Gabriel Zaid y las Canciones de Vidyapati

Vidyapati fue el primer poeta en su lengua, el maithili, entre los siglos XIV y XV. Las traducciones que de este autor ha realizado Gabriel Zaid ponen en evidencia que traducir no solo consiste en ser fiel a las palabras, sino en recrearlas expresivamente en una lengua distinta.
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La aparición de los Poemas traducidos,

{{ Texto leído en la mesa redonda sobre Poemas traducidos de Gabriel Zaid, en El Colegio Nacional, el 12 de septiembre de 2023. }}

libro de una figura tan admirada y entrañable como es Gabriel Zaid, es una ocasión para celebrar la inteligencia, la integridad y el talento de su autor.

Este volumen incluye tanto las traducciones realizadas por Gabriel Zaid, como las que se hicieron de sus poemas a varios idiomas, y depara muchas sorpresas; aunque me habría gustado detenerme en algunas de ellas, voy a concentrarme en la traducción que hizo Zaid de las Canciones de Vidyapati. Pero no quiero dejar de señalar el asombro que me produjo su recopilación de poesía indígena del norte de México. Por sí sola, es material para un libro y es una gran aportación. Me hizo recordar aquel volumen titulado Poesía ignorada y olvidada (1965, 1986), donde el también poeta y traductor colombiano Jorge Zalamea ilustró un magnífico ensayo con poemas y cantos ceremoniales asociados al mito, el ritual y diversas tradiciones, de pueblos y tribus de muchas partes del mundo.

Refiriéndome ya a mi tema, recuerdo que cuando volví de mi primer viaje a la India, en 1978, se había publicado un librito negro: las Canciones de Vidyapati 

{{ Aparecido en la colección El Pozo y el Péndulo de la Editorial Latitudes, que fundaron los jóvenes escritores de entonces Carlos Isla y Ernesto Trejo, por desgracia ya fallecidos. }}

 traducidas por Gabriel Zaid. Aunque contenía solo trece poemas, las traducciones eran ejemplares e iban precedidas por una introducción sumamente documentada, muy clara y pertinente. Desde entonces lo he disfrutado muchísimo.

En esa época nadie parecía tener en México gran interés por la poesía de la India, excepto Octavio Paz, que no incluyó, sin embargo, en sus Versiones y diversiones (1974) a ningún poeta indio ni budista ni hinduista, aunque aparecían muchos chinos y japoneses. En México habían circulado, desde tiempo atrás, los Cien poemas de Kabir, que partían de la traducción de Rabindranath Tagore al inglés, algunos poemas de Mirabai, y muchos de Tagore mismo; dos volúmenes de poesía de la India, A los pies de Shiva, traducidos por Inez Vargas de Núñez, de quien no tengo más noticia, pasaron prácticamente desapercibidos. El segundo volumen de esa antología (1967) incluía, increíblemente, unos poemas de Vidyapati; pero solo quisiera comentar que al verlos junto a las traducciones de Zaid parecerían de otro autor.

Me parece necesario dar un contexto, y quisiera señalar que Vidyapati vivió entre los siglos XIV y XV en Bihar, en el extremo nororiental de la India, colindando con Nepal, y fue el primer poeta en su lengua, el maithili. Compartió ese rasgo con casi todos los poetas místicos de la India: abandonar el sánscrito, lengua que conservaba todavía un uso litúrgico y cultural –como el latín en la Edad Media europea–, justamente para escribir en la propia lengua vernácula. Eso permitió, en varios casos, que a partir de esos poetas muchas lenguas como el marathi, el gujarati, el kashmiri y otras surgieran como lenguas literarias. Así ocurrió con Vidyapati y el maithili.

(( El hermoso volumen Primer amor. Antología poética, editado por Francisco Segovia, Adrián Muñoz y Juan Carlos Calvillo, y publicado por El Colegio de México en 2022, incluye las Canciones de Vidyapati en la versión de Zaid, así como poemas de otros místicos de la India y poetas de todas partes del mundo, que aparecen como los primeros poemas de amor escritos en las lenguas respectivas. ))

El tema de sus Canciones tenía ya una larga tradición, pues es uno de los grandes tópicos de la poesía mística de la India, los amores de Krishna y Radha, que dieron origen a una mística epitalámica similar a la que inauguró en la tradición judeocristiana el Cantar de los cantares, recreado posteriormente por numerosos poetas, aun en México. En los dos casos, se trata de amores pastoriles, en cuyas respectivas parejas hay un continuo juego de separación y de unión. Ni en la India ni en Occidente fue fácil dar un carácter sagrado a poemas eróticos. Se puede recordar que el Cantar de los cantares fue uno de los últimos libros en ser incorporado, con enormes reticencias, al Tanaj, la Biblia hebrea.

En el hinduismo, Krishna es una encarnación del dios Vishnu, el que sostiene el universo, y en su infancia y juventud vive en una aldea donde juega con las jóvenes lecheras, que al crecer se enamoran de él. Radha será su favorita, y los amores con ella darán origen a una vastísima recreación poética, que se extiende por muchos siglos. La poeta támil Antal, del siglo IX, y la poeta rajasthaní Mirabai, del siglo XVI, cantaron esos amores, pero en primera persona. Ellas hablan de su propia pasión por Krishna, tal como después otros poetas narrarán los encuentros y desencuentros de la pareja de Krishna y Radha.

