El poeta legendario y el poeta joven

Variaciones de un día

José Kozer y Enrique Winter

Provincianos Editores

San Francisco de Limache, 2022 v, 102 pp.

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La abstracción es una manera no de evadir el mundo real,
sino de abrazar todas sus posibilidades.
Sergio Pitol

El título de la primera novela de Ben Lerner, Leaving the Atocha station, fue extraído textualmente de un poema de John Ashbery. Esa cita (en ambos sentidos de la palabra) ya revela la admiración que Lerner, poeta joven, tenía por el legendario Ashbery.

Variaciones de un día, con poemas de José Kozer (La Habana, 1940) y Enrique Winter (Santiago de Chile, 1982), es un diálogo de pliegues y repliegues íntimos, que tiene algo de esa relación entre Lerner y Ashbery, sobre todo porque también está basada en la sorpresa mutua de un puente tendido entre dos generaciones a décadas de distancia; además de construirse como una conversación abierta entre dos poetas obsesionados por el lenguaje.

Fue Kozer quien tuvo la idea de ensayar “una nueva estrategia por y para la poesía” que trascendiera la individualidad y lograra empalmar dos voces. Así nació este libro que reúne poemas (quizá los más personales) de Kozer y Winter, construyendo destellos de pensamiento poético con los ritmos de una conversación. Visualmente, contrapone la verticalidad de los poemas de Kozer (“mis longanizas” diría él) a la horizontalidad de los poemas de Winter, bloques de espíritu caligramático donde entran en tensión eléctrica el espacio positivo del texto y el negativo de la elipsis.

Un ejemplo de esas descargas ofrece el poema de Winter que abre el libro:

Por su parte, los poemas de Kozer, que destilan su refinamiento perpendicular en versos que alcanzan a veces hasta el monosílabo, dialogan con esas tensiones y descargas, con esas alienaciones y reconocimientos:

Los poemas de Variaciones de un día, como era de esperar, apuntan a dislocar tanto la sintaxis como nuestros horizontes de expectativas. Pues en el caso de ambos poetas se trata de una escritura gestual, de un expresionismo digresivo, de paréntesis, suspensos, parataxis, de encabalgamientos, despeñamientos y descalabros.

Sin embargo, se vislumbra a través de estos tejidos desconcertantes el material de que está hecha esa expresión: la vida misma. Más allá de la desfamiliarización que en los mejores momentos nos lanza a una especie de exilio de la conciencia, hay en estos poemas un rescate minucioso de elementos reconocibles de la vida cotidiana (incluso de la vida doméstica; monástica se diría en Kozer) como un rescate de lo más elemental.

Valga citar instantes de este libro, obviando distinguir entre sus dos autores, como forma de celebrar la lógica de cadáver exquisito que propone su método paranoico-crítico: La verdad de la casaCiertos amaneceres de mayo en ÁmsterdamLas moradas de TeresaGuadalupeLa presencia del espacioLa plata de las nochesLos primeros pasos del díaUna buena nevadaEl hijo que se demora adentroUn padre despertando de la siestaLa sagrada familiaEl tallo, la raíz de las palabras. Incluso: El bicho en el ambiente que se lo come todo. Incluso: un mundo que se despeña.

Los presentes y los futuros lectores advertirán así que en el cuerpo de todo poeta abstracto sigue palpitando el alma de un poeta conversacional. Que el aullido inescrutable del poeta neobarroco revela una melodía interna cargada de significación; la melodía de un neoalumbramiento.

La línea de fuego que recorre Variaciones de un día, diálogo (como apunta la contratapa) “entre el maestro jubilado y el padre primerizo”, es la tensión entre un cuerpo que se degenera y un cuerpo en gestación. La imagen de un cuerpo que envejece y se corrompe (blefaritis, almorranas, glaucoma, ceguera, muerte) contrasta con la de un cuerpo que se engendra, que nace, crece y gatea…

En este diálogo entre el poeta legendario y el poeta joven, en esta cadena de oro de muertes y nacimientos, en estas variaciones (casi hipnóticas) de noches y de días, se establece una circularidad que remite al soldado que se va y el soldado que llega en El desierto de los tártaros de Dino Buzzati o al maestro que se va y el maestro que llega en “Luvina” de Rulfo. Pero no hay pesimismo, no hay desolación en la circularidad de Variaciones de un día, todo lo contrario: es un libro de esperanza, porque por sobre todas las cosas es un libro de agradecimiento a la vida.

El novelista norteamericano Nicholson Baker dijo que toda novela (pero podríamos reemplazar y decir que todo poema) responde a una única pregunta: “¿Vale la pena vivir?” La respuesta que en ese sentido ofrece Variaciones de un día es un rotundo .

En una reseña que Ashbery escribió sobre Stanzas in meditation, de Gertrude Stein (una poeta que a su vez le llevaba a él cincuenta años), dice: “El poema es un himno a la posibilidad, una celebración del hecho de que el mundo existe, que las cosas pueden suceder.” Lo mismo me animo a decir de este libro: Una celebración del hecho de que el mundo existe, de que las cosas pueden suceder y de que aquí estamos para vivirlo. Paradójicamente inspirado durante la pandemia, momento único en nuestra historia que canceló, que puso en pausa el correr del tiempo, este diálogo de un eterno retorno entre el maestro jubilado y el padre primerizo revela una esperanza retrospectiva hacia nuestros ancestros y una esperanza prospectiva hacia nuestras descendencias.

Ben Lerner había dicho: “Estoy mareado por la suerte que tuve de que mi vida se haya superpuesto con la de John Ashbery, una de las cosas buenas de haber nacido cuando nací.” Lo que hace Lerner con esa frase es reescribir a su manera la bendición judía del SHEHIANU, o sea el agradecimiento de haber llegado vivo al milagro de este momento. Me imagino, leyendo entre líneas los diálogos que conforman Variaciones de un día, que una sorpresa y un agradecimiento similar deben haber sentido Kozer y Winter. Una sorpresa y un agradecimiento que también aguardan al futuro lector. ~

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es novelista, crítico y profesor en la Universidad Estatal de California en Los Ángeles. Su libro más reciente es El lejano desoriente (Rialta, 2022)


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