Reyes desnudos, 3

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Una historia de héroes, ganadora del 3 X de novela
     Madrid (Agencias). Héroes a la intemperie, obra del escritor Juan Ponce de León, resultó anoche ganadora del premio 3 x de novela, dotado con tropecientos mil euros. Según un portavoz, el jurado valoró etc, etc…

Cumbre de héroes a medianoche
     Madrid (Rey desnudo)
     En el estudio del escritor se reúnen a medianoche los personajes que David, el Héroe, ha convencido para que salgan del manuscrito. Por eso pueden hacerlo, porque Héroes a la intemperie todavía no es un libro impreso, y cuando los manuscritos se imprimen, comienza la gloria. Aún no es la muerte, sólo el prólogo, pero sí el fin de la libertad. Entonces ya no habrá nada que hacer.
     Así que tensión, luces bajas, aire de conjura.
     “Os he llamado porque aún estamos a tiempo”, dice David con la voz tranquila de los héroes en las situaciones difíciles. Ha conseguido saber, les explica, que a Juan, el Jefe, el Autor, Dios si se prefiere, le van a dar un premio. Y espera el efecto de sus palabras.
     “¿Y para eso nos has llamado?”, pregunta Rosa, heroína que es en realidad anti-heroína: ella se considera la protagonista, cosa que no se ha podido porque, como ya le explicó Juan, el Jefe, en su día, el título es Héroes a la intemperie y no Heroínas. “¿Qué hay de malo en que le den un premio? No estarás envidioso, ¿verdad?” Y Rosa se regodea en esa última a.
     Nada malo con los premios. El problema, explica David con la voz que suele poner la Cultura frente a la Insidia, el problema es que al jefe le van a dar uno antes de que se publique el libro. Sin que ningún jurado lo lea, ni lo vaya a leer tampoco después. Como si un premio no fuese una consecuencia sino una suerte de lotería.
     David se preguntaba cuál iba a ser el efecto de sus revelaciones y ahora lo sabe. Puede que estén a oscuras, sea medianoche, hablen en voz baja: la revelación ha caído, digamos, como si a un piano de cola le condenasen a ser tocado siempre por un martillo y además sordo, un martillo sordo y también paralítico. No entienden. Los personajes no entienden y en el estudio del escritor, un escenario que ellos siempre han visto de soledad y grandeza, es como si el mundo se hubiese puesto del revés y en el jardín los árboles hiciesen el pino boca abajo y a medianoche llamasen a almorzar.
     Cómo lo sabes, preguntan, ya abatidos. Y David, el héroe, les cuenta que Federico, el Agente Literario del Jefe, ha salido esta noche a cenar con Julia Lustro, la editora.
     —¿Y?, pregunta Rosa, la antiheroína.
     —Pues que no se sabe de ningún autor o agente que haya ido a cenar con Rosa Lustro sin que ésta no se lo haya llevado a la orilla del río, explica Manolo Balazo López, un especulador inmobiliario que en el manuscrito hace de muy malo y por eso le importa una higa la opinión pública. Ni mira a Rosa, que finge despreciarle… pero tiende la oreja.
     “No, si ya decía yo que ese Federico no le iba bien a nuestro Juan”, dice una señora que en la novela no tiene ni nombre (es una simple testigo en un pleito de honor), pero se siente autorizada: “Demasiado Ferrari, demasiada corbata de seda gruesa. A ver: qué tendrán que ver los Ferraris con la literatura. ¿Me lo puede decir alguien?…”
     Balazo parece saber de lo que habla. “Es un negocio muy sencillo”, explica: “se le da el premio a un autor que ya es conocido, o que va a vender porque tiene personajes excepcionales, como es nuestro caso (aquí fugaces rubores de los personajes en una suerte de orgullo patrio), y con el cuento de que ha ganado un premio se obtiene una publicidad camuflada que puede suponer millones de euros. Se devuelven los cientos de manuscritos cuyos autores ni intuyen lo que pasa, y aquí paz y después gloria. Y el libro vende, en efecto. Como la mayor parte de la gente no tiene criterio literario, se fían: Si ha ganado un premio será por algo. Ahí, en ganado, está el fraude“.
     Aunque aún es de madrugada, en el estudio de Juan, escenario de una épica no tan lejana, atardece. Sobre los personajes, incluso Rosa, se siente una nube de abatimiento y, quien más quien menos, se pregunta si tanto esfuerzo mereció la pena: tanto silencio, tanta esforzada soledad, tanto encomendarse a los grandes en la búsqueda de una belleza fugitiva, lo único que merece la pena… Claro que, termina por preguntarse David, el Héroe, ¿hubo en realidad tanto esfuerzo? ¿No nacieron ya pensados para ese pobre destino de ganar premios sin ganárselos que les tenían reservado? Al fin de cuentas un premio amañado también se gana: hay que parecer que se escribe para el Arte y en realidad se escribe para seducir al público con un espejo. David mira a sus colegas, a sus hermanos, y comienza a ver cosas sospechosas…
     Como él, algunos no se resignan y buscan una salida. Está claro que, si les dieran una oportunidad, escribirían páginas de heroísmo. Se sacrificarían, volverían a la oscuridad de la que nunca debieron sacarles, y todo para dar ejemplo, estar a la altura.
     La pregunta es: ¿Pueden? ¿Todavía pueden? ¿Pudieron alguna vez elegir su inocencia? –

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Pedro Sorela es periodista.


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