Los brotes de la milpa. Mitología mesoamericana de Alfredo López Austin es una antología de mitos transmitidos por textos que van desde los testimonios de los misioneros del siglo XVI hasta los de los antropólogos del XX, ordenados temáticamente y precedidos por consideraciones filológicas e históricas. Alfredo lo dijo bien: “He alargado las explicaciones tanto como lo estimé necesario para que los relatos no alcancen la categoría de lo exótico.”
El libro fue originalmente publicado por Ediciones Era en 2015 como parte de un volumen más amplio titulado Los mitos y sus tiempos. Creencias y narraciones de Mesoamérica y los Andes, que incluye también el estudio sobre “Los Andes en la voz de sus mitos” del historiador peruano Luis Millones. Ese mismo año, Ediciones Era publicó también Las razones del mito. La cosmovisión mesoamericana, que originalmente era parte de Dioses del Norte, dioses del Sur. Religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes (2008), compuesto por sendos ensayos de López Austin y Luis Millones. Para facilitar la comparación con la mitología andina, López Austin dio en Las razones del mito una visión de conjunto sobre la cosmovisión mesoamericana, particularmente detallada, con fotos, dibujos a línea, cuadros y esquemas, que se inserta en los estudios sobre mitología y cosmovisión mesoamericana en los que se enfrascó desde Los mitos del tlacuache (1990) –en realidad desde Hombre-Dios. Religión y política en el mundo náhuatl de 1973– y que en este siglo XXI dio lugar a estudios como los que dedicó a “El núcleo duro” (2001) y al “Tiempo del ecúmeno, tiempo del anecúmeno. Propuesta de un paradigma” (2015) –reunidos en 2018 en Juego de tiempos, publicado por la Academia Mexicana de la Lengua–, entre otros estudios en los que la utilización de imágenes, cuadros y esquemas adquirió mucha importancia.
Entre estos trabajos, los de los dos tomos de Era sobre Mesoamérica y los Andes, por su relativa brevedad, adquieren personalidad y relevancia. Si el de 2008 es un intento de aprehender Las razones del mito, su lógica, su necesidad, su capacidad expresiva y su belleza en el marco de La cosmovisión mesoamericana, la nueva versión, ya independiente, de Los brotes de la milpa. Mitología mesoamericana es como su apéndice documental o mitológico, con su carácter antológico, dirigido a ser leído –y disfrutado, destacaron López Austin y Luis Millones– por varios tipos de lectores no necesariamente especializados en esto o aquello: escritores, historiadores, antropólogos, lingüistas. Los textos, precedidos por explicaciones y comentarios, son versiones libres de López Austin de las traducciones de varios nahuatlatos tomadas de distintas tradiciones: las transmitidas por los frailes franciscanos fray Andrés de Olmos (1485-1571) y fray Bernardino de Sahagún (1499-1590); de la tradición maya representada por el Popol vuh quiché, del siglo XVI, salvado a comienzos del siglo XVIII por el dominico fray Francisco Ximénez (1666-1730); de los Títulos de Totonicapán y los Anales de los Cakchikeles, en cakchikel, todos traducidos por Adrián Recinos (1886-1962); de los varios libros de Chilam Balam, en maya yucateco, irritantes por su mezcla con la religión católica; y del testimonio de los etnólogos, que abarcan varios pueblos y lenguas de todo lo largo y ancho del país desde el siglo xix, como el explorador noruego Carl Lumholtz (1851-1922), hasta el siglo XX, cuyos testimonios dejaron de ser el registro de un “presente” para convertirse en documentos históricos sobre un pasado destruido por el paso avasallante de la modernidad que habrá que leer con el mismo ojo crítico con el que leemos a los frailes o cualquier otra fuente.
Los mitos recogidos en Los brotes de la milpa tratan del nacimiento del sol y del tiempo, del diluvio o los diluvios mesoamericanos –según diversas tradiciones–, el nacimiento de los seres humanos, nuestros alimentos, la separación y dispersión de los hombres en el territorio, la llegada de los chichimecas, los animales, las investigaciones en la Sierra Mazateca del etnólogo peruano mexicanizado Carlos Incháustegui (1924-2008) sobre la identificación de Jesucristo con el sol y los testimonios de varios etnólogos que dan cuenta de la integración mitológica de un cristianismo vagamente aprendido e integrado como en un sueño o juego de niños.
