El Cavalier o el Jinete de Fragonard que se puede ver en la Escuela Veterinaria de Alfort, en una de cuyas vitrinas exhibe su gallarda aunque siniestra figura, o siniestra aunque gallarda figura (pues aquí el orden de los adjetivos no altera en gran cosa el sustantivo), no nació como una “obra de arte”, aunque a su manera ha terminado perteneciendo al arte fantástico como ciertas láminas de los tratados de medicina que inspiraron los collages surrealistas, sino como una preparación anatómica realizada por el doctor Fragonard, hermano del célebre pintor y docente en dicha institución. El caballo, que quizá fue de carreras, y su jinete, que quizá era un muchacho de quince años, fueron écorchés (desollados) con el fin de permitir el estudio de los músculos de ambos personajes, pero al fin han adquirido una vida fantástica y dramáticamente evocadora de uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis: el que representa a la Muerte.
Esa alucinante obra de crudo realismo y de poesía macabra fue “construida” asociando la momia de un muchacho a la momia de un caballo, logrando así una imagen más sobrecogedora que ningún cuadro o grabado alegóricos, por ser de un realismo crudamente naturalista, y es la tarea profesoral o el capricho de un doctor en medicina aficionado a la fantasía macabra.
Ningún esqueleto de los grabados medievales con el tema de la Danza Macabra, ninguna figura pictórica de la Muerte, ninguna representación visual y actoral de los muertos resurrectos prodigados por el cine fantástico (incluido el subgénero gore), podrían rivalizar con este Cavalier de Fragonard del siglo XIX en principio fabricado como instrumento de trabajo para las lecciones de anatomía y luego transformado en una pieza de un acaso inaugural arte científico. Si en las más famosas representaciones gráficas y pictóricas el esqueleto adquiere la nitidez casi geométrica y abstractizante del dibujo o la litografía, el desollado Cavalier nos alucina precisamente por su simultánea y terrible doble condición animal y humana que escapa a la esfumada alegoría y gana, por su concreción, la poesía latente en la realidad material. Todos los músculos de la cabalgadura y de su caballero han sido paradójicamente fijados en el movimiento de ese galope que, viniendo de la muerte y yendo hacia la muerte, parece aspirar a la eternidad del momento, como si los dos personajes, caballo y jinete, ya muertos aunque sin saberlo, cabalgaran a Ispahan para cumplir una imprevista cita según el famoso cuento/poema de Jean Cocteau recogido en la (ya en sí misma legendaria) Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo:
EL GESTO DE LA MUERTE
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
—¡Sálvame! Encontré a la muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
—No fue un gesto de amenaza —le responde—, sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.