El cómico nocturno y su reverso

En su historia sobre los cómicos estadounidenses, Edu Galán sostiene que Jerry Lewis, Louis C.K. o Jerry Seinfeld encarnan a la perfección el arquetipo de Hombre Público Estadounidense.
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Según Edu Galán, el Hombre Público Estadounidense constituye el ánima, cifra y secreto de los Estados Unidos. Los epígonos de este país omnipresente, inevitable, han ido discurriendo ante la imaginación del resto del mundo, como envoltorios, formas, de un mismo resplandor: son el político elocuente, el colono esforzado, el charlatán vende-crecepelos o el profeta que avizora. Galán nos los recuerda. Este elenco de arquetipos de EEUU se podría extender: por ejemplo, ¿añadimos al sheriff, a la estrella, al psychokiller, al ingeniero espacial, al tycoon self-made o al mejor-abogado-de-la-ciudad? En Morir de pie, nuestro experto woodyallenista propone una figura más: el humorista de monólogos. Aquí Galán define y traza una genealogía del humorista de monólogos… estadounidense. Su cuna se localiza en Nueva York y alrededores.

Así, merced a la figura del cómico, el Hombre Público Estadounidense se vuelve a encarnar, cual entidad gnóstica. Estados Unidos ante el espejo del stand-up, subtitula Galán su breve trabajo. En efecto, aquí se sostiene que individuos como Jerry Lewis, Jack Benny, Lenny Bruce, George Carlin, Brody Stevens, Louis C. K, Jerry Seinfeld o Trevor Noah reflejan la última figura del arcanum historiae americano.

En evolución, el signo de cada década afecta a nuestro arquetipo. Morir de pie lo muestra. Hay precedentes, pero la cosa comienza en los años treinta. Primero, tenemos al cómico de la comedia de variedades de entreguerras, en la Costa Este. Luego, estos humorismos toman los eternos night-clubs. En este hábitat de nocturnal elegancia jazz, nuestra figura se aquilata. Enseguida, ya en los sesenta, la contracultura contribuye a perturbar el elemento. El humorista Lenny Bruce es el punto de giro de Morir de pie. Acaso sea su discípulo, padawan y continuador, George Carlin el modelo de este libro. Lo mismo que Cicerón especula sobre el “orador perfecto” en uno de sus dos tratados sobre el asunto, Galán hace esto mismo con sus humoristas. Me parece que Carlin es su más cumplido modelo al caso.

En los sesenta, setenta y ochenta, esa curiosa variedad de homínidos, pobladores de un teatro sin tramoyas, erguidos, locuaces, trasnochadores, inventivos y sarcásticos se diversifica (no estamos tan informados sobre el asunto como para seguir a Galán en todas sus referencias). La figura crece. Sus efectos se agigantan. Se expande con la pequeña pantalla. Su show adquiere un tamaño tan desmesurado como los mismos EEUU. La televisión le erige un imperecedero monumento a la figura en cuestión con la serie Seinfeld.

Individuo americano

Muchas de sus cualidades y chistes mutan, otras no. Si en el curso de los decenios, permanecen iguales a sí mismos los cómicos de stand-up (incluso cuando ya no están de pie), es acaso porque siempre nos hacen reír y siempre están solos. Siempre son individuos americanos: siempre solos, sobre el escenario. Bajo el foco, estos seres exagerados imantan y desafían con palabras. Como el retórico, persuaden. Como el artista, desbarajustan. Como el amigo, alegran. Pero estos cómicos americanos están solos, siempre solos con su chispa, bajo el foco de la noche.

Uno de los cartógrafos clásicos del alma norteamericana, Emerson, escribe en su texto sobre el “Carácter” que la sublimación del mismo es la “autosuficiencia”. El individuo de carácter, autosuficiente, posee la “cualidad de ser el centro, la imposibilidad de ser desplazado o derribado”. ¿Hay virtud mejor? Pondera Emerson que no: “preferiría que se mantuviese firmemente en el centro y me revelase algo, aunque solo fuera su resistencia”. La resistencia de los cómicos de soledad taurina de Galán se revela en las producciones de su lengua inquieta.

