Puro glamour XXVII. Excursión a Madrid

Un viaje familiar, un catálogo de ataúdes, un vagabundo resentido y un tobogán gigante.
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Como la madre de mi madre de día se murió a finales del año pasado, decidimos, espoleados por mi amiga del Bierzo, que el mejor regalo para su cumple era ir a verla a Madrid. Había pasado casi un año desde la última vez que los niños y ella se vieron; fue en El Boalo, adonde acudimos porque ella y su novio estaban pasando el fin de semana allí. Comimos y luego jugamos en un parque, hacía frío y un sol radiante y empezó a llover. En el camino de vuelta, desde el coche, vimos un arcoiris que me recordó a uno que vi en Francia –pasé el mes del septiembre inmediatamente anterior a empezar la universidad en Grenoble, con mis tíos, cuidando de mi prima de tres años–. El cielo estaba de azul oscuro y muy iluminado al mismo tiempo. Esta vez, el cielo estaba más grisáceo, pero la impresión era la misma. Hice una foto que ahora miro y, por supuesto, no logra captar la intensidad del arcoiris que recuerdo. 

Llamé a mi madre de día para avisarle: teníamos billetes para ir a pasar el sábado a Madrid, llegaríamos a las 12. Nos llevó un rato decidir dónde comeríamos y conseguir reservar. La pizzería esa que tiene mesas de madera largas que está en Malasaña, le dije, sin acordarme de que aquella otra vez que comimos allí ella no estaba. Le pregunté cómo estaba, cómo estaban sus hermanos, cómo llevaban la muerte de la madre. 

-Pues bueno… mucha pena, pero claro, estaba muy mal ya. Lo que pasa es que claro, da pena. Pero fue bonito porque estábamos todos con ella cuando se fue. Ay, ay, esto sí que te lo tengo que contar bien… La dejamos acostada en su cama y nos fuimos al salón. Al rato, horas, entramos y ya vimos que se había ido. La tapamos, mi hermano mayor se acostó a su lado y le acarició las manos, y decíamos mira, qué paz, bueno, ya sabes. Y al rato, claro, dijimos que había que llamar a la funeraria. Y vino un señor, muy serio, muy profesional, con un catálogo de ataúdes y todo eso. El caso es que nos daba pena que se la llevaran, y era de noche y pensamos que ya, total, que lo hicieran por la mañana. Y claro, el de la funeraria insistía en la necesidad de enferetrar, que no sabíamos ni lo que quería decir. Pensamos que se refería a que había que vestirla antes de que la rigidez del cuerpo fuera total. Nos ofrecimos a hacerlo nosotros. Entonces, el señor, con su traje, su boli granate y su carpeta azul oscuro nos miró uno a uno y nos dijo que había que enferetrar porque el fallecimiento implica una serie de procesos orgánicos en los que se liberan sustancias que no es del todo bueno respirar. ¡Se estaba descomponiendo! ¡Eso es lo que no sabía cómo decirnos el señor! Bueno, el caso es que se fue, luego lo llamamos, tuvo que volver, un lío que no veas… 

Mi madre de día me promete que me contará bien la historia, me cuesta un rato entender que lo que quiere es que la escriba. 

***

Salir de casa siempre cuesta mucho, da igual cuánto rato antes estén listos los niños, las bolsas hechas, un minuto antes de salir un niño tiene que ir al baño, otro no encuentra el abrigo, otro se echa a llorar… Dejamos el coche en el parking de la estación absolutamente convencidos de que si tienes billete no pagas. Mi hijo mediano, exespecialista en trenes –se ha pasado a los aviones ahora–, nos fue explicando las diferencias entre el AVLO, el OUIGO y el AVE. Le decepcionó un poco que fuéramos a viajar en la parte baja de un OUIGO. Cuando llegamos a Atocha, mi madre de día nos esperaba en las llegadas. Caminamos hacia el metro, íbamos hablando, un poco despistados por la emoción del reencuentro y no nos dimos cuenta de que habíamos seguido las indicaciones equivocadas: ¡no teníamos que ir hacia Valdecarros sino hacia Pinar de Chamartín! Como la estación está en obras, era imposible cambiar de dirección una vez pasado el torno. Así que salimos, volvimos sobre nuestros pasos y esta vez miramos las indicaciones. Una vez en los tornos, les pedimos a los niños que pasaran por debajo. Barreiros pasó por encima. Los pequeños pasaron con una gracia y una facilidad pasmosa. Mi madre de día estaba en el torno contiguo al mío; mi hija mayor estaba delante de mí y no se animaba a pasar. 

-¿Nos estamos colando?

-NOOOOO –dijo mi madre de día mientras pasaba por debajo del torno. 

-Nos estamos negando a pagar dos veces, dije yo. 

-Sí, nos estamos colando ahora mismo –dijo Barreiros. 

-Pero si el revisor nos pide los billetes ya los tenemos porque acabamos de pagar –dijo mi madre de día. 

-Solo que nos hemos equivocado de dirección y es imposible cambiar sin salir y volver a entrar –esto lo dije en voz muy alta, un poco para justificar que fuéramos tres adultos animando a los niños a colarse en el metro. 

***

Hicimos tiempo en la plaza de la Luna, con una bolsa de Ruffles jamón jamón tamaño familiar que duró lo mismo que una de tamaño normal y con unas latas de cerveza. Estábamos en un banco entre la comisaría y un parquecillo con un tobogán. Jugué al pilla pilla con los niños y poco después cruzó la plaza un vagabundo. Estaba enfadado y parecía buscar un interlocutor al que enfrentarse. Pasó a mi lado y solo decía “jodo, estos”; luego soltó una frase que daba a entender una especie de triángulo amoroso y una traición. Yo intentaba enterarme de lo que decía sin que él se diera cuenta para que no se molestara. Hablaba de Adán y Eva y de la humanidad. Siguió caminando y protestando y se alejó. Quise quedarme con la frase exacta que había dicho y lo logré, pero ahora la he olvidado. Me recordó al visitante habitual del cine Doré que siempre se ofrecía a adivinar el pasado, el presente y el futuro leyéndote la mano. Nunca le dejé. 

***

Pasamos la tarde en plaza de España, en un tobogán gigante con una densidad de niños tan grande que la madre de día se asustó y mostró su firme oposición a que los niños bajaran por ahí. Cada hijo había seducido a una de mis amigas: la pequeña no se separaba de mi amiga Almudena; el mediano era el favorito de la novia de Andrea –que me trajo un ejemplar de su libro, azul piscina con un sol rojo enorme en la portada–; la mayor iba de uno a otro. Comimos takis y regalices y fuimos de vuelta a la estación con bastante tiempo: había que hacer un transbordo. No perdimos nada, ningún niño se hizo daño. Nos quedó una mezcla de melancolía de la que nos fuimos deshaciendo cada uno a su ritmo, como se va el moreno de la piel una vez que el verano se ha acabado. 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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