La verdad de la leyenda en la estepa

Más de un siglo se alarga el día

Chinguiz Aitmátov

Traducción por Traducción Marta Sánchez-Nieves Fernández

Editorial Automática,

Madrid,, 2024,, 560 pp.

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Las leyendas son parte de la realidad. No se trata de la verdad del mundo real, sino del ser humano. La construcción de personajes verosímiles, la descripción de lugares remotos que nunca fueron visitados, relatos imaginados por el teclado del escritor, todo ello son hechos fácticos en la subjetividad del creador, por muy al margen que nos parezcan de lo verificable, por muy fantasiosos que nos resulten.

Más de un siglo se alarga el día (publicado con otro título y traducción en 1985), del escritor kirguís Chinguiz Aitmatov (1928-2018), en una sólida y fluida traducción de Marta Sánchez-Nieves Fernández, es una leyenda genealógica: una vuelta de tuerca a los rudimentos más básicos del individuo y de su relación con el poder, la moral y las necesidades vitales. El mismo texto fue laminado por la censura y le fueron añadidos con posterioridad, durante la década de los noventa, extractos como la leyenda de la nube de Gengis Kan, lo que nos habla de que la obra reflejaba los fantasmas interiores de su clase política, el miedo a la dialéctica y la contradicción. O tal vez la amenaza que suponía para algunos gobernantes no poder controlar ni el más inocente de los pensamientos ensimismados. Todo líder sufre las sombras de la duda, sobre el favor del cielo, del destino o de lo divino, y s de un siglo se alarga el día es una parábola de la subversión, la vulnerabilidad o la traición que anida en cualquier mundo interior.

Situada en la urss de la década de 1950, durante el estalinismo, la obra tiene sus fundamentos en la vida nómada durante la infancia del autor, en los relatos legendarios de su abuela y en que su padre, alto funcionario y luego “enemigo del pueblo”, sufrió las purgas del dictador. El proyecto soviético no alcanzó a dominar las profundidades del alma ni tampoco a terminar de crear un “nuevo hombre”, o tal vez sí lo logró, pero hacia un ciudadano escéptico y descreído sobre las verdaderas motivaciones del poder y sus idealismos. Pasó algo parecido en la Yugoslavia de Tito, la Albania de Enver Hoxha o en la China de Mao Zedong. Escritores como Ismail Kadaré en El palacio de los sueños, Milan Kundera en La broma, Arthur Koestler en El cero y el infinito, Danilo Kiš en Una tumba para Boris Davidovich o Aleksandr Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag revelaron los horripilantes mecanismos de opresión que los sistemas operan sobre sus propios ciudadanos. Más de un siglo se alarga el día es otra manifestación de cómo los regímenes propugnan lo que no son y hacen lo que no deben: maltratar a quienes deben proteger. La imaginación es el instrumento de resistencia más escurridizo que atesora el individuo.

El relato de los mankurt, la leyenda de los soldados apresados en los territorios de Sary-Ozeki (“una página olvidada de la historia esteparia”), cuya voluntad es anulada bajo tórridas horas de sol con la cabeza embutida en piel de camello, nos retrotrae a esa vieja aspiración de crueldad y de conquista de la subjetividad (“los llamamientos a la rebelión, a la desobediencia, le eran ajenos por naturaleza”). Esa vocación de dominio institucional desemboca en el personaje de Abutalip Kuttybaev, brigadista internacional en Yugoslavia, reprimido por el sistema soviético (por el “no” de Tito a Stalin en 1948), por querer compartir en negro sobre blanco su historia (su propia leyenda) con sus hijos, a los que quería dejar escritas sus enseñanzas y experiencias. (“La rueda del tiempo gira cada vez más deprisa. Y, sin embargo, somos nosotros quienes debemos decir la última palabra sobre nosotros mismos”.)

Aitmatov recurre al protagonismo del héroe, Ediguei Buranny, quien trabaja en un apeadero ferroviario (Boranly-Buranny), en la inhóspita estepa kazaja. Hombre sencillo, con sus propias dobleces, es íntegro en lo trascendental, aquello que excede a nuestra presencia en este mundo. Su misión: enterrar a su amigo predilecto, Qazangap, en el cementerio de Ana-Beit. El trayecto de un día servirá para hacer una descripción del tiempo y del espacio, establecer una relación de vínculos marcados por la vida aislada, pero también poner en el centro del pensamiento las claves de la existencia más primordial: naturaleza, sustento, familia, amistad, amor, supervivencia, rituales y memoria. En el estado salvaje del camello Qaranar, indómito y sumiso a ratos, se encuentra la metáfora de los estados del ser humano, la imprevisibilidad, la violencia y la tenacidad que escapan al mundo reglado de autoridades y burócratas. Quien quiera dominar ese impulso deberá hacerlo con algo más que terror. ¿Manipulación, seducción, entretenimiento tal vez?

El contrapunto al terruño que inspira la novela es el relato del encuentro intergaláctico entre dos astronautas con una civilización alejada y más avanzada que la nuestra, que quiere entrar en contacto con la Tierra (“se estaba decidiendo el destino global del planeta”). El cosmódromo terráqueo se encuentra en la misma estepa y como tal parece una proyección del miedo a lo desconocido, pero también de cómo esa civilización extraterrestre es un espejo de las propias inseguridades y patologías del régimen. Uno de los méritos principales de la obra es que dos mundos tan dispares converjan en un todo narrativo coherente, uno primitivo y otro sofisticado. La estepa es un desafío para prosistas y poetas, pero en esa hoja en blanco se confrontan el movimiento de los trenes que “circulaban del este al oeste y del oeste al este” con la parálisis del lugar, el mundo de proximidad de la arena, la artemisa y el ganado con la inmensidad del universo. Y, sin embargo, de forma paralela, estepa y galaxia parecen igualmente inabarcables e igualmente cercanos a lo salvaje de la humanidad.

En una especie de círculo infernal, Más de un siglo se alarga el día expresa inercias incontrolables, insertadas en la pulsión humana. La incredulidad hacia los avances científicos, contrapesados con conspiraciones o con la misma creencia en Dios, el sentido de la justicia que se encuentra en las formas de convivencia más básicas, la atracción amorosa que puede emerger en cada uno de nosotros hacia otra persona, el valor de los recuerdos como experiencia revivida para confrontar el presente, el entusiasmo por un futuro tan lejano como incierto en su materialización; todo se plantea como parte de una leyenda que en Más de un siglo se alarga el día se torna en la materialización y continuidad de ambiciones, pasiones, necesidades, contradicciones y necedades que subsisten en todos nosotros por mucho que en nuestras mentes vivamos o intentemos vivir despegados de nosotros mismos, por mucho que integremos todos estos aspectos como elementos inconfesables de nuestra existencia animal, que ni siquiera el poder más omnímodo acaba de predecir, comprender y someter. ~


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