Natalia Ginzburg: Incluso en los errores buscaba la verdad

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En 2016 se celebró el centenario del nacimiento de Natalia Ginzburg (Palermo, 1916-Roma, 1991). Una pequeña legión de sus seguidores agradecimos que con tal motivo se escribiera mucho sobre ella y que se publicaran nuevas traducciones y recopilaciones de artículos, cuentos o ensayos, tan ávidos estábamos de su sabiduría. Mercedes Monmany la calificó como “una de las más grandes narradoras de la segunda mitad del siglo XX italiano”. Desde 2002, el año en que publiqué mi primer libro, llevaba a menudo en mi bolsa de viaje Las pequeñas virtudes en una antigua edición de bolsillo de Alianza Editorial que me había regalado Félix Romeo. Ese mismo año él había traducido Sagitario para Espasa Narrativa, para una edición que incluía además otras dos novelas breves, Así fue y Valentino. Por entonces yo solo había leído un par de novelas de Ginzburg, Querido Miguel y Nuestros ayeres (traducidas por Carmen Martín Gaite). Fue sin embargo Las pequeñas virtudes (1962), que contiene once ensayos publicados entre 1944 y 1960, el que se convirtió en mi libro de cabecera. Uno de esos ensayos, “Él y yo” (el único que no había aparecido en prensa), me sirvió de inspiración para uno de mis cuentos, y directamente plagié la primera frase, “Él tiene siempre calor; yo siempre frío”. Acababa de empezar a escribir una columna semanal para Heraldo de Aragón y Natalia Ginzburg me había enseñado que se puede escribir casi de cualquier cosa si encuentras tu voz y no tienes miedo.

Natalia Ginzburg tuvo una vida azarosa. Vivió en Turín su infancia y parte de su juventud y allí conoció al que sería su marido, Leone Ginzburg, del que tomó el apellido (el suyo era Levi, también judío) y con el que tendría tres hijos. Junto a él entró a formar parte de una generación de escritores e intelectuales de la posguerra italiana que fue determinante, antifascista, casi revolucionaria, y de donde surgió la mítica editorial Einaudi. Cesare Pavese era uno de sus mejores amigos. Desterrados por Mussolini, vivieron tres años en un pueblo de los Abruzos. Poco después, en 1944, Leone Ginzburg fue detenido y torturado hasta la muerte en una cárcel de Roma. Quedó viuda y con tres hijos a los veintiocho años. Dos años antes ya había publicado su primera novela, El camino que va a la ciudad, que tuvo que firmar con seudónimo. Tras la muerte de su marido se instaló en Roma y entró a trabajar en la editorial Einaudi, donde también publicaría sus siguientes libros. En 1950 se volvió a casar, con Gabriele Baldini, especialista en literatura inglesa, y tuvo dos hijos más. En 1969 vuelve a enviudar. A los cincuenta y tres años ya era dos veces viuda y había publicado unos diez libros, entre ellos Léxico familiar, Nuestros ayeres, Las palabras de la noche Las pequeñas virtudes. Más tarde, en 1983, fue elegida diputada del parlamento italiano por el Partido Comunista. No me consta que sus intervenciones parlamentarias estén recogidas en algún sitio.En su “Autobiografía en tercera persona” (ensayo publicado en 1990, incluido en el libro No podemos saberlo, que yo leí en la edición de Lumen de 2009 titulada Ensayos) dice casi al final: “Natalia Ginzburg vive en Roma, en la céntrica casa donde siempre ha vivido. Sigue siendo diputada en el Congreso. Alguna vez, de forma ocasional, escribe en los periódicos.”