Los mitos relacionados con el nacimiento del tiempo y del espacio, con eso que López Austin llamó el ecúmeno y el anecúmeno, dos espacios y tiempos no contiguos ni paralelos, sino absolutamente diferentes (enfatiza el historiador), tienen particular fuerza. No están muy alejados de la visión del mundo que nos transmite la física contemporánea hace poco más de un siglo ya. De igual manera, el Popol vuh quiché tiene el poder analítico de un tratado de fenomenología antropológica, que dialoga con Blaise Pascal (1623-1662) y Martin Heidegger (1889-1976). También tiene fuerza la mitología relacionada con las migraciones de los pueblos y la elección de sus asentamientos, y más aún las narraciones sobre la llegada de los pueblos del norte chichimeca (Chichimecatlalpan) que, aunque López Austin no lo trata, está relacionado con el poblamiento desde el norte beringiano del continente americano.
Los mitos –como lo dijo el historiador de la religión rumano Mircea Eliade (1907-1986)– son conocimiento del mundo, integran y socializan el conocimiento de la realidad y la autoconciencia de los grupos humanos, hoy crecientemente globalizados. Al mismo tiempo, los mitos conservan y transmiten un conocimiento antiguo, muy antiguo, arcaico, primitivo y primigenio, que da claves insustituibles sobre la naturaleza del ser, del hombre en la naturaleza, relacionados con la animalidad que perdimos al humanizarnos, de la que sentimos una radical nostalgia, de la que hablaba Georges Bataille (1897-1962) en su Théorie de la religion, y con la que la religión nos reconecta. Y por ello López Austin resalta que el pensamiento mitológico es una función innata del ser humano, heredada del proceso mismo de hominización y los albores de la conciencia, que es comunión y también separación, lo cual bien sabía el filósofo Luis Villoro (1922-2014).
A diferencia de Las razones del mito y otros libros recientes de López Austin enriquecidos por fotos, cuadros y esquemas, Los brotes de la milpa no incluye estos materiales. En cambio, incorpora doce notables dibujos del mismo autor, quien firma con un peculiar anagrama. Yo no le conocía esa habilidad, no he visto sus dibujos en otros libros, y todos son fuertes, expresivos y originales. No solo ilustran, sino que enriquecen, le dan cuerpo a lo que López Austin busca transmitir, nos presenta a los dioses como hombres, siempre algo patéticos, y a los hombres como dioses o héroes. Estos dibujos condensan una vida de trato con las fuentes y los mitos indígenas, una vida concentrada en el estudio y el arte, la alegría de vivir, junto con su esposa Martha Rosario Luján, a quien López Austin dedicó todos sus libros desde Hombre-Dios (1973).
El primer dibujo representa a Huitzilopochtli, hijo milagroso de Coatlicue, en lucha contra sus hermanos los cuatrocientos surianos (tras decapitar a su hermana mayor Coyolxauhqui) en un enredo en el que es difícil distinguir a Huitzilopochtli y sus hermanos.
El segundo dibujo retrata cómo “fueron colocados sobre la superficie de la tierra los cuatro Quemadores” –según el Chilam Balam de Chumayel, traducido del maya por Antonio Mediz Bolio (1884-1957)–, los cuatro árboles o postes, semejantes a los de la tradición nahua representada por la Historia de los mexicanos por sus pinturas, que López Austin nos da en traducción del padre Ángel María Garibay K. (1892-1967), en los que los personajes que fungen como postes separadores de la tierra y el cielo tras el Diluvio son Itzcóatl, Itzmalli, Tenexóchitl y Cuauhtémoc (“El águila bajó”), el último de los cuales nos recuerda el carácter mítico y ritual del nombre del último tlatoani mexica (ca. 1497-1525).
El tercer dibujo muestra a la pareja de Tata y Nene que, tras el diluvio que destruyó el cuarto sol Nahui Atl, Cuatro Agua, se salieron del ahuehuete donde el dios Titlacahuan les había mandado permanecer, y asaron unos pescados ensartados que quedaron cerca de ellos cuando se retiraron las aguas. Fueron castigados, puestas sus cabezas en el culo y transformados en perros. Se ahumó el cielo “y así es que vivimos nosotros”, todo esto según la “Leyenda de los Soles”, traducida por el historiador y nahuatlato potosino Primo Feliciano Velázquez (1860-1953), sobre la que López Austin objeta que su nombre es incorrecto porque no es leyenda sino un mito.
