Alejandro Zambra
No leer. Crónicas y ensayos sobre literatura
Barcelona, Alpha Decay, 2012, 240 pp.
Hay autores desesperados por figurar en la nueva “nueva” narrativa hispanoamericana, ya cuarentones o cincuentones. Hay otros de una madurez y sofisticación que desmiente su juventud, a quienes solo les importa la prosa lúcida y verdaderamente nueva. Zambra (1975), autor del conceptualmente preciso y fluido díptico compuesto por Bonsái y La vida privada de los árboles, está entre los últimos. Su sutileza para combinar lo que Perec llamaba lo “infraordinario” con una especie de “autobiograficción” verdaderamente innovadora no tiene límites. No leer, selección de su prosa no ficticia publicada entre 2003 y 2010, alguna revisada, es un emblema de esas permutaciones, con el valor añadido de incluir referencias y llamados interdisciplinarios de última moda y de literatura mundial clásica.
El título es un mandato irónico, y entre otros efectos positivos estos ensayos y reseñas aguijonean a sus lectores a leer de manera diferente, no solo a buscar la sustancia entre líneas. Sus fuentes, lecturas y referentes son vastos, sus criterios de tono muy directo, ofensivos solo para algún esteta pusilánime, y su estilo novelístico y variado. Esto es precisamente lo que propone la nota homónima, que parte de Cómo hablar de libros que no se han leído de Pierre Bayard. Zambra dice no haberlo leído, consciente de la superabundancia de libros, artículos y teorías fugaces sobre la lectura, y de que se puede ser un lector incorrecto de varias maneras productivas.
Zambra afirma implícitamente que la cronología simple no permite comprender las relaciones entre las obras, y sus ejercicios de estilo son también ejercicios de pensamiento que ofrecen la posibilidad de repensar nuestra relación con lo escrito y la escritura sin subestimar el esplendor de leer libros complejos. Diferente de Bayard, Zambra no provee un manual del usuario, sino un vade mecum y poética que se divierte con las pretensiones de sus coetáneos y sus esfuerzos por congraciarse con ciertos poderes (“De novela, ni hablar”), situándose sabiamente entre erudición y habladuría (“La literatura de los hijos”, sobre Correr el tupido velo de la hija de Donoso), para ofrecer un elogio y teoría de la lectura, y para mostrar que apasionarse no quiere decir cambiar de parecer.
Su brillo conceptual nunca deja de abrumar felizmente: cuando escribe sobre Bonsái (“Árboles cerrados”), autores canónicos (Borges, Vargas Llosa), cartas, el lenguaje, giros lingüísticos, poesía (“Contra los poetas”), sobre autores italianos (los más), franceses y japoneses, y sobre varios recovecos de la cultura literaria popular. Un hilo que enhebra ciertos dictámenes contra lo banal es que ve la prosa como poesía, y en el paso de un género a otro se nota su extrema confianza en el acto de narrar, porque la ficción es el objetivo de sus crónicas. “Una lengua corrompida”, sobre Coetzee, es ilustrativa de su propósito.
La segunda sección, con las piezas más extensas, incluye la mejor interpretación de la poesía de Bolaño, y lecturas profundamente naturales de Parra y Pavese. Consistentemente, el ensayo más largo y memorable
del libro es sobre la prosa poética fragmentaria de Ribeyro, que como muchos otros textos es más bien sobre la novela y el cuento. Cuando allí habla de la relación entre vida y literatura, acudiendo a chispazos biográficos, uno se da cuenta de que también está hablando de la legibilidad del mundo, y es claro que él, como dice de Bolaño, también ha desordenado la literatura latinoamericana.
En la primera sección, la más variada, “Que vuelva Cortázar” va contra el gesto de moda pero fútil de sus contemporáneos argentinos de infravalorar y destituir al extravagante Cortázar. Además de poetas (de Shakespeare a Pessoa, Eliot y Pound) y Flaubert y Diderot, se concentra en narradores del yo como Levrero, Macedonio (“nuestro Sterne”) y Vila-Matas, preferencia esclarecida por su propia ficción y las minucias sobre el arte de escribir. Si la prosa no ficticia de muchos nuevos narradores deja mucho que desear, también es verdad que es inútil emplear el ensayo como excusa “literaria”. Zambra nos convence de no subestimar el propósito original de ese género.
Es evidente que consagra la primera sección a sus autores, obras y temas favoritos. También elogia las fotocopias sin pedantería académica, y dedica numerosos comentarios brillantemente comprimidos sobre autores estadounidenses (partiendo de la Spoon River Anthology, hasta Cheever y Carver) y cultura popular. Tampoco evita proveer información autobiográfica sobre su costumbre de leer en cualquier lado (“Festival de la novela larga”). Enterado, al día con la crítica especializada (Bloom, Derrida) o de autor (Kundera), ajusta cuentas con figuras mayores como Edwards, y con la “chilenidad”. La capacidad de Zambra para leer a través de los siglos, disciplinas, categorías y definiciones lo distancia de sus contemporáneos. No leer es un gps literario extremadamente oportuno, de un autor establecido que contiene multitudes a las que no se les puede hacer justicia en una reseña. ~
(Guayaquil, Ecuador) es crítico literario. Su estudio Los peajes de la crítica latinoamericana aparecerá próximamente.