Estados Unidos ha dado el último adiós a Jimmy Carter (1924-2024), presidente de 1977 a 1981. Su gobierno estuvo marcado por crisis económicas y diplomáticas y él mismo fue criticado con dureza en su momento como un presidente indeciso y tibio. Pero después de dejar el poder, Carter construyó un legado personal diferente. Se convirtió con los años en una figura muy respetada y apreciada por su dedicación al servicio a los demás, así como por su trabajo a favor de la paz, la democracia y los derechos humanos en el mundo. Tres discursos resumen los principios que guiaron su vida: su inaugural, su famoso “discurso del malestar” y sus palabras al aceptar el Premio Nobel de la Paz.
El discurso inaugural: “un nuevo espíritu nacional”
Gerald Ford le dejó a Jimmy Carter un país asqueado con la política, indignado por el indulto a Richard Nixon y desmoralizado por la derrota en Vietnam. Por eso, en su discurso de toma de protesta Carter llamó a restaurar la confianza en el gobierno con un “nuevo espíritu nacional”. No usó la retórica del líder transformacional que conduce a la nación hacia una visión grandiosa de futuro. Les habló como “primero entre iguales”, como un capitán que sabe que no podrá conducir el barco a buen puerto si no tiene el apoyo de toda la tripulación:
Ustedes me han dado una gran responsabilidad: ser cercano a ustedes, ser digno de ustedes y ser un ejemplo de lo que ustedes son. Los convoco a crear juntos un nuevo espíritu nacional de unidad y confianza. Su fuerza puede compensar mi debilidad y su sabiduría puede ayudar a mitigar mis errores. Aprendamos juntos, ríamos juntos, trabajemos juntos y oremos juntos, confiados en que, al final, triunfaremos juntos.
Carter entendía que la decencia no era solo una virtud personal, sino un requisito para el liderazgo efectivo. En su modesto discurso inaugural (1,221 palabras, pronunciadas en 15 minutos) no habló de grandeza económica, de victorias militares o de supremacía política, sino de “humildad, clemencia y justicia”.
El discurso del “malestar”
En julio de 1979, en uno de los momentos más difíciles de su mandato, Carter dirigió al pueblo estadounidense un mensaje que pasó a la historia como el “discurso del malestar” y se volvió el más recordado de su gestión. Ante una grave crisis energética y una economía en estanflación (estancamiento con inflación), Carter le dijo a los ciudadanos que entendía su descontento con la situación y que el gobierno tomaría medidas para resolverla, pero que el momento histórico exigía que ellos también pusieran de su parte, pues la verdadera crisis del país era una “crisis de confianza”:
Es una crisis que va al corazón mismo de nuestra voluntad nacional. Podemos ver esa crisis en las crecientes dudas sobre el sentido de nuestras propias vidas y en la pérdida de nuestra unidad de propósito como nación. Nuestra gente está perdiendo la fe, no solo en el gobierno, sino en la capacidad de los ciudadanos de servir como los dirigentes y moldeadores supremos de nuestra democracia. […] En una nación que se enorgullecía del trabajo duro, las familias fuertes, las comunidades unidas y nuestra fe en Dios, muchos de nosotros ahora tendemos a adorar la autoindulgencia y el consumo. La identidad ya no se define por lo que hacemos, sino por los bienes materiales que tenemos. Pero hemos descubierto que poseer cosas y consumir cosas no satisface nuestro anhelo de significado. Hemos aprendido que acumular bienes materiales no puede llenar el vacío de vidas que no tienen confianza ni propósito.
En su magnífico libro White House ghosts, Robert Schlesinger cuenta que Carter practicó la pronunciación de este discurso con Gordon Stewart, subdirector de discursos con experiencia como maestro de actuación, quien lo obligó a regañadientes a poner más autoridad y emoción en sus palabras. Ya en la transmisión televisiva en vivo, Carter se salió de guión al inicio del mensaje. A manera de autocrítica, y para desmayo de sus asesores, se puso a leer textualmente las quejas que ciudadanos comunes le habían expresado en días previos, para luego pronunciar el discurso escrito. El mensaje fue un éxito y las encuestas mostraron un aumento en su aprobación. Sin embargo, el respiro duró solo unos meses. La crisis detonada por la toma de rehenes en la embajada de Estados Unidos en Irán y la deficiente respuesta del gobierno terminaron dañando irreparablemente las posibilidades de reelección de Carter. El discurso fue apodado por la prensa como el “discurso del malestar” (the malaise speech), y así pasó a la posteridad, aunque Carter nunca usó esa palabra al pronunciarlo.
El discurso de aceptación de Premio Nobel de la Paz
En 2002, más de dos décadas después de dejar la Casa Blanca, Jimmy Carter recibió el Premio Nobel de la Paz por su labor en favor de los derechos humanos y la resolución pacífica de conflictos. En su discurso de aceptación, reflexionó sobre el papel de Estados Unidos y del mundo en la promoción de la justicia global y destacó la importancia de nutrir una cultura de tolerancia religiosa y política. Carter afirmó:
La guerra puede ser a veces un mal necesario. Pero no importa cuán necesaria sea, siempre es un mal, nunca un bien. No aprenderemos a vivir juntos en paz matando a los hijos de los unos y los otros. El vínculo de nuestra humanidad común es más fuerte que la división de nuestros miedos y prejuicios. Dios nos da la capacidad de elegir. Podemos elegir aliviar el sufrimiento. Podemos elegir trabajar juntos por la paz. Podemos hacer estos cambios, y debemos hacerlo.
En suma, la vida de Jimmy Carter fue un testimonio viviente de los valores que predicó. Pasó décadas como voluntario construyendo casas para los pobres con sus propias manos con la organización Habitat for Humanity. Y fue incansable en su defensa de la democracia a escala global con el Carter Center. Él demostró así que hay líderes que pueden dejar una huella más duradera en el mundo desde la humildad del servicio que desde lo más alto del poder político, porque, como el mismo lo dijera: “mi fe me exige que haga lo que pueda, donde pueda y como pueda para tratar de marcar la diferencia”. ~
Especialista en discurso político y manejo de crisis.