El cuarto dibujo es fuerte. Representa, según la misma “Leyenda de los Soles”, a un Quetzalcóatl desnudo, de carnes musculosas y añosas, concentrado en pincharse el pene para verter su sangre en una jícara con los huesos de los dioses, con la asistencia de Quilaztli, para propiciar “La creación de los hombres”, como se llama el dibujo de López Austin. De esta manera quedó establecida la necesidad de que los hombres retribuyan con su propia sangre el sacrificio realizado por el dios Quetzalcóatl.
Una de las dificultades del tratamiento de este tipo de materiales es que son creaciones del Estado mexica, sus sacerdotes y pintores. Por eso, el antropólogo Claude Lévi-Strauss (1908-2009) no incluyó la mitología mesoamericana en los cuatro tomazos de sus Mythologiques (1964, 1966, 1968 y 1971) y otros estudios. El problema se plantea en este caso, la “Leyenda de los Soles”, y en otros más. López Austin lo resuelve hasta cierto punto acudiendo a una variedad de fuentes, que van del siglo XVI al XX, capaces de mostrar la pervivencia en la actualidad de cierto núcleo que se mantiene, el “núcleo duro” del que hablaba el autor, para dar cuenta de la persistencia de la cosmovisión mesoamericana.
El quinto dibujo es el de “Un niño y una niña pasaban por los poblados” y daban abundancia de maíz a quienes les daban hospitalidad, uno de los mitos sobre el origen del maíz, según los teenek o huastecos de Veracruz, que Alfredo representa con las caras marcadas como mazorcas.
Es impresionante el sexto dibujo con Icxicóhuatl aproximándose para oír el interior del monte de los reyes chichimecas, según el relato de la Historia tolteca-chichimeca, escrita y pintada entre 1550 y 1570, traducida del náhuatl por el historiador y nahuatlato Luis Reyes García (1935-2004), que cuenta que Icxicóhuatl y Quetzaltehuéyac fueron a Chicomóztoc, el lugar de las siete cuevas, con el fin de que los chichimecas abandonen “su vida cavernícola y montaraz”.
El bello séptimo dibujo representa la cara barbada y sonriente de Dios que se desdobla en nueve caras, con dos manos que indican los rumbos para que se funden los pueblos de los chamulas, los zinacantecos, los tenejapanecos, los huistecos, según un mito recogido por el antropólogo William R. Holland en sus estudios sobre la medicina en los Altos de Chiapas.
El octavo dibujo sobre “La creación de los animales”, a propósito del relato del Popol vuh, representa en una sola figura circular, al mismo tiempo apretada y libre, todos los animales mencionados. Comento ahora que en las mitologías relativas a los orígenes de los animales mesoamericanos no encuentro referencias a los mamíferos grandes, los mamuts y los equinos, entre otros que fueron exterminados por los hombres cazadores. Tal vez entonces es que la memoria mesoamericana representada en su mitología no llegaba tan lejos, al periodo anterior o contemporáneo a los inicios de la agricultura, unos cinco mil años antes de Cristo. El exterminio de estos animales eliminó la posibilidad de la formación en América de una ganadería junto a la agricultura, como en el Viejo Mundo, lo cual le dio una importancia particular a la cacería en Mesoamérica, y a la guerra concebida como una forma de cacería, lo cual no aparece en los animales y en la mitología representada por Los brotes de la milpa, ligada a la agricultura y a la guerra, en la línea abierta por Eduardo Matos Moctezuma en Muerte a filo de obsidiana, publicado por el inah en 1978 y muchas veces reeditado.
Es bella y sugestiva la reelaboración del relato guadalupano que presenta el noveno dibujo, “Muchos demonios pretendían a la Virgen de Guadalupe”, a propósito del relato que tradujo Carlos Incháustegui que le contó don Panuncio Cadeza, de Santa Julia Soyaltepec, sobre el nacimiento del Sol Jesucristo, en su libro Relatos del mundo mágico mazateco, publicado por el inah en 1977. En el dibujo de López Austin, la Virgen de Guadalupe aparece sentada bajo un árbol, con su rebozo y una vasija en los brazos, y los “demonios” que la pretendían eran cuatro charros con sus barbas, bigotes y sombreros, todos con un ramo de flores para la Virgen.
En el décimo dibujo “Santiago llega a España” sobre un caballo volador cruzando el mar lleno de pescados y disparando con una pistola a los españoles con sus cañones y rifles. El relato nos informa que Santiago se volvió rey y patrón de España con el nombre de Santiago Galicio, según el relato en zoque y español de Marcelino Estrada Rueda publicado en 1997.
