Los habitantes del edificio Yacobián

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La única cara morena del café del hotel de Goya está sentada junto a la ventana. Pertenece al escritor egipcio Alaa Al Aswany (1957). Alto, sonriente, de manos grandes. Parece tranquilo pero durante toda la entrevista no para de fumar unos cigarrillos árabes negros. Me habla en español porque ha hecho un curso de verano en el Instituto Cervantes de El Cairo: “Creo que es importante aprenderlo. Además es una lengua muy rica y musical, y no sólo es una lengua con objetivos operacionales sino que también es muy artística y sentimental. Me gustan muchísimo García Lorca, Machado, Bécquer”.


Alaa Al Aswany es el hijo único de Abbas El Aswany, un destacado escritor egipcio reconocido con el Premio Nacional de Literatura de 1972. Ninguno de los dos se ha dedicado sólo a la escritura. Mientras el padre lo compaginó con la abogacía, su hijo es durante el día un prestigioso dentista de El Cairo.


Al Aswany ha venido a presentar su primera novela publicada en España: El edificio Yacobián (editado en castellano por Maeva y en catalán por Edicions de 1984) y también a dar una conferencia en el Centro de Estudios Árabes de Madrid. Esta novela se publicó hace cuatro años en Egipto y tuvo un éxito inaudito en el panorama literario del mundo árabe. Su protagonista es uno de los edificios más emblemáticos del centro de El Cairo. Construido en 1930 para los ricos residentes de la zona, ahora sufre el empobrecimiento y la decadencia. Su destino recuerda al que el antaño glorioso, rico y tolerante Egipto padece ahora: el fanatismo, la falta de libertad y la pobreza. 


Por el escenario de El edificio Yacobián desfilan representantes de todas las clases sociales del país: Kaki Bey el Desouki, un aristócrata que utiliza su casa en el Yacobián para sus encuentros sexuales; Taha, el hijo del portero que, desilusionado, entra en contacto con un grupo radical; Hagg Ezzam, un corrupto político y uno de los hombres más ricos de la ciudad; o la bella Busayna, que tiene que vender sus favores para mantener a su familia. A través de sus vidas Al Aswany disecciona sin piedad algunos de los problemas de su país: la corrupción política, la discriminación de la mujer, la miseria, la represión policial, el fanatismo y la hipocresía moral y religiosa.


“Es cierto que el gobierno no está muy contento con la visión crítica que emerge de mi libro, pero a los lectores sí les gustó”. Con una gran sonrisa afirma que su libro se ha traducido a diecinueve idiomas y que ha sido un bestseller en Francia e Italia. “Cuatro años después de la publicación de El edificio Yacobián comenzó el rodaje de una película basada en ella  y el parlamento se opuso. La versión oficial se refería a la descripción de relaciones homosexuales, pero todos sabíamos que era debido a la denuncia de torturas por parte de la policía, a la corrupción… Afortunadamente todo se resolvió y  la película se distribuyó sin problemas.” Pero el rodaje no sólo le acarreó a Al Alwany problemas con el Parlamento sino también con los habitantes reales del edificio: “En el Yacobián me recibían como si fuera Napoleón Bonaparte, hasta que supieron que la producción de la película iba a ser la más cara del mundo árabe.

Entonces el presidente de la comunidad fue a hablar con el productor y le dijo que les tenían que pagar por estar utilizando un nombre comercial. La denuncia fue archivada porque todos los jueces saben que el único fin de estos casos es sacar dinero.”


Al Aswany es tajante a la hora de hablar del gobierno actual de su país: “Creo que el pueblo egipcio tiene derecho a un régimen democrático y a más justicia. Pero soy muy optimista y creo que va a haber un cambio positivo pronto. Hay muchas iniciativas a favor de un régimen más libre”.


Le pregunto sobre estas iniciativas y me contesta con una pregunta: “¿Ha oído usted hablar de un movimiento de jueces en pro de la democracia que empezó hace dos años?” ¿Y qué me dice de la jueza Noha Alzeini? ¿Sabe algo de ella?” Permanezco callada porque no sé nada de esos nombres y me explica que esa jueza hace unos meses constató una falsificación de los resultados electorales de un parlamentario muy cercano al presidente. Aunque lo denunció a la prensa no sirvió de nada y fue elegido. “Noha Alzeini es una mujer atrevida, que ha defendido la ley y se ha atrevido a denunciarlo, pero en Occidente no se sabe nada de esto. El problema es que la prensa occidental no cuenta todo lo que está sucediendo en Egipto debido a la presión de Estados Unidos. Un presidente de un país que acepte servir al presidente Bush recibe a cambio la promesa de que la prensa occidental obscurecerá los hechos llamados ‘antidemocráticos’.” Sigue en su crítica a la prensa occidental poniendo un ejemplo del lado contrario: “Si por ejemplo el presidente de Irán Mahmud Ahmadineyad tropieza en el cuarto de baño seguro que será titular en la prensa occidental, porque está en contra de los Estados Unidos.”


De su firme siega Al Aswany sólo salva el poder judicial: “Los jueces son muy respetados en Egipto porque dan constantes pruebas de su integridad. Su lucha en estos momentos es tratar de que el poder judicial sea independiente: hasta ahora el ministro de justicia es nombrado por el presidente de la república. El sindicato de los jueces egipcios es muy fuerte, pero apenas es mencionado en los medios occidentales”.


Le pido que me hable del grado de libertad que existe en Egipto para los escritores: “Hay libertad para hablar pero no de expresión.” Explica que la primera permite denunciar al gobierno en la calle o en los periódicos, no en la radio: “El gobierno nos dice hable, hable, hable lo que quiera que nosotros haremos lo que queramos. La libertad de expresión implica que se puede hablar, escribir y cambiar la situación a través de elecciones. Pero en Egipto no tenemos este tipo de libertad”. ~

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