En Retrato de familia con Fidel, Carlos Franqui cuenta cómo al bajar de la Sierra Maestra, tras el triunfo de la Revolución, su hijo mayor no lo reconoció por culpa de sus barbas, símbolo del poder guerrillero. Así que, sin pensarlo dos veces, se rasuró. Ese mismo día tuvo dificultades inesperadas para ver a Fidel, quien, sin pizca de humor, le reclamó que se las hubiese cortado. Franqui le dijo, en plan guajiro, que las barbas eran suyas. Fidel le dijo que le pertenecían a la Revolución. Al final, para tranquilizarlo y salir del absurdo aprieto, le dijo que no se preocupara, que pronto la única barba que quedaría en la isla sería la suya. Cuba, o las barbas de Fidel.
Esta naturalidad en el trato entre ambos, inconcebible hoy en Cuba entre cualquiera y Fidel, era producto de los largos años de colaboración en la lucha clandestina contra Fulgencio Batista. Franqui, cuya trayectoria política es difícil de resumir, formó parte del aparato de propaganda y difusión del Movimiento 26 de julio. Fue el encargado de recolectar fondos para los cubanos exiliados en México. Fue el encargado de la campaña de prensa para conseguir la liberación de Fidel, Raúl y el Che, entre otros, de la temida Dirección Federal de Seguridad mexicana en manos de Fernando Gutiérrez Barrios. Fue enlace entre la Sierra y los grupos clandestinos en las ciudades. Fue el fundador del periódico Revolución, órgano secreto del movimiento revolucionario y más tarde, al incorporarse a la lucha en la Sierra Maestra, funda Radio Rebelde, instrumento crucial en la guerra de propaganda contra Batista. Salvó a Fidel en dos ocasiones en la Sierra. La primera vez en un incidente de fuego enemigo y refugio seguro. La segunda, al descubrir que detrás de un supuesto periodista yanqui se escondía un espía de Batista. En aquella ocasión, propuso mover el campamento base que, ya desalojado, fue arrasado por la aviación cubana al día siguiente. Franqui lo desenmascaró gracias al beisbol: ¿cómo se podía confiar en un americano que no sabía que los Yankees acababan de derrotar en siete dramáticos juegos al campeón anterior, los Bravos de Milwaukee, en la Serie Mundial de octubre de 1958? Franqui se había ganado a pulso, por unos años,
el derecho de hacer y decir lo que pensaba. Incluso de llevar la cara limpia, como sólo da el rastrillo diario.
Al triunfo de la Revolución, y tras rechazar varios ministerios, que Fidel repartía entre sus leales sin tener él mismo todavía ningún cargo oficial, Franqui decidió que su mínimo y heroico periódico clandestino merecía convertirse en el fiel de la balanza de los quioscos habaneros, entre el conservador Diario de la Marina, decano de la prensa caribeña, y prontamente cerrado por el poder revolucionario, el liberal Prensa Libre, y el órgano comunista Hoy, entre otras cabeceras. Además, ejercía de ministro sin cartera de asuntos culturales en el extranjero. A él se debe la visita de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, la aceptación de Picasso para hacer una escultura gigante que sustituyera el lamentable monumento al Maine del malecón habanero (y que por trabas burocráticas quedó sin realizarse) y el traslado del célebre Salón de Mayo parisino a La Habana en el año de 1967, punto culminante de la imagen positiva de la revolución entre los escritores y artistas de Occidente. Franqui fue además quien invitó a su amigo Guillermo Cabrera Infante a dirigir el suplemento Lunes dentro de su diario, que sería rápidamente censurado y que le costaría su temprano exilio a Cabrera Infante. El fracaso de Cabrera Infante y, después, del propio Franqui, acosado por diversos frentes, boicoteado en sus iniciativas y presionado para adoptar la línea oficial, fue la imposibilidad de conciliar la libertad de expresión con el fervor revolucionario; la independencia crítica con el color verde olivo. Su fracaso es el fracaso de Cuba.
La historia oficial de la Revolución cubana se ha ido acomodando a los dictados y caprichos del poder unipersonal que rige al país, y, a la manera soviética, desaparecen protagonistas, se diluyen imágenes y se retocan acciones hasta presentar una doble caricatura: la primera, la de la Cuba de Batista como un país bananero y burdel de los estadounidenses; la segunda, la de la Revolución, producto de la genialidad militar y política de un solo hombre, Fidel Castro, acompañado por sus fieles palafreneros, Raúl y el Che. Esta tesis, manipulada por Fidel para no compartir el poder con nadie, del foco guerrillero como motor suficiente para el triunfo de una revolución, le costaría la vida a cientos de latinoamericanos en las décadas por venir y al propio Che en Bolivia.
Por ello, los libros históricos de Carlos Franqui, El libro de los doce y Diario de la Revolución Cubana, construidos con base en entrevistas, testimonios, cartas y documentos, son sencillamente indispensables para tener una visión veraz de la Cuba prerrevolucionaria, en toda su miseria y esplendor, y un cuadro completo de los múltiples hechos y protagonistas que hicieron posible el derrocamiento de Batista. Del Directorio Revolucionario de José Antonio Echeverría al segundo frente del Escambray, del trabajo clandestino en las ciudades al intento de toma de Santiago de Cuba por Frank País, la revolución fue una experiencia colectiva con apoyos incluso en los trabajadores liberales de las ciudades, los pequeños comerciantes y los propietarios agrícolas de las plantaciones de tabaco y café. Franqui es también autor de una polémica biografía de Camilo Cienfuegos, en la que intenta demostrar, hasta donde eso es posible sin acceso a los archivos y documentos de Cuba, que su muerte no fue producto de un accidente aéreo sino un ajuste de cuentas en el interior del poder revolucionario, como castigo fulminante ante la negativa de Camilo de prestarse a la parodia de juicio que condenó a Huber Matos a veinte años de prisión.
Para entender la constelación Carlos Franqui es esencial su Retrato de familia con Fidel, una melancólica recreación de los primeros años de la Revolución y cómo la gesta libertaria fue transformándose en una dictadura incluso peor que la que derrocaba; una crónica íntima de cómo el carismático liderazgo de Fidel desembocó en la dictadura personal más larga de la historia de América Latina. Leerlo produce dolor y rabia; rabia por la traición a una causa justa, dolor por las oportunidades perdidas. El libro sirve también para ver cómo el desacreditado y minúsculo partido comunista fue lentamente adueñándose de los centros de poder cubanos y cómo el enfrentamiento con Estados Unidos fue provocado por el propio Fidel, tras una cínica lectura de la Guerra Fría.
En sus memorias, Cuba, la revolución: ¿mito o realidad? Memorias de un fantasma socialista, Franqui se centra en una idea básica: la caña de azúcar ha sido la perdición de Cuba: provocó el monocultivo, arruinando un campo riquísimo; la esclavitud, por su exigencia de mano de obra masiva; la pobreza, por los seis meses de inactividad que entraña su proceso; el retraso de un siglo de la independencia cubana, por la complicidad entre los terratenientes y el poder colonial; y la dependencia crónica de la Cuba independiente de la economía americana, destino final de sus exportaciones. Y esto Fraqui lo sabe bien, no sólo como estudioso sino en carne propia: nació en un ingenio azucarero y vio morir de un accidente a su padre.
Conocí a Carlos Franqui en Madrid, durante la feria del libro de mayo de 2006. Era imposible pensar que frisaba los 86 años –poseía una vitalidad y lucidez envidiables. Esas semanas en España fueron extrañas: Raúl Rivero, recién amnistiado, tuvo que ver cómo un grupo de energúmenos reventaba un recital suyo en Sevilla; Ramonet presentaba el vergonzoso libro por encargo de conversaciones con Fidel ante auditorio lleno en Casa de América y Franqui deambulaba solo por los pasillos de la Universidad Complutense sin que casi nadie de la Facultad de Ciencias Políticas, donde había sido invitado por Antonio Elorza a dictar una conferencia, le hiciera caso. Me concedió una entrevista larga. Sería absurdo decir que en esas semanas nos hicimos amigos, pero sí lo vi recurrentemente. Su humor ácido era una defensa contra la estupidez ambiente en torno a Cuba y su tragedia. Su ambición secreta, confesada en una cena inolvidable, era vivir un día más que Fidel. No fue posible: la parca, siempre imprevisible, se adelantó.
Carlos Franqui participó activa y decisivamente en la Revolución cubana. La defendió todo lo que pudo de la tendencia irrefrenable de Fidel Castro al poder omnívoro. Ayudó a prestigiarla en el extranjero. La documentó y registró con celo de historiador. La parodió y cantó con la gracia de ese guajiro que era en el fondo de su alma inquieta. Y la criticó con la autoridad moral que le daba no haberse retractado nunca de su necesidad histórica original y de sus logros primeros, alejándose de esta manera de los dulces cantos de sirena del exilio de Miami. Por ello, su muerte, el pasado mes de abril, fue silenciada oprobiosamente en La Habana y apenas mencionada en los medios y circuitos cubanos fuera de la isla. Triste paradoja final para un grande de la historia reciente de Cuba y su mejor testigo. Sirvan estas líneas apresuradas de homenaje y testimonio de gratitud. ~
(ciudad de México, 1969) ensayista.