Hablar de ti no es hablar contigo. Por el contrario, es como verte (de lejos, en una foto, de memoria) sin hablarte. El ver y el hablar se desconectan, pasan del diálogo a una triangulación, donde tú ya no hablas: te vuelves tema de lo que dice él, de lo que digo yo. Y ahora que lo escribo, como dirigiéndome a ti, él también pierde realidad, tampoco habla. Se vuelve tema de lo que te digo. En realidad, escribo como si hablara a solas (¿con quién?), ante tu foto o tu recuerdo. La foto misma y este párrafo tienen una realidad que ni yo tengo. Están aquí, objetivamente. Pero ¿dónde estoy yo? Con esa objetividad, en ninguna parte. Ni siquiera en la conciencia del lector que recrea lo que digo y ahora se pregunta a dónde va este párrafo, donde las personas desaparecen. Va a lo siguiente.
La distinción entre yo y no-yo puede atribuirse hasta a las bacterias. Sin esta distinción, no es concebible un ser vivo como algo distinto de la materia inerte: un sistema termodinámico abierto que extrae del medio externo la energía libre necesaria para mantener, desarrollar y reproducir su organización interna, en vez de degradarse como un terrón de azúcar que se disuelve en un vaso de agua (Erwin Schrödinger, ¿Qué es la vida?). La no disolución de la forma propia en el medio externo, la oposición interno / externo, el aprovechamiento de lo externo en favor de lo interno, caracterizan la vida. Son la expresión mínima de la distinción yo / no-yo.
A pesar de la entropía que rige el mundo inerte, y a contracorriente de su propia degradación (en cuanto forma parte del mundo inerte), un ser vivo prospera degradando alimentos, agua, sol, que convierte en desechos para extraer lo que necesita. Esto puede verse, negativamente, como egoísmo: el yo se alimenta del no-yo. Pero también, positivamente, como un milagro: lo inanimado se transforma en vida, de lo ínfimo surge lo complejo. Aprovechando la tendencia degradante, la vida asciende en la dirección contraria, como los navegantes de vela pueden aprovechar vientos desfavorables en la dirección que les conviene.
Además, un ser vivo se define y se defiende frente a la invasión de toxinas, bacterias, virus, con un sistema que hace otra distinción de vida o muerte: el reconocimiento de un cuerpo extraño en el propio cuerpo. El simple hecho de evitar la confusión en el medio interno (no atacarse a sí mismo) implica reconocerse: distinguir yo de no-yo.
También es posible reconocerse en el medio externo, valiéndose de espejos. Un espejo (de cualquier tipo) es un no-yo externo, donde se refleja la presencia del yo, de manera perceptible para el yo. El espejo más elemental es el obstáculo. Donde topa el yo, está el no-yo. La resistencia es un reflejo de la propia presencia que permite situarse en la realidad. El no-yo que resiste, rechaza, refleja, ayuda a orientarse y sentirse como un ser aparte. El eco de sus chillidos orienta a los murciélagos. El hasta aquí del tú facilita la conciencia del yo. Un ser vivo que no encontrase resistencia no podría distinguir yo de no-yo, sentiría el mundo entero como parte de sí mismo. El niño que sale del medio interno de su madre, aunque ya era un cuerpo distinto, vive la primera conciencia del yo en el medio externo como una experiencia de separación, en la cual muchos analistas ven el origen de “regresiones” a la experiencia oceánica de la fusión y confusión prenatal (narcisismo, misticismo, nacionalismo), donde el tú no se distingue del yo.
Los gatos ante el espejo son indiferentes. Los más curiosos buscan qué hay detrás, no encuentran nada y se van. Pero, según Frazer (La rama dorada), todos los desdoblamientos del ser humano han sido vistos como un peligro mortal: las imágenes reflejadas, los retratos, las sombras, pueden dejar sin alma. En la antigua Grecia, se recomendaba no verse en el agua quieta; y hasta se creía que soñarse contemplando la propia imagen era anuncio de muerte. En la literatura moderna, no ha desaparecido el tema del doppelgänger: ver pasar a otro que es uno mismo anuncia la muerte.
