Progresismo neopagano o el valor de la vida según X

No es necesario ser religioso para reconocer la dignidad de la vida humana.
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El 28 de diciembre pasado, día de los Santos Inocentes, se estrenó en el cine Capitol de Madrid el documental titulado El genocidio silencioso. Realizado por el colectivo conservador y católico Terra Ignota, que produce un podcast homónimo, en conjunto con la fundación Hazte Oír, también reconocidamente conservadora, el documental aborda el tema del aborto en España. El 29 de diciembre el documental se difundió en las redes sociales donde Terra Ignota tiene una fuerte presencia (87K seguidores en YouTube y 26K en X). 

Según la información presentada en El genocidio silencioso, que es congruente, grosso modo, con la información pública disponible en diversos medios, en 2023 se practicaron en España 103.097 abortos. El servicio de prensa de La Moncloa reportó un total de 98.316 abortos en 2022, un aumento del 9% respecto al año anterior. RTVE, por su parte, reportó, a principios de 2023, una media de 100.000 abortos al año desde la entrada en vigor de la llamada Ley de plazos, que permite el aborto libre dentro de las primeras 14 semanas de embarazo. A 100.000 abortos anuales desde 2010, estaríamos hablando de cerca de 1.400.000 abortos al cierre de 2024. 

La reacción en X no se hizo esperar y el ponzoñoso, mayoritariamente superficial y ya gastado debate sobre el aborto se desató, como siempre, al grito de “asesinos”, por un lado, y “fascistas”, por el otro. 

De la furibunda reacción quiero destacar, anecdóticamente, dos cosas que me han llamado la atención más allá del debate de fondo sobre el tema puntual del aborto: la primera, la brutalidad despiadada de lo que hoy algunos llaman compasión y humanismo; la segunda, la tendencia a comprar, sin cuestionamientos, paquetes ideológicos que determinan cómo hay que posicionarse respecto a cada tema ahorrándonos la reflexión sobre cada uno en sí mismo, sobre la coherencia de los diversos argumentos que sostienen la posición que compramos en las rebajas intelectuales, asumiendo que un mismo hilo argumental o un mismo ideal sostienen todas las conclusiones prefabricadas para nosotros, incapaces de distinguir los valores y bienes jurídicos tutelados en cada caso. Me explico. 

Comentando el anuncio en X del estreno del documental, un padre joven compartió con el mundo la existencia de su hijo, un chico de 10 años nacido con una importante discapacidad, y la decisión suya y de su esposa de no terminar el embarazo cuando se les avisó sobre las condiciones de salud del bebé. Este papá, claramente feliz de serlo, cuenta que la vida de su hijo y con su hijo ha sido dura: ingresos, operaciones graves, muchos médicos, etc. pero también que viven llenos de amor, ternura y que su hijo es maravilloso y enfrenta con ánimo los obstáculos de cada día y valora su vida. Para ellos tres y para la hermana del pequeño, según se deduce de la publicación, todo ha valido la pena porque viven y viven juntos y unidos. Este padre que cuenta su historia es un ser humano, está ahí, detrás de su cuenta de X, compartiendo su amor por su hijo, es una persona, no es una máquina. Este señor está hablando de lo más valioso que la vida le ha dado: su hijo. Más todavía, ese hijo, cuyas fotos sonrientes nos muestra, es un ser humano, está vivo, existe, es una persona a la que, con 10 años, no le ha dado tiempo en la vida de causar ningún mal a nadie. Es una vida humana.  

A continuación, amparados en la firme convicción de su superioridad moral y su impecable sentido de la compasión, cientos de personas responden a la historia de este padre con una andanada de insultos. No lo insultan por opinar que el aborto es inaceptable o por pretender decir a otros lo que deben o no hacer. Lo insultan por haber dejado nacer a su hijo y por hacer cuanto está en sus manos para mantenerlo vivo y darle esperanza y felicidad dentro de lo que las circunstancias permiten. 

