La vida sin Nadia Comaneci

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La gimnasta Nadia Comaneci provocó en sus tiempos un curioso fervor. En 1976, cuando sacó su "diez perfecto" en los Juegos Olímpicos de Montreal, también ganó una turba de niños humedecidos por sus proezas en la disciplina de manos libres. En realidad las humedades se debían al cuerpo que ejecutaba esas proezas, que era el de una mujer de nuestra edad. Nadia era un fenómeno, una niña rumana que ganaba medallas de oro y que liquidó, sin tentarse con sus manos libres elcorazón, a todo un estaf de gimnastas heroicas rusas que junto a ella se veían gruesas y aseñoradas. Nadia no era muy guapa; nadie ha podido explicar hasta la fecha cómo es que aquella niña pálida, ojerosa y sensiblemente desnalgada logró enamorarnos en esa época donde las bellas eran Farrah Fawcett y sus Ángeles de Charlie, mujeres con medidas más competitivas y esa sonrisa enorme y blanca que se les hace a ese tipo de actrices de tanto decir la palabra Hollywood.
     Antes de Nadia las rondas de manos libres nos parecían un espectáculoanodino, una serie de brincos y contorsiones que merecían la pista de uncirco. Era un deporte que aplaudían las hermanas pequeñas de los amigos y las tías que habían alcanzado la edad y el grosor de las gimnastas rusas, nada que ver con las caras dolientes de los maratonistas, ni con esos relámpagos sudorosos que corrían los cien metros planos en menos de diez segundos. El día que apareció Nadia Comaneci en la televisión, dos convicciones dejaron de serlo: para ser bella no hay que parecerse a Farrah Fawcett, y la gimnasia olímpica no era disciplina menor, era el territorio donde la niña rumana nos dejaba mudos, no sabía uno si dejarse entusiasmar por su maestría gimnástica, o de plano hundirse en la fantasía venérea. Los progesteronazos que arrojaba la Comaneci eran cosa seria; "¿no que la gimnasia eran mariconadas?", preguntaban las madres a los niños que no despegábamos los ojos de la pantalla, buscándole algún hueco al trajecito que revelara una intimidad mayor. Aquellas olimpiadas lúbricas de Montreal 76 seperpetuaron durante meses en posters y recortes de periódico pegados en la pared, eran material ardiente para el sueño. Esa generación de niños en llamas alcanzó el calor total cuando se anunció que se efectuaría, en el Auditorio Nacional, una serie de exhibiciones gimnásticas y que se contaría con laparticipación del equipo femenil rumano que venía encabezado por (y en este punto sucedían las combustiones espontáneas) Nadia Comaneci. Un noticiario deportivo transmitió por televisión una entrevista exclusiva con la reina olímpica, Nadia aparecía enfundada en una sudadera, con una toalla en el cuello, sudada y acezante pues acababa de bajarse del caballo con arzones. El entrevistador le hizo una pregunta ociosa de consecuencias incalculables. "¿Como se pronuncia correctamente tu nombre?" La gimnasta respondió este balde de agua helada: "Kum-ha-netz Nad-h-ia". El nombre "Comanechi", que durante meses habíamos mordisqueado hasta la saciedad, había quedado sin efecto.
     Nadia se fue desvaneciendo con el tiempo, otras sonrisas de Hollywood empezaron a hacerse cargo de las combustiones espontáneas. Esa espiral tiránica de reemplazar un amor con otro vale igual para la realidad que para los sueños. Un buen día apareció Brooke Shields en la película La laguna azul; tenía la misma edad que la diosa olímpica en Montreal y una ventaja definitiva: enseñaba los pechos. Esta actriz se convirtió en el nuevo material inflamable hasta que un crítico aguafiestas reveló que los pechos de Brooke eran de una doble. Nadie puede enamorarse enserio de un par de pechos sin dueña.
     Años después nos enteramos de que Nadia en Rumania llevaba una existencia infame, había rumores de que Ceaucescu, en una fiesta innombrable, había abusado de ella y de todas sus colegas. Luego se supo que en una ronda deexhibición por Estados Unidos la gimnasta escapó del hotel y pidió asilo. Hace unos días, buscando unas galletas en un supermercado en California, me topé de frente con la Comaneci. La idea era comprar un vehículo para embarrar un paté griego de aceituna que acababa de descubrir. A un lado de las galletas Ritz había unas de nombre Devonsheer. La caja mostraba que eran redondas y con un tufillo de ajo. En la parte inferiorvenía una fotografía que me hizo comprarlas: Nadia, con su sonrisa de discreción rumana, posa junto a su esposo, el gimnasta Bart Conner, que sonríe sin ninguna discreción. En la parte de atrás los dos medallistas olímpicos recomiendan, de cuerpo entero, dietas y ejercicios. Nadia dejó de ser la flaca ojerosa que nos volvía locos, para convertirse en una mujer gruesa y aseñorada del vuelo de sus antiguas contrincantes rusas. El reencuentro con esa mujer que transformó la gimnasia olímpica y nuestra idea de belleza bien valió una tanda de galletas inmundas que arruinaron en cierta proporción el paté griego de aceituna. Comí una galleta detrás de otra, mirando la fotografía como quien contempla las cenizas de un incendio. –

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