Foto: B540/ Guillem Lopez/UPPA via ZUMA Press

Entre El show y La montaña: entrevista a Diego Enrique Osorno

La mirada, la justicia, la rebeldía y el poder han sido temas constantes en la obra del reportero, escritor y cineasta. Los explora de nuevo en una serie y una película estrenados en meses recientes.
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Reportero, escritor y cineasta, Diego Enrique Osorno (Monterrey, México, 1980) es incapaz de mantenerse quieto. Además de ser el autor de más de una decena de libros que miran el mundo desde múltiples ángulos (el narco, la tragedia social, el relato de viajes, la biografía política de uno de los hombres más ricos del planeta), ha construido una filmografía documental orientada a construir un panorama poliédrico del México contemporáneo, sea a través del estudio de personaje (El alcalde, El valiente ve la muerte solo una vez, Vaquero del mediodía), el análisis de años tumultuosos (1994), la reflexión sobre el liderazgo (El poder de la silla) o la instantánea de anécdotas reveladoras de la escena cultural del país (La muñeca tetona).

En 2023, Diego Enrique Osorno presenta dos nuevos trabajos en relativa sincronía. El primero es La montaña, cinta que relata el viaje marítimo de México a Europa del Escuadrón 421 del EZLN (tres hombres, tres mujeres y una persona no binaria), siguiendo la trayectoria inversa a la que hicieron los conquistadores españoles en el siglo XVI. El segundo es El show: crónica de un asesinato, una serie que aborda uno de los casos judiciales más controversiales y mediáticos de la historia reciente del país: el asesinato del conductor Francisco “Paco” Stanley, ocurrido el 7 de junio de 1999.

La montaña, un trabajo más cercano en espíritu a la reflexión cósmica de documentalistas como Patricio Guzmán (Nostalgia de la luz) que al mero testimonio periodístico, solo ha sido exhibida en circuitos culturales. El show, en cambio, es un hit que ha puesto a la plataforma de ViX en el radar de segmentos que usualmente ven con desprecio todo lo que esté asociado con Televisa. Las dos obras despliegan innovaciones estilísticas. La montaña se beneficia de la majestuosa sobriedad de la fotografía de María Secco, y El show del uso inteligente del Interrotrón, un sistema de cámaras y teleprompters desarrollado por el documentalista Errol Morris que permite una charla virtual cara a cara mientras el entrevistado mira directamente a la cámara.

Ambas piezas son fieles a los temas de Diego Enrique Osorno (la mirada, la justicia, la rebeldía y el poder). La forma en la que miramos hoy es distinta a la manera en la que lo hacíamos a finales de siglo pasado, pero entender cómo mirábamos entonces nos ayuda a comprender dónde estamos y quiénes somos ahora.

¿Qué tanto conocías de la figura de Paco Stanley y el circo mediático que rodeó su asesinato antes de que te ofrecieran realizar El Show?

Me ofrecieron el proyecto justo cuando estaba terminando la edición de La montaña en Berlín. el asesinato de Paco Stanley plantea muchas dudas sobre la justicia y el poder en el México contemporáneo, así como una relación fascinante entre la política, la cultura popular y lo que vemos en las pantallas. Mi conocimiento del personaje, sin embargo, era limitado. La verdad es que no registraba a Stanley desde la nostalgia, sino desde la investigación que realicé para la serie 1994. Al principio dudé en aceptar. Me intimidaba abordar una figura tan famosa, pero eso fue también lo que me motivo a tomarlo. La provocación era interesante, sobre todo si la vinculaba al concepto expuesto en La sociedad del espectáculo, de Guy Debord. En ese ensayo, Debord dice muchas cosas interesantes, pero la central es que una vez que el sistema de la posguerra acepta su incapacidad para resolver los problemas de injusticia y desigualdad, la producción masiva de entretenimiento se torna fundamental para aminorar la tensión y el descontento social. El show me permitió explorar este planteamiento en el contexto mexicano. La idea de realizar un documento donde los mundos de la política, el espectáculo y la criminalística dialogaran de manera horizontal me pareció poderosa. El vocabulario que utilizamos para decir lo que pasa en política, en la izquierda o derecha, está sobrepasado. La agenda alrededor del poder, la rebeldía y la justicia me atrae porque su análisis nos permite navegar la incertidumbre que caracteriza estos años. La investigación te ayuda a buscar nuevas palabras para definir lo que pasa.

