Imagen de Cerrar los ojos, de Víctor Erice / Cortesía TIFF

Toronto 2023: todo está en tu cabeza

Una selección de películas exhibidas en el Festival Internacional de Cine de Toronto donde fueron recurrentes las historias que cuestionaban el rol de la memoria o que mostraban los riesgos de atribuir a otros hechos que no sucedieron.
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Como tantos otros eventos cinematográficos celebrados este año, el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF, por sus siglas en inglés) se vio afectado por la huelga de actores y guionistas de Hollywood, en tanto esta les impedía a los primeros promover sus películas y dar entrevistas a los medios asistentes. Para suerte de quienes solamente nos ocupamos de las películas mismas, esto no supuso un contratiempo. Con excepción de pocos títulos, el TIFF exhibió lo más sonado y/o elogiado en los festivales europeos recientes. Considerando que se exhibieron más de doscientas películas, y que pude ver solo una veintena, sería delirante afirmar que hubo temas recurrentes en la programación. Dicho esto, permítame el lector el capricho de mencionar un par. Por un lado, historias que cuestionaban el rol de la memoria o que ilustraban la posibilidad de inventar o negar el pasado, para bien y para mal. Por otro, películas que mostraban los riesgos de atribuir a otros hechos que no sucedieron o, el lado contrario, esperar que las personas cumplan un destino asociado a sus rasgos identitarios. Las películas que siguen muestran estas recurrencias. Sin orden de preferencia, ofrezco mi selección personal de lo más memorable del TIFF 2023.

Autor de una filmografía breve que, sin embargo, incluye dos de las mejores cintas del cine español –El espíritu de la colmena (1973) y El sur (1983)–, el octogenario Erice vuelve al cine con una película brillante. Usando la técnica de cajas chinas, abre con la secuencia de una película no concluida, para luego mostrar a Miguel (Manolo Solo), el director de la misma, embarcándose en la búsqueda de su actor protagonista (quien desapareció sin dejar rastro). Ambas películas –la inconclusa y la que estamos viendo– hablan de hombres que buscan a seres queridos con la esperanza de que ellos les devuelvan su propio pasado y den sentido a su presente. Un guion sentimental cumpliría el deseo de los personajes. Erice, sin embargo, es implacable y plantea una verdad incómoda: más trágico que perder la memoria es sabernos olvidados por otros. Borrados de sus recuerdos, perdemos un trozo de identidad.

En una casita idílica, la familia ídem de un comandante nazi lleva una vida apacible. Los niños corren por el jardín, la madre cultiva flores, y todos disfrutan de pasteles cremosos. Los disparos que se escuchan de fondo no perturban su serenidad. No es que ignoren de dónde vienen. De cuando en cuando, la madre de familia (Sandra Hüller) recibe ropa y objetos que vienen de allá y conserva lo que más le gusta: abrigos de piel, labiales en rojos vibrantes y hasta un diamante escondido en un tubo de pasta de dientes. Sus vecinos la llaman “la reina de Auschwitz”, apodo que la enorgullece. Cada toma de la cinta de Glazer es una condena vehemente a la complicidad y codicia de los nazis a cargo de los distintos campos. El horror del genocidio permanece fuera de cuadro. ¿El efecto? Aquello que no se ve ocupa, de principio a fin, la mente del espectador. Fue ganadora en el pasado Festival de Cannes del Gran Premio del Jurado (y, según un consenso amplio, la que debía haber obtenido la Palma de Oro).

Muchos dirán que esta es la primera película del director con un desenlace esperanzador. Esta lectura es posible, pero no deben perderse de vista las “banderas rojas” que el guion del propio Franco siembra desde las primeras secuencias. Silvia (Jessica Chastain), una trabajadora social, se siente acosada por su excompañero de preparatoria Saúl (Peter Sarsgaard). Este la ha seguido a casa tras una reunión escolar y pasa la noche afuera, bajo la lluvia. No ayuda que Silvia recuerda a Saúl como miembro de un grupito de abusadores sexuales. Cuando el malentendido se aclara –ella nunca fue agredida por él, y el comportamiento errático de Saúl obedece a una enfermedad mental– le toca el turno a ella de revelar un pasado traumático. Así, ambos entablan una relación sostenida en sus identidades actuales. Vista de una forma, Memory apuesta por la reinvención de sus protagonistas; vista de otra, menos idílica, es una historia de personajes atraídos por el vértigo. Me inclino por la segunda.

El debut como directora de la actriz Anna Kendrick sorprende por la elección del tema, por el ángulo desde el que lo aborda y por un manejo del suspenso que es todo menos amateur. La cinta recrea un episodio de la vida real que supera a cualquier ficción: la aparición de Rodney Alcala, uno de los asesinos seriales más prolíficos de Estados Unidos, en el programa de concursos The Dating Game. Más aún: fue el soltero elegido para salir en una cita por Cheryl Bradshaw, “la mujer de la hora” en cuestión. Kendrick interpreta a Bradshaw, quien, a pesar de haber elegido a Alcala (Daniel Zovatto) por sus respuestas arriesgadas pero seductoras, se negó a salir con él –objetivo del concurso–. Su instinto le salvó la vida, pero la negligencia policiaca permitió que Alcala permaneciera libre cuatro años más. La película se narra desde el punto de vista de Bradshaw, pero intercala secuencias que ilustran los métodos de Alcala para atraer a mujeres vulnerables. Atmosférico y no amarillista, el debut de Kendrick consigue comunicar la sensación de malestar social.