Verse como otro puede ser fascinante y terrible. La primera persona que se vio en un espejo seguramente se llevó un susto. El otro que está ahí, ¿quién es? La propia voz parece extraña cuando se escucha por primera vez en una grabación: no se reconoce de inmediato entre las otras. Sucede algo semejante en un video, especialmente como parte de un grupo. La mitología griega recoge esta experiencia de extrañeza y fascinación. Narciso se enamora de un desconocido que descubre en el agua quieta, y que desaparece cuando lo quiere tocar; hasta que, obsesionado por ese amor imposible, sin comer ni dormir, muere, cumpliendo la profecía de Tiresias: “No vivirá mucho, si llega a conocerse.”
La vida que se desdobla ante el espejo para conocerse en un no-yo que es imagen del yo está en el origen de dos tradiciones contradictorias. La más antigua lo desaconseja, como un peligro para la vida. Pero la tradición que surge con la conciencia individual aconseja precisamente lo contrario, para el desarrollo de la vida: “Conócete a ti mismo.” Ovidio (Las metamorfosis) sigue la tradición antigua al presentar una pareja que anticipa el narcisismo contemporáneo. Narciso es un divo asediado por sus fans, entre las cuales está Eco. La ninfa sigue de lejos al protagonista que se interna en el bosque, y cuando éste oye pasos y grita: “¿Quién anda ahí?”, ella responde: “Ahí”; y así sucesivamente. No hay diálogo posible. Ella es un tú degradado a eco de otro yo. Él es un yo que se persigue como un tú en el espejo, aunque sólo persigue un eco de sí mismo. La inteligencia mutua, el amor de la pareja, son imposibles en este desencuentro. Narciso (enamorado de su yo como si fuera un tú) y Eco (que no asume su yo, sino el de Narciso) son dos formas de la misma pasión unilateral, dos narcisismos extraviados en la irrealidad de las imágenes y los ecos.
Pero los ecos, las imágenes, las sombras, la vida representada en el mundo simbólico de la cultura, no sólo pueden extraviarnos, sino situarnos en la realidad. La vida sube de nivel para conocerse a sí misma en el espejo de la poesía, el teatro, la pintura, la reflexión, la ciencia. Sócrates llegó a decir que “Una vida no examinada no es digna de ser vivida” (Apología). Esta segunda tradición recoge y rebasa la primera: Conócete a ti mismo, criticándote en el espejo, criticando los espejos, criticando la crítica. El sujeto no puede ser objetivado (ilusión que es un peligro mortal), pero puede ser objetivo (gracias a la conciencia crítica). La libertad frente al espejo repite la estrategia de la vida frente a la degradación: prospera a contracorriente, no se deja llevar por las imágenes, aprovecha la irrealidad para situarse en la realidad.
Eric A. Havelock (La musa aprende a escribir) afirma con audacia que el sujeto y la filosofía aparecen en la historia por un progreso técnico del alfabeto griego (la representación literal de todos los fonemas) que permitió la transcripción exacta del habla, como nunca antes había sido posible. La vida intelectual, desdoblada en representaciones objetivas, pudo observarse, conservarse y criticarse como nunca, lo cual hizo posible su desarrollo acelerado, gracias al nuevo alfabeto. (Así también cuando aparece la notación musical, dos milenios después, hubo un desarrollo acelerado de la música, que antes se creaba y difundía únicamente de memoria.) La vida en el espejo de la escritura dio un salto reflexivo que facilitó la crítica de la vida, la imaginación de posibilidades, la confrontación objetiva, la acumulación y transmisión de conocimientos, experiencias, deseos.
El desarrollo de la cultura desde entonces se ha beneficiado con muy diversas formas de representación escrita (el alfabeto, los números, los diagramas, los planos, los mapas, la notación matemática, la musical), aunque todas comparten una limitación importante: los aprendizajes necesarios. A diferencia del agua quieta, de los espejos de metal pulido o cristal azogado; a diferencia de la literatura oral y del teatro, de la pintura y la escultura, de la fotografía, el cine y la televisión, los espejos cifrados dificultan la inteligencia inicial, aunque la inteligencia posterior (para apreciar el contenido) no sea muy exigente. Una novelita fácil, frente a una película difícil, sigue teniendo la barrera inicial del alfabeto. Los espejos orales y visuales no tienen esa primera dificultad. Por eso atraen públicos mayores.