Esa horizontalidad está patente en el planteamiento estilístico. Ningún entrevistado pesa más que otro, independientemente de que sea Emilio Azcárraga, Ricardo Salinas Pliego, Luis de Alba o Mario Bezares.

Mi deseo era trabajar solamente con imágenes de archivo, al estilo de los documentales de Asif Kapadia (Senna, Diego Maradona). Esa labor habría sido titánica: revisar tanto material me habría tomado meses, quizás años. Una vez que deseché ese acercamiento, el desafío fue precisamente cómo homologar las entrevistas. Además de volver a utilizar el Interrotrón, que ya había usado en anteriores ocasiones, creamos un dispositivo que simulara una caja negra donde fueran apareciendo testimonios con versiones propias y contrapuestas del asesinato, así como de diversos aspectos de la vida cultural y social de la época. La utilización del Interrotrón y la caja negra nos permitió cumplir dos objetivos. Uno, reflexionar sobre esta imagen que muchos tienen de la televisión como una caja que anula la capacidad crítica de las personas. El espectador no solo ve la caja, sino que los personajes de la caja también lo ven a él. La herramienta del Interrotrón es maravillosa: no solo genera el efecto de que el entrevistado está dialogando directamente con el espectador, sino que homologa las miradas entre entrevistador y entrevistado, lo que activa un vínculo de confianza. Hoy casi nadie es capaz de mirarte a los ojos o ponerte atención por más de media hora. Dos, al ser de inspiración teatral, la caja negra nos permitió jugar con los conceptos de escenificación y realidad. En un principio, nos ofrecieron realizar las entrevistas en foros increíbles, de alta producción, muy elaborados. La caja negra, en cambio, es un cuarto de interrogatorio, un confesionario, un set. Fueron más de 50 entrevistas, dos o tres por día durante más de dos meses. Acabé tronadísimo, pero contento de que había hecho mi propio show.

En Estados Unidos dicen que “la política es el showbusiness de la gente fea”. El histrionismo que algunos políticos y empresarios muestran en tu trabajo no es muy diferente al de un actor. ¿Cómo generas la confianza para que se muestren así en las entrevistas?

En el caso específico de El show, ese guiño a la escenificación es un resorte contemporáneo que vincula a la serie con el presente. Hoy somos presas de un exhibicionismo que nos lleva a obsesionarnos con mostrarle nuestra cotidianidad al mundo. Todos somos directores del contenido de nuestras redes sociales. Nosotros decidimos jugar con esto y rentar el Teatro Ferrocarrilero para grabar algunas imágenes con los entrevistados. El material que filmamos ahí contrasta con la caja negra. Creo que funciona. En cuanto a la confianza, a mí no me interesa ser un fiscal acusador. Yo escucho mucho más de lo que hablo. Si para generar una conexión personal necesito dejar que los entrevistados hablen sobre su gato por más de una hora, los dejo. Antes de grabarlos, planteo una hipótesis y comunico lo que me interesa obtener de ellos. Mi compromiso es respetar la esencia de lo que dicen, trátese de Mauricio Fernández Garza, Carlos Salinas de Gortari, Ricardo Salinas Pliego o el subcomandante Marcos. Obvio voy a contraponer tu punto de vista con los demás y el material de archivo¸ pero nunca te voy a hacer una mala jugada. Me interesa entender a la gente que participa en mis documentales. De hecho, lo que más disfruto es tratar de comprender la otredad. No es fácil, mucho menos en estos tiempos tan polarizadores.

El show analiza el uso político y mediático del caso Stanley. Tu interés no es configurar un estudio de personaje, pero ¿no estuviste tentado en adentrarte más en la depravación voraz de Stanley para comprender cómo operaba su relación con los bajos fondos?