“Eres un psicópata”, “…es una aberración no haber abortado…”, “eres un miserable”, “… un niño que jamás podrá valerse por sí mismo. Si hubieras tenido que pagar de tu bolsillo todo el gasto médico de la criatura igual no sacabas tanto pecho.”, “Tu pobre hija pagará eso cuando tú mueras…”, “… hubiera sido más responsable abortar porque es una carga financiera para todos los contribuyentes, no solo para vosotros.”, “… tu moral no vale en casos aún más extremos donde la vida no es vida para el paciente”, “Enhorabuena por tener la libertad de traer a un ser humano que sufra bajo condiciones no adecuadas para una vida digna”, “qué inmundicia”, “… si usted cree que ese pobre niño está teniendo una vida digna pues allá Ud y sus problemas de interpretación”. Y así un larguísimo etcétera. 

Todas las personas que cito, cómodamente escondidas detrás de un nombre de usuario falso y con una imagen que no es suya, se sienten legitimadas para sentenciar que la vida de ese niño al que no conocen, con el que nunca han interactuado, no es digna. ¿Por qué está vetado cuestionar los motivos por los que una mujer aborta pero es legítimo escupir que la vida de una persona enferma no puede ser digna y, por lo tanto, no se le debe permitir vivirla? 

El presupuesto es que solo es digna la vida que se vive en plena salud y con todas las capacidades. La dignidad de la vida, parece, es meramente circunstancial; hay un grado, indeterminado, de dependencia, de pobreza, de sufrimiento o de desamor a partir del cual los demás estamos autorizados a decidir que la vida de otro no vale la pena vivirse. Si vas a nacer enfermo, si vas a nacer pobre, si vas a nacer de una madre que no te quiere, ya tu vida no es digna y es mejor que no nazcas. Lo que hay es una incapacidad de distinguir entre vivir en condiciones (mutables, contingentes) dignas y la dignidad de la vida (intrínseca, constante).

No es necesario ser religioso (aunque ayuda) para reconocer la dignidad de la vida humana. La dignidad de la vida puede defenderse, y se ha defendido, desde una perspectiva secular en Occidente desde hace, por lo menos, 200 años. Es el cimiento de los derechos humanos y el pilar del Estado de derecho. La vida humana es digna siempre porque todos tenemos la capacidad de comprender que quien está frente a nosotros es como nosotros, que sus alegrías podrían ser las nuestras, sus sufrimientos, los nuestros, sus dolores, sus sueños, sus necesidades, sus capacidades y sus discapacidades. Uno de los grandes logros de la humanidad, que en sí mismo demuestra por qué la vida humana es digna, es el haber conseguido ampliar progresivamente ese concepto de “otro en el que me reconozco” para que no excluya a nadie ni por su color, ni por su edad, ni por su fortuna, ni por sus creencias, ni por su condición física, ni por sus decisiones de vida. Más aún, si la vida es un mero accidente biológico y solo tenemos las capacidades que tenemos porque accidentalmente un día un antepasado descubrió cómo asar carne al fuego, tanto más deberíamos reconocer que no hay nada que iguale el valor de la vida humana, porque no conocemos ningún otro animal, ninguno, que haya pasado de poner a dorar la carne en una hoguera a practicar cirugía embrionaria o a inventar un sistema de algoritmos capaz de analizar todo lo que se ha escrito en el mundo y producir un texto congruente sobre un tema. Esa simple excepcionalidad debe darnos una idea del valor de la vida en su conjunto, un valor que está depositado en cada miembro de nuestra especie y que no depende de sus circunstancias particulares. ¿Es posible que nuestro recién redescubierto paganismo nos regrese a un estadio en el que solo vale la vida de quien es útil? ¿Es inmoral ahora que un padre no tire al Tíber a su hijo paralítico?

¿Cómo se concilia la creencia en que no debe existir la discriminación, ni la esclavitud, ni el genocidio, ni las cámaras de gas, ni la pena de muerte con la convicción, henchida de orgullo, de que la vida de una persona discapacitada no puede ser digna y de que es inmoral que sus padres les permitan nacer? 