Natalia Ginzburg colaboró a lo largo de su vida con distintos medios de prensa, principalmente en el Corriere della Sera y La Stampa. En su autobiografía, anteriormente citada, dice: “En 1970, Natalia Ginzburg publica una recopilación de ensayos, titulada Nunca me preguntes. Se trata de una serie de artículos publicados en periódicos a lo largo de varios años y de textos de distinto género todavía inéditos. Desde 1968 hasta 1978 colabora con los periódicos con bastante regularidad. Luego abandona esta actividad, ya que escribir para la prensa con demasiada frecuencia le resulta de repente pesado y parece perjudicar su forma de escribir.” Resulta chocante que ella pensara que escribir para la prensa perjudicaba su escritura. En sus ensayos y artículos no elude ningún tema y su estilo, al igual que en sus novelas y en sus obras de teatro, es lúcido, sincero y cercano. Igual habla de cine –le gustaba Ingmar Bergman y también Buñuel y Fellini–, de política, de la feminidad, del aborto, de poesía, de amigos escritores (Cesare Pavese, Italo Calvino, Antonio Delfini, Tonino Guerra, Alberto Moravia), de las ciudades (maravillosa y divertidísima su visión de Londres en Las pequeñas virtudes o su declaración de amor a la ciudad de Roma en “Así es Roma”, donde dice: “Aunque parezca que se empeña en aparecer lo más fea posible, esta ciudad donde vivo, que es Roma, yo siempre la encuentro preciosa”), y siempre con una mirada muy personal. “Al leer a Ginzburg, vi que lo que ella hacía era insuflar vida en un ensayo. Escribía no ficción en primera persona, textos basados en su experiencia desnuda, pero que se leían como una novela”, dijo sobre ella la escritora Vivian Gornick. En esa misma línea Aloma Rodríguez amplía la perspectiva: “Los textos autobiográficos y de no ficción –Las pequeñas virtudes […]– componen la novela en marcha de su vida, rellenan los huecos que había dejado deliberadamente en Léxico familiar –un libro de recuerdos de infancia y juventud– y aportan la materia prima de la que surgen algunas de sus novelas.” De repente se me ocurre que “materia prima” se dice igual en italiano.

A pesar del tiempo transcurrido, la obra de Natalia Ginzburg sigue de plena actualidad pues, partiendo de lo concreto de su época, aborda temas universales como las incertidumbres del ser humano y la fragilidad de la democracia. Vida imaginaria (Lumen, 2023), la más reciente incorporación a nuestra biblioteca “ginzburgiana”, fue publicado por Mondadori en 1974. Según Domenico Scarpa, que incluye un largo texto al final del libro, en Vida imaginaria el texto más importante es “Los judíos”, publicado en La Stampa el 14 de septiembre de 1972, pocos días después del atentado en Múnich perpetrado por ocho palestinos contra unos atletas del equipo de Israel. Murieron nueve atletas, cinco terroristas y un policía alemán. El artículo de Natalia Ginzburg levantó una gran polvareda. Fue muy criticada por los intelectuales de la época. Primero porque, siendo ella judía (hija de judío, aunque nunca hasta entonces se había declarado como tal), se atrevió a ponerse del lado de los palestinos y, segundo, por no haber llegado al fondo de la cuestión, que es más o menos lo que declaró su amigo Cesare Garboli: “No se puede partir de premisas impolíticas, llegar a conclusiones impolíticas, y al mismo tiempo escribir un artículo político. […] Natalia tiene razón cuando afirma que siempre hay que estar del lado de los que sufren injustamente.” En fin, que se metió en camisa de once varas, y a mí, personalmente, no me parece el texto más importante del libro a pesar de ser un tema que, por desgracia, sigue vigente, porque no llega hasta el fondo en esa tarea de excavación en su propia vida que caracteriza el resto de sus escritos.

La materia prima de todo lo que Natalia Ginzburg escribió es sin duda de primera calidad. Con esa materia prima y un gran dominio del lenguaje podía hacer maravillas. A veces resultaba abrupta, incluso descarnada, pero nunca le faltaba una gran dosis de generosidad y de humanidad. Cada una de sus frases contiene su mundo, su verdad, y crece a la manera de los fractales, cuya geometría se repite a distintas escalas, pero siempre fiel a sí misma. Como dijo Elena Medel en el año del centenario, “sus libros son pequeñas obras de ingeniería. Detrás de cada frase sencilla hay un trabajo de pulido finísimo. Escribe de lo que tiene más cerca para hablar de lo que tiene más dentro”. A veces se equivocaba, como cuando en “Mi oficio” dijo que si intentaba escribir un ensayo o un artículo para un periódico le iba bastante mal. Y no era la falsa modestia lo que la caracterizaba. Incluso en los errores buscaba la verdad como un zahorí busca el agua subterránea. Su autenticidad y su valentía siguen marcando un camino. ~

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es escritora. Entre sus obras están Naturaleza infiel (RBA, 2008), Tejidos y novedades (Xordica, 2011) y Nieblas altas (Olifante, 2018)


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