La fuente religiosa de este tema se halla en el Bhagavata Purana, pero el paradigma literario fue el Gita Govinda de Jayadeva (siglos XII y XIII), que menciona Zaid. Aunque ese poema se escribió en sánscrito, añadía muchos elementos y métricas de la poesía vernácula, lo cual le dio una gran frescura al poema, impidiéndole quedar en la ya muy desgastada retórica sánscrita, propia de las cortes, después de un milenio de uso. Cabe advertir que en la India la poesía mística tiene un carácter netamente popular, no solo por estar escrita en las lenguas locales, sino porque en los grupos y poetas de donde surgió hubo una ruptura con el uso del sánscrito y, además, con tradiciones obsoletas, como la intermediación sacerdotal, la rígida división de castas y la exclusión de las mujeres de toda actividad fuera de su ámbito doméstico.

En cuanto al tema de Krishna y Radha, se difundió tanto que solo en el norte de la India, al Gita Govinda de Jayadeva, en Bengala, en los siglos XII y XIII, como ya dije, siguieron el propio Vidyapati en Bihar, en el siglo XIV y en el XV, siglo al que también pertenecen Chándidas en Bengala, Surdas en Delhi, al centro, y en el extremo opuesto de Bengala, en Gujarat, colindando ya con el actual Pakistán, el poeta Narsi Mehta, entre otros. Estamos hablando de una extensión de más de dos mil kilómetros.

Vidyapati, que es un continuador muy directo de Jayadeva, ha sido considerado en la tradición de la India un poeta místico y fue venerado incluso por una figura religiosa tan importante como Chaitanya.

{{ Nacido en Bengala [1486-1534], de tradición váishnava [dedicada a Vishnu], su forma de culto, que incorporó el canto y la danza como formas de plegaria, tuvo un profundo efecto en su región. De él proviene el Movimiento de la Conciencia de Krishna, muy difundido en Occidente, que se conoce popularmente como “Hare Krishna”. }}

 Pero uno se pregunta si Vidyapati no es más bien, en realidad, un refinado poeta de corte. Tal vez el tema de la poesía amorosa estaba ya muy agotado –tan solo a él se le atribuyen más de quinientos poemas de amor– o quizá él mismo tenía un carácter muy crítico; pero el caso es que sus Canciones sobre Krishna y Radha contienen un elemento humorístico que con frecuencia descalifica lo mismo que pretenden ensalzar. Y al lector le queda claro que no basta con que aparezca la palabra Dios o Shiva o Krishna en un poema para que pueda considerarse como místico. A este respecto, se marca una diferencia en el hecho de que los poemas de Jayadeva se cantaban y danzaban en los templos, y los de Vidyapati en la corte, pues son una recreación literaria más que la expresión de una búsqueda espiritual.

Por otra parte, el tono antisolemne de Vidyapati da un elemento de gracia y frescura a los poemas, que Gabriel Zaid captó a la perfección y recrea espléndidamente en sus versiones. Él dice: “Traducir un poema es recrearlo.” Este criterio de traducción, que respeto y disfruto mucho, hace que sus “recreaciones” sean estupendas. La gran exigencia que se impuso es acaso lo que hizo que, de los cien poemas de Vidyapati que tradujo Deben Bhattacharya en la edición de W. G. Archer (1963), Zaid rescatara solo trece en la primera edición de estas Canciones, y catorce en Poemas traducidos.

Zaid transmite admirablemente la esencia de cada poema, dejando de lado todos los tópicos y los tropos de una retórica que a estas alturas puede resultarnos excesiva. Deja fuera elementos que se desbordan en descripciones o en explicaciones que son predecibles, en resumen, y da a cada poema una precisión extraordinaria. Cuando alguien no tiene que trasladar un poema con la mayor fidelidad posible para preservar su valor documental –como ha sido a veces mi caso–, mucho puede aprenderse de esa síntesis ejemplar de Zaid. Y no solo al respecto de una traducción, sino de la escritura misma de un poema.

Pongo un ejemplo con una versión mía, que llamaría lineal, de un poema de Vidyapati que Bhattacharya tituló “Mañana”,

{{ Está incluido en una antología que estoy preparando, Poesía mística de la India, 10, p. 49. }}

 y la versión de Zaid, que él llamó “La tonta”. No conozco la otra traducción, del francés, de que Zaid pudo partir también, pero él mismo dice: “Traté de hacer versiones que valgan por sí mismas en español, como un poema que ‘le roba la idea’ al original y muchos detalles.”

{{ Gabriel Zaid, Canciones de Vidyapati, Latitudes, 1978, p. 13. }}

Menciona igualmente por qué hace ciertos cambios y supresiones. Podrá apreciarse lo certeros que son al leer los dos textos.

Dice Vidyapati: escucha, hermosa,
otras mujeres lo retienen.

Y esta es la versión de Zaid:

¡No volvió!

Cada poema de las versiones de Zaid es una joya. Sin otra farragosa comparación, quisiera reproducir dos de los más breves:

Te robaste la luna,
muchacha:
te van a descubrir.

Baja los ojos.
No provoques envidias
de los astros celosos.

Por ti pueden venir
eclipses y desastres:
te robaste la luna.

Y no hay manera
de que no se descubra.

Canta, cuclillo despiadado.
Luna funesta, sigue en tu desolación.
Flechas de amor, disparen.
Ha vuelto, al fin, mi amor.
Otra vez tengo casa.
Otra vez tengo Dios.
Otra vez tengo cuerpo.
Soy yo.

La versión original de cada uno de estos dos poemas es mucho más extensa, y aunque en cada una faltan muchísimas palabras, versos enteros, en realidad no falta nada y los poemas ganan inmensamente con esa sabia concisión.

Lo que Gabriel Zaid captó, y en verdad tradujo, fue el espíritu de Vidyapati, al hacer uso él mismo de la libertad, el desenfado, el humor y la ternura del poeta de Mithila. Su traducción de estas canciones es la más fiel y la que recrea con más talento su sabor único. ~

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