Las generaciones, los públicos

Además, esta historia nos traslada el conflicto entre las generaciones. El cómico de stand-up aparece después de que otro tipo de cómico se extinga. El temple humorístico de cada generación marca el destino de sus cómicos. El auge específico del stand-up florece a resultas de la aparición de un nuevo público “al que no le interesaban cómicos que ejecutasen rutinas guionizadas que mostrasen a un personaje ‘aparte de la existencia’” (34). Unos cómicos aproximan lo ajeno a lo cotidiano; otros, enrarecen el mundo aquende. El cómico de stand-up no nos evade, aunque su humor sí nos eleva.

Otro de los fundadores de la intriga europea por los EEUU, Alexis de Tocqueville, consideraba en su seminal La democracia en America que “cada americano recurre solo al esfuerzo individual de su razón” (II, I. 1). Acompañando a Galán por su centenar y pico de páginas, aquel dictamen antiguo de Tocqueville ya nos convence solo a medias. El público creó al solitario de stand-up, al new comedian, por la razón por la cual todos los públicos crean a sus artistas, porque lo necesitaban. En este caso concreto, el espectador americano necesitaba apoyarse en la razón individual de otro. La figura del cómico de Galán, esto es, del humorista de stand-up, su Cómico, no solo deleita: además, raciocina y muestra. Y así, vinieron al mundo el divino Carlin o el bendito Bruce.

Si Tocqueville sigue teniendo la razón a medias contemplando el caso de estos deslenguados es por el sencillo motivo de que estos hablan, no ya como emisarios de ideas más vastas que ellos mismos, sino como individuos que, eventualmente, piensan. El ejercicio de cogitar buscado por los públicos de EEUU, por tanto, nunca se eleva y pierde de vista los límites mortales, aunque autosuficientes, del ciudadano particular. 

De pronto, aparece el Hombre Oculto

Galán dibuja un ciclo orgánico de unos sesenta años en su Morir de pie. Los dos últimos clásicos mentados suponen una pleamar de la figura del comediante. En los sesenta y en los setenta, se producen importaciones al escenario de algunos hallazgos de la contracultura americana (y aquí percibo uno de los puntos de confluencia de este libro con el rizomático y memorable The Horror! The Horror! Variaciones sobre Apocalypse Now, de Vicente Domínguez). La contracultura insufla de causticidad al cómico de stand-up. Pues bien, pasadas las eras de áurea irreverencia humorística y de excesos de verbo nocturno, ¿cómo encontramos hoy, en 2024, a nuestros toreros del stand-up? A juicio de Galán, la cultura woke “infecta” (90) el discurso de los típicamente resistentes, insobornablemente solitarios, campeones del chiste. Con trazo rápido, me parece que Galán esboza un principio de paisaje de decadencia cómica.

Hacia el final del texto, el autor pretende hacer una suerte de paralelismo entre Joseph Smith (profeta, en la introducción) con Trump (hoy presidente, en el epílogo) y su línea de discurso se distrae un poco. El caso es que sus consideraciones sobre el caso Will Smith y una serie de serial killers de instituto nos alejan del Hombre Público Norteamericano que hemos ido buscando. Ahora bien, nos acercan a su contraparte: el Hombre Oculto. El mero término evoca el espíritu del libro de Harold Bloom La religión americana, que cita Galán al inicio. Es un ser de gnosis.

Veamos: cuando la carrera del ciudadano intrépido hacia el Hombre Público Norteamericano se tuerce… brota el Hombre Oculto. Es el reverso del cómico… Digámoslo mejor en mayúsculas de arquetipo: el Cómico. No olvidamos la formación psicológica del autor. La danza macabra entre el Cómico y el Hombre Oculto obedece a las lógicas de la mente. Cuando se reprime el escapismo lenguaraz y el Cómico se eclipsa, surge el Hombre Oculto. Y, lógicamente, cuando esta figura siniestra aparece, puños en alto, subfusil a punto, no hace ninguna gracia.

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Álvaro Cortina Urdampilleta (Bilbao, 1983) es profesor de filosofía en IE University y en el Real Centro Universitario Escorial-María Cristina. Su libro más reciente es 'El espejo y el oráculo' (Guillermo Escolar editor, 2022).


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