El horror ha poblado la historia del hombre, nuestras obsesiones, la literatura y la realidad. Desde la mitología grecolatina, escandinava, celta, griega, nórdica, hasta la ficción contemporánea en todas sus expresiones. Desde el minotauro, el Can Cerbero, Medusa, hasta Frankenstein, Drácula, el hombre lobo y otros más reales como Jack el destripador y el Hombre elefante. ¿Qué tienen todos ellos en común?
Esta serie pretende ser una exploración de las diversas formas del horror. ¿Cómo se le ha representado? ¿Qué refleja de nosotros mismos?
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“¡No soy un monstruo, soy un ser humano!”, grita con desesperación Joseph Merrick en una de las escenas emblemáticas de El Hombre Elefante, película en la que David Lynch narra el viacrucis del famoso freak victoriano. No es casualidad que Merrick se dispute el puesto del personaje más popular de aquella época junto a otro monstruo: Jack el Destripador. Ambos considerados atrocidades, ambos, literalmente, sin rostro. A uno se lo deformó el Síndrome de Proteus, el otro jamás fue visto ni atrapado.
La sociedad victoriana nos continúa obsesionando porque tiene mucho que decirnos del mundo en el que vivimos. Ya no utilizamos lámparas de gas ni carruajes; sin embargo, las mismas sombras de represión y falso puritanismo aún se proyectan bajo el imperio del neón. Las ferias de fenómenos que utilizaron a Merrick desaparecieron, pero la fascinación morbosa por lo deforme ahora encuentra su cauce en programas de transmisión global como Anomalías médicas, donde vemos las historias reales de bebés con dos cabezas y personas con tumores del tamaño de una sandía. Quizá la diferencia con respecto al siglo XIX es que el espectáculo de los freaks ya no es un evento social, sino íntimo: lo atestiguamos en casa, acostados en la cama, mientras cenamos.
Como es sabido, la sociedad victoriana acogió de manera peculiar el caso de Merrick. Una vez que el doctor Frederick Trevers lo rescató del inframundo de las ferias, y lo instaló en un cuarto del London Hospital, el Hombre Elefante fue depositario de una atención que oscilaba entre la caridad sincera y un interés malsano. Se recibieron múltiples donaciones que permitieron hospedarlo indefinidamente en dicho hospital, y recibió visitas de personajes destacados, entre ellos Alexandra, princesa de Gales.
Merrick encantó a la sociedad victoriana porque era un monstruo domesticado. Leía novelas románticas y escribía poemas. Algo mucho más amable que la sombra de Jack el Destripador, que en ese mismo otoño de 1888 rondaba el East End londinense arrancando las entrañas de las prostitutas. ¿Qué hacer ante una criatura a la que no se puede clasificar y, sobre todo, encerrar? Como señala Judith R. Walkowitz en La ciudad de las pasiones terribles, los crímenes sin sentido del Destripador provocaron que la prensa invocara la figura de “la bestia sexual gótica, un monstruo movido por una lujuria sedienta de sangre”.
Ambas figuras son legendarias. En su momento, el mago y provocador Aleister Crowley fanfarroneó al declarar que conocía la identidad del famoso asesino. Más recientemente, Merrick estuvo en boca de los amantes de la música pop, cuando corrió el rumor de que Michael Jackson –el freak moderno por excelencia– había agregado a su colección la osamenta deforme del Hombre Elefante. Las dos versiones resultaron falsas, pero dan una clara idea del poder de estos mitos.
¿Por qué nos siguen hechizando más de cien años después? Merrick y el Destripador representan las dos caras de una misma moneda: el monstruo bueno y el monstruo malvado. Ambas son necesarias. Como explica Borges en el prólogo de su Manuel de Zoología fantástica, hay algo en la imagen de los monstruos “que concuerda con la imaginación de los hombres”. Y agrega: “Un monstruo no es otra cosa que una combinación de elementos de seres reales”. Un joven con protuberancias que recuerdan a las de un paquidermo, y un médico –como se ha especulado sobre la identidad del Destripador– con el temperamento del vampiro.
Estos personajes encarnan también los temores fundamentales a los que nos enfrenta todo monstruo: caer en sus garras (el Destripador), y parecernos a él (Merrick). Es el segundo caso el que arroja más certezas sobre la idea del monstruo y el binomio atracción-repulsión que representa. Como señaló Stevenson en El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde –novela publicada dos años antes de los asesinatos de Whitechapell-, “Man is not truly one, but truly two”. La dualidad como esencia del ser humano, que puede sacar a su monstruo interior en cualquier momento. Curiosamente, el actor Richard Mansfield, quien en el otoño de 1888 interpretaba a Jekyll y a Hyde en un teatro de Londres, fue señalado como sospechoso de ser el Destripador, debido a su impresionante trasformación en el ogro de Stevenson.
Lo interesante es que todos podemos ser Jack el Destripador, pero no todos podemos ser Joseph Merrick.
Hay más asesinos que fenómenos, pero además, los freaks representan la alcurnia del monstruo, como reflexionó la fotógrafa Diane Arbus: “La mayoría de la gente se pasa su vida temiendo vivir una experiencia traumática. Los freaks nacieron con sus traumas. Ellos ya han pasado su prueba. Son aristócratas”. Para Arbus, los fenómenos representaban un acertijo resuelto. Eran las personas “normales”, con sus caprichos y sus vanidades, las que escapaban a su entendimiento. Además de que le aburrían. Tanto, que en su fantasía biográfica sobre Arbus, el cineasta Steven Shainberg la imagina teniendo una aventura con un vecino que padece el síndrome del Hombre Lobo o Hipertricosis. En aquel cuerpo velludo, la fotógrafa encuentra el reflejo que su marido no le devuelve. Al final, en un acto de amor, el freak le pide a Arbus que lo depile para mostrarle, aunque sea por un momento, su aspecto humano. La fotógrafa accede aunque lo considera innecesario: ella, mejor que nadie, comprende su naturaleza.
¿Llegaron a conocerse Merrick y el Destripador? No existe registro al respecto, pero como sugiere Alan Moore en su novela gráfica From Hell, el singular encuentro entre estos monstruos victorianos pudo haber sucedido. El London Hospital está en el barrio de Whitechapell, donde ocurrieron la mayoría de los crímenes del Destripador. Moore centra su novela en la teoría de que fue Sir William Gull, el médico de la reina, quien sembró el otoño del terror. Y, tomando en cuenta que numerosos médicos acudieron a visitar a Merrick durante esa época, es probable que se conocieran. En From Hell, Moore los hace coincidir en tres ocasiones; en una de ellas, Gull le dice a Merrick que su apariencia evoca a la deidad india Ganesha, y que de vivir en ese país, sería adorado como un dios.
Tanto el Hombre Elefante como Jack el Destripador han sido objeto de culto a lo largo de los años. Los monstruos son, a su extraña manera, deidades que reclaman nuestra veneración. Si estamos cerca de ellos y los mantenemos vigentes con nuestras plegarias, tal vez nos concedan sus favores: no devorarnos, pero sobre todo, no hacernos a su imagen y semejanza.
Su libro más reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadía).