Cazadores cazados

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Hace un año se intentó poner en marcha la máquina más cara y espectacular jamás construida sin fines militares, dedicada a responder preguntas puramente científicas. El Gran Colisionador de Hadrones (LHC) representa el esfuerzo de miles de investigadores, universidades, gobiernos y empresas por escudriñar la realidad que aún contiene profundos enigmas.

El 10 de septiembre de 2008 se empezó a inyectar protones a una velocidad cercana a la de la luz en el enorme anillo subterráneo del CERN,1 en las afueras de Ginebra. Diez días después, antes de hacerlos chocar, una pequeña juntura entre los segmentos de imanes superconductores del acelerador no quedó bien soldada, se calentó y la criogenia que debe mantenerlos a 1.9 grados kelvin, cerca del cero absoluto, reventó y contaminó un kilómetro de los 27 que tiene dicho anillo. Tomó un año y varios miles de euros regresar la máquina a temperatura ambiente, desmontar los imanes dañados, limpiarlos y regresarlos a su posición. Y luego volver a conectar todo.

Con Luis Hervas, experto en electrónica avanzada del experimento ATLAS, el más grande y complejo de los cuatro que se servirán del acelerador, bromeamos sobre la cantidad de paciencia que debió haber tenido Job para colaborar en este experimento.

¿Fueron las presiones políticas de una administración que se había comprometido a inaugurar en una fecha determinada las que precipitaron el acabado y provocaron el accidente? ¿O es algo que iba a pasar, pues es un aparato hecho por humanos? Muchos investigadores que estuvieron cerca de la planeación y construcción del LHC a lo largo de los últimos quince años tuvieron dudas con respecto al desempeño de la cadena de proveedores que estaba construyendo infinidad de piezas (muchas de ellas inéditas), dispositivos, mecanismos, programas de computadora. Por lo general siempre hubo tiempo de corregir y llevar a cabo las pruebas suficientes para saber si todo funcionaría en tiempo real. Pero en el último año el cronograma se apretó cada vez más. Aun así, el entonces director general, el físico nuclear Robert Aymar, me aseguró que la máquina debía arrancar en la fecha prevista y que las críticas de algunos miembros de la comunidad se debían al prurito del científico, quien siempre quiere perfeccionar su método y dispositivos no sólo para demostrar sus hipótesis sino para ver qué hay más allá.

Aymar, quien me había confesado su confianza por seguir al frente del CERN, también habló abiertamente de su predilección por los aceleradores lineales y por la búsqueda de la fusión en frío. Finalmente perdió la elección frente a Rolf Heuer, un investigador más cercano a la comunidad de CERN y quien asumió su cargo en enero de 2009, de manera que los grupos aprovecharon este año y siguieron en su inagotable tarea de inventar detalles en su experimento. Aun así, las dudas con respecto a si la presión ejercida por Aymar, quien era considerado un personaje lejano a la comunidad, para inaugurar dentro de su periodo fueron o no la causa del desaguisado quedarán sin resolverse. Lo que la gente desea es que la máquina destroce protones, ya.

Así que, después de las presiones políticas en que se vieron atrapados, los cazadores de partículas volvieron a ser cazados. Tal vez no todos saben que aquí, en este enorme laboratorio paneuropeo de física, se inventó la Web para conectar dos instituciones de investigación científica, el CERN en Ginebra y el SLAC en Stanford. Una vez cumplido el propósito académico no se buscó patentarla. Por el contrario, se mantuvo el clima de libertad que ha permitido que cualquier emprendedor con suficiente imaginación se haga rico, famoso, importante, benefactor inventando yahoos, googles y twitters. El CERN se constituyó, así, en un símbolo de vanguardia libertaria.

Sin embargo, el 13 de septiembre, tres días después de haber arrancado el LHC, su red informática fue atacada por un grupo autodenominado Greek Security Team, quienes demostraron, como buenos hackers, que no existe código de seguridad inviolable. Por fortuna declararon que no era su propósito dañar el experimento. Gracias, amigos. En los lugares de encuentro, como la cafetería central, se pide que ya no sea uno tan relajado con las computadoras portátiles, pues las ondas de internet viajan por el aire y los fisgones pueden estar haciendo su trabajo. El sitio donde se está gestando la nueva revolución en redes computacionales ha sido golpeado por los cibernéticos rompetodo. Los astutos cazadores de partículas se vieron atrapados en su propio enjambre.

Ante la crisis hay quienes se hacen eco de las actitudes timoratas y piden invertir mejor en investigaciones pequeñas, “de mesa”, que en megaproyectos como los del CERN. Su falta de visión no les permite entender que un proyecto de mesa sólo genera un resultado, mientras que proyectos complejos como el LHC ayudan a esclarecer enigmas del Universo y, al mismo tiempo, ofrecen una derrama tecnológica que se traduce en la ya mencionada Web, en cámaras de alambres que toman imágenes médicas, como el PET para diagnóstico y estudio de la fisiología del cuerpo humano, en la GRID que permite controlar la diseminación del cáncer de mama en Europa, en los aceleradores de protones que permiten tratar diversos cánceres de manera eficiente, así como en innumerables dispositivos que conservan mejor la temperatura y que resisten mejor la radiación.

Y, para colmo, en octubre de 2009 un investigador francés de origen argelino, que alguna vez ha venido al CERN a hacer investigación teórica, fue detenido por la policía de su país acusado él y su hermano de pertenecer a una rama de Al Qaeda. A pocos días de volver a arrancar la máquina, aún queremos saber de qué está hecha la materia oscura equivalente al 96% del Universo. ¿Por qué sólo un 4% es luminosa como nosotros? ¿Hay más dimensiones que las cuatro que conocemos? ¿Por qué el mundo está hecho de materia y no de antimateria? ¿Cómo era el Universo a los 3 microsegundos de su existencia? En una pared del laboratorio hay un cartel que anuncia: “2012: ¡El fin se acerca!” En efecto, es el fin de una larga espera. ~

 

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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