Un respetado académico y autor de ficción resiente que sus alumnos y editores le digan que sus novelas no son “lo suficientemente negras”, considerando que él es un escritor de color. Para confirmar su hipótesis de que la industria editorial ha creado un mercado ávido de estereotipos raciales, Monk Ellison (Jeffrey Wright) escribe bajo seudónimo la falsa autobiografía de un exconvicto negro. Casi horrorizado, Ellison observa cómo su creación literaria más impostada hasta ese momento se convierte en un best seller elogiado por su “autenticidad”. Crítica aguda del tokenismo y de la mercantilización de las distintas inequidades, American fiction obtuvo el premio del público del festival. Algo inesperado, considerando que es una cinta que desafía los nuevos estándares culturales.

Hemos visto varias ficciones sobre un problema contemporáneo: inmobiliarias y empresas turísticas que invaden comunidades locales. Aunque unas cintas son mejores que otras, la mayoría sigue un esquema dramático previsible. Evil does not exist rompe con esta inercia: lo mismo explora las dinámicas de los habitantes de una región boscosa en Japón, que las vocaciones frustradas de los agentes inmobiliarios que intentan instalar ahí una zona de camping de lujo. Como dejó ver en Drive my car (2021) Hamaguchi tiene una noción única de los tiempos cinematográficos; como en el caso de aquella película, los personajes de esta historia bajan la guardia cuando la circunstancia los obliga a compartir espacios neutros (entre ellos, otra vez, el interior de un auto en movimiento). Mientras se exhibía en el TIFF, Evil does not exist obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cine de Venecia.

Un recuento del TIFF no estaría completo si no incluyera, por lo menos, un título de Midnight Madness, la sección dedicada al género de horror. Este año el hallazgo fue Sleep, ópera prima del surcoreano Yu, sobre un matrimonio joven y a la espera de un hijo, cuya vida feliz se ve amenazada por el sonambulismo del futuro padre. Aunque en principio la pareja confía en el tratamiento médico prescrito por un especialista en desórdenes del sueño, una médium convence a la madre de que el comportamiento nocturno de su esposo tiene un origen paranormal. A partir de este punto y hasta la última toma, Yu plantea dos posibilidades: que esta sea una historia de fantasmas o que sea más bien la madre quien esté poseída: no por un espíritu sino por la idea misma de la posesión. Puede que la clave esté en el título de la película. La falta crónica de sueño abre un portal al inframundo. Si este es real o imaginado, da igual.

“Estábamos tratando de escapar de todo”, le dice Liv (Jessica Henwick) a su amiga Hanna (Julia Garner) después de que esta última hace destrozos en el bar de mala muerte que las emplea como meseras. Es tanto un lamento como un reproche, ya que el estallido de furia de Hanna las obligará a buscar un nuevo lugar para alojarse y trabajar. Tras su brillante debut de 2019, The assistant (hasta la fecha, la mejor película sobre el movimiento #MeToo), Green vuelve a abordar el tema del acoso masculino: el “todo” al que se refería Liv. Esta vez, sin embargo, el guion de Oscar Redding y la propia Green hace explícitos los abusos que en The assistant ocurrían a puertas cerradas. El efecto se diluye, pero el cambio de tono permite a la directora mostrar las muchísimas formas en que se espera que estas y otras mujeres toleren lo intolerable. Por no ceder serán llamadas “agrias”, perderán sus trabajos y –si no huyen a tiempo– la vida.

En su anterior película, Sick of myself (2022), Borgli hacía una sátira extrema de la ansiedad contemporánea por obtener “fama de internet”, basada en ningún mérito real. En su nueva película, vuelve a explorar los lados cada vez más oscuros de la llamada celebridad. Un desabrido profesor de biología evolutiva, Paul Matthews (Nicolas Cage, magnífico), empieza a aparecer sin ninguna razón en los sueños de sus alumnos. Esto le gana notoriedad –cosa que disfruta hasta que, también sin razón alguna, su comportamiento en los sueños de otros comienza a ser el de un hombre violento. Aunque para nada se corresponde con la realidad, los alumnos lo perciben como alguien amenazante. Alegando su derecho a proteger su salud mental, exigen su destitución. Una crítica transparente a la cultura de la cancelación –en concreto, a la falta de evidencia que sustente una sanción social–, Dream scenario es ingeniosa por partida doble: utiliza una premisa fantástica que la blinda de ser acusada de permisiva, a la vez que ilustra bien cómo la lógica irracional se ha filtrado a la realidad. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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