Desde que Yuri Knorosov descubrió los principios que permiten leer la escritura maya y Tatiana Proskouriakoff definió el contexto de las inscripciones que abundan en las ciudades mayas del Período Clásico, se han venido abajo dos mitos acerca de la cultura maya que sobrevivieron hasta los años setenta del siglo XX, dos mitos defendidos por J. Eric S. Thompson, el viejo jerarca de los estudios mayas en Estados Unidos. El primero de ellos tiene que ver con la naturaleza de la escritura maya. A pesar de que la hipótesis sobre el valor fonético de los glifos mayas estuvo presente desde que Ch. E. Brasseur encontró en 1862 la Relación de las cosas de Yucatán de Diego de Landa, predominaba la creencia de que la escritura maya era sólo ideográfica, es decir, que podía transmitir ideas sólo mediante imágenes. Knorosov demostró que esa escritura contenía valores fonéticos cuya clave se encontraba en el supuesto alfabeto que Landa incorporó a su Relación, el cual en realidad era parte de un silabario mucho más extenso. Demostró, pues, que no era posible leer los glifos mayas sin tomar en consideración la lengua que hablaban los que habían inventado esa escritura.
El segundo mito tiene que ver con la naturaleza del pueblo que construyó las ciudades del Periodo Clásico. A pesar de los cuerpos contorsionados de cautivos, de las figuras arrogantes de guerreros, de los brazos atados, de los escudos y lanzas representados en muchas estelas, se quiso creer que los antiguos mayas eran un pueblo pacífico gobernado por sabios sacerdotes entregados a contemplar y descifrar el curso del tiempo mítico. Tatiana Proskouriakoff acabó con este mito, al mostrar que las fechas inscritas en los monumentos de piedra estaban relacionadas con las vidas de los reyes de las ciudades. De esta manera definió el contexto histórico de las inscripciones: nacimientos, ascensos al trono, guerras, capturas, matrimonios reales, alianzas, muertes: hechos históricos vinculados con el ejercicio del poder de las dinastías gobernantes.
A partir de estos descubrimientos, las inscripciones mayas del Clásico han revelado una enorme cantidad de datos históricos, gracias al intenso trabajo de investigación auspiciado, en la mayoría de los casos, por universidades estadounidenses. Crónica de los reyes y reinas mayas de Simon Martin y Nikolai Grube recoge y presenta, de manera sobria, ordenada y bien justificada, los resultados de estas investigaciones. A diferencia de la inmensa mayoría de los libros sobre la cultura maya, que abordan desde una perspectiva más antropológica los distintos aspectos de la cultura maya, éste es un libro sólo de historia; de historia en el sentido más estricto y tradicional del término, ya que sus fuentes son los propios registros históricos del pueblo maya. Esto es emocionante, si se toma en consideración que, hasta hace poco, no se contaba con esas fuentes en relación con las bellísimas ciudades del Clásico. Afortunadamente, los autores de este libro no han cedido a la tentación de contagiarnos precipitadamente su entusiasmo mediante ligeras reflexiones filosóficas ni dudosos intentos de narrativa literaria, como desgraciadamente les sucedió a Linda Schele y a David Friedel en Una selva de reyes. El valor de esta última obra es incuestionable. A pesar de haber sido publicada diez años antes que Crónicas, está tan bien documentada como ésta: en ella ya se encuentran la genealogía de las principales dinastías gobernantes del Clásico, el truculento conflicto entre El Caracol, El Naranjo y Dos Pilas, las alianzas con Calakmul y Tikal, y los gobiernos sojuzgados por estas ciudades. Sin embargo, el libro de Schele y Friedel cae en la mencionada tentación, ocasionando a veces la impresión de que los reyes mayas luchaban ferozmente sólo para hacer prevalecer sus registros históricos. De la concepción thompsoniana de los sacerdotes ahistóricos parecía haberse oscilado al extremo opuesto, el de los reyes entregados exclusivamente a registrar su versión de la historia. Crónica de los reyes y reinas mayas no cae en esos excesos, y presenta de manera objetiva la historia de cada una de las once principales ciudades del Clásico de acuerdo con sus registros.
Hay que tener en cuenta que la objetividad, en este campo, tiene aún márgenes muy amplios de interpretación. La investigación todavía se encuentra ante un verdadero rompecabezas, que obliga a justificar detalladamente cada paso que se da en dirección a los hechos. Muchas lecturas de glifos clave para comprender un evento son tema de discusión, lo cual le exige al historiador poseer las virtudes del epigrafista. Cada ciudad relataba, además, distintos hechos de una historia común que a veces resulta muy complicado hacer consistente. A esto hay que agregar el deterioro de las ciudades en la selva y el saqueo criminal. Bajo estas circunstancias, resulta sorprendente ofrecer una visión global de la historia común de las ciudades del Clásico. Sin embargo, creo que Grube y Martin lo logran.
La visión que ofrecen rechaza un tercer mito que podríamos llamar “atomismo histórico”, una concepción que tiende a minimizar el vínculo de la cultura maya clásica con sus contemporáneas, y a ver en cada ciudad una entidad autónoma a pesar de los conflictos bélicos permanentes. En contra de esta concepción, los autores interpretan los vestigios de estilo teotihuacano en la ciudad de Tikal como testimonio de una incursión militar que reemplazó la dinastía gobernante de esa ciudad. Mucho más importante, para comprender la historia común de las ciudades mayas del Clásico, es la tesis que defienden acerca de la existencia de dos grandes potencias que controlaban las dinastías reinantes de otras ciudades, cuyas guerras con frecuencia respondían a los intereses de esas dos grandes potencias: Tikal y Calakmul. Martin y Grube han dedicado gran parte de su trabajo de investigación a estudiar la red de alianzas de estas dos ciudades, y el panorama al que han llegado es el de una lucha por el predominio en donde Calakmul logró desarrollar una política tan dinámica que neutralizó durante más de un siglo el poder de Tikal, la cual finalmente recuperó su antigua preeminencia derrotando directamente a Calakmul.
Esto no es, por supuesto, más que una burda simplificación del complejo panorama histórico que ofrecen Martin y Grube en este excelente libro, que con seguridad se tendrá por mucho tiempo como una obra clave de la historiografía maya. ~
Pedro Stepanenko
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