A sacar el animal que llevamos dentro, o a algo parecido, nos instan algunos eslóganes publicitarios o algunos consejos de tipo psicológico, y siempre lo había interpretado como una invitación a ser un poco más salvaje, a reaccionar de la manera que nadie espera, a no controlar del todo los impulsos violentos, ¡a ser como el león de la carta XI del tarot antes de que la mujer que también aparece le agarre las mandíbulas! ¿Era esa la fuerza que representaba Carl Lewis, fotografiado por Annie Leibovitz dispuesto en la línea de salida pero calzado con zapatos de tacón, en un antiguo anuncio de Pirelli cuyo eslogan decía: “La potencia sin control no sirve de nada”? Me detengo aquí un momento pues detecto un interesante doble vínculo: los zapatos de tacón representan la cultura, el artificio, lo que nos aleja de nuestra naturaleza animal, pero aquí precisamente suponen el factor de descontrol que nos desbarata el equilibrio y que puede hacernos caer. Lo humano entorpecedor, lo controlado patinando ¿no vienen a decir lo contrario que el eslogan? Quizá esa contradicción olisqueada en el fondo del cerebro sea una condición necesaria para que el mensaje y la imagen se nos graben. Pirelli.
Debe de haber algo muy importante nuestro que solo encontramos cuando dejamos salir al animal, por eso es por lo que lo recomiendan.
Y de pronto pienso que no va de hacer el bruto y de pasar de tratar de negociar con los demás, que va de que hagas lo que satisface al mamífero que eres: duerme hasta que te despierte un ruido o el aumento en la intensidad de la luz o un reloj interno que sirve a unos ritmos que tú ignoras, disfruta mientras comes del sabor y la temperatura de lo que comes y de cómo se resiste a la fuerza de tus dientes, echa a corretear cuando estés al aire libre y busca el parche de sol sobre el muro, métete en el agua cuando haga calor, júntate a otros mamíferos, abrazaos, escondeos en lugares protegidos, revuélcate por el suelo cuando te acaricien a contrapelo, construye concienzudamente una presa en el río, aúlla a la luna llena.
***
Y después mete al animal en su madriguera. Igual que estar en una madriguera era estar en la cama muy quieta, con la luz apagada, ya muy de noche, oyendo en un walkman la canción de Bob Dylan Tomorrow Is a Long Time. Los sonidos de la guitarra y la voz tan íntima y nasal dentro del cráneo ampliaban y a la vez cerraban el espacio, visible aun con los ojos cerrados, lo recomponían de tal modo que me sentía bajo una bóveda protectora, teñida de un azul acuático no solo porque era de noche, sino tal vez porque la portada del disco, que yo había grabado en cassette para poder oírlo donde quisiera, era azul, pero no había otra intrusión visual porque no había pantalla entonces. Esa protección un poco desamparada era mi manera humana de sentirme arropada por la oscuridad atávica, impenetrable y cíclica, y a la vez arrojada a ella. Persigo ese recuerdo por las galerías subterráneas. Y bueno, la canción es como un arrullo pendular, es muy nocturna, y la voz de mi semejante no toma ninguna resolución contra la pena, sino que solo expresa un anhelo y le da vueltas. Al reparar ahora en que las imágenes de la letra podrían recrearlas animales −está la incertidumbre (“If tonight was not a crooked trail”), que supongo que la sienten; está (no está) el otro corazón latiendo con suavidad; está el desconcertante reflejo en el río, fresco para beber cuando ha salido el sol; está en el cielo el precioso arcoíris que no consuela−, al oír ese anhelo tan sanguíneo y respiratorio, me imagino que nuestra manera ya un poco impotente de acercarnos a los animales puede pasar por usar las palabras, aunque ellos no las tengan y precisamente porque nosotros no podemos renunciar a ellas como ellos no pueden renunciar a su mutismo, pero es una vía no del todo cerrada. Para escuchar y asimilar el silencio tenemos que recurrir a la descripción de ese silencio, por parte de alguien que lo haya sentido también, y que se haya recogido a traducirlo. Solo sintiendo como humanos podemos comprender a los otros mamíferos. Al final suenan aplausos porque la versión del disco está grabada con público, y lo cierto es que esos aplausos suenan como lluvia intempestiva que percute sobre el tejado.
Al sumirnos en el sueño entramos en el inconsciente, antes nos metemos en la cama para ser el animal.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).