Todo es fortuito menos el azar

En varios libros que leía encontraba huellas de la pelea entre Lillian Hellman y Mary McCarthy. Semanas después de escribir del tema, un libro de Hellman me perseguía.
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En No me acuerdo de nada, de Nora Ephron, leí “Pentimento”, un texto sobre la autora de Pentimento, Lillian Hellman. Nora Ephron hace un casi perfil de Hellman pero sobre todo habla de su amistad, de cómo ella se cansó de algunas cosas de Hellman –seguramente las que la atrajeron al principio–. Igual que cayó hechizada ante el libro, Pentimento, sin que luego se pueda explicar cómo o por qué, los juegos de sociedad de Hellman la sedujeron un rato y después ya no. Ephron sabe que se portó mal, pero eso es lo de menos ahora. En ese texto Ephron cuenta que Hellman interpuso una demanda a Mary McCarthy por difamación después de que la crítica y novelista dijera que todo lo que escribía Hellman era mentira, incluidas las palabras “el” e “y”. Lo dijo en una entrevista en el programa de Dick Cavett, entonces McCarthy vivía en París, había estado preparando la edición de las conferencias de su amiga Hannah Arendt y estaba a punto de publicar un libro de ensayos literarios, “la mayoría a favor”, dijo McCarthy. Lo que dijo sobre la deshonestidad de Hellman en esa entrevista era en realidad una cita de sí misma. En respuesta a Cavett, que le pregunta qué escritores están sobrevalorados, McCarthy cita a Hellman y luego matiza con esa cita de algo que dijo en otra entrevista. Podía haber dicho también otra cosa que dijo de Hellman y otros dramaturgos y su “aceitoso virtuosismo”. Hellman estaba viendo la entrevista y a la mañana siguiente puso la demanda. Escribí del asunto para el número especial de verano de Letras Libres, dedicado a las enemistades literarias. 

En seguida me puse de parte de McCarthy: sus Memorias de una joven católica me habían gustado mucho, también había leído de ella El grupo; había picoteado algunos ensayos de Escrito en la pared y empecé la correspondencia con Hannah Arendt, Entre amigas. Me puse enseguida de su parte porque leí su defensa de Eichmann en Jerusalén, que aunque ahora suele aparecer citado (a veces sin leerse), en su momento Arendt recibió críticas bastante duras (en parte por una lectura literal). 

Me llegaron algunas señales en forma de coincidencia libresca: resulta que Dorothy Gallagher, la autora de uno de los libros que más me había gustado –que, por cierto, respondió lacónicamente por correo electrónico a mis preguntas a propósito del libro, De cómo recibí mi herencia–, había escrito una biografía de Lillian Hellman: Lillian Hellman: an imperious life. Gallagher se interesó por Hellman porque comparte con ella el origen ucraniano. 

El texto se publicó ya, agosto se acaba. Leí El oasis, de Mary McCarthy, compré en internet dos libros suyos en ediciones viejas: Al contrario y Pájaros de América, como el de Lorrie Moore. Están en la balda de mi habitación en la casa de mis padres, donde he pasado el verano. Apenas los he abierto. Justo estas vacaciones, estas semanas atrás, por iniciativa de mi hermana pequeña hemos pintado la casa. El pintor iba habitación por habitación: vaciábamos las estanterías de libros, movíamos las estanterías, pintaba, y hacíamos lo mismo pero al revés. En la habitación de mi hermano Jorge, que antes fue de Daniel, donde convivían literatura en alemán, algunos libros de mi hermano Daniel, literatura americana, hispanoamericanos, novedades y libros de fútbol, apareció un ejemplar viejo de Pentimento, de Lillian Hellman. Me hice un poco la loca y lo dejé ahí. Dos días después, fue mi padre el que me lo dejó encima de la mesa del comedor: mira lo que he encontrado, dijo. Ni siquiera me acuerdo de haber hablado del tema con él. 

Es una edición de 1977, cuatro años posterior a la original, publica Argos, traduce Marta Pessarrodona. El libro está dedicado a Peter Feibleman, guionista y escritor. Amante y amigo de Hellman según Wikipedia, que destaca que la escritora era siete años mayor que la madre de Feibleman. Voy directa a “Julia”, el capítulo que dio origen a una película que ganó premios y en el que Hellman cuenta cómo ayudó a la resistencia. Está en París, donde ha viajado con Dorothy Parker y Alan Campbell, como se esfuerza en señalar, es el verano de 1937 y se acuerda de una amiga de infancia, Julia, “quien se encontraba estudiando medicina en Viena”. Siguen escenas de encuentros que parecen inspiradas más en ficciones sobre espías.

Creo que lo que quiero decir es lo que recuerda Françoise Etchegaray en Cuentos de mil y un Rohmer que decía Rohmer: “Todo es fortuito menos el azar”.  

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