La necesidad de la legalización

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Una sociedad no puede considerar enfermos y delincuentes a millones de ciudadanos, que tienen trabajo y familia casi todos, por el mero hecho de fumar mariguana, la mayoría en forma esporádica, algunos todos los días, casi ninguno en la jornada laboral porque la mariguana se disfruta más en la libertad del ocio; en el trabajo fomenta las metidas de pata. Los pocos que la fuman todos los días, lo hacen llegando del trabajo como otros ciudadanos toman una copa cuando llegan a la casa al final de la jornada. Hay quienes la fuman a todas horas; tienen baja la presión, son lentos e inofensivos, no tienen pesadillas, a no ser una diurna: que los agarren con un toque. La persecución alienta el consumo: antes de la penalización de la cannabis, en el mundo “prehistórico” de la mariguana, en cada pueblo había uno o dos mariguanos y en las ciudades la consumían esporádicamente algunos marginales: zapateros, soldados, artistas.

Ahora, tan solo en Estados Unidos, 16.5 millones de personas fuman mariguana. Una sociedad que permite y premia con el prestigio el afán de riqueza desmedida y prohíbe y castiga algo tan apacible como la mariguana no está bien, pero peor está el país que obliga a otros países a combatir lo que, según él, es El Mal. Desde mi punto de vista esa conducta insaciable, invasiva, en el terreno del dinero, de la moral o de la droga, es la que no es correcta. La globalidad de un sistema no debería traducirse en la globalidad de sus prohibiciones. En el siglo XIX el imperio británico hizo la guerra a China por la libertad de mercado porque al gobierno chino se le ocurrió, en un acceso de independencia, prohibir el opio; ahora su heredero hace la guerra, lo mismo, más allá de sus fronteras, contra ciertas drogas que sus ciudadanos consumen inmoderadamente, porque, ojo, también las drogas se pueden utilizar en forma moderada. Pongo como ejemplo, otra vez, la mariguana; de las drogas prohibidas la más conocida: en el trabajo, no se la fuma; bajo su sombra, a su resguardo, se vacaciona en un mundo de ocio interesado por las cosas, por su valor de uso y no de cambio. Quien la fuma alcanza el ocio no dictado, suele perderse sin intención ninguna, concentrándose en un libro, una hoja, una mosca, un pájaro… hasta que suena el teléfono o hay que salir; se deja el ocio y se ponen las pilas, tan irremediablemente puestas como las de los otros.

Hay que iluminar a la drogas con el conocimiento y no obscurecerlas con el exorcismo. “Luz, solo luz, aunque alumbre las cosas malas”, decía Nietzsche. Tenemos que combatir sus lados malos y excesivos. Para eso, no hay que satanizarlas, hay que apartarlas del terreno del delito y del crimen e insertarlas en los campos de la salud y del conocimiento. A los primeros que no les interesa la legalización de las drogas es a los narcotraficantes y fabricantes de armas; a los segundos es a los moralistas de siempre, que aunque la realidad les demuestre que no hay otra posibilidad civilizada de resolver la violencia prefieren inmolarnos en el error de la costumbre. Como ya dije: la mayoría de los consumidores de las drogas (e inventores de drogas nuevas) están en Estados Unidos; tal parece que esa sociedad las necesita como ninguna; al mismo tiempo es la organizadora de su prohibición en todo el mundo y la generadora de su producción con su demanda, así como de la fabricación de armas para combatirlas. El gobierno norteamericano fomenta la guerra radical contra las drogas en todo el mundo y dentro de sus fronteras lleva la persecución en forma más racional y permisiva: ¿Cuándo ha desestabilizado a su Estado como lo hace ahora en México? ¿Cuántos estadounidenses han muerto en esta guerra? Nosotros ponemos los muertos, los huérfanos, las viudas, ellos las armas y la mayor parte de la demanda. Hay que combatir lo que hace hoy necesaria la droga como en ningún tiempo de la historia permitiendo y devolviendo a las drogas más antiguas y ancestrales a la excepción de lo sagrado y la fiesta o de los ratos de ocio. En cuanto a las drogas más peligrosas y adictivas, las más recientes y sintéticas, las más orgánicas a la sociedad industrial, por cierto estudiándolas, conociendo y tratando a sus consumidores, reglamentarlas con legislaciones específicas. Respecto a su producción, auspiciando controles de calidad y su fabricación responsable, para evitar envenenamientos y efectos no estudiados; en relación a sus adictos, tratarlos educativa y médicamente. En los países que se ha comenzado a hacer esto, emblemáticamente en Holanda, ha disminuido la violencia inherente a su criminalización y no ha aumentado la drogadicción; a ambas cosas las fomenta la ignorancia.

La prohibición engendra una forma criminal de competir por un mercado, que solo por esta es nefasto y está escondido. Hagámoslo trasparente. Quitar los motivos de conflicto es ayudar a la paz; las drogas son causa de conflicto porque son ilegales. Una mercancía clandestina, ajena a la competencia legal, crea una violencia incontenible; si por lo contrario se convierte en legal, productores, distribuidores y consumidores, supervisados por la sociedad representada por el Estado, luchan y se ponen de acuerdo, desde el punto de vista de las leyes del mercado y no por las armas, el fraude, la corrupción.

El combate a la droga ha gastado en nuestro país y en el mundo mucha energía social que, canalizada a otras metas, nos podría hacer una sociedad mejor y más rica. Una de las cosas más aberrantes de la persecución a la droga es que orienta el gasto estatal fuera de los ámbitos productivos y educativos y redistribuye el ingreso haciendo multimillonarios a los delincuentes. La lucha contra las drogas ha creado criminales a todos niveles; con la despenalización paulatina hay que ir preparando la reinserción a la sociedad de los campesinos y comerciantes pequeños vinculados a ellas y concentrándose en el castigo de asesinos y secuestradores. Hay también que guiar a los que las combaten dándoles tareas posibles y beneficiosas. En cuanto a los consumidores, aceptarán, a cambio de la liberación, unas normas sociales que podrían ser pensadas bajo la experiencia ancestral con el alcohol; porque si hemos aprendido a convivir con el alcohol, que es una droga peligrosa, podemos hacer algo similar con otras: ¿por qué no comenzamos a discutir el sacar a la luz a las drogas prohibidas, empezando por la mariguana, que es la más conocida? Recordemos lo que causó la prohibición del alcohol en los Estados Unidos y lo que distendió su permiso. Perseguir, como lo dice claramente este verbo, las drogas es ir por detrás de ellas; permitirlas, en cambio, y que salgan a la luz, es la única forma de conocerlas, de tomarles la delantera y quitarlas de la violencia, alumbrándolas con el conocimiento. De la verdad, decía Lope de Vega: “Del sol de Dios, ventana cristalina.” “La oscuridad engendra la violencia/ y la violencia pide oscuridad/ para cuajar el crimen”, dicen tres versos de Rosario Castellanos. ~

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