Sería ridículo lamentarlo. Una gran película es una gran película, aunque la vean millones; de igual manera que un gran libro es un gran libro aunque lo lean pocas personas. Pero la difusión popular tiene complicaciones políticas y económicas que afectan el desarrollo de la inteligencia. El gran libro de poca circulación llega a verse como un fracaso (y hasta perversión elitista). Y, con ese criterio, la facilidad de los medios audiovisuales (no requerir desciframiento) se traslada a los contenidos (preferir la basura que no requiere inteligencia) por razones políticas o económicas: para llegar a millones. En principio, la prensa fotográfica, las películas, la televisión, pueden ser tan socráticas como un diálogo de Platón: un ascenso de la vida a conocerse y criticarse en el espejo. En la práctica, exigir grandes públicos lleva al descenso: a la vida que pierde impulso creador, crítico, experimental, reflexivo, responsable; que rehúye la inteligencia mutua y el sentido de la realidad; que se dispersa en la babel audiovisual de la propaganda política y comercial, o peor aún: se degrada en la violación del prójimo, organizada por los comerciantes del amarillismo, la pornografía, la crueldad, el exhibicionismo.
Los sistemas de notación favorecen el ascenso de la vida, pero la degradación no es un descenso de lo elitista a lo popular. Hay analfabetos que son un ejemplo de inteligencia mutua y madurez. Hay un gran arte popular, completamente ajeno a la basura fácil. Hay basura difícil, que exige muchos años de escolaridad. La degradación es una pérdida del sentido de la realidad, un descenso en la distinción yo / no-yo. Trata con la realidad como si fuera menos de lo que es, y con la irrealidad como si fuera lo que no es. En el mundo de los vegetales, animales y personas, consiste en tratarlos como objetos, mecanismos, recursos. En el mundo de las representaciones, consiste en igualarlas con la realidad, ya sea viendo televisión o leyendo novelas de caballería.
Ante el entusiasmo de Fedro por un escrito de Lisias, Sócrates pone en su lugar los sistemas de notación: lo que estás leyendo parece hablar elocuentemente, pero pídele alguna explicación y verás que vuelve a repetir lo que está escrito; a diferencia de la discusión entre tú y yo. Hasta los grandes textos son objetos. Ayudan a que la vida suba de nivel, a que el yo absorto sea feliz, en una libertad difícil de alcanzar de otra manera; pero desconectan del tú, sustraen de la conversación. Lo deseable es alcanzar esa libertad suprema y mantenerla viva, creciente, creadora, en la inteligencia mutua de las vidas que se encuentran aquí y ahora. Pero no es fácil. Y, mientras tanto, los grandes textos, las grandes obras de arte, conservan esa libertad de manera virtual. Aunque son irreales, ayudan a situarse en la realidad.
La inteligencia mutua es una plenitud reciente de la vida. El no-yo que surge con el salto de la materia a los seres vivos está a millones de años del salto de la vida al tú. La degradación no es un descenso de la letra a la imagen, sino del tú a sus preámbulos: los grados inferiores en la relación yo / no-yo. Los seres vivos reducen el no-yo a medio aprovechable, para alimentarse y crecer; pero una persona no crece degradando el tú a fuente de energía útil (esclavitud), nutrientes (canibalismo) o imágenes (reality show). Una persona crece en el diálogo, crece en los espejos que le dan libertad autocrítica.
Aunque eres un ser vivo, y hasta formas parte del mundo inerte, no eres tus preámbulos. Eres un yo, tan no objetivable como yo. Hablar nos pone en el aquí y ahora de un encuentro tampoco objetivable, aunque sea referible a este lugar y fecha. Puedo considerarte un no-yo, en cuanto eres otro yo, pero no reducirte a medio externo, cuerpo extraño, energía aprovechable, obstáculo, reflejo, imagen o recurso para mis proyectos. Aunque tiendo a eso, quizá por el lastre de millones de años.
Quizá no es tan antigua (aunque sí milenaria) la sabiduría que hablaba con los animales, con el bosque, con el agua, con la tierra, con el cielo. Que dialogaba con el universo y nada veía como objeto. Quizá cuando, en la prehistoria, emerge la conciencia del tú, lo natural fue vivirlo como un diálogo, no de las personas, sino de toda la naturaleza. Nos hablaban los pájaros, los árboles, los arroyos, las estrellas. La inteligencia unilateral, que sólo ve objetos, aparece después, con el lector solitario, el observador científico, el espectador. Pero también aquí es posible navegar a contracorriente: salir del libro a la conversación. ~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.