Es una verdadera fortuna que la embajada de Brasil y la editorial Textofilia hayan reunido en un volumen los ensayos que José Guilherme Merquior dio a conocer en diversas publicaciones mexicanas como Cuadernos Americanos, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Vuelta y Nexos. El periodo de esas colaboraciones rebasa el tiempo preciso en que Merquior fue embajador de Brasil en México (1987-1989) y revela no solo la profunda conexión del filósofo y diplomático brasileño con México sino la evidente sofisticación del campo intelectual mexicano a fines del siglo XX.
En su temprano ensayo “Situación del escritor”, para el volumen América Latina en su literatura (1972), coordinado por el argentino César Fernández Moreno, México no aparecía. Ahí se hablaba de Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, pero no de Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Octavio Paz o Carlos Fuentes, que pudieron ser nombres obligados en un ensayo como ese.
De hecho, el título era el mismo de una sonada conversación entre Emir Rodríguez Monegal y Carlos Fuentes, aparecida en el primer número de la revista Mundo Nuevo, que había atizado el debate con otras publicaciones ligadas al boom de la nueva novela latinoamericana, como la cubana Casa de las Américas y el semanario uruguayo Marcha. Las tesis de Merquior de aquel ensayo sobre el romanticismo y el modernismo, la profesionalización de la literatura, la oralidad, la introversión y lo imaginario en la narrativa latinoamericana, entre el modernismo y el boom, recuerdan mucho más a Ángel Rama que a Emir Rodríguez Monegal.
Algo debió suceder a principios de los años setenta para que el ensayista brasileño se interesara en Octavio Paz. Tal vez fue la aparición de Los hijos del limo (1974) lo que decidió la vehemente aproximación del brasileño al mexicano. La historia de la literatura latinoamericana, en la que Merquior intentaba localizar a Castro Alves y Nabuco, a Alencar y Almeida, a Andrade y Rosa, adquiría en el ensayo de Paz un relato y una lectura de clara ascensión entre el modernismo y las vanguardias.
Si el modernismo (Darío, Lugones, Martí, Silva, Gutiérrez Nájera…) era el verdadero romanticismo latinoamericano, un escritor como Paz podía ser entendido como “fantasma romántico” o un “poeta de la historia”. A partir de entonces Paz se convertirá en la puerta fundamental hacia la literatura hispanoamericana para aquel ensayista brasileño, empeñado siempre en poner a dialogar las dos mitades del mundo iberoamericano.
Se percibe a la perfección en su estudio sobre el ensayo de interpretación nacional en América Latina (Sarmiento, Rodó, Henríquez Ureña, Vasconcelos…). Aquí Merquior se asegura de que los brasileños no queden excluidos de esa tradición, como tantas veces se ha hecho, y recuerda la obra de Euclides da Cunha, Manuel Bomfim, Alberto Torres, Oliveira Vianna y, por supuesto, de Gilberto Freyre y Sérgio Buarque de Holanda, quienes dotarían el discurso de la identidad nacional brasileña de un espesor antropológico particular.
Paz reaparece en ese ensayo de Merquior, junto a Ezequiel Martínez Estrada, como parte de una reacción antiarielista que, a mediados del siglo XX, intentaría pensar las naciones latinoamericanas sin caer en una ontología espiritual o reificante. En el caso de Paz, Merquior lleva esa idea al extremo y habla de una dimensión “antihistórica”, que no sé si habría gustado al propio Paz. La formulación de una poética de la historia –como la que el propio Merquior había expuesto antes, y que desarrollaría más tarde David Brading, en la cual la Revolución aparece como acontecimiento donde se revela el ser mexicano– tendría más sentido.
El libro funciona también como un cajón de sastre o retacería textual de los grandes ensayos que Merquior escribiría y publicaría en México: su estudio sobre Michel Foucault, El marxismo occidental (1989) y Liberalismo viejo y nuevo (1991). Editados por Vuelta y el Fondo de Cultura Económica, aquellos libros expusieron algunos de los dilemas centrales del mundo que asistía a la caída del Muro de Berlín, la descomposición de la Unión Soviética y el inicio de las transiciones democráticas en Europa del Este.
La crítica de Merquior se dirigía en tres direcciones, por lo menos: cuestionaba los, a su juicio, excesos relativistas del posestructuralismo francés posterior a Foucault, salvaba los elementos más iluministas y modernizadores de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, especialmente en la obra de Walter Benjamin, y, en la disputa entre el neoliberalismo (Mises, Hayek, Friedman) y el liberalismo social (Rawls, Sen, Nussbaum), optaba por este último.
Se dice fácil, pero aquel posicionamiento múltiple, en el mapa del pensamiento de fin de siglo, requería de una enorme capacidad de orientación. El telón de fondo de aquella bitácora era, desde luego, Brasil y México durante el fin del mundo bipolar y el inicio de las transiciones democráticas. Los telegramas que se reproducen en este libro dejan ver a un intelectual que no abandona su práctica diaria de la política exterior y llega a conciliar sus ideas sobre la cultura latinoamericana con un incremento de la interlocución entre ambos países.
Como prueban los ensayos de Enrique Krauze, Adolfo Castañón y Christopher Domínguez Michael, la obra de Merquior fue decisiva para la lectura de aquel presente vertiginoso por parte de Paz y el grupo Vuelta. Las páginas de este libro permiten reconstruir aquella lectura sin los mitos y distorsiones que se han interpuesto en las últimas décadas. Aquel liberalismo de Merquior, ajeno a la fetichización del mercado y abierto a la expansión de los derechos humanos, era también el de Paz. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.