He leído Poética del empleo, de la francesa Noémi Lefebvre, publicado hace muy poco por La Navaja Suiza con brillante traducción de Cristina Pineda, que escribe un epílogo en el que explica cómo ha afrontado la tarea. Es un libro muy divertido, también desalentador, y deslumbrante a veces. Me ha parecido más breve de lo que es, ahora pienso que por lo compacto que resulta. No es que las 108 páginas que ocupa sean muchas, pero la condensación de temas y tonos, la armonía en las variaciones a las que se entrega y el éxito en la composición de un mundo cerrado con leyes autónomas pero inmediatamente reconocibles le dan al libro un aire de engranaje muy pensado no tan habitual en la narrativa contemporánea y que lo acerca a un cierto tipo de poesía o a las formas musicales.
En Poética del empleo hay un narrador, no sabemos nunca si hombre o mujer (yo lo imaginaba como mujer), que va dando cuenta en primera persona de unas escenas algo inconexas. Comienza así: “Había viento del norte y los aviones pasaban dando vueltas, las tiendas estaban abiertas al amor de todas las cosas, los militares de a cuatro y la policía de a tres se dedicaban a patrullar las calles”. Igual que las películas buenas se reconocen en cualquiera de sus fotogramas tomado al azar, este párrafo inicial establece el tono naif y amenazante que empapará todas las páginas, con sus destellos de belleza. Recorremos las calles de Lyon, que siempre se nombra con su título largo de la noble villa de Lyon, como si esta fuera Aquiles, el de los pies ligeros, en la Odisea, o como si hablase un formal notario en una película de Chabrol. El personaje protagonista atraviesa las calles y los días observando la creciente presencia de policías y militares, dándole vueltas a la conveniencia o no de encontrar un lugar donde emplearse y a la manera de convertirse en poeta, comiendo plátanos, fumando porros y leyendo a Victor Klemperer y a Karl Kraus en busca de una iluminación. Son buenos faros, pero el mundo se manifiesta como hecho de una materia que se resiste a dejarse iluminar por ellos, y todo sigue igual de opaco.
El personaje, un héroe de la resistencia pasiva, mantiene con su padre unas conversaciones que podrían ser el anclaje a la realidad, pero que descoyuntan aún más su conexión con el mundo. El padre, a lomos de un 4×4 que en un mismo párrafo podemos imaginar ora como coche, ora como caballo, ora como superioridad moral móvil, es un titán a la hora de enervar al vástago. No es casual que una de las conversaciones la mantengan a propósito de la Carta al padre de Kafka. Las conversaciones son absurdas, frustrantes y autorreferenciales, como un ping-pong de Beckett. Ya hemos citado a varios escritores pero aparecen también por aquí otros como Allen Ginsberg, Verlaine o Zola, y cuando la narración en sus muchos vericuetos llega a un culo de saco se nos dan lecciones para convertirnos en poetas de este mundo alienado.
A veces parece que estamos leyendo un libro de hace décadas, hijo de una escuela de vanguardia. Provoca la sensación de que nos movemos en un escenario enranciado, en las ruinas que ha dejado el descalabro de las viejas virtudes republicanas, ahora fermentadas. La amenaza se distingue en una explícita preocupación por un creciente fascismo, asociado ya desde el título, aunque no solo, a la relación del individuo contemporáneo de este libro con el empleo (que no es el trabajo; el título es concienzudo y preciso). Ya hemos mencionado la permanente y no gratuita alusión a Klemperer y Kraus, dedicados a la ética emanada de la sintaxis, y reflejada en ella. Podríamos añadir, aquí en España, a Ferlosio. Y mientras me entretenía en estas asociaciones, y al estar preparando otra cosa que tengo que escribir, di con una entrevista que le hicieron en 1973 a Dionisio Ridruejo, poeta desertor del falangismo y compañero de Sánchez Mazas, que a la pregunta de “cómo definiría el fascismo un señor que fue fascista y que ya no lo es”, contesta (de viva voz, sobre la marcha, y muy analíticamente): “El fascismo tiene tres o cuatro connotaciones de carácter general, que no se agotan porque naturalmente cada especie o subespecie fue diferente de las otras. En términos generales, la nota característica del fascismo es la tentativa de superar los conflictos internos de cada sociedad por la elaboración de un concepto general del pueblo identificado con el concepto de nación y sometido al concepto de estado. Entonces la empresa nacional subsume, por decirlo así, los conflictos internos de la comunidad y los resuelve por elevación proyectando la empresa nacional hacia el campo de su propia expansión. Es decir, todo fascismo es originariamente un subproducto del imperialismo europeo. Fue un subproducto del imperialismo europeo. Que encarnó, además, en los pueblos derrotados, en los pueblos que no tenían en la actualidad satisfechas las ambiciones imperiales. Eso por una parte. Por otra parte, en el fascismo hay un armonismo social, es decir, la tentativa conciliatoria, de carácter integracionista, en la cual se trata de eludir el a mi juicio ineludible planteamiento de la lucha de clases. Por último, el fascismo es la pretensión de sustitución de las decisiones populares por las decisiones minoritarias bajo la presunción de que el pueblo no comprende sus propios problemas y tiene que ser una minoría mesiánica la que las interprete y realice de esa manera el destino propio de cada pueblo. A estas tres connotaciones hay que añadir, naturalmente, la de la violencia como sistema, la de la conquista del estado como objetivo. Es decir, no se trata de conquistar el país para imponer la mayoría sino de conquistar el estado para permitir a la minoría la refundición del país. Estas eran las connotaciones generales del fascismo. Evidentemente, estas connotaciones se daban en la afiliación que yo sostuve en los años juveniles de mi existencia”.
Encuentro en la exposición de Ridruejo algunas cosas aplicables a nuestro tiempo y otras que no, y me pregunto si es posible detectar la manifestación del fascismo en la sociedad actual a partir de unos parámetros de los años treinta, y si se trata de un movimiento inscrito en una época concreta o más bien de una tendencia humana constante en la historia, y si no será que la delegación que hacemos constantemente de nuestra soberanía se ha desplazado hacia otros ámbitos, a la fuerza diferentes en el mundo virtual, inoperante y ajeno a nosotros en el que cada vez estamos más hundidos.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).