Carlos Fuentes: dos encuentros incómodos

En la correspondencia entre Fuentes y Paz, el primero relata un par de encuentros complicados en la ciudad de México.
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Sigo comentando aquí algunas cartas entre Octavio Paz y Carlos Fuentes

El 10 de junio de 1969, Fuentes le cuenta a Paz –que está enseñando en la Universidad de Pittsburgh– que él y José Emilio Pacheco fueron al recién estrenado hotel Camino Real, “ese sueño de opio de la burguesía”, y se toparon de pronto y de frente con Luis Echeverría, a quien ya se consideraba el “tapado”:

José Emilio se convirtió en flan, y con razón, pues la mirada de odio con la que nos bendijo el presunto heredero del reino de Ahuizótl fue digna de los rayos con que Flash Gordon desintegraba a los malignos habitantes de Mongo.

Luego narra otro encuentro incómodo: el primero que tiene con Elena Garro y Helena Paz Garro (“La Chata”) después de la carta abierta que ésta dirigió a su padre, publicada en El Universal el 23 de octubre de 1968, en la que hacía responsables de la matanza a los “grotescos seguidores locales” de Althusser y Marcuse; a los “marxistas apoltronados” (como Barros Sierra, Luis Villoro, Leopoldo Zea, José Revueltas) y a los que padecen “inflación monstruosa del yo” (como Cuevas, Fuentes, Monsiváis, Rosario Castellanos, Ramón Xirau, Heberto Castillo). Escribe Fuentes:

Salía el domingo de un restaurante cuando, desde un taxi, una mano se agitó llamándome. Luego apareció una melena rubia y en el minuto siguiente Elena y la Chata se me habían lanzado encima a besos, llantos y solicitudes de perdón: “Te atacamos, es cierto, pero nos equivocamos; tú nunca has tenido un hueso”. Quise huir; me lo impidió un guardaespaldas chaparro, moreno y malencarado que, por lo visto, las acompaña a toda hora. Estoicismo: escuché sus increíbles explicaciones. Le dije a Elena que había denunciado a quinientas gentes [en la prensa, el 7 de octubre] y que eso era propio de flics [polizontes]. Con infinita dulzura, me explicó que ella quería integrar un grupo de quinientos intelectuales para defender a los estudiantes, y que si le hubiesen hecho caso, no habría habido Tlatelolco pues antes el gobierno hubiese debido asesinar a los intelectuales. Esto te indicará el grado de locura –pues de locura se trata– a que han llegado. Como te digo, escuché estoicamente hasta que la Chata me preguntó: “¿Y dónde estaba el heroico Paz el 3 de octubre?” Ahí sí me torné en fiera y le grité que en mi presencia no toleraba que insultase a un amigo mío, sobre todo después de delatarlo e injuriarlo en el libelo más asqueroso que había leído. La chica prorrumpió en llanto, se llamó abandonada, etc. El horror. Les dije que celebraba verlas tan bien y sobre todo tan bien protegidas, y me fui. Luego llamaron a Soriano, con la intención de reconstruir puentes. Juan fue muy explícito: “No se hagan ilusiones. Nadie las quiere, nadie las respeta, nadie las perdona”. Te cuento esto porque me pareció obvio que lo único que las mueve es el odio a ti y, al encontrarlas, realmente tuve la impresión de que, si vienen, harán cualquier cosa para escandalizar, provocar, molestarlos al máximo a ti y a Marie José [Tramini de Paz]. Me desdigo de mi recomendación de la vez anterior. Sólo veía entonces el problema político, y creo que a eso no debemos tenerle miedo. Pero a estas fieras enloquecidas (en unos minutos llegaron a insultar a medio mundo, del rector a Cortázar) sí les temo, ya al nivel personal. Perdona que te comunique todo esto, pero para mí, realmente, constituye la base de una recomendación de no venir. Aparte, desde luego, de lo irrespirable e invivible de todo el ambiente…

No parece haberse conservado la carta de respuesta de Paz. 

(Continuará…)

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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