Esa es la palabra que lo define: voraz. Sin duda era una posibilidad, pero me tracé como objetivo no hacer una biografía. Una vez que comencé la investigación, el personaje fue creciendo. Me sorprendió la cantidad de material que había para investigar. Hay varias historias interesantísimas que tuve que dejar a un lado y que dan para varias exploraciones: su infancia, la relación con los hijos, su transición de la radio a la televisión, etcétera. Sin embargo, siempre tuve claro que la historia del caso era un vehículo para explorar el contexto político y social de esos años. Mi intención general es grabar una especie de trilogía que empieza con 1994, la serie que hice para Netflix, seguida de El show, que sería mi documental de la alternancia, y finalizar con un trabajo que aborde el 2006, que fue el año donde pierde López Obrador por medio punto porcentual, explota Pasta de Conchos, sucede la rebelión en Oaxaca y se lanza la guerra contra el narco, entre otras cosas.

Esa trilogía tendría un prólogo: La muñeca tetona, que es probablemente tu pieza más divertida.

No lo había visto así, pero claro: captura un momento previo donde Salinas de Gortari aún no es candidato y se retratan las relaciones entre la cultura y la política que definen a un sistema que cambiaría notablemente en los años siguientes. Es curioso que menciones que es mi documental más divertido, porque cuando analizaba si debía hacerla o no sentí que la premisa de los intelectuales y el poder le iba a parecer aburridísima al público general. Por eso intenté hacerla lo más ágil posible. Me gusta eso del prólogo. Me lo voy a robar.

Uno de los apuntes de La muñeca tetona es que los intelectuales de antaño han sido sustituidos por comentócratas. Lo mismo podría decirse del periodismo.

El periodismo en México está muy desvalido, especialmente el de investigación. No hay espacio ni tiempo para profundizar en nada. Somos esclavos de lo inmediato. Cada vez que voy a alguna universidad, sea porque me invitan a dar clases o una charla, me comentan que la matrícula de periodismo está a la baja. Los estudiantes quieren ser influencers, no periodistas. Más allá de la transformación digital, la violencia contra los periodistas juega en contra. Está cabrón decir la verdad en México. Significa vivir con miedo de manera permanente: no me vayan a matar, no me vayan a linchar, no me vayan a cancelar. Frente al declive del periodismo, varios buscan alternativas, y una de esas opciones es el cine documental. Cada vez más periodistas de investigación ven el cine documental como una alternativa. Creo que este fenómeno es estimulante, sobre todo ante la falta de espacios para desarrollarse.

¿Cómo te ubicas en esas coordenadas? ¿Eres periodista, cineasta o escritor? La estética de La montaña representa una ruptura de estilo que te acerca a otra clase de ambición cinematográfica.

Este año ha sido interesante en ese aspecto. Por un lado, presentamos La montaña en el Festival internacional de Cine de la Universidad Nacional Autónoma de México (FICUNAM). La montaña es una película sobria, austera, filmada por dos personas en un barco, pero con una ambición estética distinta a lo que había hecho antes. Yo vengo de la palabra y no de la imagen, pero este es un trabajo que me gustaría que la gente apreciara en una pantalla grande. La película es una reivindicación del pensamiento utópico cuyos protagonistas proponen que repensemos la manera en la que miramos el mundo. Lo que vemos nos constituye. Si bien me interesaba rescatar el pensamiento utópico, intenté alejarme de los clichés y el tono panfletario que suele caracterizar a la mayoría de los trabajos que se asocia con el zapatismo. No me interesaba hacer otro documental zapatista con música de Rage Against the Machine, por ejemplo. La recepción fue cálida, conmovedora. Al día siguiente, presenté el primer episodio de El show en el Festival de Cine de Guadalajara. El ambiente era distinto. El FICUNAM es un foro alternativo de artes visuales, y Guadalajara es un escaparate de la industria, donde todo es fiesta y carnaval. Me sentí cómodo en ambos lugares. Como un cronista con ambiciones artísticas, mi deseo es seguir en medio de ese péndulo. Ojalá pueda seguir haciéndolo. ~

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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