El hospital y el monumento

Una proposición cultural para reafirmar la amistad histórica entre México y España.
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Se dirá que México enfrenta problemas mayores y que, ante ellos, el absurdo alejamiento con España puede esperar. Por otro lado, los pueblos de México y España no necesitan reconciliarse: sus lazos son estrechos e indisolubles. Sin embargo, dadas las actitudes hostiles (incomprensibles, inadmisibles) del gobierno mexicano, quiero proponer un acto de reciprocidad histórica que no pasa por la política sino por la sociedad. Una doble iniciativa que, en mi opinión, sería bien recibida por ambas naciones.

La primera estaría a cargo de empresarios mexicanos. Consistiría en salvar al Hospital de Jesús que en el quinto centenario de su fundación requiere de una inversión de cerca de 200 millones de pesos para restaurar la infraestructura: salas, quirófano, equipos de anestesia y resonancia, etc.

El “Hospital de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno” (su nombre original) es el más antiguo de América y desde su origen atendió sin distinción a indios y españoles. Fue fundado por Hernán Cortés en 1524, a un lado del sitio en que se reunió por primera vez con Moctezuma. Se conservan los dos patios intactos del siglo XVI con sus sólidas arcadas. Adornan los muros frisos que combinan la Pasión de Cristo con guirnaldas, flores y escudos. Al pie de la escalinata está el escudo de Cortés y su busto, copia del que Tolsá esculpió en 1794 para su cenotafio, hoy desaparecido. Un rico artesonado cubre el techo de sus oficinas, donde se resguardan los retratos del fundador. El espíritu todo del lugar produce la impresión de que los siglos no han pasado.

“Somos pocos los doctores -me dijeron hace tiempo sus médicos-, hay en este momento 43 pacientes, hacemos dos cirugías al día y dependemos únicamente de una junta privada”. Esa labor debe seguir. Salvar al hospital, asegurar su modesta continuidad, reconocería la mejor faceta de Cortés.

Tocaría el corazón español.

La segunda iniciativa estaría a cargo de empresarios españoles. Se trataría de erigir en alguna ciudad española un monumento a Cuauhtémoc. Es también un momento oportuno, pues el 28 de febrero se cumplieron 500 años de su ahorcamiento por órdenes de Cortés en Itzamkanac.

No hay personaje mexicano que suscite menos diferencias que Cuauhtémoc: es el héroe inapelable. Ramón López Velarde lo llamó el “único héroe a la altura del arte”. Los criollos novohispanos lo veneraron tempranamente, como muestra de su naciente patriotismo. Don Carlos de Sigüenza y Góngora, en el siglo XVII, lo comparó con los héroes de la Antigüedad clásica: “cosas pudiera referir de este invictísimo joven, que ya que no se antepusiesen a las que se celebran de los antiguos romanos, por lo menos se ladearán con las más aplaudidas en las naciones todas”. La saga heroica de Cuauhtémoc recorrió los siglos del virreinato. El Congreso de Chilpancingo lo invocó en septiembre de 1813. En la segunda mitad del siglo XIX, el historiador liberal Manuel Orozco y Berra se refirió a él como “el indomable caudillo de la libertad nacional”.

Benito Juárez mandó construir un primer monumento en su honor en 1869, un discreto busto colocado en el antiguo Paseo de la Viga, en las afueras de la Ciudad de México. Hoy está en un prado en el ángulo noroeste del Zócalo en la capital. Tiempo después, en 1887, Porfirio Díaz inauguró el monumento piramidal coronado por su estatua en una glorieta del Paseo de la Reforma, obra de los arquitectos Francisco M. Jiménez y Ramón Agea, adornado con frisos de Mitla, columnas de Tula, cornisas de Uxmal, escudos, trajes de guerra y armas de combate de Tenochtitlan, y una inolvidable escena del tormento de Cuauhtémoc. El monumento es un emblema nacional.

Tras la Revolución, el gobierno de México obsequió una copia de esta estatua al pueblo de Brasil. Se colocó en un parque en Río de Janeiro. En la inauguración, en septiembre de 1922, el ministro de Educación José Vasconcelos celebró a “nuestro mayor héroe indígena, [el] héroe que está más cerca del corazón mexicano […], un héroe sublime porque prefirió sucumbir a doblegarse”.

No hay un monumento a Cuauhtémoc en España. Debería haberlo, idealmente en Extremadura o quizá en Andalucía, origen de tantos conquistadores. Pero más allá del sitio, lo importante es el valor simbólico del gesto. Sería un acto de justicia con el héroe y un reconocimiento a la grandeza de la civilización mesoamericana y a las culturas indígenas actuales de México.

Tocaría el corazón mexicano.

Concordia viene de corazón. Concordia, hermosa palabra latina que los pueblos de México y España podrían reafirmar, por encima de las veleidades y el ruido de la política. ~

Publicado en Reforma el 2/III/25.


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