La política republicana Victoria Kent (Málaga, 1892 -Nueva York, 1987) fue una de esas escasas mujeres españolas que hacia los años veinte del siglo pasado recibieron el nombre de “vanguardistas” o “avanzadas” por ser las primeras en romper moldes morales y abrir caminos para sus congéneres femeninos en profesiones y ámbitos que hasta entonces eran propiedad exclusiva de los varones. Su influencia y la de otras mujeres de su tiempo con ideales parecidos –recuérdense nombres tales como el de María de Maeztu, Clara Campoamor, Margarita Xirgú, María Zambrano, Carmen Baroja o Zenobia Camprubí– fue decisiva en un país tan atrasado y ombliguista cual era aquella España monárquico-alfonsina, que apenas si comenzó a despertar de su atonalidad hasta poco antes de la dictadura de Primo de Rivera y durante la ii República, períodos ambos en los que Victoria Kent se mostró pletórica de fuerza e ilusiones y desarrolló una incesante actividad laboral, política y social.
Victoria fue hija de padres de clase media, aunque de talante liberal y de mentalidad más abierta de lo habitual, que le permitieron estudiar magisterio en Málaga y, aconsejados por notables influencias, también que se matriculara en derecho en la Universidad Central de Madrid. Allí se alojó en la selecta y avanzada Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, cuya personalidad tanto influyó en Victoria, quien terminó doctorándose en 1923; de hecho, fue la primera mujer que ejerció la abogacía en España, incluso abriría un bufete laboralista, algo inaudito en unos tiempos en los que hasta las hijas de las mejores familias no deslucían por ser semianalfabetas. Independiente como era, sostuvo unos firmes principios humanistas que defendería con vehemencia, mostrándose estricta y exigente en su cumplimiento consigo misma y con los demás. Fue una trabajadora obsesiva e hiperactiva; más reformista que revolucionaria, y con intenciones de traer cambios efectivos a una España sedienta de renovación, se afilió al Partido Radical Socialista.
Con alborozó recibió la proclamación de la II República. Enseguida obtuvo un alto cargo en la administración: directora general de Prisiones. Más adelante inspeccionó las prisiones españolas y constató su miseria y abandono; se preocupó de forma especial de las reclusas, pero las reformas que propuso eran demasiado avanzadas y sólo unas cuantas las aprobó el gobierno progresista. Dolida por semejante imposibilidad, Victoria dimitió de su cargo. Sin embargo, inició un camino que marcaría hitos en el derecho penal.
Primera mujer parlamentaria democrática en la historia de España, Victoria Kent luchó a su manera por convicciones avanzadas: “Ni creo en la guerra de los sexos ni soy feminista. Ahora bien, siempre he defendido la igualdad a todos los niveles entre hombres y mujeres”, manifestó. Su popularidad alcanzó la cima durante la época republicana, aunque el protagonismo de Dolores Ibárruri y Federica Montseny a partir de 1936 eclipsó un tanto su brillo. La Kent no fue tan radical como ellas; así lo demostró en el enfrentamiento parlamentario con Clara Campoamor, partidaria de otorgar el voto a las mujeres. Victoria se opuso a la novedad argumentando que era una medida inapropiada, pues las mujeres de su época no eran todavía tan autónomas como para votar por sí mismas en libertad, y que más bien se dejarían guiar en sus votos por los padres, los maridos o el confesor, de manera que si votaban en masa peligraría la República y ganaría de nuevo el conservadurismo. La también socialista Margarita Nelken la apoyó, comprendiendo su actitud; finalmente, se aprobó el ejercicio del voto femenino en contra de la Kent. Su prudencia en aquella ocasión le ha deparado el olvido y hasta la animadversión por parte del feminismo más militante, poco inclinado a elogiar las medias tintas.
Todo esto lo comenta y rememora Miguel Ángel Villena (Valencia, 1956), periodista de profesión y licenciado en Historia, en esta excelente biografía. A la vez que hace gala de un vasto conocimiento de la época de su biografiada, Villena demuestra poseer magníficas dotes de narrador; ejemplo de ello son las páginas dedicadas a los prolegómenos políticos de la Guerra Civil y el golpe militar, que roban el aliento al lector.
Victoria Kent vivió con consternación el asedio de la República por parte tanto de los extremistas de ideología fascista como de los de ideología comunista-leninista, no menos fanatizados que los anteriores, sin adherirse nunca a ningún extremo, aunque el 18 de julio de 1936 se puso a disposición del gobierno legítimo de España presidido por Azaña. La Kent colaboró con afán en la defensa de Madrid organizando en la capital centros de acogida de niños, visitando el frente en varias ocasiones para supervisar el reparto de víveres y otros pertrechos. Ya casi al final de la guerra el gobierno de Valencia la nombró embajadora en París; ello la situó en un lugar privilegiado para ocuparse de la acogida de los refugiados españoles en Francia.
Tras la derrota, Victoria permaneció en París ayudando a los exiliados; más tarde, en 1940, cuando ya fue imposible preparar su propia huida al extranjero, tuvo que esconderse en un piso que le proporcionó una amiga, ocultándose de la policía francesa de Vichy, pues era una de las personas más buscadas por el régimen de Franco, y hasta la Gestapo alemana la tenía en su lista negra. Cuatro años pasó allí como clandestina, hasta la liberación de París, en uno de los días más felices de su vida, cuando recibió como embajadora de la “España libre” a los compatriotas de la célebre división Leclerc. Durante la clandestinidad escribió un diario novelado: Cuatro años en París, publicado más tarde como libro.
En 1948, Victoria se trasladó a México; impartió clases en la universidad y se ocupó del estado de las prisiones suramericanas. En 1952, nombrada de nuevo embajadora ante la onu de la República en el exilio, emigró a Nueva York. Trabó una intensa amistad con Louise Crane –amor definitivo en su vida–, una hispanista excéntrica y millonaria que estuvo dispuesta a financiar la revista Iberia, un proyecto concebido por Victoria como el órgano intelectual para “difundir los valores de la República y luchar contra la dictadura de Franco”; en ella escribieron intelectuales y políticos de relevancia tales como Tierno Galván o Mario Soares. Después de la muerte de Franco, Victoria Kent visitó España en dos ocasiones; a pesar de los homenajes que se celebraron en su honor, se encontraba desplazada. A los 95 años de edad falleció en Nueva York; hasta el final continuó declarándose “republicana, demócrata, federalista y liberal”.
Villena aporta una visión tan amplia como para que el lector común, al que está dirigido el libro, advierta la relevancia de aquella mujer vitalista, empecinada y fiel a los mejores principios, precursora y modélica que fue Victoria Kent, acaso demasiado olvidada en una España siempre necesitada de personas animosas, cambios y reformas. ~
(Cáceres, 1961) es traductor y ensayista. Ha escrito Martin Heidegger. El filósofo del ser (Edaf, 2005) y Schopenhauer. Vida del filósofo pesimista (Algaba, 2005). Este año se publicó su traducción