Lo que significa el triunfo de Clara Brugada

La designación de Clara Brugada como candidata a la jefatura de gobierno por Morena no puede leerse solamente como la constatación de que Claudia Sheinbaum no manda.
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La candidatura del partido oficial en México para la capital de la república ha recaído en los hombros de Clara Brugada, la mujer con camino (qué digo camino, carretera, autopista) en Iztapalapa. Eso no es poco decir. Gobernar Iztapalapa significa manejar grupos de presión con experiencia, gestionar el uso de un presupuesto de 6 mil millones de pesos y también administrar un territorio de 117 kilómetros cuadrados con casi 2 millones de habitantes y el mercado más grande del mundo.

Pero, sin menospreciarlo, eso no es por ahora lo importante. Lo importante esta semana es la manera en la que este peón cruzó el último cuadro del tablero para hacerse reina, comiendo a un alfil y bloqueando a otra reina.

El partido oficial funciona así: el líder manda y sus mandatos se procesan a través de un protocolo flexible de encuestas, juego limitado de liderazgos de segundo nivel y acuerdos (que más bien son decisiones verticales) en la cúpula del partido.

El juego limitado de los liderazgos genera muchos malentendidos. Por ejemplo, Marcelo Ebrard considera que se le acotó de más, e injustamente, en la contienda contra Sheinbaum, elegida para suceder al líder en la presidencia. Ahora, muchos consideran que a Claudia Sheinbaum se le amarraron las manos de más al cerrarle la puerta a su ex secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, y abrirla a la ex alcalde de Iztapalapa, Clara Brugada, para que fuese ella la representante de Morena en la justa por la ciudad.

No les falta razón, pero la conclusión es incompleta. En el caso de la Ciudad de México, la designación de Brugada como candidata a la jefatura de gobierno tiene más de un significado y nos vamos a quedar muy cortos si solo leemos su triunfo interno como la comprobación de que Claudia Sheinbaum no manda.

A esa lectura, yo le añadiría una que no me parece menor: la demostración de fuerza de los morenistas, antes perredistas, antes izquierdistas, antes líderes de barrio en la capital. Sí, el visto bueno del tótem de palacio cuenta, pero también la fuerza de Brugada, entendida como la fuerza de una corriente política que ha bregado en la vida pública de la ciudad desde antes de que Andrés Manuel López Obrador fuera jefe de gobierno en 2000. No temo exagerar y muchos se han quedado afuera, pero hace 23 años ahí estaba una joven Brugada, un joven Batres, unos adolescentes Morales. Gente de trinchera que después legisló y gobernó, pero que nunca estaba en el grupo que se quedaba con el gobierno central.

Esta no es una elegía a Brugada, no se me malentienda. Vicios tiene y cola que le pisen también, pero no estoy reflexionando sobre sus virtudes, pecados o aptitudes, sino sobre el sistema de partidos en la ciudad y sobre la evolución de un grupo en especial. El PRD nunca logró llevar a la clase política local a la jefatura. López Obrador no era clase política local; no formaba parte de esa izquierda que quería reinar y que se hizo de clientelas, de sectores y de territorio. Tampoco Marcelo Ebrard. Mucho menos Miguel Ángel Mancera y, como pudo verse durante seis años, tampoco Claudia Sheinbaum. Ninguno de ellos tuvo al partido. Pero el partido, entendido como esos liderazgos capaces de movilizar gente, detener protestas, tener legisladores, funcionarios y consejeros, tampoco tuvo nunca el poder central.

En una colaboración anterior reflexioné sobre la forma en la que los gobernantes salientes buscaban heredar el poder acotando la fuerza del partido. Efectivamente, Claudia Sheinbaum no logró dejar su impronta en un heredero que le respondiera a ella y no a los llamados históricos, pero es importante hacer notar que ese esfuerzo pudo de todas formas, haber sido vano. Nada garantiza la lealtad ni la influencia cuando se dejan las oficinas.

Ebrard lo constató de mala manera con Mancera, pero bueno, Ebrard ya no era nada y Sheinbaum puede ser la presidente.

Y eso lo cambia todo, pero con la variable de la fuerza propia de Brugada y de su partido en la ciudad. Si ambas llegan a las oficinas que pretenden, hay tres escenarios: la presidenta manda, el líder sigue mandando desde su rancho o Brugada se manda sola. En cualquiera de los tres casos, habrá juego en el partido y no una verticalidad simplista. Ignoro si eso impactará positivamente en el gobierno de la ciudad, pero es una buena señal en la maduración e institucionalización de los actores de su vida pública. ~

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es politóloga y analista.


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