No hay vida sin sufrimiento. Es imposible. ¿Qué padre puede estar seguro de que su hijo no sufrirá y de que, naciendo sano y capaz, será sano y capaz toda su vida? Ninguno. Antes al contrario, todos los padres sabemos que nuestros hijos sufrirán. Deseamos que sufran lo menos posible y, evidentemente, deseamos que ninguna enfermedad o condición sobrevenida ensombrezca su vida. Pero ¿deja la vida de un hijo de ser digna cuando sufre un accidente o cae presa de una enfermedad incapacitante a los 30 años? ¿Dejó de ser digna la vida de Stephen Hawking? Si sus padres hubieran sabido lo que empezaría a sucederle a los 21 años ¿debían haber impedido que naciera? ¿No fue digna la vida de Helen Keller? ¿No es digna la vida de Nick Vujicic? ¿Pablo Echenique? 

En Unnatural selection Mara Hvistendhal relata la terrible práctica de la selección por sexo practicada, aún hoy, en China, en la India, en Bangladesh, etc. Muchas parejas terminan los embarazos en cuanto descubren que el bebé es una niña. Nos horroriza pero, cuando se escuchan las razones de estos padres y de las sociedades que solapan la práctica, hay mucho deje de “no tendrá una vida digna” en ellas. Si hace 300 años a unos padres cristianos hubieran podido diagnosticarles que su hijo con dos meses de gestación nacería homosexual, ¿habrían pensado que tendría una vida digna o habrían encontrado razones “caritativas” para no tenerlo? ¿Y si unos padres progresistas de hoy pudieran descubrir, por argumentar cualquier cosa, que el bebé será trans y se sentirá atrapado en un cuerpo equivocado y tendrán que someterlo a dolorosísimas operaciones y medicarlo toda la vida y aun así nunca podrá plenamente ser del sexo que quisiera ser? ¿Qué es lo caritativo en ese caso? 

Supongamos que usted piensa que lo que le da dignidad a la vida humana es la consciencia y, con mayor exactitud, la capacidad de decidir. En ese caso pensará seguramente que la discapacidad que priva de dignidad a la vida es la discapacidad mental grave. ¿Qué tan grave? En 2023 la BBC reportó que entre el 90 y el 95% de los bebés con síndrome de Down no nacen porque este síndrome es una de las discapacidades graves que permiten el aborto en el Reino Unido en cualquier etapa del embarazo. ¿No debió nacer Mar Galcerán? ¿Usted va a decirle a Pablo Pineda que lo digno sería que sus padres no lo hubieran tenido? ¿Usted sabe quién es Ana Victoria Espino de Santiago? ¿Y si tiene esquizofrenia?¿Deberíamos haber prescindido de John Nash? ¿Y depresión crónica? ¿No debería haber nacido Van Gogh? ¿Los padres de todas estas personas hubieran sido mejores padres y moralmente más competentes si no les hubieran dado la oportunidad de llegar a ser lo que han sido?

Sí, son casos excepcionales. Por supuesto. Ronaldo también es un caso excepcional. La mayoría de nosotros no somos excepcionales, ni siquiera especiales. ¿Quién nos autoriza a profetizar si un bebé no nacido será excepcional o será del montón,  y a decirle a sus padres que son torturadores por dejarlo nacer? Y, ante la duda, ¿es razonable inclinarse por la muerte y no por la vida? Es como si se pensara que optar por la muerte es darle paz a quien no nace pero, si se cree que después de la vida que conocemos no hay nada, ¿de qué paz estamos hablando?, ¿la de la inexistencia?

Las preguntas que planteo no pretenden (al menos conscientemente) debatir sobre el aborto, cuya legalidad es un hecho en España. Y, desde luego, no voy a ser yo la que pretenda pronunciarse sobre el terror, la impotencia y la desesperación que deben sentir unos padres que se enteran de que un hijo tiene una discapacidad que hará su vida, la de él y la de ellos, difícil y dolorosa ni sobre las decisiones que esos padres tengan que tomar y con las que tengan que vivir.

