuirle méritos o penas a quien lo ejecuta. Hume acepta que la libertad y la necesidad son compatibles, aunque su explicación es más utilitarista que científica. La libertad es la capacidad de decidir dentro de una red de causas y efectos. Fuera de esta red la libertad es azar y no existe.
A diferencia de Spinoza, para quien el hombre libre es aquel que vive solo de acuerdo al dictamen de la razón, Hume está convencido de que la razón sola no puede ser nunca la causa de una acción. La moral no puede basarse únicamente en la razón, que es inerte; se requieren las pasiones para impulsar las acciones morales. Hay que advertir que Hume usa una definición precisa y estrecha de razón: es el descubrimiento de lo verdadero y lo falso; pero la razón es incapaz de determinar lo bueno y lo malo. No quiero discutir aquí las sutilezas de la teoría de Hume sobre las pasiones. Quiero solamente volver al ejemplo de la serie de causas y efectos que encadena al prisionero condenado a muerte. Supongamos que alguno de sus celadores, poseído por una pasión piadosa o generosa, decide dejarlo escapar durante la noche. Aquí interviene una acción voluntaria, motivada por una pasión y acaso acompañada de alguna razón, que modifica la cadena causal imaginada por Hume y que desembocaría necesariamente en el cadalso. El filósofo escocés entrevió esta posibilidad cuando aceptó la existencia de una forma de libertad, pero no exploró sus consecuencias.
Con este breve paseo por las ideas de Hume he querido mostrar que, aun partiendo de una reflexión sobre la gran importancia de las emociones en la vida moral, no es necesario postular la idea determinista según la cual existiría un sentido moral similar a los sentidos físicos. Contrariamente a lo que algunos han supuesto, Hume no creyó en ese postulado. Para él, el sentido de la justicia no es natural sino artificial, y tiene su origen en la educación y en una serie de convenciones establecidas. Así que, aun desde la perspectiva de Hume, las razones pueden desencadenarse. Esta es la base de la civilización. ~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.