El principal problema del futbol se inicia por su obstinación en usar una pelota redonda, ya que siendo así ésta no puede controlarse, rueda mucho y tiende a escaparse.
Eso, sin embargo, es apenas un problema de forma al que hay que añadir uno de materia, y es que la pelota debería estar hecha de un material que no rebotara, para que existiera mayor estabilidad en los “pases” (que en este contexto se refieren a la transferencia del balón entre un jugador y otro, elaborada con fines decorativos o de gallarda aproximación a la meta contraria), y habría muchas más de las llamadas “jugadas a balón parado”, con las que, según los expertos, la Selección Nacional mete más goles.
Al restringirse el capricho del ahora tan arbitrario movimiento del balón se podría reducir tanto el tamaño de la cancha como, proporcionalmente, el número de integrantes de cada equipo, con la consecuente economía de emolumentos y de declaraciones repetidas en las entrevistas que los periódicos les hacen a los futbolistas.
La reducción del tamaño de la cancha podría ampliarse hasta el punto en que sólo fuera necesario usar el espacio que ocupa una cama matrimonial, por decir algo. Infiérase ya aquí la reducción de las porterías y del tejido de las redes de las mismas y súmese a la cuenta el ahorro en los telefotos de los fotógrafos deportivos, que actualmente son carísimos ambos.
Casi saldría sobrando el oponente mismo, con lo que (pensando de manera positiva) se evitarían las rivalidades irracionales y la violencia de los fanáticos de uno u otro equipos, ya que solamente habría uno, constituido –dado el tamaño de la cancha– por un jugador que al mismo tiempo fungiría como su propio director técnico, y cuyo oponente sería él mismo, atareado como un niño en que el cubo de plástico embone en un hueco de su tamaño exacto. ~