Lo que me inquieta es la clase de sociedad que tenemos que ser para asumir inmediatamente que una vida con sufrimiento, sea por pobreza, discapacidad o desamor, no es digna, que la dignidad de la vida no consiste en reconocernos como seres únicos e irrepetibles cada uno de nosotros, ni de pertenecer a una especie que ha alcanzado lo impensable para cualquier otro ser vivo conocido, ni, siquiera, de la entereza con la que se enfrenten las dificultades sino únicamente de la posibilidad (inexistente, por otro lado) de ser enteramente autónomo. Lo que me escandaliza es que haya quienes salten con presteza a gritarle psicópata al padre de un ser humano real, vivo, que siente alegrías y penas, por haberlo dejado vivir, como si no se dieran cuenta de que al hacerlo están proclamando la indignidad de la vida de todos los seres humanos. Lo que me indigna es que, aunque cambien las causas, nunca cambien las condenas fáciles ni los dedos inquisidores.

Hablé de dos cuestiones que me llamaron la atención. Hay que ir cerrando ya, por eso apenas esbozaré la segunda. 

Otro nutrido grupo de comentarios, menos cerriles que los anteriores, sacaba a colación cuestiones como el matrimonio homosexual, la transexualidad y la eutanasia para apoyar el aborto libre, dando a entender que quien es progresista debe, por el hecho de serlo, apoyar todas estas cosas en bloque y asumiendo que quien se opone a cualquiera de ellas, se opone a todas también en bloque. 

La razón parece ser esta cuestión de los “más derechos”. Siempre y cuando algo le dé a alguien un derecho que antes no tenía para que pueda vivir su vida más como le venga en gana, debe de estar bien en todo caso. En una misma bolsa caen un montón de decisiones que involucran bienes y valores completamente distintos. Que en la plaza y en los cafés no nos andemos con sutilezas podrá tener un pase, pero el Congreso de los Diputados no es el chigre del pueblo. Está bien que la vecina te diga que si te parece bien que Ana y María se quieran y firmen un contrato para vivir juntas y sean beneficiarias de la seguridad social una de la otra y declaren el IRPF juntas, entonces también tiene que parecerte bien que Lucía decida que la vida de su hijo no será digna porque está enfermo o porque no tiene dinero para mantenerlo. Pero si la vecina tiene un escaño, o aspira a él, y quiere venderte un paquete de ideas, como si se implicaran unas a otras, que no te deja abrir, y luego convierte ese paquete en leyes, y no tiene la responsabilidad y el valor civil de distinguir los casos que incardinan solo el libre desarrollo de la personalidad de aquellos que incardinan el derecho a la vida, ni se sonroja cuando te dice que es lo mismo tomar una decisión a los 25 años que a los 13, o que una madre puede decidir que su hija no nazca pero no puede impedirle que tome bloqueadores de la pubertad a los 11 años, ¿cómo podemos permitirnos seguirle la corriente? Si la moral es individual pero las leyes son de todos, ¿cómo podemos no plantearnos preguntas sobre las diferencias entre prohibir los toros, el aborto libre y las familias multiparentales? ¿Cómo podemos denigrarnos a aceptar planteamientos políticos incongruentes y reduccionistas o a permitir que el partido que votamos sea quien decida lo que aceptamos y lo que no?

El genocidio silencioso es un buen documental independientemente de la postura de cada quien. Por supuesto, no tiene pretensiones de neutralidad –ni creo que en este tema puedan tenerse–. Pero más allá del documental y su mensaje, una pregunta que nunca deberíamos dejar de plantearnos –y por eso la opción francesa es inaceptable jurídica y moralmente– es cómo hemos pasado de aceptar que haya circunstancias extremas en las que pueda prevalecer la libertad sobre la vida a llamar psicópata a un padre por dejar nacer a un hijo, amarlo y cuidarlo, cuando ese hijo no pasa nuestra prueba de calidad y a atrevernos a poner en duda que la subsistencia de nuestra especie depende de que consideremos imperativo tender una mano de ayuda a quien no puede valerse por sí mismo en lugar de desear en el fondo que no hubiera nacido. 

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María del Carmen Ordóñez López es abogada por la Escuela Libre de Derecho (México), Maestra en derecho de la empresa por la Universidad Panamericana (México) y Maestra en derecho de la Unión Europea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Dirige Sed Nove Consulting, de la que es fundadora, especializada en Cumplimiento Normativo, Sustentabilidad y Derechos Humanos para empresas.


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