Es muy imponente el decimoprimer dibujo que representa al segundo rey Quetzalcóatl de Tula, que, según el historiador tezcocano don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (1568-1648), cumplió la profecía de la caída de Tula. Llamado Topiltzin Meconetzin, sucedió al primer Quetzalcóatl, Huémac, que predicó el bien y la Cruz (según Alva Ixtlilxóchitl), pero que se fue decepcionado al oriente, al tiempo que anunció su regreso en un año Uno Caña “cuando llegase al poder un hombre de cabellos crespos”, como se llama el dibujo de López Austin. El personaje que pintó tiene toda la nobleza de un rey, un héroe y un dios, del personaje de una tragedia griega que con entereza cumple su destino. Era hijo del amor pecaminoso de su padre el tlatoani Tecpancaltzin por la doncella Xóchitl. Tecpancaltzin había ideado el sistema de gobierno tripartita, Triple Alianza o Excan tlahtoloyan, que se extendería en los siguientes tiempos como forma de gobierno generalizada en diversas regiones de Mesoamérica, por encima de pueblos y señoríos multiétnicos, y asociado a la ideología religiosa de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, como lo mostraron en 1999 Alfredo López Austin y su hijo el arqueólogo Leonardo López Luján en su libro Mito y realidad de Zuyuá. Serpiente Emplumada y las transformaciones mesoamericanas del Clásico al Posclásico.
El decimosegundo y, lamentablemente, último dibujo representa el momento en el que “Cuextécatl bebió el quinto vaso de pulque” con otros dos amigos tras de él alegres, pero no borrachos, como Cuextécatl, tlatoani de los huaxtecos, que hasta se puso exhibicionista y se quitó el maxtle según el relato en náhuatl que recogen Sahagún y sus colaboradores en la Historia general de las cosas de la Nueva España, traducido por Alfredo López Austin en 1985 en su importante trabajo “El texto sahaguntino sobre los mexicas” (publicado en los Anales de Antropología) donde refiere que “a todos los diversos pueblos [que vinieron del norte] se les llama chichimecas. Todos se enorgullecen con este nombre de su linaje chichimeca, porque todos fueron y regresaron a la tierra de los chichimecas”. Y que concluye así, en la traducción de López Austin: “Los mexicas se llaman chichimecas, atlacachichimecas. También se llaman chichimecas los nahuatlacas de todas partes debido a que regresaron de Chichimecatlalpan, de la llamada Chicomóztoc. Ellos son los tepanecas, los acolhuaques, los chalcas, los de Tonayan, los tlahuicas, los cohuixcas, los tlateputzcas, los huexotzincas, los tlaxcaltecas y otros nahuatlacas más. Vinieron portando sus pertenencias: las flechas, los dardos. Los toltecas también se dicen chichimecas; se dicen toltecachichimecas. Los otomíes también se dicen chichimecas: otonchichimecas. Los michhuaques también se dicen chichimecas [chichimecas uacúsecha, águilas, en la Relación de Michoacán]. Los hombres que quedaron en el oriente no se dicen chichimecas. Se dicen olmecas, huixtotin, nonohualcas.”
Los dibujos de López Austin me han dado la oportunidad de repasar algunos de los mitos mesoamericanos de Los brotes de la milpa. Este libro, como otros del mismo autor, motiva a reflexionar sobre la función del mito en la historia humana, en el mundo mesoamericano, aun en los tiempos virreinales, nacionales y en el presente, sin dejar de reconocer el retroceso reciente del pensamiento mitológico acorralado por la escritura, los libros, los medios, los instrumentos digitales y los gobiernos despóticos. En las “Palabras previas” que escribieron para Los mitos y sus tiempos, Alfredo López Austin y Luis Millones citaron que en 2009 en Estados Unidos solo el “15% aceptaron el evolucionismo, contra 48% que se declararon del lado del creacionismo y el 29% del diseño inteligente”, lo cual muestra que “el pensamiento mítico no solo está vigente, sino que sigue siendo el fundamento de las concepciones de una parte considerable de la humanidad”. Es cierto, pero en un contexto de manipulación estatal y mediática, que permite aprovechar el pensamiento mítico para conformar las creencias y el comportamiento de las poblaciones, ya no es creación espontánea de la gente. Por esto mismo, nos resulta vital asimilar la investigación y reflexión amplia de Alfredo López Austin sobre el pensamiento mitológico. ~
(ciudad de México, 1954) es historiador. Autor, entre otros títulos, de Convivencia y utopía.